"LA COMARCA ¥
EL MUNDO"
Refiere Chesterton que
estando un día en su entrañable rincón de Bat-tersea haciendo el
equipaje para un viaje de vacaciones, entró en su habitación un amigo
que le preguntó adonde iba. Entonces Chesterton hubo de explicarle, en su
más personal estilo paradójico, que su destino era Batter-sea,
precisamente. Cierto que él salía, vía París, Belfort, Heildelberg,
Francfort..., pero este peregrinar por diversas partes de Europa no tenia,
en definitiva, otro objeto que el de hallar una isla denominada Inglaterra
y, dentro de ella, un placentero lugar que responde al nombre de Battersea,
en cuyas maravillas, renovadas por ese peregrinar, habían de recrearse
como nunca sus ojos.
Esta anécdota
chestertoniana ha visitado más de una vez nuestra memoria mientras leíamos
el último y delicioso libro del doctor Couture, cuyo título es el que
encabeza estas líneas. Porque el libro, en suma, es eso: el viaje de un
uruguayo que sale de su país con destino al país mismo; la experiencia
de un oriental que después de haber elaborado en esta tierra un original
y agudo análisis de sus valores característicos, sale a recorrer el
mundo para comprobar, mediante el conocimiento y contraste con tierras
extrañas y la contemplación de la suya propia en perspectiva de
distancia, la verdad de aquel previo análisis.
Libro es éste que vale
por su exposición preliminar en la que nos muestra a la comarca con su
paisaje que "por su falta de espectacularidad no atrae a las grandes
masas humanas, pero en cambio retiene a quienes se aproximan";
habitada por "hombres de espíritu polémico que no creen en hombres
providenciales", pero "que están de acuerdo en el valor de la
democracia como forma suprema de convivencia humana"; de acuerdo
"en cuanto al bien supremo de la libertad" y de acuerdo también
en que "ésta frente a la mesa sin pan y al hogar sin fuego es un
sarcasmo" y que, finalmente, "la educación tiene un significado
superior al derecho". Libro es éste que se nos ofrece,
esencialmente, como el acendrado producto de una doble vigilancia: sobre
la contemplación y sobre la expresión.
En cuanto a la primera,
bien sabemos de su dificultad. Pocas cosas, en efecto, muestran mejor el
perfil petulante de nuestra época como ese torrente de libros, escritos a
plazo prefijado y hasta con predeterminado número de miles de palabras,
en que se pretende servirnos la sustancia y el espíritu mismo de no
importa qué región. ¡Cómo sí el apoderarse del cuerpo y el alma de un
país, el describir con verdad su paisaje y, sobre todo, el desentrañar y
explicar su idiosincrasia, no fuere uno de los objetivos más difíciles
que puede proponerse un escritor!
No cayó en él Couture,
que de antemano conocía las limitaciones que su propia experiencia habría
de ofrecerle, y de ese conocer brotó la indeclinable vigilancia que
impuso a su contemplación. Había que ir a la entraña misma de tas cosas
siempre que esto fuera posible, que ya lo dijo Thoreau: "It is not
worth while to go round the world to count the cats in Zanzíbar",
pero buscándola, más bien, en el pequeño detalle iluminador,
persiguiendo a la verdad en el impacto de lo típico sobre nuestro espíritu
previamente desnudo, había que hacer a un lado guías turísticas y clichés
manidos; había que soslayar mil cosas de consagrada importancia y asirse
a aquella emoción que repentinamente nos sacude, a aquella reflexión
que, sin que sepamos por qu4 se pone a martillear en nuestro espíritu,
para construir con materiales tan frágiles en apariencia el edificio de
nuestra particular visión, tanto más valiosa cuanto más particular.
Nada de materiales extraños, nada de poner los pies en extrañas huellas.
Y así, con esta inflexible vigilancia sobre su propio contemplar, nos da
Couture, como bellas piezas de orfebrería primorosamente labradas, sus
visiones de Camagüey, la bella durmiente o de Taxco, un pueblo en las
nubes, de Washington, la ciudad en el bosque, o de Quebec y su ángel, de
la aldea en el camino, del himno de piedra de Chartres, del problema del
bien y del mal en Siena, del miedo en San Giminiano, o aquella bellísima
"confidencia en el Pin-cio..."
Y tras la recapitulación
de lo contemplado en el mundo, viene el volver los renovados ojos al
Uruguay, la comarca entrañablemente amada que recobra ahora todo su
profundo sentido y plenitud. País donde "casi todos los servicios públicos
pertenecen a la comunidad y no a intereses privados", donde "el
Estado paga sin litigar las indemnizaciones por accidentes de
trabajo"; donde "el presupuesto de enseñanza es el doble del de
los armamentos, el ejército, la marina y la aviación reunidos";
"país de tradicional respeto a las libertades esenciales
humanas", "que no sueña con expansiones territoriales, pero que
puede crecer en altura y profundidad..." cuando el desarrollo de su
voluntad corra parejo con el de su inteligencia.
En cuanto a la
vigilancia sobre la expresión, ella se transparenta en cada párrafo de
este libro, legítimo de un hondo meditador que nos brinda sus ideas como
una deslumbrante colección de piedras preciosas talladas con magistral
artesanía. La frase, en efecto, aparece siempre moldeada a la medida
exacta del concepto. Nada de efusiones verbosas propias sólo para
ocultar el vacío o el lugar común; nada de "impudores líricos".
Ni esperemos tampoco que la deformación oratoria, tentación que podría
operar sobre este gran señor de la tribuna, dañe a la expresión cabal y
justa. El lenguaje es siempre modelo de sencillez y claridad, es decir,
espejo de sobria elegancia. Lo cual, naturalmente, no quiere decir que del
altísimo regalo espiritual que con este libro nos hace Couture se hallen
ausentes los tremantes dardos de la más pura emoción que el autor deja
clavados en nuestros pechos, allá en la Piazza della Signoria, de
Florencia o en el mirador del Pincio, o el delicadísimo aroma poético de
que están ungidas algunas descripciones de paisajes por los que, en algún
momento, se nos antoja haber visto pasar la nazarena figura de Juan Ramón,
caballero en su "platero"...
El Plata, Montevideo,
Julio 17 de 1953.