ALGO SOBRE EL CARÁCTER
VASCO
Con motivo de una
amable nota aparecida el pasado día en las columnas de este diario y en
la que se recogían algunas de las sagaces observaciones hechas por el
prestigioso médico y escritor doctor Isidro Más de Ayala a su reciente
paso por nuestra tierra, se nos ha pedido por queridos amigos algunas
puntualizaciones que con el mayor gusto pasamos a exponer.
En primer lugar, con
respecto a aquello de: "Bondadosos en extremo o enojados con acción
que carece de escala explosiva. Parece que en la caja de cambios de los
vascos no hubiera segunda velocidad", la observación parece muy
exacta. Por lo menos, es el concepto que se viene repitiendo de nuestra
gente desde los escritores españoles del Siglo de Oro, de cuyo más
ilustre representante Miguel de Cervantes Saavedra son aquellas palabras:
"Son unos benditos como no estén enojados y en esto parecen vizcaínos
como ellos dicen lo son" ("La señora Cornelia"). Es casi
lo mismo que ha venido a decir en nuestros días Julíen Vinson que vivió
cincuenta años entre nosotros: "Son amables y simpáticos, más
irascibles y peligrosos en el calor de su excitación".
Pero no estamos
conformes con aquello de que "la caja de cambios de los vascos no está
provista de marcha atrás". Porque esto es repetir en lenguaje del día
aquel viejo tópico de la terquedad vasca que nunca hemos podido admitir.
Puede hablarse, con toda verdad, de entereza y ahí tenemos, entre tantos,
ese magnífico espécimen de Ignacio de Loyola o recu-rrirse, quizás con
más acierto, al "rectilíneo" de Ortega y Gasset ("Rectilíneo
de alma como de rostro, el vasco es una de las más nobles variantes que
en Occidente ha dado la voluble planta de Adán"). Pero ese concepto
de terco —que en una superficial visión tan fácil es de confundir con
el de rectilíneo— difícilmente puede rezar con el vasco que es uno de
los pueblos que, en todos los actos de su vida, más uso hace de la
cabeza; de la poca o mucha que le haya cabido en suerte. El que nuestro
pueblo no sea rencoroso ni vengativo, como, para honra nuestra, lo
reconocen todos los que nos han estudiado bien, creemos prueba bastante lo
que decimos. Creemos también que del contraste de nuestro carácter con
el ciertamente más voluble de los dos grandes pueblos latinos que nos
rodean ha podido nacer ese tópico de nuestra terquedad. Aunque lo cierto
es que entre las notas constitutivas del tipo vasco, tal y como se deducen
de la literatura española del siglo XVII y podemos considerarlas en
estudios tan amplios y logrados como el de Miguel Herrero García
("Revista de Estudios Vascos, Oct. Diciembre, 1927), para nada
aparece eso de la terquedad.
En cuanto a la
comparación del carácter vasco con el riojano y el aragonés creemos,
con todos los respetos, que no está acertado el amable comentarista. Se
trata de regiones fundamentalmente distintas de nuestra raza. Y,
concretamente, lo que se ha dado en llamar "terquedad aragonesa"
poco o nada tiene que ver con nuestro carácter, como no sea en el extremo
sur aragonizado de Navarra.
Y por lo que se refiere
a que el carácter vasco sea "semejante al navarro" creemos
simplemente es un "lapsus calami". Porque tanto valdría decir
que la idiosincrasia montevideana es semejante a la uruguaya. Navarra, en
efecto, no sólo es una de las seis regiones que constituyen la vieja
Eus-kal Erria, sino que, tal vez, la primera y principal: el cogollo de
esa antiquísima e insular nacionalidad pirenaica cuyo corazón, como dice
Rodney Gallop, "está puesto en una sola cosa, a saber
persistir".
Montevideo, Noviembre
17 de 1952.