'CON LIBERTAD, NI
OFENDO NI TEMO"
Si por alguna característica
hubiera que definir al pueblo uruguayo, nadie dudaría en señalar ésta:
su pasión por la libertad. Es ella tan general que ninguna persona, grupo
o partido puede pretender su exclusiva, para mayor honra de todos; tan
intensa y vigorosa que reina aquí indiscutida sobre todas las demás
tendencias del espíritu; tan espontánea que ella marca por doquier el
verdadero clima y natural ambiente del país. Cualquiera que llegue a éste,
puede de inmediato certificar la verdad de lo que decimos. Los que
llegamos de una patria, cuna y refugio secular de libertades ahora
mancilladas por una bestial tiranía, estamos en especiales condiciones de
apreciar y valorar este tesoro que Dios quiera conservar para siempre en
esta tierra privilegiada.
Pero es natural que el
observador quiera explicarse la causa y la razón de este fenómeno,
desgraciadamente, poco menos que un hecho aislado en esta América Latina,
feudo de espadones sín pudor y sin conciencia.
Muchas veces hemos
pensado que una de las razones fundamentales de este noble culto de la
libertad brota naturalmente de la pequenez de la República. Desde Aristóteles,
sabemos que la pequenez es una de las condiciones que acercan el Estado a
su ideal. Y no sólo porque facilita la perfección de la tarea de
gobierno, sino porque los estados pequeños, imposibilitados naturalmente
de buscar su gloria a expensas de la libertad de los vecinos, se
acostumbran a sentir, en lo más hondo del espíritu, que el único camino
de su grandeza —y el de la grandeza de todos— es el culto de la propia
y de la ajena libertad. Es el bien máximo que hay que defender en todo
momento y todo lugar, contra todo y contra todos, con cuerpo y alma, con uñas
y dientes, si se quiere merecer la subsistencia.
Hemos pensado también
que una afortunada selección del elemento humano poblador de estas
tierras podría ser una de las concausas de este hecho feliz. Y es
indudable que ello también ha contribuido poderosamente en su concreción.
Pero estas y otras
razones, que pudieran ser valederas, ceden hoy en nuestro espíritu, ante
la consideración de la personalidad del Padre de la Patria, el forjador
de la nacionalidad.
Cuanto más leemos y
releemos de su vida y de sus hechos, más y mejor descubrimos la auténtica
grandeza de este espécimen humano del que el
Uruguay puede con profunda razón enorgullecerse y al que, indudablemente,
debe, en el aspecto que estamos estudiando, mucho más de lo que un examen
superficial pudiera hacer creer.
Porque en Artigas, por
encima, muy por encima del Jefe, el Protector, el Caudillo, está el
Hombre cuya vida entera de punta a punta está dictando una soberana lección
de que la libertad es para el espíritu del hombre tanto como el aire para
sus pulmones, la luz para sus ojos y la sangre para su corazón. En sus
hechos y en sus palabras que abundantemente pudiéramos citar, aprendemos
que la libertad, como hace veinte siglos lo escribió Pablo de Tarso, es
el mismo espíritu de Dios; que por ella es el hombre lo que es, ya que
ella lo diferencia de ese bruto en que los tiranos quieren convertirlo;
que ni la vida es tan preciosa ni la paz tan dulce como para ser compradas
al precio de las cadenas de la esclavitud. Así pudo escribir Artigas que
"queriendo ser libres, la multiplicidad de enemigos sólo servirá
para redoblar nuestras glorias", porque "nada habrá capaz de
hacernos variar; las peores circunstancias, el mundo entero empeñado en
combinarse para que los orientales abandonen el trono de su libertad, no
será capaz de separarlos de su primer sentimiento. Su augusta voz tronará
siempre en torno de nosotros, avisándonos que ella sólo puede presentar
al hombre la grandeza que le es propia. El honor, la justicia, todo nos
está gritando que nacimos libres". Por ello "... es preciso que
no permitamos que tantas pérdidas y desvelos se prodigasen sólo para
sostener una tiranía nueva. Yo voy a continuar mis sacrificios, pero por
la libertad", porque "mi decisión por la libertad de los
pueblos será siempre superior a todos los contrastes" y "para mí,
nada es tan obvio como dejar a ios pueblos en su libre elección", ya
que "amar su libertad es de seres racionales, perderla es de
cobardes" y "los orientales no han olvidado sus sagrados
deberes".
No necesitamos
multiplicar las citas. Más que de sus dichos, surge de los hechos la
personalidad de Artigas como la de un Iluminado de la Libertad. Una de las
máximas figuras que el cielo ha enviado a los hombres por tierras de América
con ese divino mensaje. Libertad de los hombres, libertad de los pueblos.
Respeto sagrado al hombre blanco, indio o negro. Religioso respeto a las
patrias grandes, chicas, débiles o poderosas. Conciencia de la profunda
dignidad del hombre; conciencia del valor moral de los pueblos, entidades
naturales anteriores y en muchos aspectos superiores al Estado.
Esta es la lección de
Artigas. El gran ejemplo que con su vida pura y heroica forjada en el
sacrificio y el culto a los más nobles ideales humanos, viene ofreciendo
a sus compatriotas y al mundo este gran Hombre-pueblo.
Que esta lección y
este ejemplo sigan siempre iluminando la ruta del Uruguay para que nunca
deje de ocupar el puesto de vanguardia que hoy, de pleno derecho, le
corresponde en el concierto de los pueblos libres. Todos los cuales podrían
adoptar con honor ese lema, uno de los más hermosos que hombre alguno
haya podido ofrecer a su patria: "Con libertad, ni ofendo ni
temo".
El Plata, Montevideo,
Setiembre 20 de 1950.