La obra que aquí se presenta es una recopilación de los numerosos artículos aparecidos en publicaciones periodísticas (diarios y revistas), conferencias en el Paraninfo de la Universidad de Montevideo y salas de actos de los Centros Vascos, en plazas públicas, charlas radiofónicas, e incluso discursos fúnebres, algo poco usual, y que a lo largo de su vida en Exilio, Amezaga , Vicente de Amezaga Aresti, fue publicando y exponiendo como parte de su enérgica protesta por la libertad de nuestro país y en defensa de nuestros valores culturales. Los detalles de su biografía están contenidos junto a los de su extensa producción literaria en la nota bio-bibliográfica que adjuntamos, de cuya elaboración damos datos pertinentes para su comprensión y manejo, así que no vale la pena la reiteración. Queremos destacar, sin embargo, los siguientes enfoques que creemos necesarios para el análisis y la comprensión de la obra y personalidad de Vicente de Amezaga, y de su tiempo histórico.
LA FORMACIÓN DE SU PERSONALIDAD. SUS CIRCUNSTANCIAS.
Enmarque histórico: las guerras carlistas. La Bizcaia industrializada de finales del siglo XIX. La protesta nacionalista vasca. La Gran Guerra, 1914-18. El auge del Nacional-Socialismo. Los vascos y el Estatuto de 1936. La Guerra Civil y el éxodo vasco.
Vicente de Amezaga nace en Algorta, puerto marinero de Bizkaia, cercano a Bilbao, un 4 de julio de 1901, último hijo de Pedro Amezaga Aba-roa y María Aresti Sustatxa. Acababa un siglo, el XIX, cuajado de acontecimientos para los vascos, España en general. Empezó con la invasión napoleónica a la Península, seguida de la pérdida de América (salvo
Cuba) tras sangrientas guerras, y continuó con dos grandes confrontaciones: la Primera Guerra Carlista o la de los Siete Años (1833-40) y la Segunda Guerra Carlista (1872-76) entrelazadas ambas con continuos alzamientos militares. Son las sacudidas sociales y políticas de un siglo en el que se derrumba por una parte, el Imperio Español, y por la otra, en la que nos concierne, parece acabar con las libertades vascas que, a través de la historia, se han ido conservando pese a sufrir continuas vulneraciones. La más importante, la separación de los pueblos vascos de un tronco común, para continuar una vida histórica desmembrada, uniéndose a la Corona de Castilla o a la de Francia, pero manteniendo a lo largo de esos siglos de separación, la idea de una fraternidad común a causa de su historia, lengua, leyes y costumbres.
No en vano, los cuatro pueblos vascos peninsulares, (ayudados enérgicamente por los pueblos vascos continentales) luchan conjuntamente en las guerras del s. XIX, adictos fieles a la causa carlista que promete la salvaguardia de sus fueros, o leyes antiguas. La pérdida de los mismos en las contiendas militares, a causa de la derrota y la traición, provoca dolorosas crisis en el país. Por una parte, la evacuación en masa de jóvenes hacia América. Lo hacen en parte por el deseo de evitar el "impuesto de sangre" o el servicio militar, impuesto por los gobiernos centralistas, y en esto, forman causa común con los vascos de la parte francesa, y en parte por la inmediata recesión económica que sigue a la última guerra carlista (1872-76)..
Sin embargo es esta guerra última del revuelto XIX, la que va a acelerar un proceso industrializador en Bizkaia, preferentemente, a causa de sus minas de hierro, transformando una economía agraria, rural, bucólica, en una moderna y potente economía industrial. En la mitad de esta crisis de cambios bruscos y profundos, que afectan de tal modo a la sociedad vasca, es cuando Sabino Arana Goiri (1865-1903), hijo de carlistas (su padre, Santiago Arana, Diputado Foral, fue deportado a causa de sorprendérsele con un alijo de armas para la causa carlista) proclama un 3 de julio de 1892, en el caserío de Larrazabal, sus postulados nacionalistas, creando poco más tarde el Partido Nacionalista
Vasco, un periódico, "El Bizkaitarra", y comenzando la publicación de una obra abundante que abarca campos diversos: el puramente literario y novelesco, el histórico, el gramatical y, desde luego, el político. Siendo Arana Goiri Diputado Foral, y en 1902, es reducido a prisión por razón de un telegrama de adhesión al presidente Roosevelt a causa del fin de la guerra de Cuba, que tan profunda amargura causaría en el pueblo español. Cuba era junto a Filipinas, el último baluarte del imperio, aquél que en los tiempos del emperador Carlos no veía ponerse el sol. Arana Goiri es defendido por un brillante y joven abogado navarro, Daniel Trujo, primer profesor laico de la recién instalada Universidad de los jesuítas en Deusto, padre del más tarde Diputado a Cortes y
Ministro de Justicia de la República, Manuel de Irujo, mucho más tarde vinculado por parentesco con Amezaga, para enorme satisfacción de ambos.
Pero ahora estamos detenidos en 1902 y por ese tiempo Amezaga había nacido y su padre, Pedro, se adhiere a la causa nacionalista. Conoce a Sabino Arana Goiri personalmente y comulga con sus postulados. En este ambiente nacionalista, activo, romántico y reivindicador, Vicente de Amezaga comienza su andadura vital.
Pero los treinta y seis años del siglo que coinciden con los treinta y cinco de la vida de Vicente de Amezaga, son años trepidantes para Europa, para el Estado Español, y para Euskadi. En 1914 y hasta el año 18, dura la Primera Guerra Mundial, llamada también la Gran Guerra, con el fracaso final de Alemania y la firma del Tratado de Versalles. Europa conoce una nueva peste, más benigna cierto es que anteriores flagelos, pero que causa enorme mortandad: la gripe española, que ha de llevarse a dos hermanas de Amezaga. La democracia parlamentaria inglesa se debate ampliamente en las prensas del mundo que, por cierto, comienzan a asomar su poder como cuarta columna de la democracia, hoy aceptado, entonces apenas previsto; como lo sería la aviación, componente militar nuevo al final de la guerra del 14, decisivo poder en la Segunda Guerra Mundial. Fulminante poder en la última que acabamos de presenciar, la Guerra del Golfo. Las revoluciones rusa y mexicana son revulsivos de profundos e inquietantes males sociales, exponente de las nuevas doctrinas marxistas, renovadoras aunque sangrientas formas del viejo orden que acaba en el mundo occidental, y que, a su manera, toca los extremos de Asia y África, marcando el principio del final del colonialismo.
En Italia y Alemania crecen los movimientos nacional-socialistas con aceptación de sus postulados por una gran masa de sus pueblos respectivos y con empuje y determinación por sus dirigentes. Alemania ve morir su República de Weimer nuevamente pero parece que el resentimiento de la rendición de Versalles es mayor, entonces, que la visión clásica del poeta de sus poetas: Goethe. Estados Unidos se perfila como una potencia, pese al crack económico del 29 que hizo estallar las bolsas y economías mundiales, aunque aun es receptor de una inmensa masa de emigrantes, devenidos de la depresión europea. Y en España, la dictadura de Primo de Rivera, que había durado hasta entonces, acaba, arrastrando tras sí a la monarquía tradicional, para instaurarse la Segunda República, en 1931. Se forman las Cortes Constituyentes, se redacta la Constitución, y el jolgorio democrático apenas deja vislumbrar la gran desdicha de su final. Se otorga el Estatuto de Autonomía para Cataluña, tras los cumplidos debates en las Cortes, lo que por primera vez una nación entera sigue por radio, atentamente.
En Euskadi los años de la dictadura se viven activamente. Pero la explosión nacionalista que sucede a la caída de Primo de Rivera no tiene antecedentes ni paralelos históricos en el país. La creación del Partido Nacionalista Vasco y más tarde de Acción Vasca así como el Sindicato Vasco ELA-STV, la activa prensa nacionalista y, al otro lado del espectro, la pujanza del Partido Socialista cuyo líder Indalecio Prieto agrupa, en su agria y sincera protesta, a todos los inmigrantes de la orilla izquierda del Nervión (extremeños, andaluces, gallegos) arribados a Bizkaia a fin de siglo por la promesa de una vida mejor que la de sus tierras hambreadas y descuidadas por tiempos seculares; la voz de protesta hecha mujer de Dolores Ibarruri que convoca a una revolución social para los obreros del carbón y del hierro y de las empresas dinamiteras de Bizkaia, y con ella por primera vez, la acción de la mujer en la política nacional.
Si el Gobierno de la República concede el voto a la mujer e integra en sus gabinetes a mujeres honorables, las mujeres vascas se lanzan a la participación política en un movimiento de enorme pujanza, Emakume Abertzale Batza, con varias mitineras en la cúspide de su organigrama, y un movimiento de base que de tan potente es extraordinario en sus afanes múltiples: transmisión del euskera, enseñanza de las danzas tradicionales, confección de roperos para las mismas, y fiel componente de las manifestaciones masivas que convocan las fuerzas políticas para la rúbrica de sus exigencias.
El Partido Nacionalista Vasco, tras diversas conmociones interiores, queda fuertemente revitalízado, se lanza a la lucha por el Estatuto. Hombres como José Antonio de Aguirre (amigo íntimo de Vicente de Ameza-ga); Manuel de Irujo; el alcalde mártir de Estella, Fortunato Aguirre; Jesús María de Leizaola, Luis Arana Goiri, hermano de Sabino Arana, y un largo sinfín de personalidades ilustres, forman la vibrante fuerza que trata de convocar la unión de los pueblos vascos peninsulares en un Estatuto Único de Autonomía. Revivían los anhelos del carlismo tradicional, (no se puede olvidar que en plena Segunda Guerra Carlista se fundó una Universidad en Oñate para los 4 pueblos vascos asociados en la contienda militar) y aún más, llegaban con sus exigencias a sorber en las esencias del viejo reino vascón, el primer reino pirenaico, el de Navarra, con una total presunción de unidad vascónica. Pero ésta, debido a falsedades e intereses tanto de la derecha tradicional como de la nueva izquierda, no culminó. Fue la primera de las catástrofes que habrían de soportar aquella generación de titanes esforzados en su visión y anhelo de unidad vascas, fuertemente compartidos por la gran masa nacionalista.
Por entonces se forjaron las efemérides patrióticas que Amezaga habría de recordar puntualmente en sus artículos durante los treinta años de
su exilio.
Se instituye el día de Aberri Eguna o día de la Patria Vasca, haciéndolo coincidir con el día de Pascua de Resurrección. El sentido religioso, tan potente en el pueblo vasco por entonces, al nuevo sentido nacional tan explosivo, logran una combinación de factores tan poderosa que tal día habrá de celebrarse en el Exilio rigurosamente en cada uno de los Centros Vascos, y es en la Euskadi interior (como se la denomina desde el exilio exterior) en donde ha de prender la chispa de las primeras rebeldías contra la dictadura franquista.
Además del Aberri Eguna, con sus manifestaciones populares, sus desfiles de ikurriñas, sus canciones vibrantes y sentimentales, (se ensaya en el país una nueva bandera y un himno nuevo, creados por Arana Goiri, quedando estampados para siempre en la tradición) se van añadiendo nuevos datos al calendario vasco que esta generación forjó para nosotros: el día de San Ignacio, patrón de Bizkaia y Gipuzkoa, el de San Francisco Xabier, patrón del Euskera, el de San Miguel de Aralar, patrón de toda Euskadi. Se añadía la fecha de abolición de los Fueros Vascos, tristemente recordada por todo el país. Estas fechas y otras más serán fielmente celebradas al modo que ellos impusieron: misa especial con cantos sagrados, prontamente con las letras traducidas al euskera en cuanto la iglesia permite el uso de las lenguas vernáculas en las celebraciones, gran festejo de danzas populares y floreo de bertsolaris, juegos de pelota y finalmente un acto mitinesco en sus variantes: o puramente político o cultural. Ame-zaga en sus años de exilio participó con su voz y su pluma de cada una de estas celebraciones que hermanaban a los Centros Vascos Americanos, y los comunicaban con Euskadi. Se cumplía así, rigurosamente, con la intención primordial nacionalista de unión.
El Estatuto de Autonomía es conferido por las Cortes de una República amenazada de muerte por la sublevación militar de Marruecos, en 1936. Inmediatamente se organiza Gudarostea, es decir, el ejército vasco, bajo la dirección de Juan Ajuriaguerra, hombre clave en todo el movimiento vasco de resistencia posterior, y tras los primeros bombardeos, la evacuación de los niños a lugares más seguros y fuera de Euskadi. Aunque eí Estatuto se otorga para Álava, Bizkaia y Gipuzkoa, debe advertirse que las tropas falangistas eran dueñas a finales de 1936 de Navarra, Gipuzkoa y Álava, y parte de Bizkaia, que defendía su libertad, pertrechada tras el famoso Cinturón de Hierro, y en la estrecha franja de su costa. Costa, por otra parte, vigilada por los acorazados de la Marina de Guerra española.
La población de Bizkaia estaría sometida hasta julio del 37 a continuos bombardeos, a la presión internacional que bloqueaba sus costas, y al hambre y al desasosiego que tales medidas contraen. Sin embargo, el Gobierno Vasco constituido por las diversas fuerzas políticas del país (desde los nacionalístas a los comunistas) supo mantener un orden civil adecuado a las circunstancias, y un respeto a lo que representaba.
Tomada Bilbao por las fuerzas de Mola, en julio de 1937, el pueblo vasco se desborda en un Exilio masivo que el Gobierno de Euskadi intenta organizar en la medida de su capacidad. Colonias de niños en Francia, Inglaterra, Bélgica y aun en Rusia, hospitales para los heridos y los enfermos y las mujeres que daban a luz, como La Roseraie, en la Euskadi continental, y en fin, un Gobierno Vasco en
Exilio, radicado en París (excepto en los años de la Guerra Mundial), para seguir protestando y defendiendo la causa de la libertad del Pueblo Vasco, que era tanto como la de su sobrevivencia.
En todas estas acciones estuvo involucrado Vicente de Amezaga. Como organizador de Colonias de Niños, dirigiendo la de Donibane Garatzi, la que una vez fuera capital del Reino de Navarra, cuando su conquista por las tropas del Duque de Alba, en 1512, pequeña población perdida en las montañas de la Baja Navarra, con su castillo anacrónico, en donde los niños pudieron dormir, comer y respirar para comenzar otra nueva andadura. Como secretario particular de Jesús María de Leizaola, en la Delegación de París. Finalmente, como escribiente de tanta penalidad y sueño roto en las manos como cargó encima esa generación.
Sus cargos políticos o administrativos, excepto el de Director de Enseñanza del Gobierno Vasco, no fueron relevantes. Pero sí lo fue su actuación como escritor polémico muchas veces (su discusión con Salvador de Madariaga en la prensa venezolana levantó revuelo), y las más como conferenciante de temas culturales e históricos, aunque sus dotes de organizador fueran tantas veces probados con eficacia. Al Euskal Erria de Montevideo le confirió vida nueva a raíz de la celebración de la Gran Semana Vasca de Montevideo (en cuya organización junto a José María Lasarte estuvo íntimamente involucrado), así como dotó de calidad intelectual a su cargo como secretario del Centro Vasco de Caracas.
Durante su paso por la secretaría, Amezaga consiguió una labor tanto diplomática invitando a personalidades de la vida pública venezolana, como editorial (publicaría tres revistas conmemorativas) sin parangón en la propia historia de este Centro. Pero aunque fuera un hombre afiliado en la obediencia al Partido Nacionalista Vasco, su obra y su vida deben examinarse siempre y ante todo, en un contexto cultural más que político, aunque fuese el elemento político la levadura que logró la hechura de semejante quehacer.
LA FORMACIÓN HUMANÍSTICA DE VICENTE DE AMEZAGA
La educación de Amezaga era totalmente humanística. Su padre, su abuelo, su hermano Ramón, eran hombres de lectura, de palabra abundante y pluma fácil. Su hermano Ramón se dedicó más a la creación literaria pura, es decir, a concebir obras de teatro y cuentos. En este aspecto Vicente de Amezaga avanzó en los últimos años de su vida, pero su preferencia se marcó, a lo largo de la misma, por la traducción literaria, por los artículos periodísticos de opinión, por los esbozos biográficos, y ya al final de su vida, en Caracas, por las reseñas bibliográficas, cuando su trabajo de investigador histórico, absorbía su entusiasmo.
Sin embargo, Amezaga escribió poesía en abundancia, aunque fuera tan íntima que se negara repetidamente a publicarla, aunque algunos de sus poemas hayan sido ya impresos en primer lugar en la obra de Arantzazu Amezaga "Alsina. Pasajeros de la Libertad", (Idatz Ekin, 1982) y para alumbrar detalles de su biografía, por Mirentxu Amezaga, su otra hija,
"Ñere Aita" (Txertoa, 1991). y en Diciembre 2008, en un
unico y completo sitio en Internet, que lleva su nombre, http://vicenteamezagaaresti.blogspot.com/,
en el cual su ultimo hijo Xabier Iñaki Amezaga, ha reseñado su vida, y
publicado toda su obra, entre las cuales estan publicadas todos sus poemas
en vasco, en forma cronologica, asi como la totalidad de sus libros
publicados, todos sus Articulos de prensa en los diferentes Periodicos de
los diferentes Paises donde vivio, asi como se reseña todas las
conferencias que dicto
Amezaga siempre se quejó con amargura de que no existieran universidades públicas, abiertas, democráticas en el país. Fue una queja constante a lo largo de su vida, y aunque la universidad de los jesuítas en Deusto mereció su consideración, no dejaba de ser una Universidad de élite y dedicada al impulso empresarial e industrial, mucho más que al abono del campo humanístico. El prefirió, para cursar su carrera de Derecho, trasladarse a Valladolid. No estudió su carrera de un modo convencional: presentaba sus exámenes, preparados cuidadosamente en la soledad de su celda de estudio, en su casa de Algorta, que poseía algo que no era frecuente en los hogares vascos de principios de siglo: una copiosa y bien ilustrada biblioteca familiar devenida de las generaciones anteriores, atentas a la cultura, y propiciada por su madre, María Aresti, quien poseía una educación poco común para las mujeres de su tiempo. Amezaga fue un lector infatigable desde sus comienzos, poseedor de una gran memoria, fue iniciándose en la cultura vasca como "un viajero solitario", a su decir, y mediante el conocimiento de personajes que marcaron estampa en su personalidad íntima, la más destacada la de Orixe', con quien tuvo trato.
Conoció a bertso-laris por ios cuales tuvo predilección especialísima, entre ellos a Kepa de Embeita quien sirvió más tarde para una de sus mejores conferencias, siguiendo afanoso la obra de Lauaxeta2, poeta mártir en las cárceles de
Gasteiz. A los bertsolaris dedicaría un poema entrañable que conservo manuscrito y cedo a la tentación de transcribirlo:
Canta a la patria tierra, al verde prado, a la argoma, al helécho, al roble erguido, al maizal y al manzano florecido, grato anuncio del zumo codiciado.
Canta al mar que en sus ondas lo mejor de la raza canta a la libertad en que ha nacido y al hogar de los siglos heredado.
Son del vino y el agua sus canciones. De los oficios lo feliz y adverso, las comunes disputas y opiniones...
todo en su agudo ingenio se hace verso. Y al escucharlo en la poblada plaza se alegra en él el Genio de la raza.
Quiso ir una vez a Pamplona para conocer a Arturo Campion, legendaria figura literaria y científica de la lengua vasca que él admiró profundamente y cuyo personaje, Pedro Mari, tan hondas connotaciones motivó en su espíritu una vez en el exilio. Pero entonces, las comunicaciones no eran tan fáciles, y su deseo, como tantos otros, quedó inconcluso por la guerra civil y su exilio posterior.
Dice Paul Goussac... "acaso no exista documento tan significativo de nuestro carácter y de los hábitos mentales y ambientes, como la averiguación de los libros que hemos preferido y admirado". Cierta es tal cosa y aún más en el caso de Amezaga.
Para conocer como se ha forjado un hombre hay que saber qué columnas sostienen los hábitos de su conducta, el consuelo de sus soledades más íntimas, el recreo que se procura de modo más inmediato, y el conocimiento que adquiere de los demás para completar su propio alcance intelectual. Así que pasemos al siguiente apartado.
LAS BIBLIOTECAS DE VICENTE DE AMEZAGA
Cuatro fueron las bibliotecas que a lo largo de su vida acompañaron a Amezaga. La primera y fundamental, la de la casa de sus padres, que debió ser rica y abundante, aunque no quedan rastros de la misma. Proli-feraban los libros de religión (Pedro Amezaga tenía profundas inclinaciones religiosas), y los de literatura clásica además de vidas de santos cristianos, entre las que debieron destacar la de Vicente de Paul (cuya advocación llevaba Amezaga ), la de San Francisco de Asís (con hábito de la orden terciaria enterraron a Pedro Amezaga), y San Francisco de Borja. Los Vicentes y Franciscos del Santoral cristiano, como gustaba repetir. Junto a estas biografías cristianas en castellano, había pequeños devocionarios en euskera. Hablaba de Kardaberatz y su "Euskerare'n berri'onak" que aunque imperfecto en su euskera era el primer registro de retórica vasca. Y de Sebastián Mendiburu, el otro jesuíta, traductor de devocionarios y elocuente predicador.
Sus obras "Jesusaen biotzare'n debozo' a" y "Otoitz gaiak", en ediciones una de 1747 y la otra de 1759, como gustaba comentar con precisión bibliográfica, obras en las que, aunque el léxico no fuese puro, con creces se superaba por la riqueza de su verbo y la elegancia de su sintaxis. Aquellos traductores eran favoritos de Amezaga para incursionar en el euskera antiguo, y los echó en falta en su Exilio. A Mendiburu, especialmente, que era además un elocuente predicador, le tenía predilección especial. "El dulce Mendiburu" le nombraba y recordando su pena de exilio, como la propia, pues conoció el exilio (al ser expulsada la Compañía de Jesús por Carlos III el Ilustrado) y fue a morir en Bolonia.
Recordaba una edición de "Oero" de Axular, obra inmortal en nuestra lengua como solia comentar. Y las pequeñas gramáticas o glosarios en varias lenguas incluso en tagalo que allí, en desorden, se amontonaban. Esto se explica porque sus antepasados fueron capitanes de navio y comerciantes. Posiblemente tuvieron la necesidad de entenderse con gentes y pueblos ajenos, y ya aquellos Amezagas antecedentes buscaron el auxilio de los libros. Y dos gramáticas esenciales para la introducción al estudio de la lengua vasca, la "Gramática de los cuatro dialectos literarios de la lengua eúskara" de Arturo Campion, publicada en 1884, y el "Manual de Conversación Castellano-euskera" de López Mendizabal. En 1905 sale a la luz el "Diccionario Vasco-Español-Francés" de don Resurrección María de Az-kue, el cual adquiere mi abuelo prontamente. Comentaba del diccionario de Añibarro "Voces vascongadas...", del de Aizkibel Epelde "Diccionario Basco-español, Ilustrado", y también del de Astigarraga y Ugarte "Diccionario manual bascongado y castellano con sus elementos de gramática", así como del "Diccionario manual basco-castellano, castellano-vasco" de Novia de Salcedo, la mayoría publicados por la Imprenta de Eusebio López, luego López Mendizabal, de Tolosa.
En esas gramáticas y diccionarios comenzó Amezaga sus aprendizajes filológicos, tanto en euskera como en cada una de las ocho lenguas que llegó a dominar. Cuando comentaba de estos libros vetustos en su exilio, casi semejaban, a mi entender, como espectros de barcos desarbolados y a la deriva en un mar confuso y nebuloso. Muchos años habrían de pasar hasta poder tener entre mis manos, jubilosa, como bibliotecaria del Parlamento Vasco, esas joyas bibliográficas que fueron el soporte y la salvación de nuestra lengua nacional. Su detallado fichaje bibliográfico puede encontrarse en el Catálogo Bibliográfico n." I y VII de la Biblioteca del Parlamento Vasco, publicaciones que tuve el honor de dirigir.
Solía comentar que consultaba frecuentemente la "Enciclopedia Ilustrada Hispano Americana", y el "Diccionario Geográñco-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar", elaborado por Pascual Madoz. Fue un consultor devoto de los mismos para los datos históricos, geográficos, los detalles biográficos. El investigador que había en él, y que solamente al final de su vida se desarrollaría plenamente, inició así su andadura. La Enciclopedia, que no el Madoz con todos sus 17 tomos empastados en cuero color tabaco como gustaba repetir, se salvó de la quema de libros que su madre, con el corazón contrito, hubo de hacer en su casa de Algorta, horas antes de la entrada de los nacionales en el pueblo, y permanecía, según mis últimos datos, en un convento de Portugalete. Hoy es una obra curiosa, antecesora de la Espasa y por ella cubierta.
Comentaba de la labor de Julio de Urquijo, fundador en 1907 de la "Revista Internacional de Estudios Vascos", y en sus palabras "esfuerzo laudabilísimo para la difusión del conocimiento serio del idioma vasco", y desde luego cuanto en medida gigantesca hiciera el propio Sabino Arana Goiri en su corta vida, y que deja como heredero de su escuela euskeralógi-ca a don Luis de Eleizalde, autor de "Morfología de la conjugación vasca sintética", y continuador de la revista de alcance cultural "Euzkadi", fundada por Arana Goiri. Todos estos esfuerzos realizados en plena juventud de Amezaga, en el año 1918, logran la constitución de una Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia, cuyos cuatro primeros encargados de instaurarla, darle vida y movimiento son precisamente estos cuatro gigantes de nuestra cultura: Arturo Campion, Resurrección María de Azkue, Julio de Urquijo y Luís de Eleizalde. Andando el tiempo, a Amezaga se le concede el honor de ser miembro de la misma.
Durante la guerra en Euskadi, cuida de la biblioteca de Lezama Legui-zamon, rico hombre bizkaino, sonoro apellido de antiguos banderizos de Bizkaía, asociado a la causa monárquica. Se trataba de evitar el incendio o pillaje de la misma (aunque no hubo tentativas en ese aspecto y mucho más tarde se incendiaría fortuitamente) y consultó su material con deleite. Al parecer estaba cuidadosamente organizada y contenía grandes maravillas bibliográficas. Aunque no pudo dedicarle tiempo, Amezaga consultó muchos libros de índole vasca que marcarían su pensamiento para siempre. Ya en el exilio, instalado en París por lo que resultó un tiempo de dos años, Amezaga comenzó ia fundación de otra biblioteca, la primera de las tres que podrían titularse personales.
Compraba libros en el mercado de las Pulgas de París, y acumuló con esmero obras de contenido clásico, griego y latino, con sus magníficas traducciones al francés, idioma del cual ya era buen conocedor. Esta biblioteca, sin duda exigua pues el tiempo de vida en París es de dos años, queda abandonada con todos los demás muebles y utensilios de su apartamento en la Ciudad Luz, en 1940. Ninguno de los libros que allí dejó los recuperó jamás.
Ya en Montevideo, Uruguay, emprende la construcción, desde la nada, de una excelente biblioteca forjada en sus laberínticos escarceos en los libreros de viejo, a los cuales era inmensamente apasionado. Estos libreros, en su mayoría de nacionalidad española y grandes amigos suyos, obtenían los libros de bibliotecas vendidas en bloque por herederos que no les interesaba mantener ese material maloliente de papel viejo. Como el elemento vasco en América era abundante, Amezaga logró armar un apartado dedicado a la cultura vasca, muy importante.
Su contacto con Andrés de Irujo, hijo de Daniel y hermano de Manuel, cofundador de la Editorial Ekin en Buenos Aires con Isaak López Mendizabal, el editor de Tolosa, también fue provechoso para la ampliación del material bibliográfico que ambos obtenían de diversos modos. La completa colección de Ekin, con sus títulos variados en el arte, cultura, historia y derecho vasco, fue columna vertebral de su biblioteca, además de los libros de viejo que iba obteniendo, y el rescate de antiguos libros clásicos. La parte de su biblioteca dedicada a la literatura clásica y a la inglesa, del cual era apasionado lector, era francamente importante.
Al abandonar Montevideo, Uruguay, la biblioteca entera se vació en 21 cajones de madera, cuidadosamente sellados por nuestra madre, y nos acompañó en nuestro viaje por mar hasta Santurce. Y de Santurce, nuevamente al puerto de La Guaira, Venezuela,
que iba a constituir su cuarta y definitiva biblioteca en su exilio de Venezuela, con enorme alegría. El primer cajón que abrió y dispuso en unos anaqueles que él mismo fabricó (era un excelente carpintero),
con ayuda especialemnte de su hijo menor aquien apodaba su Pinche
Besó con infinito amor su "Prometeo Encadenado" como acción inicial. En los catorce años que vivió en Venezuela, su biblioteca conoció una gran expansión. Amplió el contenido vasco con libros y revistas que le llegaban del propio país (sus hermanos se los procuraban), inició un importante bloque de historia, y compró diccionarios, más modernos, en las diversas lenguas que manejaba.
Varios libros fueron capitales para él, y en su biblioteca tuvieron asiento de honor. Una edición del Fuero de Bizkaia de la Biblioteca Vascongada, fecha 1897, de tapa azul. Siempre arriba de su escritorio, a la derecha, con el poema de Tirso de Molina apoyado en una contraportada y que gustaba recitar a menudo y no puedo menos que transcribir:
"El Árbol de Gernika ha conservado/ la antigüedad que ilustran sus señores/ sin que tiranos lo hayan deshojado/ ni haga sombra a confesos ni traidores En su trono, no en silla real sentado/ nobles, puesto que pobres electores/ tan solo un señor juran cuyas leyes/ libres conservan de tiranos reyes/.
Otro, su libro de oración en euskera, un misal romano cuyo detalle bibliográfico es el siguiente: "Olabide'tar Erraimun, S.J. Itun Berria Bil-bo'n, Yesure'n Biotzaren Deya, 1931, 716 p. (Este devocionario me lo regaló cuando nació mi hijo Xabier, su primer nieto, para que le enseñase a rezar en euskera). El diccionario trilingüe (francés, euskera y latín) en edición príncipe, del Padre Larramendi, dos magníficos tomos encuadernados, año 1745, cuya publicación auspició la Compañía Guipuzcoana de Caracas y que en Caracas, en un librero de viejo, consiguió alborozado. Aquel día, cuando llegó con los dos viejos y maravillosos volúmenes bajo el brazo, sin envoltorio, sus ojos azules brillaban de felicidad. Faltó brindar el acontecimiento con champán, cómo lo lamentó, y habló coloquial-mente con sus dos volúmenes. "¿De qué oscuro vientre de cajón venís a mí, viejos amigos?" les preguntaba, exponiéndolos al sol del radiante cielo venezolano, un poco nada más, para que no se le estropearan con la fatiga
de tanta luminosidad.
Había descubierto el filón de la Compañía Guipuzcoana de Caracas y le pareció una señal del cielo. Sobre la mesa de su escritorio (un escritorio de cerezo dorado, estilo colonial americano), descansaban también las ediciones de la gramática y el diccionario vascos de Isaak López Mendizabal, en sus ediciones originales, infinitamente usadas, con todas sus anotaciones. Y la edición de "Prometeo Encadenado", también abarrotada de notas, letras griegas y apuntes.
Se movía entre esos haremos: La ley y la lengua de su país, una enorme religiosidad, y una cultura abierta a lo universal. La biblioteca de Amezaga , al morir, fue entregada por deseo expreso de mi madre a mi hermano Bingen y él la mantiene en Venezuela. Quiso comprarla la Universidad de Nevada que envió un emisario con tal propósito para aumentar y completar sus fondos bibliográficos vascos tan importantes, y recibimos solicitud del Gobierno de Venezuela, por encomienda de la Fundación Boulton. Pero consideramos, a los pocos días de morir Amezaga, que ningún capital ni ninguna consideración podía ser mayor que tal joya bibliográfica, sin desmembrarse, fuera poseída por uno de sus hijos. Puedo calcular que el volumen de libros, a la hora de la muerte de Amezaga , era de dos
mil.
Como dato íntimo y curioso añadiré que dada la escasez de nuestros recursos monetarios por un lado, y a la enorme ilusión que mantenía por formar y acrecentar la biblioteca, Amezaga , que gustaba del ejercicio físico para desentumecer sus músculos, fabricaba las estanterías en madera de caoba, la gran madera de entraña rojiza que dan los altos árboles de Venezuela, encuadernando él mismo los libros más viejos y desgastados, en una acción de amor y ternura conmovedoras. También tenía su propio orden
bibliotecológico.
Tercamente siguió empeñado en su método que, desde luego, no era malo. Los libros estaban organizados rigurosamente por materias, con un apartado para las Revistas (Egan y el Boletín de la Sociedad Bas-congada de Estudios Bascos que recibía del país, y la del Instituto Americano de Estudios Vascos del que fue socio fundador). Se ocupaba de su distribución y no le gustaba que se anduviese sin su permiso en la misma. Nunca hizo fichaje de los libros y creo que no lo necesitaba, pues los conocía bien y encontraba con facilidad la cita requerida, o el pensamiento justo o el mensaje apropiado. Había leido cuidadosamente cada uno de ellos. Solía manejarlos con mucho cuidado pues en cada interior de los libros, Amezaga iba incluyendo artículos de prensa, anotaciones, ilustraciones, que iban adecuados al mensaje del libro, con lo cual cada libro era una pequeña enciclopedia en sí mismo, pero una catástrofe si se lo retiraba del sitio desmañadamente.
No gustaba, sin embargo, excepto en los de estudio gramatical, marcar los libros con ninguna anotación. A lo más, subrayaba con lápiz y débilmente algunas consideraciones que parecían importarle. Siempre que he abierto sus libros, después, he encontrado que estas anotaciones tenian que ver con algún pensamiento bueno o malo, pero referido a Euskadi.
VICENTE DE AMEZAGA EN 1936
En 1936, Amezaga tenía 35 años. Era Licenciado en Leyes, Juez de paz de su pueblo, profesor de Instituto, y preparaba unas oposiciones para notario. Por el Gobierno Vasco fue nombrado Director General de Enseñanza. Es más, había recuperado la lengua materna, el euskera, a base de un paciente estudio en solitario, y obtenido un premio por su traducción de "El Licenciado Vidriera" de Cervantes. Ya desarrollada su fuerte inclinación filológica, conocía gramaticalmente a la perfección el francés, el inglés, y desde luego las lenguas clásicas: el latín y el griego. Esto vale una mención aparte.
VICENTE AMEZAGA Y EL HUMANISMO CLASICO
Fue un enamorado de la cultura y la lengua griega. Repetía incansable que era una cultura que alcanzó la perfección en todos los ámbitos: el arte, la literatura, la arquitectura, el mito. Todo cuanto tocó la mano y el cerebro del hombre griego, dio excelentes resultados. Padres de la democracia que fue un bien que pronto habría de valorar Amezaga como a su propia vida, lo fueron también de la belleza.
Si el Partenón era la máxima expresión del equilibrio griego, el "Prometeo Encadenado" de Esquilo era el exorcismo de la razón contra los terribles miedos que habitan en el corazón del hombre primitivo, y también una advertencia a su audacia. Afirmaba que por leerlo en griego, aprendió la vieja lengua. Y una vez aprendida, comprendió el mundo apasionante de la mentalidad clásica. Era la sonrisa racional de la civilización sobre el apesadumbrado mundo antiguo. Si Esquilo fue su autor favorito y tradujo el "Prometeo encadenado" al euskera, todos los demás autores griegos le fueron familiares y amados. Transcurría por la Antigüedad clásica con facilidad y deleite. La "Iliada" y la "Odisea" de Hornero fueron lecturas que me acompañaron en mi infancia, y sus personajes se trataban como a viejos conocidos. Ulises y su diosa protectora, Atenea, eran sus favoritos.
De Ulises hablará en sus artículos de prensa. En realidad, ahora lo comprendo bien. Ulises regresa a
Ática y a Penélope, regresa. Ni las riquezas, ni el deslumbre de las nuevas tierras, pueden borrar de su corazón el recuerdo de su hogar abandonado por la guerra de Troya. Me enseñó a leer a Safo en una edición de la Colección Austral. Afirmaba que era admirable por su dulzura y ritmo poético, que luego utilizaría Horacio, el latino bien amado, y aseguraba que cuando componía tan bellos versos de amor, Safo se acompañaba con una lira. No me era difícil imaginar a la bella mujer sobre el promontorio de Leuca-des, llorosa de amor y dispuesta a arrojarse en las aguas turbulentas. Luego estaba Píndaro, el grande de los líricos griegos, y su rival Corina, una mujer también. Y los historiadores Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Foli-bio, Estrabon. Y Demóstenes. De Demóslenes había mucho que aprender. Es limpio y sereno, sin ser frío. Su razonamiento va derecho al objetivo, en un estilo vigoroso, impetuoso, pero nunca superfluo, manteniendo siempre la atención del público. Estas fueron consideraciones que Amezaga logró mantener en sus discursos.
Amaba a Plutarco. Al escribir muchos de sus artículos biográficos, creo que la influencia del espíritu de Plutarco, mesurado, amable, aunque carezca de pureza, gravitaba sobre Amezaga. Pero Amezaga reprochaba a Plutarco
que, a veces, se le iba la pluma de entre los dedos, y dejaba volar demasiado a su espíritu, descargando los tesoros de su rica memoria de forma innecesaria. "No hay que emborrachar ni marear al lector. Hay que prodigarle siempre luz pura''.
De la hecatombe de su Exilio, Amezaga sólo pudo salvar el "Prometeo Encadenado" de Esquilo. Lo eligió entre lodos, y ese ejemplar, mil veces manoseado por sus dedos, compulsado con sus notas, lo tengo como joya preciosa entre mis libros. Prometeo no tan solo procura a los hombres, los débiles mortales, el fuego, sino que hace anidar la esperanza en sus corazones, para evitarles mirar con horror a la muerte. Prometeo, el titán, soporta el dolor, desafía a los dioses castigadores, pero confía en recobrar su libertad. No es extraño que fuera su obra favorita. Su mito.
De las fuentes latinas, de las cuales se nutrió abundantemente, hablaba mucho de Cicerón. Quizá, como fue hombre de discurso elocuente, Cicerón se convirtió en maestro del mismo. Tradujo de Cicerón "La amistad" y "La vejez". Pero Tácito, Horacio y Virgilio fueron lectura obligada en su latín original.
Tuvo predilección por Plinio el Joven, por su epistolario, algunas de cuyas cartas tradujo. En la conferencia impartida en el anfiteatro de la Universidad, perteneciente al ciclo organizado por el Servicio de Arte y Cultura del Ministerio de Instrucción Pública del Uruguay, al final, Amezaga hace una confesión íntima, raras veces manifestada por él en público. Dice no saber exactamente por qué elige el tema de Plinio El Joven. Y lo explica como un conjuro y distracción del tema angustioso que ocupa su vida, acogiéndose al remanso de la Antigüedad Clásica. Elige además a Plinio, como un valor de pulcritud moral en un mundo que parece haberlos perdido. Haciendo suya la frase del cordobés Séneca, Amezaga concluye esta maravillosa conferencia con la sentencia que, en realidad, corona su propia vida: "Despreciable cosa es el hombre cuando no se levanta sobre su esfera".
FUENTES CASTELLANAS DE VICENTE DE AMEZAGA
Examinemos las fuentes que nutrieron su limpio castellano. Lo habló de cuna, aunque su madre era euskeraparlante. En esto, su padre actuó como primera y determinante influencia ya que hablaba un castellano sobrio y perfecto, enemigo de todo localismo. Amezaga solía comentar de las veces que su padre le reprendía por alguna palabra intrusa en el severo léxico castellano utilizado en casa, y su tenaz observación de que cada idioma debía ser hablado con el máximo rigor, propiedad y esplendor, ya que la lengua era la expresión de la inteligencia del hombre. En tal sentido, el castellano de Amezaga carecía de "muletillas", aun el coloquial, y de palabras mal sonantes. "Cada cosa tiene su propia denominación y a esa hay que acudir", era algo que repetía.
¿Cuáles eran las fuentes literarias de su castellano? Pienso que la lectura ordenada, paciente, cuidadosa de los dos grandes Luises de la Literatura Castellana. De Fray Luis de León repetía incesantemente aquellos versos:
"Que descansada vida/
la del que huye del mundanal ruido/
y sigue la escondida/
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Fray Luis de Granada fue su lectura obligada hasta el final de sus días. En ambas vertientes lo utilizaba: en la religiosa, con su profundo sentido ascético, y en la gramatical por la limpieza de su expresión.
Era adicto a la lectura de Teresa de Jesús quien, sin embargo, introdujo populismos en la lengua, y gustaba recitar "Los versos nacidos del fuego del amor de Dios que en sí tenía"...
"Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero"
Predilección por San Juan de la Cruz. Su "Cántico espiritual entre el alma y Cristo su esposo" fue lectura obligada de muchas noches de mi infancia cuando ni entendía el significado, pero me deleitaba la recitación limpia y pura de Vicente de Amtzaga de aquel castellano que era extraño a mis oídos, nuevo. El castellano del Uruguay, con su sabor andaluz, cantarino, sin zetas ni jotas, distaba mucho del hablado por Amezaga.
Estos fueron sus maestros primeros y constantes en la lengua que dominaba a la perfección con enorme riqueza de vocabulario y gran señorío. Fueron, pues, los grandes místicos quienes impregnaron su espíritu. De ellos, Amezaga obtuvo el don que funde "lo vivo de la lengua hablada con lo culto del latinismo renacentista y lo poético del estilo bíblico" en acertada frase de Ángel Del Rio ("Historia de la Literatura Española").
Porque Amezaga fue lector ávido de la Biblia, sobre todo de los excelsos apartados salmáticos. Los Salmos fueron oraciones constantes en nuestro hogar. Abría el libro y los recitaba en voz alta, música celestial para mis oídos, y puso especial empeño en que aprendiera lo que él denominaba el mejor de todos los Salmos, y no era del Salterio: el Magnifica! de la Virgen María. También me hacía recitar en voz alta el cántico de Deborah que, me insistía, era un conjunto de unidad de pensamiento, bien establecido, armoniosamente entrelazado.
De Miguel de Cervantes fue lector de sus "Comedias Ejemplares" que me enseñó a leer siendo yo muy niña, quizá descubriendo mi vocación, más inclinada al género novelesco que al rigor académico. Solía leer también partes del "Quijote" y hasta tuvo la tentación de traducirlo al euskera. Pero se limitó a la traducción del "Licenciado Vidriera".
De la generación del 98, la que nutrió su juventud, Amezaga era atento lector de Pió Baraja y de Miguel de Unamuno, pero creo que Clarín se contaba entre sus lecturas habituales. De él pudo aprender el estilo periodístico, ese estilo que debe ser fácil y atractivo para el lector, aunque para el escritor signifique el esfuerzo máximo de concisión: buscar la palabra oportuna, el dato preciso, la idea certera. "Acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar", según la oración de Santo Tomás de Aquino que tanto gustaba repetir y
que incluso la tenía manuscrita sobre su propio escritorio, junto a otra, la más bella de todas, según él, que era la de San Francisco de Asís, por quien tenía devoción.
"Oh Señor, haznos instrumentos de tu Paz. Allí donde haya odio, que nosotros pongamos amor..."
Esta oración la tenía en italiano, y más tarde en inglés, (enmarcadas) traducida por él mismo. Jamás se la escuché recitar en castellano.
De Gregorio Marañen, contemporáneo suyo, Amezaga también absorbió, como hombre abierto a todas las tendencias. Si en Marañón el amor a Castilla, a sus personajes, a su historia, engrandece su obra escrita por cierto en un castellano rico y dinámico, Amezaga converge sus temas al asunto vasco, con la misma facilidad, erudición y gracia. Pero su autor contemporáneo favorito va a ser, sin duda alguna, Juan Ramón Jiménez. Jiménez, hombre a caballo entre la generación del 98 y la del 27, es poesía hecha miel. Amezaga se enamora de Platero incondicionalmente. Platero, una elegía andaluza como la denomina su autor, es como todas las cosas humildes, excelsa. Es un burro pequeño, peludo, suave, como hecho de algodón, dice el poeta, y va trotando alegremente a través de la obra, con su
trotecillo alegre, tierno y mimoso como un niño, pero fuerte y seco como una piedra.
Esta dualidad de Platero le gusta a Amezaga . La hace suya. Es la dualidad de los poetas, diría siempre a raíz de Platero, el burrillo que al morir convierte su alma en una mariposa de tres colores. Lo traduce con amor especialísimo en Montevideo, en 1953. Lamento que la carta autógrafa en la que Juan Ramón Jiménez le otorga el permiso.
La carta era seca, cortante, al estilo de Jiménez. Toda su ternura la depositó en Platero. La dejó ahí, intacta para nosotros. Bueno es destacar aquí que, através de Juan Ramón Jiménez y las traducciones de Zenobia Camprubi, Amezaga accedió a la Literatura Hindú, al extraordinario poeta Rabindranath Tagore, que actuó en la independencia de la India desde su postura de escritor. Era una lectura amable que le apasionaba. Decía que daba paz al espíritu.
El se permitía descansar de tantos trabajos literarios con novelas de aventuras, escritas por Emilio Salgan. Le divertían y relajaban enormemente. Al final de sus días, de ese ciclo oriental, Amezaga dejó traducido del inglés el poema persa de
Ornar Kayham.
De la literatura hispanoamericana en cuyo contacto convivió y a muchos de cuyos autores conoció, Amezaga aprehendió ligereza, cierta alegría en la exposición de ideas, aunque dentro del más riguroso respeto a la gramática. De eso, Amezaga , quizá debido a la influencia paterna, jamás se libró. En Montevideo leyó el "Tabaré" de Juan Zorrilla de San Martín, con deleite, y parangonó la dualidad racial de Tabaré, hijo de blanca e india, con aquella terrible íncertídumbre del "Pedro Mari" de Arturo Cam-pion, de la cual hablaba con frecuencia. También fue él quien me introdujo, al tiempo que los leía, la lectura de los poemas de las grandes poetisas uruguayas como Delmira Agostini, tan sensual, y Juana de Ibarburu, delicia de la vida. Le gustaba la literatura femenina, no sé si en su empeño de hacérmela comprender, o porque según él, y citaba a Teresa de Jesús, solía ser mas espontánea, cosa que él no se permitía. Ya en Venezuela, fue lector afanado de Arturo Uslar Pietri, a quien conoció, y de cuyo bisabuelo, Juan Uslar, hizo Amezaga una biografía, y a quien recientemente se le ha concedido el premio Príncipe de Asturias por una obra valiosa, enjundiosa pero divulgativa, y de un castellano excelente. Uslar Pietri, que comenzó su andadura literaria con una novela sobre el tirano Lope de Aguirre, también derivó por los caminos de la historia, del discurso y del afán político.
EL EUSKERA V VICENTE DE AMEZAGA
Nos hemos referido a las fuentes que nutren su castellano, pero no a las que nutren su euskera aprendido tardíamente, a la edad de 18 años, y con una vieja gramática, posiblemente la de López Mendizabal. Pero aún en su entorno, el euskera, aunque en retirada, era hablado por el pueblo. Su propia madre, María Aresti, mantenía conversaciones con las mujeres que le ayudaban en el mantenimiento del hogar.
Una vez conseguidos los pasos elementales para su comprensión, Amezaga acudió a estas conversaciones domésticas, registrando cada uno de los modismos dialectales de
estas mujeres de los caseríos cercanos. Pero sobre todo trabajó con su cuñada, Adela Madariaga, que hablaba un euskera bizkaino muy puro y abundante. Adela, que era mujer de gran belleza y enorme inteligencia natural, ayudó a Amezaga a introducirse en los vericuetos de la lengua de los vascos. Sabía refranes, modismos arcaicos, y de memoria recitaba antiguas oraciones. Amezaga copiaba aquellos datos esenciales para la reconstrucción de una lengua que llegaba viva desde la Prehistoria, pero indudablemente fragmentada.
La encomiable labor del Príncipe Bonaparte, a mediados del siglo pasado, fue una labor de reconstrucción en la que contó con la colaboración de párrocos y predicadores, entre ellos Añibarro, estudiando las diferencias dialectales, editando libros religiosos que las exponían, ya que la literatura vasca se dedica especialmente a la labor religiosa, y en concreto a la traducción de catecismos, y finalmente elaboró un mapa del alcance geográfico del euskera. Esta tarea, conocida por Amezaga , fue la que él hizo en cierta manera con su cuñada Adela, el mismo recorrido histórico hacia atrás. Adela Madariaga sabía historias, cuentos de viejas abuelas, mitos que al no trasladarse al castellano iban durmiéndose en la memoria colectiva. Amezaga, encantado con su trabajo de reconstrucción, pronto se hace con un diccionario confeccionado por sí mismo de palabras, de modismos, incluso, de palabras vascas ya utilizadas en el castellano del viejo puerto de Algorta.
Esos fueron los comienzos. Más tarde, Amezaga se dedicaría a la labor enjundiosa de traducción de los clásicos de la literatura mundial, y a la enseñanza del euskera. Las primeras andereños del país fueron formadas por su Departamento del Gobierno de Euzkadi, y siempre en su Exilio, concedió tiempo a la enseñanza del euskera. En las cubiertas del vapor "Alsina", en los campos de concentración de África, y en los Centros Vascos de Montevideo y Caracas.
Ajeno aún a la gran polémica en la que habrían de ensarzarse las facciones de los intelectuales de la lengua vasca, Amezaga , siguiendo los postulados del Príncipe Bonaparte, entre los variados dialectos del euskera elegirá rotundamente el denominado vascón (especialidad dialectal de
Guipuzkoa, Laburdi y el Alto Navarro). Según su sentir es bueno como modalidad nuclear del centro geográfico, histórico-lingüístico del país, completándolo y revistiéndolo con formas de los otros dialectos, pues todos son la suma enriquecedora de una lengua. Cita a Breal "La verdadera vida del lenguaje se concentra en sus dialectos", pero acepta que debe uniformarse para convertirse en herramienta de uso literario, científico, gramatical.
Explica claramente sus métodos de traducción, sus dudas, sus resoluciones, en el trabajo "TVaducción de obras literarias al euskera", enviado en su momento al VIII Congreso de Estudios Vascos, en 1954.Recibió su titulación como Académico de la Lengua Vasca por Euskaltzaindia, con emoción y recogimiento extraordinarios. Su título, al lado del concedido por Alfonso XIII, como Licenciado en Leyes, adornaban su biblioteca. Condensaban los esfuerzos de su vida. Y su orgullo por haberlos emprendido y dominado.
LA CULTURA UNIVERSAL V VICENTE DE AMEZAGA
Pero si éstos eran los ejes de su vida, como hombre dedicado a la cultura y al pensamiento, estaba conectado con las grandes literaturas universales, con la historia de los pueblos y sus costumbres. Fue atento observador de las mismas allí donde las vio, y cuidadoso y respetuoso con las nacionalidades, creencias y principios ajenos. De la gran literatura universal que leyó apasionadamente, Amezaga prefirió, después de la griega, la inglesa. Leyó ávidamente la obra de las grandes escritoras del siglo XIX inglés, entre las que prefería a Jane Austen. También fue lector de Dickens y sus cuentos de Navidad. Pero, sobre todo, leyó a William Shakespeare.
Para él, no hubo mejor escritor ni quien mejor descubriera los profundos avernos del alma humana, sus pasiones, ambiciones, deseos, sueños, añoranzas, amores, deslealtades y locuras. La dedicación a la lectura y el placer que le proporcionó Shakespeare fueron semejantes a los que le proporcionaron su conocimiento de Gran Bretaña. Estuvo allí, en 1938, unos meses y quedó cautivado para siempre del orden, la flema y la vida inglesa. Tradujo a Shakespeare desde esos barcinos, con emoción y rigor al mismo tiempo. Su "Hamlet" traducido al euskera en 1953, publicado por la Editorial Ekin, fue una obra de la que siempre se mostró abiertamente orgulloso. Seguiría "Macbeth", "El sueño de una noche de Verano", "Julio César"... A Shakespeare lo tenía en ediciones en inglés, en castellano, en traducciones francesas, en glosarios, en citas diversas. Hablaba de Shakespeare con la naturalidad y el conocimiento que se puede hablar de un vecino.
Pero había un escritor inglés que me enseñó a amar y que no fue tan grandioso como Shakespeare, y aún más, por aquel tiempo, a causa de su reputación personal, era hombre maldito: Osear Wilde. Sus cuentos, sus obras de teatro, con aquel deje irónico y sutil, delicioso. Pero nada en Wilde gustaba más a Amezaga que la "Balada de la Cárcel de Reading", la cual tradujo prontamente al euskera. La introducción de la "Balada", la confesión de un alma herida, recluida por amor, así fuese un amor maldito, producen escalofríos. La frivolidad de Wilde queda atrás. El dolor le acompaña, y el sacrificio, y el deshonor, y la ruina. Y entonces, la grandeza aparece en todo su esplendor. Es el poeta de la amargura pero sin perder la delicadeza.
Aparte de estas lecturas constantes, Amezaga leyó abundantemente los clásicos de la literatura francesa y alemana. Pero no con esta intensidad con que me refiero a los autores que he ido nombrando, al menos, conmigo. Y creo que se puede apreciar en sus obras de traducción que, en su momento, deben ser analizadas y estudiadas con mayor profundidad y rigor. Ahora, tratamos el tema de sus artículos periodísticos, sus conferencias y sus poemas, todos proyectados en esta recopilación. En eso, seguimos.
LA LETRA Y EL MÉTODO DE VICENTE AMEZAGA EN SUS TRABAJOS ESCRITOS. LA VOZ EN SUS DISCURSOS.
La letra de Amezaga era pequeña, clara, concisa. Era la letra de toda una generación. Cuidadosa, perfecta en la señalización de las letras, bien marcados los acentos, registrados todos los signos de puntualización. Para tanto como escribió, jamás utilizó abreviaturas, y solamente en Montevideo compró una máquina Underwood que durante años le sirvió para pasar a limpio sus originales. Escribía a lápiz. Rara vez utilizaba la pluma fuente o el bolígrafo. En su escritorio-biblioteca, con música clásica de fondo, —gustaba de Beethoven y Rimsky Korsakov, especialmente— sentado muy derecho, durante horas, se sumergía en ese mundo particular de traducciones y lecturas que era el suyo. Ya en Caracas, compró una máquina de escribir más moderna que la vieja y ruidosa Underwood, pero aseguraba que aunque era necesario para facilitar el trabajo de la imprenta y la propia lectura de corrección, nada era más grato para un escritor que la sensación de trasladar el pensamiento, por la mano, al papel, acompañado del suave rasgueo del lápiz. Era como la lira de Safo...
Era un hombre metódico y ordenado. Tenia sus fichas, sus citas, sus anotaciones, cuidadosamente archivadas, al alcance de su mano. Jamás vi desorden en su mesa de trabajo. Según él, la claridad de pensamiento comenzaba con el orden físico. Toda su correspondencia, muy copiosa, con su amigo el Presidente Aguirre, con Manuel y Andrés Irujo, con Telesforo Monzón, José María Lasarte, y otros, estaba cuidadosamente en carpetas, clasificada. En realidad, Amezaga acometía sus tareas, así fueran las de su correspondencia ordinaria, con el rigor de un científico.
La voz le fallaba a Amezaga . Solía padecer de una cierta ronquera matinal y sufría de afonías frecuentes. Era, sin embargo, una voz melodiosa, suave, aunque viril. Cantaba maravillosamente y lo sabía, tanto que aprovechó muchas de sus conferencias para poder cantar. Una de sus penas era
no ser bertsolari. Le hubiera gustado parecerse a Pedro de Embeita, mucho más de lo que él mismo se permitía asegurar. Él poeta inspirado bajo la lluvia de Euskadi, cantando como un ruiseñor en el mes de mayo, cerca de los rosales silvestres florecidos. Era la imagen más romántica de la poesía, y Amezaga aspiró a ser un poeta entre todas las cosas. Era un afán de superación total de cuantas cosas emprendió.
Para preparar su voz para los actos públicos, salas de conferencias, plazas públicas o la soledad de los cementerios, Amezaga recurría a elementales remedios caseros,
Claras de huevo batidas, gárgaras, y mucho silencio había antes de las conferencias, a las que acudía con gran nerviosismo. No llevaba nunca el texto escrito. Sino apuntes esenciales. Su abe, como decía, un guión, con el cual se iba orientando ante el público.
Por supuesto, había estudiado concienzudamente el tema a exponer, incluso lo había ensayado previamente pero sin voz, así que cuando el discurso lo hacía en público era una especie de aventura. Sin embargo, era una aventura dirigida. El reloj determinaba su tiempo exacto. Jamás se sobrepasó un minuto del tiempo acordado. "Es una cuestión de respeto", decía. "No se debe cansar al público, ni al lector. Se le debe emocionar, entretener, pero nunca cansar".
Resulta extraño, ver cómo la emoción exaltada de Amezaga , que lograba siempre provocar lágrimas en su público y que sin duda era una emoción profunda, sincera, ardiente, estaba por otra parte bien limitada, controlada y supervisada. Eran dos facetas de su personalidad muy definidas y que hacían posible en él dos cosas aparentemente antagónicas: ser un romántico, pero al mismo tiempo un hombre de acción. Quizá esto era la herencia de sus fuentes literarias castellanas. Esa combinación del... "espíritu místico con un activismo, un realismo y un sentimiento directo de la vida, que suelen considerarse incompatibles con el estado contemplativo de las facultades humanas que la percepción mística requiere..." (Sigo aquí en la lectura de Ángel del Rio).
Amezaga podría añadir mucho más, en este análisis de su obra y personalidad. Y es que el hombre vasco es en sí activo. Pero también ordenado. Nada en el vasco recuerda al hombre dionisíaco, excepto en la noche del akelarre. El vasco no es desmedido. No lo es tampoco su entorno, por más furioso que pueda parecer. Hay una contención vasca.
LA EXPRESIÓN DE VICENTE AMEZAGA EN EL EXILIO. SU ETAPA DE BUENOS AIRES, ARGENTINA.
Amezaga llega a Buenos Aires en 1942. Ha salido de Bilbao, Euskadi, en junio de 1937, recién casado con Mercedes Iribarren Gorostegi. De 1937 a 1941 aunque establece domicilio en París, donde nacen sus dos hijas mayores, Miren y Begoña, ha estado viviendo en Donibane Garatzi (Baja Navarra, en la Euskadi francesa), Barcelona, Cataluña, como Delegado del Ministro de Cultura del Gobierno Vasco ante el Ministro de Cultura de la República Española, y en Londres, Inglaterra. Terminó la Guerra Civil Española en 1939, pero el 2 de setiembre de ese año y el mismo día en que nace su segunda hija, estalla la Guerra Mundial. Se impone el abandono de París, en primer lugar, y más tarde el de Europa. Las fuerzas conquistadoras de Europa eran aliadas de Franco. El presidente de Cataluña,
Companys, fue entregado por los alemanes a Franco, y fusilado descalzo sobre su tierra catalana, tal cual fue su último deseo. La amenaza de un regreso forzoso y castigado con la última pena era, pues, real.
En junio 15, de 1941, un barco, El Alsina, el último que zarpó de Marsella, lleva a bordo
camino de América. En ese barco va también Niceto Alcalá Zamora, ex-Presidente de la República Española y un sin número de personalidades cuya lista puede verse en el libro "Crónicas del Alsina, Pasajeros de la Libertad"3. Durante quince meses permanecen mis padres en variadas situaciones, la más difícil, un campo de concentración en Sidy-el-Ayashi, África. Terminarán su viaje en barco portugués. El Quanza, fletado gracias a los buenos oficios de Indalecio Prieto, ya residenciado en México.
Esta etapa de su vida itinerante es fecunda en poesías íntimas, que expresan sus emociones ante los acontecynientos extraordinarios de quien no pensó jamás en salir de Algorta. Para él, Chesterton, ese gran escritor
inglés, que al iniciar un viaje dispone, con esa ironía inglesa, que su destino es precisamente volver a casa, es todo un símbolo. Pero viajero impenitente, habrá de deambular todavía por varios países hasta conocer el descanso final en Caracas, Venezuela. Estas sensaciones las explica en un artículo incluido en este volumen, "La Comarca y el Mundo", escrito en 1953.
Quizá pensara en publicar estos poemas, en algún momento, pues en la introducción de su charla "Plinio el Joven, a través de su epistolario", en la Revista Nacional de Montevideo, se asoma la intención de publicar un volumen de poemas y titularlo "Mis rincones mágicos", así como un estudio sobre "Los vascos en la Literatura castellana". De esto último no nos ha quedado ejemplar ninguno manuscrito. Adelanta una conferencia sobre Berceo, que servirá más tarde como capítulo en el "Hombre Vasco". La intención de este estudio es revelada en 1954. Faltaba poco para que Amezaga dejara el Uruguay y emprendiera una nueva vida en Venezuela. Puede decirse, de lo que sé, que es su único proyecto inconcluso.
En Buenos Aires conecta con el "Laurak Bat", decano de los Centros Vascos Americanos, centro fundado en 1878, inmediatamente finalizada la Segunda Guerra Carlista, acción de los primeros deportados de la misma arribados a la Argentina. La acción de acogimiento de estos vascos-argentinos para el recibimiento de los exiliados del 37 merece un capítulo extenso. Baste, sin embargo, saber que procuraron casa, comida, trabajo y aliento a esa humanidad desfallecida que venía con la amargura de su guerra perdida, de su hogar abandonado y de su nacionalidad rota.
Aunque sus necesidades primordiales son las de recomenzar una vida y atenderla económicamente, con su esposa nuevamente encinta, Amezaga no deja de prestar servicio inmediato a la causa vasca. Es cofundador del Instituto Vasco de Estudios Americanos, y poco más tarde redactor de su Boletín. Al mismo tiempo comienza con la idea de la Semana Vasca de Montevideo, importante evento cultural del Sur. Cuando se inaugura la Gran Semana Vasca de Montevideo como se la nombró desde entonces, en octubre 30 de 1943, Amezaga está residiendo en Montevideo, Uruguay, y dedicado de lleno a los preparativos y organización de la misma. De Buenos Aires trae una hija de nueve meses, Arantzazu, y la amistad renovada de los viejos camaradas vascos, entre las cuales habrán de destacar en su vida, y para siempre, la de José María Lasarte y la de Andrés de Irujo.
José María Lasarte, valor extraordinario del Exilio Vasco, además de ser un amigo íntimo, un confidente, es, por dos veces, quien decide una
partida de Amezaga. En Buenos Aires, es Lasarte quien le indica el camino de Montevideo. En Caracas, es Lasarte quien lo llama y quien le propone para la Secretaría del Centro Vasco, queriendo repetir la amplitud que Amezaga le confirió al Euskal Erria de Montevideo. Lasarte, gipuzkoano, es un espíritu sutil, un hombre ilustrado, un político sagaz. Fue además un gran amigo. Padrino del primer hijo varón de Amezaga, Bingen, quien quiso así fundir más estrechamente sus lazos de amistad, y ya al final de sus días, para mí. la figura del padre-guía en tierra vasca.
Andrés de írujo por su dedicación a la Editorial Ekin, que Amezaga consideraba la empresa mayor de los vascos en el Exilio, por su perdurabilidad y trascendencia, también se contaba entre sus más caros amigos. Cuando mucho más tarde, ambas familias se fundieron en una por el matrimonio de Arantzazu con Pello Irujo, tanto Manuel como Andrés y Amezaga lo festejaron gozosamente en su abundante, íntima y tierna correspondencia personal. "Nuestro Exilio, así con mayúsculas, no ha sido en vano, Vicente", apuntaba Manuel Irujo, el navarro de Estella, desde París, al bizkaino de Algorfa, que en Caracas llevaba al altar a su hija, nacida en la Argentina, para casarla con Pello Trujo, hijo de Eusebio, nacido en Laburdi y residenciado en Caracas durante veinte años. Ciertamente era el milagro del Exilio. De los Centros Vascos del Exilio.
ALGORTA Y AMEZAGA.- CLAVE DE UN EXILIO.
No es posible explicar la personalidad y el ánimo de Amezaga si no se perfila su profundo amor por su pueblo natal, Algorta.
Una fotografía en blanco y negro, de gran tamaño, presidió su biblioteca durante todos los años de su exilio, tanto la de Montevideo como la de Caracas. La miraba y besaba con sus ojos y a veces también con sus labios añorantes de amante sin retorno.
A mí, intrusa visitante de su paraíso, me señalaba los lugares mágicos, tan frescos en su memoria aunque iban pasando los años de su exilio, cinco, diez, veinte. ..."aquí están las piedras rojas que dieron nombre a mi pueblo y al tuyo, los contornos de Erriberatxu, trepamos por Erriberamune, y ¿ves?, aquí las piedras venerables de Etxetxu. De ahí bajamos por las escaleras de piedra a Asuarka y nos quedamos contemplando el castillo de Kakaleku... hay que bajar mucho, recorriendo todo el puerto, oliendo a brea y sal. para llegar a caminar sobre la arena dorada de Ereaga, y al final
de todo, la Peña de Galderetxe que no es más que un punto de tierra vasca emergido entre las aguas del mar de Bizkaia".
Algunos de sus artículos fueron publicados, otros, en forma de poemas, los mantuvo en una carpeta cerrada, cuidadosamente inscritos a máquina pero pudorosamente recogidos. SÍ para Euskadi en general era un hombre de voz reclamante, en pleno ejercicio de su condición de exiliado en protesta contra un régimen militar, para Algorta dedicó la parte más íntima y candorosa de su corazón de poeta.
Si en la redacción de sus artículos periodísticos era un hombre de pluma ágil, en la poesía perfecciona al máximo la depuración idiomática, su rigor para con las normas gramaticales y sintéticas, su profundo respeto por sus maestros castellanos. Le gusta la forma del soneto, y en ello se expresa en la mayor parte de sus poemas pero recurre, cuando el ánimo se le ensancha, a la forma de artículo, o simplemente de narración. La nostalgia, Erremiña, le empuja siempre.
Algorta es para él la cuna. Una larga cadena de antepasados, cuyo registro llega casi hasta el Concilio de Trente, lo mantiene ligado al puerto de pescadores trepado en la atalaya bízkaina. Hijo de una familia de condiciones económicas y sociales acomodadas, su casa, una edificación de piedra en la avenida Basagoiti, cuyo huerto era una atalaya sobre el mar de Bizkaia, se convierte para él en el refugio anímico, pues en esa casa vive su madre, María Aresti. Así lo expresa él mismo:
.. Mi cuna es Getxo que al bramar severo del mar escucha en la áspera Bizkaya; como lo fue de mi linaje entero en cuatro siglos de que prueba haya. Los nombres de los viejos caseríos forman la lista de apellidos mios.
Amezaga fue caballero bien cumplido
en títulos, conducta y decoro,
y vio de muchos hijos bendecido
su hogar y el de mi madre, a quien adoro.
El último soy de aquellos que "Iturrieta",
mi vieja casa, vio nacer, repleta.
En piedad por mis padres educado, religioso guardé juventud pura; y entonces como hoy, ya de edad mediado, la palabra de Cristo hizo mi hartura: Que aunque de faltas y miserias lleno, nunca temor de Dios faltó en mi. seno.
Siempre viví en la paz, hasta que un día, la rebelión que se engendró en España, con ansias de exterminio y tiranía, de mi patria a morder vino la entraña. Con justicia y nobleza defendimos nuestra causa, mas ay! que la perdimos!
Y he aquí que hoy no tengo patria tierra, ni derecho a mi pueblo y natal casa. Y el camino a los mios se me cierra cuando la sed de verlos mi alma abrasa.
Y el extraño que así brutal nos hiere me invadió gritando "Dios lo quiere".
Amezaga fue un hijo tardano, el último de los seis que concibió María Aresti, mujer bella e ilustrada, dándolo a luz a los casi cuarenta y cinco años. Su hermana mayor había sido la primera mujer de Pedro Amezaga, muriendo al dar a luz una hija que apenas le sobrevivió, María Inés, nacida un veintiuno de enero, y dejando un huérfano de dos años, Pedro. María Aresti decide casarse con Pedro Amezaga para cuidar del pequeño sobrino, más tarde su hijastro, y tienen seis hijos más. Solo dos hembras, Blanca y María, y ambas mueren en el espacio de meses y en plena juventud, afectadas por la gripe del 18. Muere al poco Pedro Amezaga y emigran por una serie de infortunios económicos, Pedro y Manuel, los dos mayores, a la Argentina, regresando Manuel a los años.
María Aresti se encontró con que la familia numerosa que había criado y protegido quedaba desmembrada. Su unión y afecto por el hijo pequeño y, más tarde, su orgullo por saberlo hábil en los manejos intelectuales, creció hasta convertirse en devoción.
Cuando Amezaga se exilia en 1937, su último acto, con Mola en las puertas de Bilbao, es ir a despedirse de la mujer anciana y prometerle un
pronto retorno. Ella sabe que ya no hay reencuentro para ellos. Le bendice y lo apura a la partida. Por su apostolado nacionalista, María Aresti se queda en la calle al día siguiente de la entrada de los nacionales. Por caridad, fue recogida por los parientes de una de sus nueras.
El exilio es un universo inmenso. Caben en él los sentimientos tiernos y depurados de los que Amezaga es exponente fiel, pero también los desengaños crueles. Son gentes del pueblo las que delatan y acechan. Del caldo de cultivo de los viejos resentimientos sociales surgen las delaciones. El militar triunfador poco tiene que empujar para que éstas afloren o se multipliquen. Los vencidos en la contienda civil se quedan sin recursos, sin valimiento ninguno ante la crueldad del castigo impuesto. Son encarcelados, fusilados, confiscados. El miedo como una trepadora maligna entra en los corazones de los que una vez proclamaron abiertamente sus ideas, con honestidad y respeto, y hace callar sus voces por un largo tiempo que en muchos dura hasta la muerte.
Amezaga escribió sobre eso de este modo:
"Si malo es amar sin ser amado,
y malo es el temer y el ser temido,
y sentirme que se es compadecido
de aquel de quién siempre fue uno envidiado;
SÍ malo es odiar y el ser odiado
de quien a más que nadie hemos querido,
y del presente mal estar vencido
en el recuerdo de un feliz pasado:
Trocara yo estos odios y temores, envidias, compasiones, y desprecios, por este mi esperar sin esperanza:
fatal engaño de los hombres necios que ponen la ilusión de sus amores en un bien que lo es, sólo, en lontananza.
Porque en el exilio se mueven sentimientos contradictorios. No todo es tan romántico como puede apreciar un observador poco agudo.
Se sabe que ha sido traicionado por una parte de los suyos y por ellos rechazado. Se sabe además que la persecución alcanza no tan solo a las familias que han quedado en el pueblo, como el caso de María Aresti, sola y anciana, sino aun a los que han logrado salir. Las embajadas de España fueron en eso activos frentes de choque contra la labor comunitaria de los exiliados que pretendían rehacer sus vidas con un mínimo componente de orden. Y en esas embajadas pulularon muchos vascos, algunos, compañeros de estudios, tertulias o simplemente amigos del pueblo.
Solo una tormenta de nieve, y lo pongo como ejemplo, evitó que el delegado de la embajada española en Paris, y enviado con urgencia para tal objetivo, detuviera el barco El Alsina, que zarpaba en enero de 1941 de Marsella, llevando a bordo principales exiliados republicanos y vascos. Lequeriea, embajador por entonces en Paris, tiene en su haber el haber intentado un canje de prisioneros pero fue rápidamente disuadido por Franco de semejante acción. Los exiliados debían pagar cara su afrenta de rebeldía, de insumisión, de protesta.
Pero el maná de ese desierto fue el amor y la esperanza, transformados en la acción que emprendieron en los centros vascos, logrando de tal manera disipar la amargura de tanta derrota. La protesta pacífica fue la reconversión de sentimientos diversos. Algunos muy agrios, otros muy dolorosos. El desterrado vasco en general, y ahí está su obra para demostrarlo, depuró hasta el final el cáliz de su inmensa amargura pero transformó esas fuerzas negras y tenebrosas en blancas y resplandecientes realizaciones.
Amezaga, para quien Algorta era la representación de cuanto tuvo forzadamente que abandonar, lo describe en estos versos en euskera, que son la miel pura que destila de sus sentimientos y anhelos:
". .Naiago dot txikitan ibiltako basterra bertoko oroigai arro ta ederdunak baiño Sena baiño atseinago ene Gobela alperra
eta London andiko ta Paris argiko zoragarri gustial ezatan ez dodaz itsas-gaiñeko Algorta ederran gomutaz"
Para su corazón, para sus ojos, para su condición de enamorado y amante, Algorta, el sitio donde anduvo de niño, era el paraíso de todo su afán. Ni el Sena, ni el Tamesis, ni después el Río de la Plata, grande como un mar, o el Orinoco, padre de las aguas, pudieron compararse a la alegría fresca y humilde pero preciosa a sus ojos del río de su pueblo, el Gobela. Ningún paisaje, ni la extensa llanura africana, ni las cosmopolitas, cultas y espléndidas capitales europeas, ni las vibrantes, gigantescas y magníficas capitales americanas por donde deambuló, podían ser comparables, en el fondo de su corazón enamorado, a los encantos mágicos de Algorta.
Creo que estas consideraciones son importantes. Estos poemas se escribieron con total sinceridad pues jamás fueron publicados y no creo que Amezaga aprobara la exhibición de sentimientos tan turbadores a un público. Pero me parece bien que en este capítulo se contemplen pues iluminan, con mucho, no tan solo la desesperada nostalgia que mantuvo, sino la inquebrantable fidelidad. Y en eso, Amezaga no fue una excepción. Quizá él pudo adornarlo con su maestría literaria, pero simplemente expuso lo que miles de hombres y mujeres como él, desterrados, sintieron en lo más íntimo de su corazón en la larga noche de su exilio.
EL ESPÍRITU DE ARffiL. SU ETAPA DE MONTEVIDEO, REPÚBLICA DE LA BANDA ORIENTAL DEL URUGUAY. - CONSIDERACIONES GENERALES.
No se puede decir que fue la más brillante ni la más importante de su vida, pues ia de Venezuela equilibra las fuerzas de su producción, su increíble dinamismo, su tenaz esfuerzo, como el de Prometeo, contra las fuerzas de un destino en lo político y en lo económico, pero sí es cierto que en Uruguay despliega, quizá alentado por el ceráfico y equilibrado espíritu de Ariel que en aquel tiempo aleteaba sobre el pueblo uruguayo, por primera vez todas sus facultades.
Hay que tener en cuenta que Amezaga tiene presente y pendiente en primer lugar el sustento económico de su hogar que en 1943 estaba compuesto por su mujer y una hija recién nacida. Dos hijas, las mayores, quedaron en Europa y les era imposible el regreso, mientras la Guerra Mundial perdurara. Pero eso no restaba un ápice a su responsabilidad. Había que reintegrarlas al hogar que era suyo, sea en Euskadi como apuntaban sus esperanzas, o en América como le marcaba la realidad. Por otra parte, su esposa Mercedes le va a dar dos hijos varones,
Joseba Bingen y Xabier Iñaki, a quienes
Amezaga acoge con el amor y el entusiasmo propio que todo padre recibe a los varones. Mercedes perderá tres niños más, lo que lamentará siempre. Esta fecundidad de Mercedes a tan tardía edad, añosa en términos médicos, añadida a complicaciones de salud tanto de su esposa como suyas propias, aceleran la preocupación de una economía mínima de sobrevivencia.
En eso, como en todo, Amezaga fuerza sus energías al límite. Tanto en Buenos Aires en que logran independizarse prontamente alquilando un minúsculo apartamento, como en Montevideo donde vivimos en las calles Juan Paulier 48, y más tarde en Francisco Araucho 35, fueron viviendas honorables. En Caracas, Venezuela, pudo Amezaga acceder a la compra de un apartamento que fue su vivienda definitiva, Residencias Country. Nombro este aspecto de su vida, para alumbrar el extraordinario esfuerzo que significó su obra de escritor, traductor y periodista. Doy fe que jamás ganó un centavo con su pluma. Lo hizo como contable en Buenos Aires, como vendedor de seguros en Montevideo, como secretario, y más tarde archivero en Venezuela. Pero de cuanto publicó sean libros, sean artículos, sean traducciones, Amezaga no percibió un solo centavo. Y todo ello se elaboró al margen de su actividad económica y del cuidado amoroso que mantuvo sobre su familia.
No digo que esto sea un ejemplo a seguir. Solamente señalo que esta fue su verdad. Posiblemente considerara que su obra, producida de tal manera, podía en primer lugar ser manifestación libre de su pensamiento y sentimientos. En segundo lugar, la defensa de Euskadi y de su lengua nacional, para él, no tenían precio.
LA ORATORIA DE AMEZAGA. LA GRAN SEMANA VASCA DE MONTEVIDEO. 30 DE OCTUBRE DE 1943. CONFERENCIAS EN PLAZAS PUBLICAS. EN SALAS DE EXPOSICIONES. EN EL CEMENTERIO DEL BUCEO. POR LA RADIO. EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE MONTEVIDEO. CÁTEDRA DE CULTURA VASCA EN LA UNIVERSIDAD DE MONTEVIDEO, ÚNICA EN AMERICA. ÚNICA EN ESOS AÑOS EN EL MUNDO. CLASES DE LENGUA VASCA EN EL INSTITUTO DE ESTUDIOS SUPERIORES.
Nunca explicó Amezaga cuándo descubrió su capacidad oratoria. Esa facilidad con que conectaba con el público, y esa soltura con que expresaba sus sentimientos e ideas. Lo cierto es que, siguiendo su biografía a través de sus escritos, lo vemos actuar por primera vez en público en el Teatro
Alvear de Buenos Aires, y seguidamente en el acto inaugural de la Gran Semana Vasca de Montevideo, en una plaza, al pie de la estatua de bronce de Bruno Mauricio de Zabala, fundador de la ciudad de Montevideo en 1627. No es fácil hablar en plaza pública, de pie, ante una muchedumbre cuya atención puede estar fijada en todo lo que a su alrededor gravita. Hay que alzar extremadamente la voz, saber articular los gestos, y sobre todas las cosas, mantener la atención, tan fácilmente dispersa, fija en uno mismo. En las palabras que se van pronunciando. Esto lo logra Amezaga con mucha facilidad.
No tuvo empacho en variar estas fórmulas oratorias, haciendo de presentador en exposiciones de pinturas. Cabanas Oteiza (que recuerde) y otros expusieron sus cuadros en galerías uruguayas y más tarde lo repetiría en Caracas, en una exposición de artistas vasco-venezolanos. Amezaga, el día de la inauguración, junto al pintor y rodeado de público expectante, iba discurriendo sobre la belleza, la calidad y el mensaje de cada uno de los cuadros del pintor. Era una modalidad nueva, un gesto atrevido, y como siempre que él lo ejercía, emocionante.
En Montevideo, Amezaga estuvo a cargo de un curso de Lengua Vasca en el Instituto de Estudios Superiores durante doce años, y cinco años en la Cátedra de Cultura Vasca, única en su género en América y en esa flecada casi es posible afirmar que única en el mundo. Ambas cátedras fueron instauradas por él, y no sé si una vez que hubo de abandonarlas para ir a Venezuela prosiguieron su andadura. Años más tarde, en el Centro Vasco de Caracas, para ilustrar a la juventud sobre el pasado vasco, volvió a repetir algunos de sus ciclos de estudio en un Curso de Universidad Vasca, pro-mocionado por el Grupo Egi. Entonces, yo era adolescente, pude darme cuenta de la inmensa facilidad de la que estaba dotado para expresar conceptos difíciles, volviéndolos amenos y accesibles, y la gracia desplegada para mantener sujeto a su palabra a todo el auditorio.
El aspecto de la oración fúnebre fue distinto. Dentro del catolicismo de nuestro siglo es algo de lo que se encarga el sacerdote durante la homilía sacramental. La familia, los amigos, escuchan. Asienten. Comprenden. Si en la antigüedad tenemos ejemplos de estas exposiciones, quizá en nuestra cultura europea no las haya más célebres que las pronunciadas por Jacob B. Bossuet. Amezaga era atento lector de las mismas, aunque no llegó a traducir ninguna, pero pienso que extrajo parte de la elegancia, emoción y lirismo, dentro de la gravedad clásica, tan francesas, que aquel hombre del siglo XVII hizo célebres. Al menos, puedo recordarlo así, en el cernenterio del Buceo, en Montevideo, trajeado de oscuro, con aquellos cuellos de almidón duros como cartón, con el sombrero, que usó esa generación, en la mano. Acompañábamos el féretro hasta los nichos, y allí, antes de reintegrarlo a la eternidad, Amezaga pronunciaba su discurso. Altos pinos rodeaban el cementerio, altos y oscuros. La paz de la ciudad de los muertos era profunda. A lo lejos, el lomo marrón del Paraná-Guazu, río grande como mar en su advocación india. El desfile de sentimientos, emociones, y ternuras nos conmovían como ráfagas de viento. Parecía, al pronunciar tal exordio de un amigo, que dejábamos al muerto menos solo. Sin esa soledad aterradora de la que se queja García Lorca: "¡Dios mío! Qué solos se quedan los muertos..."
Muchas de estas conferencias fueron grabadas en discos en Montevideo y más tarde en cintas, en Caracas, por el querido compatriota José Eli-zalde. MÍ padre las rescató definitivamente del olvido y la dispersión uniéndolas en forma de capítulos, en su obra "El Hombre Vasco", publicado en Ekin en 1967.
EL PERIODISMO. - UNA VOCACIÓN DEMOCRÁTICA. EL DÍA Y EL PLATA.
Es también en Montevideo, y posiblemente al ritmo de una sociedad con vida democrática plena como era la uruguaya entonces, donde Ame-zaga descubre su vocación de periodista. De la frase del padre fundador de la nacionalidad, José Gervasio Artigas (descendiente de navarros), "Con Libertad ni ofendo ni temo", su cooperador más estrecho, Dámaso Larra-ñaga (de clara ascendencia vasca también) acuña otra: "Sean los orientales tan ilustrados como valientes". La potencia espiritual de la gesta libertaria, mantenida por hombres con caudal intelectual muy desarrollado, lograba que el Uruguay fuese en aquel tiempo denominado, y con justa razón, la Suiza de América, tanto por sus gobiernos democráticos como por su prensa libre, ajena a toda censura. Esta prensa libre que bien expresa José Enrique Rodó, autor de "Ariel": ..."escribir la historia de nuestra prensa sería escribir la historia borrascosa, pero noble y viril, de nuestros esfuerzos por alcanzar la definitiva organización de nuestra democracia".
La prensa como soporte de la democracia era ya una realidad, un logro más de la sociedad civil. Vale afirmar este concepto porque indudablemente es uno de los que más ha avanzado hasta nuestros días, en los que ni podemos imaginar la sociedad democrática sin los medios de comunicación.
En el país donde bate sus alas el espíritu de Ariel, por aquellos años cincuenta del siglo, Amezaga va publicando sus artículos en los prestigiosos periódicos nacionales: El Plata (vespertino) y el Día. Tiene audiencia segura, y sus escritos se van sucediendo con rapidez. Pocas veces, casi ninguna puede decirse, se aparta del tema crucial de su vida, excepto quizá y lo roza, cuando se dedica a informar de las jornadas que la Unesco sostuvo en Montevideo, que merecen consideración aparte1*.
EUZKO DEYA DE BUENOS AIRES. EUZKO DEVA DE MÉXICO. LA REVISTA DEL EUZKAL ERRIA. BOLETÍN DEL INSTITUTO AMERICANO DE ESTUDIOS VASCOS DE BUENOS AIRES.
Al tiempo que ejerce esta actividad del periodismo polémico, Amezaga se dedica a la escritura de artículos más densos, con interés prioritario en lo cultural, para las publicaciones que los vascos del exilio mantienen en la sede de sus Centros Vascos. Esta es otra singularidad del exilio. Cada uno de los Centros Vascos mantiene un periódico, una revista, un boletín, con el fin de exponer la causa vasca a sus propios socios o para mantenerlos informados de sus actividades. El más importante y más perdurable en el género cultural-di vulgativo quizá fuera La Baskonia del Laurak Bat, pero no queremos exponernos a juicios de valor precipitados pues consideramos que la producción de estas publicaciones periódicas sería asunto de una investigación propia. El Gobierno Vasco en Exilio edita un boletín OPE EPI, y más tarde una Revista, Euzkadi. Pero los Eusko Deya de México y Buenos Aires por ese tiempo son los más vigorosos, alcanzando divulgación extendida. En ellos escribe Amezaga. En varias oportunidades, repite la edición de un artículo en una de las revistas y en la prensa. O, y este es el denominador común, las editoriales de las revistas los asumen por considerarlos de interés. Solía recibir con bastante extrañeza estos artículos, reeditados sin su consentimiento (aunque no hubiese dudado en otorgarlo) y a la extrañeza seguía siempre la sensación de satisfacción por el trabajo bien cumplido.
4 En Venezuela será colaborador también de los imporlantes periódicos nacionales "El Nacional", y "El Universal".
LA UNESCO. SU VIII CONFERENCIA GENERAL. MONTEVIDEO
1954
Creo que habría que dejar constancia que al finalizar la Segunda Guerra Mundial (1939-45), Amezaga, como todos los vascos del Exilio, esperaba una solución para el problema vasco, una intervención Aliada en España ya que el gobierno del general Franco había sido cómplice estrecho de los regímenes aborrecibles de Hitler y Mussolini. No sucedió tal cosa. Los Aliados vencedores en la guerra dispusieron un castigo económico para España, con lo cual se prolongaron las duras condiciones de la postguerra, pero el régimen militar y anticonstitucional continuó intacto. La sensación de desaliento e injusticia fue muy grande, tanto en la Euskadi interior como en la del exilio, que por primera vez empieza a entreverse como un largo espacio de tiempo.
Así, muchas de las familias continúan separadas y el regreso se aplaza para "la navidad siguiente", frase que inmortalizará el optimismo del le-hendakari José Antonio de Aguirre. En el año que finaliza la Guerra Mundial, 1945, Amezaga recibe dos grandes emociones contradictorias: nace su primer hijo varón al que bautiza con su nombre en euskera, Bingen, y muere su madre, María Aresti. El estrecho vínculo con la tierra vasca parece debilitarse por fuerzas exteriores, pero él no desmaya en su propósito de retorno ni de lucha. No sé si Amezaga se permite alguna depresión por entonces. En sus escritos no hay rastro de ella. Se reflejan otras emociones en las que se mantiene siempre la resistencia en el Ideal y la perseverancia en la acción. Para su madre en su poesía íntima tiene tiernas evocaciones.
En 1954 la Unesco elige como sede de su VII Conferencia a Montevideo, y Amezaga es nombrado delegado en la misma por el Ministerio de Instrucción Pública de la República del Uruguay. Fueron jornadas intensas donde se debaten los temas de la Prensa, la Libertad, la Cultura de los pueblos, "... sugiriendo métodos educativos convenientes para preparar a los niños del mundo entero a las responsabilidades del hombre libre''. Amezaga, en la prensa, hace de corresponsal de las noticias ocurridas en las Jornadas y, sobre todo, del espíritu que las alienta. En su artículo "Uruguay y la Unesco" ofrece una panorámica acertada y emocionada de la inauguración, aunque al final el desaliento le cabe en unas líneas. Tanta democracia cabe en el Uruguay, tan resplandeciente que daña a los ojos, y tan negra oscuridad, que daña a los ojos del alma, para su tierra natal. Esta expresión siempre le acompaña en sus artículos de tema general, y la recuerdo en sus ojos cuando íbamos al hermoso edificio del Palacio Legislativo de la República, todo de mármol blanco uruguayo. "Este es el palacio de las leyes de una república sana y democrática. Aquí se respeta y se trabaja por la felicidad del pueblo. ¡Feliz Uruguay qué cosa tan grande tiene!".
TEMAS VITALES EN ESOS ANOS: GERNIKA (LA REIVINDICACIÓN) Y LOS FUEROS VASCOS (LA LIBERTAD PERDIDA)
En esos años preciso es anotar que hubo dos temas esenciales en la oratoria y en la pluma de Amezaga. El bombardeo de Gernika habia sacudido la sensibilidad mundial. Franco intentó tapar la acción execrable con una mentira aún mayor: los vascos destruyeron su propia villa santa de las libertades. Como tantas mentiras, hoy resulta absurda. Pero Amezaga y su generación hubo de defenderse de tal argumento propagado desde las activas Embajadas de España en los paises democráticos. Amezaga se ocupó de esta reivindicación del honor vasco, repetidamente. La plantación de retoños del Roble de Gernika, tan abundante en su vida, era el gesto físico de aquel permanente reclamo.
Por otra parte el asunto de los fueros removía la memoria de los hijos de los antiguos deportados vascos, los de la última guerra carlista. Es curioso encontrar en los artículos y conferencias de aquel tiempo, años 1943 al 60, párrafos laudatorios a Zumalakarregi, hoy todavía nombre prohibido en el país, y por otra parte, la romántica evocación del Árbol de Gernika era fácilmente asimilada por aquellos vascos que vieron a Iparraguirre o supieron de él, con su guitarra de bertsolari o payador, por las pampas del sur, entonando el himno de la libertad vasca. Un poeta argentino, Lu-gones, dedica a un vasco, y en él a todos, sus inmortales versos:
Lo saludo en el pueblo que toda gloria explica;
Lo saludo en el vastago del Árbol de Gernika;
Lo saludo en el Fuero de la honra y equidad
Pedro de Embeita ¡"EL VASCO"! ¡VIVA LA LIBERTAD!.
LA PRIMERA TRADUCCIÓN PUBLICADA: HAMLET (1952). SIGUE PLATERO TA BIOK (1953).
El 1952 publica Amezaga su "Hamlet". Es su primera traducción que conoce la luz en el mundo editorial. Lo publica Ekin de Buenos Aires.
Es verdad que Hamlet es el hombre de la duda, y Amezaga fue hombre de afirmación, pero cierto es además que es la obra fundamental de Shakespeare. Así, que el poderla verter al idioma vasco le causó enorme y profunda satisfacción. Recibe una elogiosa crítica de Orixe (Nicolás Ormaetxea) en un trabajo que envió y se publicó en la revista Euskal Erria de Montevideo.
Esta obra sale a la luz cuando la joven reina Isabel II va a ser coronada en Londres. Se encuaderna primorosamente la edición y se envía a la Embajada del Gobierno de su Graciosa Majestad, la cual agradece el regalo, que es depositado en la Biblioteca Conmemorativa de Shakespeare en Strafford-on-Avon, en calidad de Real Préstamo, y completando la ingente colección de ediciones que en todas las lenguas ha conocido "Hamlet". Al fin, el euskera estaba allí, entre todas. Esa era la ilusión y el orgullo de Amezaga .
Un año después se publica "Platero tabiok" en una edición uruguaya subvencionada por González Mendilarzu quien además la diseña. Esta traducción, al decir de Amezaga, no será del agrado de Orixe pero no por el euskera o el tratamiento, sino a causa del tema.
Los detalles bibliográficos de ambas obras pueden observarse en los índices que acompañan esta publicación.
Amezaga abandona el Uruguay en 1955, abril, con el corazón roto. En un artículo (aquí incluido) se despide de la tierra en la que por trece venturosos años pudo levantar una familia, reorganizarla, y combatir por su causa con dignidad. La república uruguaya se había alistado en las filas aliadas desde el principio de la Guerra Mundial, de manera decisiva después del ataque de Pearl Habor, y en 1945 habia incluso declarado la guerra a Alemania. No se podía olvidar el combate del "Graf Spee" acorazado alemán, con un barco inglés, en Punta del Este, cobijándose el buque alemán en la bahía de Montevideo y cuyos restos pudimos contemplar en los días de nuestra niñez, oxidados y catastróficos, testimonio de la crueldad de la guerra.
..."Esto es como un desgarrón en el alma; una tristeza muy honda en la que pareciera fuéramos a hundirnos sin encontrar el fin jamás", se lamenta en principio y, considerando luego los beneficios de la democracia uruguaya, reafirma la condición por la que arribó a sus costas: "... llegamos como lo que somos, sin tapujos ni disfraces: hombres de Cristo,
vascos y demócratas. Y para nosotros se abrieron siempre todos los brazos..." y continúa: "... en la Universidad, en el Instituto de Estudios Superiores, y en el Ministerio de Instrucción. Y pulsamos la vida oriental en el Parlamento, en la Academia de Las Letras, en el Ateneo, en la calle, en las tribunas populares, en las redacciones de los diarios...; la suerte nos deparó vinculaciones que revalorizaron nuestra vida, dieron nuevos impulsos a nuestros afanes, y alumbraron vías nuevas a nuestras ideas y sentimientos ... Adiós Uruguay. Sea lo que sea que la vida depare, no podré dejar de amarte jamás".
Esta fue su declaración de amor. Y fue también su verdad. Uruguay se nombró siempre en sus labios con el gusto de la miel.
Tomó el avión de motor de hélice en el aeródromo de Carrasco. Lo llevó su mejor amigo, un hombre de Algorta, Pedro Artetxe. Voló por los limpios y celestes cielos uruguayos, sobre las praderas de hierba verde, sobre las suaves cuchillas de su interior y los ríos del sur, cruzando el Mato Crosso, y sobrevoló los lomos inmensos del Amazonas y del Orinoco. Catorce horas después aterrizaba en el Aeropuerto Internacional de Maiquetia, en Venezuela. Dejaba atrás un mundo entero que no tardaría en sumirse en una profunda crisis política y social. A él le gustaba, al evocar el tiempo de Uruguay, repetir los versos de Zorrilla en el "Tabaré":
"El Uruguay y el Plata
Vivían su salvaje primavera;
La sonrisa de Dios, de que nacieron,
aún palpita en las aguas y en las selvas;
Aún viste el espinillo
su amarillo tipoy; aún en la yerba
engendra los vapores temblorosos,
Y a la calandria en el ombú despierta
Es la raza indomable,
Que alentó en esta tierra,
Patria de los amores y las glorias,
Que al Uruguay y al Plata se recuesta;
La patria cuyo nombre es canción en el arpa del poeta, grito en el corazón, luz en la aurora. Fuego en la vida, y en el cielo estrella".
LA TIERRA DE GRACIA.- VENEZUELA.- Años 1955-1969
La primera impresión es la luz, el color, la naturaleza exhuberante y pródiga. El nuevo hombre. Los versos de Andrés Bello, cuya casa natal en el centro de la ciudad de Caracas ayudaría a descubrir, le reciben:
"¡Salve, fecunda zona
que al sol enamorado cincunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!".
Le costará un esfuerzo amoldar su nuevo paso al ritmo de la ciudad y de la nación trepidantes, enriquecidas por el descubrimiento y explotación de sus recursos petroleros, que transformarán sus condiciones de sociedad agrícola, bucólica, aún sumida en el agotamiento que le costó la elaboración de la Independencia de cinco repúblicas, y ser madre del más grande de los héroes de la independencia americana, Simón Bolívar, que no sólo fue militar brillante sino un hombre de pluma y un estadista. Su vida y su obra serán amadas por Amezaga poco después, y su famosa "Carta de Jamaica", traducida al euskera en 1966. A Simón Bolívar le dedicará un largo y bello poema. Pero vayamos por partes. El amor a Venezuela le vendrá a Amezaga, como todo lo verdadero, por el conocimiento y paso a paso.
Amezaga no pierde el tiempo. En principio trabaja con un familiar, Giuseppe Bartolomedi, esposo de su sobrina María Luisa Urquijo, a quien como a todos sus sobrinos distingue con un afecto vivo y especial, a modo de contable y hombre de confianza. El repetiría siempre que aunque nada parecía más ajeno a su naturaleza que su título de Perito Mercantil, fueron muchas las veces a lo largo de su vida que le valió más esta titulación que la de su carrera formal de abogado.
Su hija Begoña ha de seguir en ese sentido sus pasos y adquiere la misma titulación. Pero al día siguiente de llegar a Venezuela (tal como lo hizo en Argentina y Uruguay) se presenta en el Centro Vasco, reclamado por José María Lasarte. El Centro Vasco de Caracas tiene una peculiaridad. Carece de las viejas raices del Laurak Bat o del Euzkal Erria de Montevideo, fundado por los vascos en la Deportación Carlista. En Caracas los vascos llevaban 20 años y provenían en su mayoría del Exilio del 36. Amezaga reconoce a los viejos amigos de Eus-kadi: José María Lasarte, Lucio Aretxabaleta, Fernando Carranza, Manuel
Lartitegui, Luis Bilbao. Con alguno de ellos realizó su viaje en el Alsina. Al poco entra a formar parte, a medio tiempo, de la secretaría del mismo.
Lo tenemos en 1956 publicando sus primeros artículos en Venezuela, en las revistas que ya editaban las diversas organizaciones del Centro Vasco, y confeccionando la Revista Conmemorativa del XXV Aniversario de la llegada de los vascos a Venezuela. Consigue los artículos, enlaza los temas, se procura las fotos, y prácticamente enmaqueta el material, consiguiendo la propaganda que subvenciona la revista. Volverá a repetir este trabajo dos veces más. Es interesante anotar este hecho pues volvemos a incidir en sus facetas de organizador nato y hombre activo, que combina siempre con sus realizaciones literarias.
Publica (ver el índice de esos años) material abundante y siempre trajinando el tema vasco. Pero a Amezaga le va a suceder algo muy importante en Venezuela que marcará definitivamente el rumbo de su vida y procurará a su producción literaria un matiz nuevo. Amezaga encuentra la Compañía Guipuzcoana de Caracas, la empresa vasca del siglo XVIII. Esto merece consideración especial.
AMEZAGA Y LA COMPAÑÍA GUIPUZCOANA DE CARACAS - LA REVELACIÓN Y EL HECHIZO. LA NUEVA VISION DEL PUEBLO VASCO - LA PASIÓN DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA.
Creo que nada es más importante en sus años de Venezuela que este contacto histórico que, por casualidad, descubre Amezaga . Por una serie de contactos oportunos y una serie de circunstancias poco afortunadas, Amezaga abandona la Secretaria del Centro Vasco de Caracas, los negocios de su familia, y entra a trabajar en el Archivo de la Nación de Venezuela, pero lo que es más importante, a mi juicio, entra a trabajar en la Fundación John Boulton, y entabla conocimiento que se traduce en amistad sincera y profunda con dos grandes investigadores históricos de Venezuela, ambos hoy Académicos de la Historia, Miembros de la Sociedad Bolívariana, catalanes de origen, venezolanos de adopción: don Pedro Grases y don Manuel Pérez Vila'. A través de ellos, contacta con el Director de la Fundación Boulton, don Alfredo
Boulton.
(Alfredo Boulton, Premio Nacional de Literatura en Venezuela, miembro de las Academias citadas, y como Pedro Grases y Manuel Pérez Vila, autor de una prófusa obra
bibliográfica).
En 1958 cae el dictador Pérez Jiménez. Venezuela, al compás de su canción nacional "Gloria al Bravo Pueblo", sacude por una revolucionaria acción de todas sus fuerzas sociales, no tan solo a la dictadura militar, sino a una etapa que desde la Independencia le ha restado democracia, libertad y bienestar social. Los años de iniciación democrática en Venezuela son formidables en todos los sentidos. Pero Venezuela, dispuesta a forjar su destino democrático, quiere forjar también su tiempo histórico. Se abren los archivos, se revitalizan las bibliotecas, (incluso se inaugura en la Universidad, al modo de la educación sajona, la carrera de Biblioteconomía y Archivos, con rango de Licenciatura, propiciada por la doctora Blanca Alvarez, más tarde Directora de la Biblioteca Nacional, y de la cual fui alum-na y empleada, y a la que accedí por empuje de mis padres), y en definitiva, se lanzan a la apasionante aventura de escribir su propia historia. De hacerla trascendente. Sí en Uruguay, Amezaga se involucró al periodismo democrático, que afirmaba el espíritu de Ariel, en Venezuela su espíritu curioso se acerca a las fuentes de la historia, al honroso quehacer nacional.
La Tierra de Gracia, como bautiza Colón en los dias del Descubrimiento a Venezuela, vierte sobre Amezaga esa condición primigenia, esa gracia original, esa tempestuosa fuerza natural del primer día del mundo. Y con ella lo bendice. Porque bendición fue y grande el encuentro de Amezaga y la Compañía Guipuzcoana, y aquí, en esta última etapa de su exilio y de su vida, Amezaga se conforma, gracias a este encuentro espiritual e histórico, con una condición para él nueva y que tarda en comprender: Ya no es tan solo vasco. Desde la Guipuzcoana, es un hombre universal, al ser un hombre americano.
En esto, Amezaga merece su parangón con Jesús de Galíndez7, aunque éste último llevara su condición hasta el martirio. En numerosos artículos y en una preciosa conferencia, Amezaga, fielmente, llora y reclama por la vida de su amigo mártir. Y es que en esto vale destacar la extremada generosidad que despliega Amezaga en el halago y comprensión de las virtudes ajenas, en la exposición de las mismas, en el abundante trabajo de investigación que sobre ellas establece, para desplegarlas con toda amplitud ante su público. Sé que Galíndez, con quien mantenía una correspondencia activa, fue llorado por Amezaga que advirtió desde el principio toda la tortura a la que fue sometido hasta finalmente acabar con él. Pero no con su espíritu, repetía Amezaga , "nunca acabarán con el espíritu de hombres como Jesús de Galíndez, capaces de dar su vida por la libertad de los
Sobre Jesús de Galmdez, para su conocimiento, recomiendo el estupendo libro de Alberto Elóbegui, "Galíndei".
demás hombres. Sean vascos o dominicanos, porque lo que importa es que son hombres".
En el siglo XVIII, impulsados por el Espíritu de las Luces, el Espíritu de la Ilustración y por la Sociedad de Caballeritos de Askoitia (una sociedad ilustrada), se crea la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Es un consorcio adaptado ya a las nuevas formas mercantiles, más libres, y una estupenda realización del genio vasco. La Compañía agrupa a gente de todos los pueblos vascos, y comienza su andadura desde el Puerto de Pasajes, con la finalidad de expulsar a los piratas del Caribe, hacer producción de algodón, azúcar y cacao en una tierra pobre del Imperio Español: Venezuela. No es cuestión de anotar aquí la historia de la Compañía, para eso bastan los libros de Amezaga, sus artículos. Solamente reseño un hecho histórico vasco que había quedado muy olvidado en la historiografía venezolana. Un pequeño libro de Basterra, "Navios de la Ilustración", y algunas menciones en autores venezolanos. En Euskadi, el olvido total. Y sin embargo, la Compañía introdujo las ideas ilustradas en Venezuela y propició el impulso independentista, es decir, el de la Libertad. Cultivó las extensas sabanas salvajes del centro de Venezuela y las convirtió en fértiles plantaciones de azúcar, añil y cacao.
Convulsionó la sociedad a tal punto que hubo un levantamiento contra ella y su poder. Despejó el Caribe de piratas y enriqueció, con el auspiciamiento de astilleros, la economía vasca del siglo XVIII. Todas estas cosas esperaban estudio y atención. Amezaga fue el encargado de hacerlo.
Pocas cosas puede desear más un investigador histórico (y Amezaga se convierte en esto de forma natural y con entusiasmo) que encontrar las fuentes originales, inéditas. Esto le ocurrió a
Amezaga.
Puerto Cabello donde la Compañía había eregido una casa (semejante a la de La Guaira, su principal factoría, y al estilo de los caseríos del país vasco)
alli estaban los cajones de madera de cedro en los que durante doscientos años permanecieron guardados los papeles de la Compañía. Lacrados, amontonados y cerrados con cuerdas. Datos, cartas comerciales, facturaciones, detalle del movimiento de los barcos corsarios, de la vida y hechos de algunos de sus capitanes. La detallada lista de la marinería. Había que ordenar el material, cierto es, y desenredar, como una madeja, el dorado hilo de la historia. Esa fue la enorme reparación que Venezuela concedió a Amezaga por su Exilio. Y el amor de Amezaga por Venezuela se hizo fuerte y agradecido a partir de tal encuentro.
Sus libros sobre la Compañía empiezan a publicarse. En 1963, Hombres de la Compañía Guipuzcoana; en 1966, Vicente Antonio de Icuza
y El elemento vasco del siglo XVIII venezolano; en 1966, escribe artículos sobre la Compañía en revistas como El Farol y el Boletín de la Fundación
Boulton. Es como un torrente de ilustración gozosa que no deja de brotar de sí mismo. Le gusta detallar no tan solo las acciones de los hombres vascos sino apreciar sus sueños. Le gusta introducirse en sus bibliotecas, (al modo que al principio de esta reseña lo hemos hecho en la suya), detallar sus libros para conocer sus almas y palpar sus sueños. Con la Compañía Guipuzcoana Amezaga engrandece y culmina la obra de su vida.
Ya no es sólo el periodista polémico, o el poeta romántico y sensitivo, o el amante conocedor de la cultura vasca, ni el traductor infatigable que sigue ejerciendo su trabajo al margen de este descubrimiento, es además un historiador en el más absoluto sentido de la palabra; ha tocado las fuentes, las ha estudiado, las ha analizado, las ha objetivízado pero también las ha subje-tivizado. Con esto, Amezaga rubrica una obra de por sí misma extensa y laudable, pero le confiere profundidad y consistencia.
Su obra es publicada por el Banco Central de Venezuela. Su nombre es cita obligada desde entonces, para quienes trabajen el s. XVIII venezolano que, desde Amezaga, tiene nombre de Compañía Guipuzcoana.
Pero no descuida sus fatigas vascas. Sigue escribiendo temas culturales y políticos en los diversos boletines y revistas del Centro Vasco de Caracas, y en revistas de Venezuela. En sus periódicos más afamados, El Nacional y El Universal. Establece polémica con Salvador de Madariaga seguida con enorme interés, ya que Madariaga es hombre deshechado de la cultura venezolana por una biografía de Bolívar que no fue de gusto nacional. Da conferencias en el Centro Vasco de Caracas, en el Centro Gallego siguiendo el hilo de la vieja idea de Galeuzka que nació en Buenos Aires y que él impulsó en Montevideo.y publica en 1967 El Hombre
Vasco
El Hombre Vasco es una recopilación de todas las conferencias que impartió sobre cultura vasca a lo largo de su vida. El espíritu de Plutarco alienta sobre él. A través de los hombres geniales, acierta en la historia de los vascos. Quien quiera adentrarse en las profundidades de nuestro pueblo, bucear en nuestros arcanos históricos, pero de un modo grato y sencillo, debe leer El Hombre Vasco.