COMUNIDAD
VASCO-URUGUAYA
Los actos celebrados el
pasado día con motivo de la inauguración en Montevideo de la Plaza Guerníca
han sido para nosotros ocasión de una satisfacción profunda. No sólo
porque todo lo programado se cumpliera con la exactitud prevista y con la
deseada brillantez. No, únicamente, por el esplendor y autoridad que
prestaban al acto las autoridades nacionales y municipales allí
congregadas; los hombres representativos de las ciencias y las artes; las
más altas representaciones de distintos Estados y las varias delegaciones
de distintos grupos nacionales o políticos. Eso, con ser mucho; eso, con
merecer de nuestra parte una gratitud que nace de las raíces mismas del
corazón, no puede hacernos olvidar el hecho para nosotros más entrañable
de todos, con serlo muchísimo los señalados: la presencia del pueblo
uruguayo que en representación numerosa y selectísima dio al acto un
calor, una vibración, un sentimiento de solidaridad fraternal que fueron
los que hicieron de él, en intensidad pocas veces conseguida, una
verdadera fiesta del espíritu y un regalado goce para el corazón.
Leíamos ayer,
precisamente, aquellas palabras que el Dr. J. P. de Castro, ministro
plenipotenciario del Uruguay, ante el gobierno francés pronunciara en
cierta ocasión: "Los vascos en general son considerados como el
necplus ultra de la inmigración y se ven allá (en el Uruguay) disputados
y solicitados por todas partes". Palabras que nos han hecho pensar,
una vez más, en la excepcional acogida que nuestra raza ha tenido siempre
en este generoso país; palabras que nos ayudan a explicar esa intensa
vibración, esa fraternal acogida que todo lo nuestro encuentra aquí.
El elemento vasco ha
contribuido mucho, sin duda, a la formación del Uruguay y lo ha hecho
siempre con una honradez y un sentido constructivo que las claras
inteligencias de los criollos no podían dejar de ver y sus corazones de
apreciar. Pero, aún hay más: que el vasco no sólo aportó sus
iniciativas y trabajo a la tarea de la estructuración del país; se dio a
sí mismo, fecundando al árbol de la nacionalidad uruguaya con torrentes
de savia que corre abundante y sana por todas sus ramas, en proporción
tal que nosotros, nuevos aquí, no hubiéramos sospechado. Es muy posible
que no haya oirá nación en que el elemento vasco se dé en tan alta
proporción como en ésta.
Y esto explica ya muy
bien ese sentido de solidaridad, esa corriente de simpatía que todo lo
vasco despierta aquí. Y cuando lo vasco es algo tan entrañable y tan
genuino, tan reciamente evocador de los sentimientos ancestrales
como lo es el roble de Guernica, ¿qué de extraño tiene que del fondo de
los corazones, allá donde se repliegan pudorosos los sentimientos más
delicados y profundos, brotan, cuando el llamado imperioso de la sangre lo
exige, esos efluvios de cordialidad y simpatía en que-el ambiente de la
Plaza de Guernica aparecía bañado?
Y más cuando a la
comunidad de sangre acompaña la identidad en el ideal. Porque late en
ambos pueblos, hondo y sincero, el culto a la libertad. Y la noble pasión
por la justicia en la que saben ver los pueblos pequeños la raíz y la
razón de su fortaleza.
El Plata, Montevideo,
Mayo 30 de 1944.