'SABREMOS CUMPLIR'
Pocas tareas más
nobles que la de elevar al hombre hasta su propia talla Noble en el que
para sí mismo la realiza mediante la liberación de las potencias
superiores de su espíritu, y mucho más aún, en el que ordena sus
esfuerzos a la liberación ajena. En rigor, este segundo aspecto no es más
que el complemento necesario y obligado del primero, porque, ¿cómo nadie
puede pensar que ha llenado su medida humana, cuando su alma es incapaz de
vibrar ante el espectáculo de otros hombres a quienes la injusticia
social, la esclavitud política, la ignorancia, el error o el miedo tienen
sumidos en inferior condición? Es la solidaridad principio elemental del
recto humanismo hasta el punto de que nadie puede llamarse integralmente
humano mientras no le duelan en carne propia las injusticias a cualquier
hombre infligidas, ni considerarse libre, si no siente sobre su alma el
peso de las cadenas de los millones de semejantes que gimen en la
esclavitud.
Por todas las partes
del mundo se extienden hoy los frentes en que se lucha o se puede luchar
por la dignidad del hombre y en la Carta de las Naciones Unidas, como en
su verdadero centro, y como muy bien lo hace destacar un prestigioso
diario montevideano en conceptuosos editoriales estos días publicados,
esa defensa del valor humano cobra singular jerarquía, según puede verse
por lo preceptuado, entre otras disposiciones, en el artículo 55 de dicha
Organización en el que se establece que: "Con el propósito de crear
las condiciones de estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones
pacíficas y amistosas entre las naciones, basadas en el respeto al
principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de
los pueblos, la Organización promoverá....- El respeto universal a los
derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos sin hacer
distinción por motivo de raza, sexo, idioma o religión y la efectividad
de tales derechos y libertades". En los aludidos editoriales, el
articulista estima que "¡a violación sistemática de los derechos
esenciales del hombre no es considerada por la Carta como asunto de
exclusiva jurisdicción interna, sino también de específica jurisdicción
internacional". Todo ello aplicado a los conocidos casos de Perú y
Venezuela.
Y bien, si esto es así,
como lo es, si por atentar radicalmente contra el espíritu mismo que
informó a la Organización mundial, ésta tiene específica jurisdicción
que le permite, cuando menos, sancionar recomendaciones que presionen
moralmente a los gobiernos que menosprecian sus principios constitutivos,
¿qué diremos del caso de España?
Porque, prescindiendo,
por el momento, de otros aspectos y enfoques del problema español, ¿qué
hombre honrado podrá negar el hecho de que el Gobierno franquista es un
permanente atentado y un ultraje viviente a la conciencia humana que plasmó
sus más altas aspiraciones en la Carta de la UN? Un gobierno alzado al
poder sobre los cadáveres de un millón de españoles por la intervención
decisiva de Hitler y Mussolini, que, al cabo de diez años de su
entronización, sigue fusilando, encarcelando y maltratando a cuanto
enemigo le place; un gobierno que sólo puede subsistir mediante el
desprecio total y absoluto de las libertades elementales del hombre; un
gobierno que, por la absurda ambición de su desdichado
"Caudillo", condena al hambre, la miseria, la enfermedad y la
desesperación a veintisiete millones de españoles...
Pero, ¿a qué seguir?
No son, afortunadamente, los uruguayos los que se hallan en necesidad de
penetrarse de la verdad de estas cosas. Escribimos estas líneas,
precisamente, al conjuro de la ejemplarizadora actitud del Uruguay en el
reciente debate de la UN en el que, aunque cueste creerlo, ha habido
veinticinco gobiernos que han puesto todo su conato en la rehabilitación
del franquismo. No sabemos si en la Asamblea se conseguirán los dos
tercios de votos necesarios; sabemos, sí, y mejor que nosotros lo saben
los franquistas, que no es precisamente ahora de la UN de donde le puede
llegar el remedio a su desesperada situación.
Pero no se trata de
eso. Para nosotros, en este debate de la UN se juega algo más que el caso
de España: es la dignidad de todos los hombres libres del mundo lo que se
halla en juego. Por eso esperamos con serena confianza el fallo
definitivo.
Mientras tanto, y sea
cualquiera el resultado, nuestra voz ha de alzarse hoy llena de emocionada
gratitud para este Uruguay que ha dicho, por boca de su docto
representante, las palabras quizá más claras, precisas y contundentes de
cuántas estos días se hayan pronunciado en defensa de la causa del
hombre español que, lo repetimos, es la causa de los hombres todos. Y que
en la hora de la acción ha confirmado una vez más, sin embozos ni
titubeos, que no en vano los orientales desde que tienen raciocinio han
sido enseñados a pronunciar un voto: porque siempre que el trance llega,
lo saben cumplir.
El Plata, Montevideo,
Mayo 11 de 1949.