CANCIONES DE NAVIDAD
Nueve veces ya, desde
que dejamos nuestra tierra, ]a Estrella refulgente ha detenido su carrera
para alumbrar la gruta de Belén. Nueve años ya en que al retornar estos
días del nacimiento de Cristo, nos llega de la patria lejana el eco dulce
y torturador de nuestra vieja canción navideña: "¡Ator, ator,
mutil etxera!...".
¡Navidades lejanas de
mi infancia! Florecen en mi vieja casa los cristianos afanes de estos
días. Las figuras del Nacimiento son sacadas de su retiro, desempolvadas
y cuidadas con amor... Y, ¿cómo olvidar el viaje ritual con mi padre a
la estrada de Piñaga que cría en sus taludes el musgo más suave y
lustroso que en ningún sitio se pueda encontrar? Y en la noche sagrada,
junto al Nacimiento, cantábamos los más chicos golpeando panderetas que
sólo esa noche se nos ocurría tocar. Todo el resto de la familia nos
aplaudía y obsequiaba y todos nos sentíamos felices, en la mesa
abundante, dulcemente poseídos del espíritu de la alegre Navidad.
¡Navidad de la guerra!
Han pasado muchos años y hace ya medio que latinos, germanos y moros, los
tres seculares enemigos de nuestra raza, esta vez juntos, han traído a
nuestra tierra la guerra siempre maldita y que aborrece sobre todas las
cosas al espíritu de la Navidad. No hay esta noche estrellas en el cielo,
ni canciones en los hogares, ni resuenan jubilosas las sirenas de los
barcos anclados en la ría cercana. Sólo oscuridad, silencio, escasez y
tristeza, ¡en una noche de Navidad!
¡Navidades del
destierro! Nevadas las de Europa en Donibane Garazi, entre los muros de la
vieja ciudadela, y en París y en Marsella donde aulla el mistral.
Después la extrañeza de aquella noche tropical en La Habana; más tarde
la de Buenos Aires y luego éstas del Uruguay. Navidades agridulces,
fiestas de los que se amaban y han sido separados y han puesto toda su
vida en un terco y continuo añorar. Navidades agridulces forjadas de
recuerdos, tristezas y esperanzas en las que, como un "leit-motiv"
que punza allá dentro del pecho, escuchamos mil veces las palabras de la
canción dulce y torturadora: "¡Ator, ator, mutil etxera!...".
¡Navidad de la paz!
Tras los nueve años de prueba, ella se acerca, por fin. Y, ¡qué
hermosa, qué hermosa nos figuramos a esta nueva Navidad! Se esfumó la
negra tiranía y en el cielo de la patria brillan con renovada fuerza las
luces de la libertad. He aquí a los vascos dueños de sus destinos como
en los siglos incontables y he aquí que vuelven a reunirse los hermanos
separados por largos años de dolores, para gozar en común de la paz
anunciada por los ángeles y los hombres de buena voluntad. Y en el
dolorido cuerpo de nuestra Euzkadi resplandecen como enormes rubíes las
recientes cicatrices y de la tierra sagrada que cubre a nuestros mártires
y héroes innumerables se alza un himno grandioso de libertad y victoria,
de perdón y de paz.
Y en todos los hogares
de la vieja Euskal Erria nace un júbilo nuevo. Y en el nuestro nos
reunimos ¡por fin! con todos nuestros hijos a los que habré mostrado
antes donde crece en la estrada de Piñaga el musgo suave y lustroso que
mi padre me enseñó a recoger. Y los chicos tocan la pandereta y cantan
en nuestro sagrado euskera junto al Nacimiento. Y yo canto y bailo con
ellos después de haber rezado con ellos por los que, aquí en la tierra,
no nos acompañarán ya más. Y nuestra alegría ya no es jamás turbada
por los ecos de la vieja canción que durante nueve años nos ha venido
hiriendo en lo vivo de la entraña: "¡Ator, ator, mutíl etxera!..."
Montevideo, Diciembre
25 de 1946.