URUGUAY Y LA UNESCO*
Bajo un cielo de sol
radiante y purísimo azul que parecía brindarnos desde las alturas una
inmensa bandera oriental, era hermoso contemplar en la explanada del
Palacio de las Leyes el enorme gentío que desbordaba por las
inmediaciones y se iba ubicando ordenadamente en el lugar adecuado para
presentar los actos inaugurales de la VIII Conferencia de la Unes-co. Y
era hermoso el fervor y maravilloso el concierto de aquellas miles de
voces que de pronto se elevaron, entonando el himno patrio. Pocas veces si
alguna, Montevideo había podido gozar de tal regalo para ojos y oídos al
mismo tiempo. La emoción nos hacía vibrar enteros. Y cada vez que la
cuerda de voces varoniles hacía resonar, recia y unánime, el "¡Tiranos,
temblad!", un nuevo estremecimiento nos sacudía y nos hacía sentir
que allí estaba presente el alma uruguaya, el verdadero espíritu de esta
tierra escogida de la libertad, sentida por cada uno de los ciudadanos
como herencia sagrada e inalienable.
Y así es, en verdad,
que cuando el Libro de los libros dice: "Creó Dios al hombre y lo
dejó en manos de su consejo", expresa con estas palabras, tan
sencillas como definitivas, el divino origen de ese atributo, sin el cual
el hombre hace dejación —o es obligado a hacerla— de lo mejor de sí
mismo. Pensábamos nosotros entonces en tantas y tantas tierras de éste y
todos los continentes en que el pensar y el formular libremente el
pensamiento se ha convertido en lujo sólo a los tiranos reservado. En
tantas patrias en que el pueblo muere sin gloria tras vivir sin libertad;
en tantos países en que no son los tiranos los que tiemblan sino el
pueblo al que sus botas militares pisotea y degrada. Y nos parecía
entonces, por momentos, que el azul del cielo no era ya tan puro y que sólo
los negros nubarrones podían prestar adecuadas tintas a las banderas de
tantos países desdichados, a las enseñas de tantos millones de hombres
que no pueden hallar el camino para organizarse dentro de una comunidad
pacífica en que la libre voluntad de cada uno sea sentida y respetada.
Pensábamos entonces que si esto no es pronto una realidad, sólo palabras
sonoras y acuerdos estériles podían ser los resultados de ésta y todas
las conferencias de la Unesco.
Pero fue entonces
cuando, como una bandada de blancas palomas, comenzaron a desparramarse
por los cielos las notas del Himno de la Esperanza, como palabras
arrancadas como purísimas chispas de fuego al duro pedernal de la
realidad. Si, la realidad es dura y áspera la senda; los enemigos de la
libertad son numerosos y fuertes; ellos están en todas partes, acechan a
cada hombre y maquinan dentro de cada pueblo para aherrojarlo, amordazarlo
y envilecerlo. Por eso mismo es preciso que el hombre sienta y sepa que la
libertad es un trofeo que debemos formar con las mismas armas con que los
tiranos nos hieren, al precio de un batallar sin tregua. Es que a lo mejor
del hombre, eso a que la Unesco aspira, y que a fuerza de ser humano es
esencia de lo divino, no se llega por una blanda senda alfombrada de
flores y coronada de luces. Ello sólo se alcanza elevándose con alas que
el sacrificio hace brotar de las llagas mismas de nuestros hombros,
lastimados por el peso de la brega. Seremos libres si decididamente
queremos serlo y de nosotros y sólo de nosotros depende que la Unesco sea
o no sea instrumento útil para alcanzar esta meta de la dignidad humana;
lejano sueño hoy de tantos pueblos hambrientos y sedientos de justicia,
realidad bendita en esta tierra feliz del Uruguay.
El Plata, Montevideo,
Octubre 20 de 1954.