LENGUA V
NACIONALIDAD
Nos vimos ingratamente
sorprendidos con la aparición en un diario caraqueño de un artículo en
que gratuitamente se arremete contra la lengua vasca. Aumenta nuestra
sorpresa al ver que el articulista, en quien no tenemos reparo en
reconocer una ágil y culta pluma, adolece de una absoluta falta de
información sobre el tema de que trata.
Claro que se ha
provisto de un autorizado mentor que es vasco y se llama nada menos que
Miguel de Unamuno. Pero el articulista debe saber que don Miguel, por
tantos títulos ilustre, en ningún modo lo es por su obra lingüística o
filológica. Y lo que hace más concretamente al caso, que en cuanto a
conocedor del idioma vasco, nunca pasó de mediocre, No habiendo aprendido
de niño, es cierto que de mozo dedicó un tiempo a su estudio. Pero ni
llegó nunca a hablarlo bien, ni en la escritura pasaron sus obras de tal
cual poesía de buena voluntad. Con este bagaje se lanzó a opositar la
cátedra de idioma vasco creada por la Diputación de Vizcaya, y en esa
competición fue netamente superado. Al poco se extrañó a tierras de
Castilla y apenas si se dedicó ya más al cultivo de la lengua de sus
treinta y dos apellidos, como él decía. Ocurría esto pocos años antes
de que escribiera ese trabajo en que se ampara el articulista para
sostener su tesis que concreta en varias afirmaciones que pasamos a
examinar.
La primera es la
"ineptitud del euskera para convertirse en lengua de cultura".
Pero da la casualidad que desde la época en que Unamuno escribió eso, se
han vertido al idioma vasco cantidad de obras de valor universal. Y
Virgilio, Cicerón, Ovidio, Punió el Joven, Hornero, Sófocles, Esquilo,
Shakespeare y Juan Ramón Jiménez, por no citar más que algunos nombres
señeros, nada han perdido en la expresión de sus altos conceptos al ser
éstos revestidos de nuestra vieja lengua que, por el contrario, está
demostrando una maravillosa capacidad para ser empleada en todos los
campos de la cultura. Si por la incuria de los gobernantes, comenzando por
los reyes de Navarra —pese a aquel "lingua navarrorum"
estampado por Sancho el Sabio—, el euskera fue desplazado de los
documentos y actos oficiales —como lo era, sin ir muy lejos, el propio
inglés por aquel tiempo—, la feliz reacción operada de tiempos de
Unamuno acá hace que, entre otras cosas, y pese a las actuales adversas
circunstancias, contemos con dos revistas de alta cultura, "Eusko
Gogoa" y "Egan", en las que poetas, que nada tienen que
ceder a los de otras lenguas, dan voz alada a sus estremecidos sentires;
en que muy estimables dramaturgos originales hacen vibrar a sus personajes
junto a los que cobran vida en versiones de Sófocles y Shakespeare; en
que el divino Platón nos deleita con la miel de sus diálogos; en que se
escuchan las lecciones de la clásica filosofía de Santo Tomás o las
discusiones sobre el movimiento existencialista, etc., etc. Pase que Una-muno
no acertara en su tiempo a prever todo esto, pero nos parece imperdonable
que quien hoy en día se lance a escribir sobre el euskera lo ignore.
Dejando, por un
momento, las muletas, se lanza el articulista por su cuenta a formular
esta pregunta: "¿Quién habla hoy vascuence en el país vasco?"
Pues mire, señor, lo habla más gente que en tiempo de Unamuno. Y no
porque sus fronteras no hayan retrocedido ante la inhumana persecución de
las dictaduras de Primo de Rivera y Franco que llegó incluso a arrancar
las inscripciones vascas de las lápidas funerarias, —dictaduras de las
cuales, por cierto, el articulista se muestra, en este punto al menos,
como un entusiasta colaborador—, sino porque el aumento de la población
así lo establece. Y en cuanto a eso de que "esa lengua todavía se
conserva a duras penas en algunas apartadas aldeas del país", hemos
de enterarle de que aún son cientos los pueblos en que el euskera vive
como idioma único o casi. Y sí desea ejemplos concretos, ahí tenemos a
Eibar, progresiva población de donde salen toda clase de productos
industriales, desde armas, hasta bicicletas y máquinas de coser, y cuyos
treinta mil habitantes no tienen otro vehículo de expresión que el
vasco. Y la más cosmopolita de nuestras ciudades, San Sebastián, donde a
pesar de los millares de extraños caídos allá en estos lustros, se
puede oír hablar el vasco por todas partes.
La última afirmación
—ésta la vuelve a tomar de Unamuno— es más estupenda aún. Resulta
que ' 'el pueblo vasco no tiene cultura indígena propia ya que su
religión, su arte, su ciencia, sus industrias, todo es recibido de los
pueblos que lo rodean". He aquí por donde, de un olímpico plumazo,
se nos despoja, no ya sólo de nuestro incomparable arte popular, sino que
nos enteramos de que Zuloaga, Arteta, los Zubiaurres, Anchieta y docenas y
aun cientos de artistas así no son nuestros, y de que, por lo visto, la
religión, la ciencia y las industrias de los pueblos que nos rodean son
exclusiva propiedad suya. Como si esa religión, por ser la católica no
fuese ecuménica, universal y como si en ella no contásemos los vascos
con exponentes como Loyola y Javier que, por cierto, si por algo, aparte
de su santidad, se distinguen es por su impulso de universalidad que les
venía de la misma entraña de su raza; como si la ciencia no fuese
también universal y no estuviera representada en nuestro país por altas
figuras, a pesar de que el Estado español sistemáticamente niega a los
vascos —una de las regiones de menor analfabetismo y más alto
porcentaje estudiantil universitario— y cifras cantan —una triste
universidad como si en el aspecto industrial no diera la casualidad de que
han sido los vascos quienes salieron de su pequeño rincón para construir
el Metro madrileño, los altos hornos de Sagunto, los astilleros de Cádiz
y las grandes obras mediante las cuales las antes estériles aguas del
Ebro y el Duero se han convertido en fecunda energía eléctrica.
Por lo que hace a
ruralismo e internacionalismo, vemos que al articulista le vuelve a fallar
lamentablemente la información. Pueblo el vasco asentado a las orillas
del mar, éste nos enseñó los caminos de la convivencia humana en
lección que no hemos olvidado jamás. Por algo salió de nosotros, junto
con Elcano, el primero que puso en cinturón a la tierra, el P. Vitoria,
fundador del derecho internacional.
Pero el torrente de
cosas que vienen a la pluma ha de encontrar barrera en la consideración
que debemos al paciente lector. Terminaremos, pues, con esto. Además del
glorioso nombre de Bolívar, hay otro ilustre que hermana a los vascos con
Venezuela: el de Humboldt. Por los mismos años, más o menos, en que
Alejandro alternaba sobre este suelo sus sabias investigaciones con sus
paseos de viajero enamorado, su hermano Guillermo, no menos ilustre,
recorría pueblo a pueblo el país vasco de cuya lengua llegó a ser uno
de los primeros panegiristas. Fue él uno de los grandes lingüistas
prendidos en el hechizo de nuestro idioma y cuyos nombres forman una
impresionante lista que se extiende desde el príncipe Bonaparte hasta el
holandés Van Eys; desde el inglés Webster hasta el italiano Trombettí;
desde el austríaco Schuchardt hasta el ruso Nicolás Marr, por no citar
sino algunos.
Guillermo Humboldt en
quien, por cierto, como lingüista, se encuentra la definición exacta de
que el lenguaje no es el invento de algunos individuos sino la obra de una
nación entera, conoció el país vasco hasta la entraña, en su idioma,
en sus hombres, en sus ciudades y en sus pueblos y por ninguna parte vio
esa "estrecha ruralidad" que el articulista —que tal vez nunca
lo haya visitado— quiere descubrir ante los ojos de los lectores
venezolanos. Y conociéndolo muy bien, pudo escribir: "... todos los
dichos efectos que produce el sentimiento de una libertad bien ordenada y
de una perfecta igualdad de derechos se encuentran evidentemente
expresados en el carácter de la nación vasca. Ella es el único país
que he visto jamás en que la cultura intelectual y moral sea
verdaderamente popular; en que las primeras y las últimas clases de la
sociedad no estén separadas por una distancia inmensa; en el que la
instrucción y las luces de las altas han penetrado, al menos hasta cierto
punto, hasta las bajas y en que la honradez, la franqueza, el inocente
candor de éstas no ha llegado a ser extraño a las altas".
El Nacional, Caracas,
Mayo de 1958 Tierra Vasca, Buenos Aires, 1958