LOS JUEGOS FLORALES
CATALANES: TRIUNFO DEL ESPÍRITU
Es trágica siempre la
lucha que las potencias del Espíritu han de sostener contra la fuerza
bruta, celosa, consciente o inconscientemente de la supremacía de aquéllas;
trágica y trascendental porque, así en los hombres como en los pueblos,
la Vida misma, en la plenitud de su significado, no es otra cosa, en última
instancia, que el resultado de esa contienda.
En esa lucha, la vida
de los pueblos se articula y organiza y plasma en su idioma peculiar que
es como el archivo viviente y el depósito y tesoro de su Historia. El
genio del pueblo va obrando a través de los siglos sobre el idioma
propio, infundiéndole sus características y vinculando en él
modalidades inconfundibles, y el idioma, a su vez, lograda su plenitud,
actúa sobre el espíritu popular imponiéndose a él como el cauce
adecuado y el molde y el órgano genuino y necesario de sus
manifestaciones. Es por lo que con toda verdad pudo decir Bluntschli:
"La lengua es el bien más esencialmente propio del pueblo, la
manifestación más neta de su carácter, el lazo más fuerte de la
cultura común".
Los pueblos conocen
esta verdad; saben que el idioma propio es la natural base de su cultura y
el mejor estribo y defensa de su personalidad; saben que cambiar la lengua
es cambiar de alma, trocar el tesoro inapreciable que recibieron de
generaciones incontables de antepasados juntamente con su carne y su
sangre, por algo que valga —y jamás se demostrará que un idioma vale
en si más que otro cualquiera—, es cosa ajena, elaborada en mentes y
corazones en los que, naturalmente, nunca tuvieron asiento los calientes
sentires del hogar y de la patria.
El pueblo catalán
conoce bien todo esto. Con una tradición secular gloriosa enraizada en
las rocas mismas del Pirineo y que desde allí se dilató por tierras y
mares al galopar de sus almogávares y al navegar de sus galeras, los
catalanes saben que el habla de Lull y Sabunde, de Ausias y Metge, de
Verdaguer y Maragall, con su acento "de oro y de hierro", como
felizmente lo calificó el mantenedor de los Juegos e ilustre vate
oriental Sabat Ercasty, suena con tantos títulos al respecto y a la
estima de todo hombre culto como cualquier otro pueda sonar. Y saben aún
más, saben, porque tienen sólida conciencia de ser un pueblo y una
patria, que con filósofos o sin filósofos, con poetas o sin ellos, la
lengua que aprendieron en la cuna y recibieron con el apellido de sus
padres; la que moldeó la vida de sus payeses y dio cauce y expresión a
los dolores y a las alegrías del más humilde de sus "rabassaires"
es para ellos sagrada porque en ella está, como en ninguna otra cosa, el
alma misma de Cataluña: "En vos es tot", podrían decirle con
las palabras de fuego de Ausias March.
Esta ejemplar adhesión
de los catalanes a su idioma patrio, pese a todas las vicisitudes y
persecuciones, se ha venido manifestando en años pasados, entre otras
cosas, en la celebración de los Juegos Florales de la Lengua catalana que
recogen una tradición de la poesía y belleza bien conocida. Pero desde
el año 1939, es decir, desde que con la implantación de la tiranía
franquista, Cataluña pasó a ser tierra ocupada, fueron proscriptos de su
lugar de origen; la fuerza bruta, una vez más, se enfrentaba con las
delicadas realizaciones del Espíritu.
Pero éste no se rindió.
Expulsado de la tierra catalana, sus alas impalpables lo fueron
trasladando a otros lugares del Viejo y el Nuevo Mundo donde la poética y
patriótica tradición siguió su curso incoercible como el de la Vida. Y
estos días en el Uruguay —patria de adopción de todos los hombres
nacidos para ser libres— hemos podido asistir al magnífico espectáculo
de estas justas espirituales, organizadas por el "Casal Cátala"
de esta ciudad.
El éxito ha sido
definitivo. De América y Europa; de Cataluña y de fuera de ella,
llegaban en cantidad y calidad impresionante los trabajos literarios con
que los catalanes, mudos en su propia tierra o peregrinos por todas las
del Mundo, rendían su tributo de adhesión inquebrantable al verbo de su
raza. Era un homenaje más caliente que nunca, más emocionado y a la par
más firme a la Cataluña sufriente, la novia eterna de los más dulces
ensueños, la amorosa madre de flancos siempre fecundos, que llegaba de
todos los pechos catalanes como el eco de la canción de todas las
lanzaderas de sus telares, de todos los martillos de sus talleres, de
todas las hoces de sus segadores, de todos los torrentes del Pirineo, de
todas las olas de su mar azul... Y cuando nosotros que asistíamos
emocionados a aquel espléndido triunfo del Espíritu oímos que el primer
premio, la Flor Natural, había sido concedido a una poetisa —señorita
Mercedes Rodo-reda— refugiada en Francia y que el accésit lo había
ganado un poeta cuyo nombre no podía darse "porque residía en
Barcelona"... sentimos algo, no sabemos si asco o desprecio, vergüenza
o piedad por ese régimen bárbaro y absurdo, inculto y feroz que sueña
en sofocar indefinidamente, con moros y guardias civiles, y ansia
irrefrenable de vida propia y libertad que late, como ei don más excelso
de Dios, en el fondo del aíma de todos los hombres y todos los pueblos.
El Plata, Montevideo,
Setiembre 14 de 1949.