EN LOS CAMPOS ELÍSEOS,
EUSKALDUN V VASCO. DIALOGO DE MUERTOS
Euskeldun.- Aquí, en
este bosquecillo de laureles siempre verdes, sentados sobre el blando césped,
podemos conversar. Os confieso que tengo verdadera sed de oiros a vos que
acabáis de llegar de nuestra vieja tierra. Y no sólo porque los varios
siglos que hace que la abandoné parece que no han hecho sino acrecentar
en mí el gusto de oir hablar de ella, sino porque, con toda franqueza, ni
el tiempo transcurrido ni la serenidad que perpetuamente baña nuestra
existencia en estos campos de beatitud han podido jamás aquietar en mi
espíritu el anhelo de conocer la opinión —buena o mala— que de
nosotros se tiene en la que fue nuestra patria terrena. Tal es la condición
humana.
Vasco.- Con la misma
franqueza de nuestra raza os contesto que hubiera preferido que no me
preguntaseis tal cosa. Porque pertenecéis a generaciones de las que tiene
bien pobre concepto la actual de nuestra tierra. Y con razón yo creo.
Euskeldun.- Nuevo sois,
como nuevo habláis. El sereno ambiente de estos lugares os curará muy
pronto de esos ímpetus. Pero, decidme, ¿de qué se nos acusa?
Vasco.- Pudierais
preguntarme mejor de qué no sois acusados. La ruina de la patria, la
tragedia de nuestra nación a punto de extinguirse, ¿a quién se debe?
Vuestras culpas, o si lo preferís nuestra inexplicable inconsciencia,
hicieron posible que, contra el clamor de la sangre que la exigía, la
unidad de la patria nunca fuera realizada. Desunidos, debilitados,
arrojados en brazos del extraño que parecía respetar en nosotros unas
libertades que en el fondo de su alma odiaba ya que sólo esperaba el
momento oportuno para dar el golpe mortal, habíamos de llegar por fatal
proceso a esta situación desesperada. Poseísteis del Carona al Ebro un
dilatado solar, más que suficiente para dar asiento a un gran estado, y
fuisteis dejándolo achicar hasta que quedara reducido a algo así como
siete cantones y todavía en ésta su pequenez pudiera haber conservado un
rango decoroso, si la gallarda marina que fue desde inmemoriales tiempos
lo mejor de nuestro patrimonio hubiera, al servicio de ese estado chico
pero unido, dilatado sus fronteras más allá de los mares, al modo de
Holanda o Portugal. Que no es menor nuestra tradición marinera que la de
estos países. Y no es menor aunque, a primera vista pueda parecerlo, pues
por vuestras culpas las más
gloriosas de nuestras hazañas aparecen disfrazadas con extrañas
banderas. Nuestros fundadores no fundan para nosotros ni descubren para la
patria ni para la patria conquistan nuestros conquistadores.
Euskeldun.- ¿Quisierais
que hubiéramos sido un país engendrador de aves de rapiña, al estilo de
Roma?
Vasco.- No, que eso
repugna a lo más íntimo del vasco. Pero si no teníais el derecho de
conquistar a nadie, estabais, en cambio, en la obligación de preveniros
contra toda conquista. Y fácil era de entender que vuestra falta de unión
y perpetuas discusiones os habían de conducir o habían de conducirnos a
nosotros, vuestros descendientes, a este trance que ahora lamentamos.
Euskeldun.- ¡Qué difícil
es siempre para los pueblos como para los hombres alcanzar el justo medio!
Nuestro amor excesivo a la libertad dañó, tal vez mortalmente, a nuestra
libertad misma. Nuestra incapacidad para extender nuestras fronteras a
expensas de la justicia hizo que la injusticia hiciera retroceder las
nuestras. Pero, esto aparte, yo quisiera que antes de juzgarnos tuvierais
presentes las palabras de otro vasco que vivió antes que nosotros. Fue
Quintiliano, gloria de la vascona Calahorra, quien en su claro latín
escribió algo como esto; que es difícil siempre hacer entender a
generaciones que vendrán después de la nuestra las razones que
justificaron nuestra conducta. Nuestras culpas han sido grandes; terribles
ciertamente nuestros yerros, pero, no sé por qué me parece que hay mucho
de precipitación en vuestro fallo. Yo creo que no habéis todavía
investigado lo bastante como para condenarnos sin apelación en la forma
que lo hacéis. Yo no sé si habéis pensado que tal vez nosotros no
hayamos dicho nunca ni obrado jamás en la forma que plumas extrañas
prentenden. Tal vez ha habido casos en que al actuar como actuábamos no
hacíamos sino obedecer a una terrible necesidad no de vosotros
suficientemente conocida.
Vasco.- ¿Por qué no
escribisteis nuestra historia?
Euskeldun.- Falta fue
nuestra y no lo niego. Pero yo os digo, a mi vez, ¿y por qué vosotros no
la rehacéis? ¿Qué os parecería que yo me alzase ahora en acusador y
dijera que no veo en vosotros demasiada afición a ésa y otras parecidas
labores? Os quejáis de nosotros y tenéis razón en mucho, pero no olvidéis
nunca que os dejamos una herencia que como todas comporta derechos y
obligaciones. Es fácil el recuento de las deudas y muy cómodo echarnos
en rostro los deberes que nuestras culpas o negligencias os impusieron,
pero es justo también y os agradeceríamos mucho que supieseis reconocer
que en medio de nuestras culpas y desdichas, con una patria disminuida en
sus límites y maltrecha en sus libertades hemos sabido transmitiros un
legado que es todo nuestro orgullo; la sustancia misma de la nación en
nuestra sangre no contaminada y el verbo original de nuestra estirpe que
en medio de nuestras culpas y desgracias nunca dejó de florecer en
nuestros labios. Yo quisiera que, con la franqueza de que al principio de
nuestra conversación blasonábamos ambos, me dijeseis si vosotros estáis
poniendo en la conservación de estos tesoros "sine quibus non"
de nuestra nacionalidad, el celo práctico que nosotros calladamente
desplegamos.
Vasco.- De eso quisiera
yo que hablásemos.
Euskeldun.- Ya lo
haremos; pero no hoy. Atardece y hemos de retirarnos de aquí. Mañana, y
en este mismo sitio, si os parece, reanudaremos nuestra pláticas.
Euzko Deya, Buenos
Aires, Mayo 10 de 1943.