"ALBORAS"
Y "ALBOKARIS"
Mucho más restringido
y menos característico que el "txistu", que es, podríamos
decir, el instrumento musical vasco por excelencia, es la "alboka":
una especie de dulzaina o, propiamente, el albogue, que se compone de dos
cuernos de novillo unidos por su extremidad mediante dos cañitas
provistas de tres agujeros la una y cinco la otra.
Lo esencial de este
instrumento es otra cañita diminuta provista de una pequeña lengüeta
que vibra al paso del aire y produce un sonido semejante al del corno inglés.
El maestro Azkue de
quien tomamos la anterior descripción hace notar que los artistas de la
alboka no desinflan los mofletes desde la primera a la última nota de la
pieza; durante todo este tiempo, la respiración es nasal. Y, a propósito
de la resistencia pulmonar de los "albokaris", recoge un viejo
cuento cantado que viene a ser como sigue:
Había en el valle
vizcaíno de Arratia un albokari muy orgulloso de la potencia de sus
pulmones el cual apostó con un convecino a que recorría, montado, la
calle más larga de París, sin por un solo momento dejar de tañer su
alboka. El premio de la apuesta consistía en un hermoso mulo cuyo color
varía según las distintas fuentes de tradición; según unos era blanco:
"mando zuria", para otros era rojo: "mando gorria";
finalmente en opinión de otros, el codiciado mulo era gris: "mando
urdiña"
He aquí, pues, que el
albokari y su convecino, picado el primero en su punto de honra y ambos
empujados irresistiblemente de la vasca manía de la apuesta, salen de su
valle nativo y atraviesan ríos, trasponen montañas, recorren llanuras de
extensión nunca hasta entonces por ellos contemplada y, por fin tras la
larga peregrinación que se adivina, llegan a la capital de Francia.
Una vez allí, y
enterados de cual era la calle más larga de la ciudad, montan en sendos
mulos y el artista que abría la marcha, bien rellenados los pulmones del
aire parisiense, comienza su sonata que repetía y volvía a repetir y
tantas veces que, habiendo empezado a sonar sus primeras notas por la mañana,
seguían las últimas sin interrupción, haciendo vibrar el aire de París
ya entrada la noche, según nos lo dice el cuento:
"Goizean Parisién,
gabean Parisen ¡au da Parisko kaleen luzea! auxe kale au pasata baneuko,
atzeko mando gorri au neurea".
Esto es: "A la mañana
en París, a la noche en París, ¡Oh qué largura la de estas calles
parisienses! Si tuviera pasada esta calle, este mancho rojo de detrás sería
mío".
Pero de nada le sirvió
al albokari su extraordinaria potencia. Su antagonista —que debía de
ser hombre de alma atravesada—, desesperado al ver que perdía la
apuesta se le adelantó y le cubrió el cuerno por donde salía el aire y
el sonido, y el albokari, sofocado, desinflados sus mofletes que de rojos
se tornaron pálidos, cayó de la cabalgadura sin vida.
Y, por obra de una
odiosa traición, éste fue el triste fin de aquel famoso y poderoso
artista arratiano digno, ciertamente, de mejor término.
Pero su raza no ha
terminado en nuestra tierra. Aquí están los poderosos albokarís de la
Burunda, cuyos sonidos, según verídico testimonio de Errea, pusieron en
serio peligro los techos, tabiques y paredes maestras del edificio del
"Laurak Bat".
En las romerías que
para los días 6 y 7 del próximo abril ha organizado el Comité de Ayuda
a los Vascos de Francia tendrán los montevideanos ocasión de ver cómo
los árboles del hermoso campo del "Euskaro Español" vibran
agitados como cañas por el ciclópeo aliento de estos rústicos artistas
vascos.
Euzko Deya, Buenos
Aires, Marzo 20 de 1946.