ENSAYO SOBRE EL
RETORNO
¿Qué le parecería,
amigo mío, si filosofásemos un poco sobre nuestra vuelta a Euzkadi? Creo
que es oportuno hacerlo: nuestro viaje ha durado mucho, estimo que lo
suficiente como para que se hayan cumplido los fines que determinaron a la
Providencia a lanzarnos a peregrinar. Estos no eran otros, tengo para mí,
que el enseñarnos a conocer fundamentalmente a nuestra tierra. Sí, amigo
mío, no me haga Ud. ese gesto: la verdad es que allí la conocíamos aún
bastante imperfectamente. Pero ahora, ya es otra cosa; ahora quiero decir
que, cuando cumplamos la última etapa de nuestro viaje en nuestro propio
país, estaremos en condiciones de hacer de éste, con todas las
garantías de solidez y duración, la nación libre y digna con que hemos
soñado siempre.
Pensamos, pues, en la
vuelta. Porque nosotros somos de los vascos que vuelven. No venimos a
América, o a otras partes del mundo, a hacer dinero o a cumplir cualquier
otra hazaña, y a afincar aquí. No; venimos por la vil razón de que
poderes extraños nos echaron de nuestra tierra, razón que de vil se
convierte para un vasco en capital en el sentido de hacerle volver a ella,
por encima de todo. V hemos de volver, además, porque cuando nos hicieron
dejarla estábamos precisamente entregados con alma y vida a una tarea
sobre todas noble; la de hacer de nuestra Patria, en todos los órdenes,
una tierra que ninguno de sus hijos digno, del nombre de tal, pensase en
abandonar con carácter definitivo. Y como de ese empeño no hemos
desertado un minuto, a pesar de nuestra ausencia, y, menos que nosotros,
la inmensa masa del pueblo sufriente que allí quedó, y como algo me
está diciendo acá dentro —el fundamento lo ignoro— que ya los días
de la opresión están contados, vayamos meditando un poco en la vuelta
porque el hacerlo, por vía de preparación, creemos que vale la pena.
Y primeramente, digo,
¿qué encontraremos allá? Llevemos el ánimo bien preparado a los
cambios profundos, así en lo espiritual como en lo físico. En este mismo
aspecto que parece el menos susceptible de mudanza, hagámonos desde ahora
a la idea de que el pueblo a que volveremos, no es exactamente el que
dejamos. El paisaje que nos era familiar no será ya quizá el mismo,
porque, sin darnos cuenta, habremos cambiado de ángulo de visión y de
sentido de perspectiva. Y ni el río de nuestro pueblo natal será el
mismo río, dando en esto la razón al viejo Heráclito, ni los montes
serán ya los mismos montes, talados, tal vez, o transformados de otra
suerte. Habrá muchos, y éstos serán bien desgraciados, que al buscar su
casa natal, ni rastro encuentren de ella. Este correrá a donde estaba la
placita que fue el escenario de las
maravillas de su infancia y ya no la podrá ver rnás; aquél que durante
todos estos años había hecho eje de sus sueños aquella fuente, aquella
esquina, aquel rincón, girará desesperado al ver que le han sido
arrebatados para siempre.
Claro es que serán
muchos —¡ojalá lo fueran todos!— los que tornarán a gozar de sus
tesoros, corno serán muchos también, y entrarnos en otro terreno, los
que hallen intactos sus círculos familiares y de amistad, pero aquellos
otros tantos que al volver ya no encuentren esperándolos unos brazos de
madre que bastan ellos solos para guardar toda la esencia entrañable de
la casa, la familia, el pueblo, la tierra y la vida entera, y aquellos que
perdieron no sólo su familia, sino además esos amigos de siempre que son
una prolongación familiar. Todos los que volvemos nos encontramos con una
generación entera crecida en nuestra ausencia que nos desconoce y a la
que en absoluto conocemos. Pero no sigamos más por ahí, y vayamos hacia
la segunda y más enjundiosa de estas cuestiones, ¿cómo nos
encontrarán?
Aquí tenemos que
considerar dos hechos: uno d del arribo que nos queremos figurar en masa a
Euzkadi de esíos cientos y cientos de familias vascas muchísimas de
ellas nuevas o casi que esperan impacientes la señal del retorno, y en
segundo lugar el choque espiritual inevitable, al menos en los primeros
momentos, entre la Euzkadi Peregrina y la Sufriente. Porque ésta verá
llegar a gente distinta de la que aguardaba y, por nuestra parte la
tragedia será que, pese a nuestras previsiones, nunca nos podremos dar
bien cuenta de lo diferentes a nosotros mismos que estos años de
destierro nos han tornado.
No estará, pues, de
más que nos vayamos haciendo a éstas o parecidas meditaciones para que,
cuando el momento llegue, podamos siquiera decir algo como esto:
"Compatriotas:
cuenta Chesterton en uno de sus maravillosos ensayos que estando un día
en su amado rincón de Battersea, haciendo el equipaje para unas
vacaciones, entró en su habitación un amigo que le preguntó a dónde
iba. Chesterton le explicó, tan elocuente y paradójicamente como él
sabía hacerlo, que su destino era Batíersea mismo. Era cierto que
partía vía París, Belibrt, Heilderber, Francfort... pero este vagar por
el mundo no tenía, en definitiva, otro objeto que el de encontrar una
isla que se llama Inglaterra y en ella un lugar placentero llamado
Battersea de cuyos encantos habría de gustar como nunca con sus ojos
renovados por ese vagar.
"Pues bien,
compatriotas, también un día nosotros salimos de Euz-kadi. Y si nos
preguntáis cuál era nuestro destino os habremos de decir que,
ciertamente, Euzkadi mismo. No importa que en nuestras maletas podáis ver
a docenas la estampa de las aduanas de Europa, África y América.
Nosotros, viajeros forzosos, no salimos a ver las hermosas ciudades
europeas cargadas de civilización, ni las africanas saturadas de
misterio, ni las de América, febriles de progreso: no, lo que nosotros en
nuestro viaje hemos buscado es Euzkadi y he aquí que la hemos hallado
para siempre. Es cierto que la miramos ahora con ojos nuevos, pero si
vierais con qué ojos tan vivos, tan despiertos, tan henchidos de
entusiasmo y de pasión. Os aseguramos que os podemos decir de ella muchas
cosas que vosotros no habéis visto jamás. Es verdad que en muchas
también la encontramos diferente, pero estamos seguros de que esas
diferencias como otros aspectos que sólo la vida conjunta enseña,
vosotros hermanos, nos lo habéis de explicar muy bien para que entendamos
y amemos todo lo que digno de comprensión y amor sea.
"Y de este modo la
trágica experiencia, diversa en los modos, pero en el fondo común a
todos, nos servirá a unos y a otros para identificarnos más y más en el
amor de nuestro pueblo y para entre todos construir sólidamente una
Patria bella y próspera, libre y digna. Una patria de la que no tenga que
salir jamás ningún vasco por imperio de la tiranía extraña y de la que
no tenga que emigrar nunca uno de nuestros hermanos por la compulsión,
aún más odiosa, de la injusticia, el hambre o la incomprensión culpable
de sus propios compatriotas".
Euzko Deya, México,
Mayo 1 de 1953.