DEFENSA DE LA
LIBERTAD
Una vez más. esta
admirable República del Uruguay sale a la palestra, armada de todas las
armas del espíritu, en defensa de la dignidad humana y los derechos
democráticos en peligro en todo el Continente. Porque, a través de éste
y en sospechoso sincronismo o sucesión, los golpes de fuerza militares
florecen y las dictaduras se instalan sobre los pueblos indefensos,
amenazando convertir a estas tierras de todas las esperanzas en odioso
reducto de las potestades liberticidas.
Gran bien del hombre es
la libertad y difícilmente puede hallarse tesoro que le sea equiparable
porque, como dice la Escritura: "Creó Dios desde el principio al
hombre, y lo dejó en manos de su consejo". La Suprema Sabiduría,
que marcó órbitas inmutables a los astros y fijó límites intras-pasables
al mar, no supo cómo hacer resplandecer mejor la nobleza de nuestra
condición que reconociendo en nosotros, como supremo distintivo, una
inteligencia y una voluntad capaces de escoger y seguir sus propios
caminos.
Pero los dictadores no
lo entienden así. Ellos que, para sangriento sarcasmo, se alzan, a veces,
al poder y en él quizá se mantienen, invocando supuestas asistencias
divinas, comienzan por enmendar lisa y llanamente su alma al Dios que nos
quiso libres, encargándose, impulsados por no sabemos qué misteriosos
imperativos categóricos, de pensar y querer ellos solos por el pueblo
entero. Con una ciencia a ellos infundida, tal vez en los matorrales del
Chaco, tal vez en las chumberas del Riff, ellos saben y sólo ellos todo
lo que a todos y cada uno de sus conciudadanos conviene y todo lo que, por
lo tanto, éstos deben querer y hacer. El Partido único, el Sindicato único,
la Prensa única no son sino diversas manifestaciones de la sabiduría y
providencia de estos nuevos númenes que han venido a corregir y completar
la obra del Creador, estableciendo paralelamente a las leyes inmutables
que éste fijó a la materia, las que ellos para el espíritu han ideado.
Esta parodia que fuera
grotesca, si no se alzara de todas partes bajo el signo de odio y la
sangre y dejara también en todas, como herencia ineluctable, la miseria y
la ruina, se yergue en nuestros días de punta a punta de América
amenazando de muerte a la raíz misma de la razón de ser de estos
pueblos. Para combatirla, se ha levantado gallardamente en estas tierras
orientales la llamada ' 'Junta Americana de Defensa de la
Democracia".
El primer acto con que
el pasado día ésta dio fe de vida pública no pudo ser más brillante y
promisorio. Varias de las personalidades más desrallantes del país, sin
distinción de partidos, y, junto a ellas, otras de los países vecinos,
alzaron sus voces prestigiosas y elocuentes en la tribuna del Ateneo,
denunciando valientemente el tremendo peligro que acecha a la civilización
americana. Con ellas el señor Presidente de la República, en gesto de
democrática ejemplaridad, quiso rubricar que el Uruguay entero, de su
base a su cúspide, sostiene y propulsa el naciente movimiento porque ello
está en la esencia misma de la orientalidad. Y esta voz no podrá ser
desoída.
Miramos nosotros a este
movimiento con toda la simpatía de que somos capaces y quisiéramos poder
estimularlo hasta el límite de sus posibilidades, sintiendo solamente que
las nuestras sean tan chicas para arrastrar, ya más de dos lustros, el
peso de una inhumana tiranía. Pensamos, naturalmente, una vez más, en
nuestro pueblo y recordamos, una vez más también, aquella frase del
doctor Francisco Bauza citada por uno de los ilustres oradores del acto
del Ateneo: "Entendamos, señores, que la libertad es como el sol: o
sale para todos o no sale para ninguno".
Esta solidaridad en la
libertad la entendió muy bien, para gloria nuestra, en siglos pretéritos
aquella institución del árbol Malato por la que los ejércitos vascos
victoriosos supieron —en aún más grande victoria— detener sus pasos
al llegar a la frontera de su tierra; la entendió magníficamente aquel
genuino representante de nuestro espíritu racial, el P. Francisco de
Vitoria, al enfrentarse al Emperador y Papa en su defensa de las
libertades del mundo americano. Y lo que el cultísimo ingenio de éste
predicó, lo interpretó, ciertamente guiado no más que del instinto que
latía en sus venas, el astro popular del bardo Iparraguirre que al
entonar su himno famoso al Árbol de nuestras libertades plasmó, en su más
bella estrofa, el anhelo secular de ios vascos de que los frutos del Roble
bendito fueran no sólo para ellos, sino para todos los pueblos del mundo.
Por todo ello, al
acercarse este Domingo de Resurrección, fecha en que los vascos de todo
el mundo, con fe que no hay tiranía capaz de quebrantar, celebramos el Día
de la Patria, el día de nuestras mejores esperanzas y nuestros más caros
anhelos, saludamos con el corazón abierto al pueblo del Uruguay que por
instituciones como ésta de la "Junta de Defensa de la
Democracia" afirma una vez más, rotundamente, su solidaridad
esencial con lo que constituye la más noble vocación y más alta
herencia de los hombres y los pueblos: la Libertad.
El Plata, Montevideo,
Abril 10 de 1949.