VOLUNTAD DE
SOBREVIVIR
El genial estadista
inglés, que estos días acaba de abandonar la arena política, decía allá
por noviembre de 1940, en uno de los momentos más difíciles por que su
patria haya atravesado, estas palabras: "Sigue en pie en el momento
actual la resolución de que todo lo que debemos hacer es sobrevivir y
multiplicar nuestra fuerza y la inflexible voluntad de vencer".
Palabras que, al ponernos a reflexionar sobre nuestras cosas, en este
nuevo Día de la Patria, nos parecen como especialmente escritas para
nosotros en estos dramáticos momentos de nuestra Historia.
Porque nuestra lucha en
los años que corren no es un combate a mano armada como aquél a que
Churchill se refería; pero si los cañones no rugen ni las bombas
estallan, el duelo no es menos trágico ni las consecuencias menos
terribles para los vascos, que aquellas que los británicos podían
esperar. Con nuestro suelo ocupado por las fuerzas del despotismo extraño,
invadido por millares y millares de familias foráneas que vienen a
sofocar en sus mismos manantiales el fluir de nuestra nacionalidad;
amordazada la expresión de nuestras conciencias e impuesto por la fuerza
incontrastable un orden de cosas que es la esencia misma del anti-vasquismo,
el pequeño pueblo vasco, abandonado de todos los poderes de la tierra,
callada pero obstinadamente viene sosteniendo una lucha por su
supervivencia en la que no puede ceder ni un minuto de tiempo, ni una
pulgada de terreno, porque ceder en estas trágicas circunstancias —bien
lo saben todos los vascos conscientes— es entregarse a lo irremediable.
Dentro y fuera de Euzka-di, pues, nuestro actual esfuerzo debe ser
orientado hasta este solo fin: sobrevivir, y al mismo tiempo multiplicar
nuestra fuerza y la inflexible voluntad de vencer en la desigual
contienda.
Todo nuestro plan de
acción podría simplistamente concretarse en estos tres objetivos:
defensa de la tierra, defensa de la raza, defensa del idioma.
De la tierra primero,
de nuestra tierra por siglos de siglos sin interrupción poseída y sobre
la que hoy penden aquellas trágicas palabras del profeta: "Nuestra
heredad ha pasado a extranjeros, nuestras cosas a extraños". Hay aquí
un doble problema: el de esas colonias de extraños transportados en masa
y que profanan lo más sagrado de nuestra tierra, desde las estribaciones
del Gorbea a las frondas de Irati, y el de la suicida emigración de los
vascos que debilitan el muro de contención en el momento preciso en que
éste más necesidad tiene de ser reforzado y que inconscientemente
ofrecen huecos al ojo avizor de los que están anhelando rellenarlos de
sustanda no vasca. Sabemos que la primera parte de este problema no
depende de la voluntad nuestra y que para la segunda existen muchas veces
imperiosas razones vitales y aún simples deseos muy respetables de mejora
económica. Pero lo que también sabemos es que si este doble movimiento
sigue al ritmo actual, nuestra tierra dejará muy pronto de ser nuestra y
que hay que arbitrar, por tanto, todos los medios posibles de defensa. Sin
duda, ello no escapa a la preocupación de quien corresponde, lo mismo que
un tercer aspecto complementario, o sea, el del regreso, cuanto antes, a
la tierra de muchos millares de vascos que hoy estamos alejados de ella.
La defensa de la raza
está muy ligada a la anterior. No hace falta decir que no hacemos ni
podemos hacer de la raza un mito al modo de Hitler. Pero si en algún caso
la mayor pureza técnica merece ser preservada es en el nuestro. No por el
prurito de seguir manteniendo un privilegio único en Europa, lo que, al
fin y al cabo, tampoco dejaría de ser interesante, puesto que, bueno para
nosotros, a nadie daña sino por la muy grave razón de nuestro pequeño
volumen nacional y el muy grande de la ola invasora. Piénsese lo que sería
la emigración a Francia de 25 millones de extranjeros o de algunos menos
a España y reflexionóse en consecuencia, ya que la proporción con
nuestro caso es más o menos ésa. Si la defensa que en este orden de
cosas ha establecido EE.UU. mediante sus leyes inmigratorias a nadie
ofende ni extraña, menos podrían extrañar las que adoptáramos los
vascos. No las podemos promulgar hoy en día, pero aquí la
responsabilidad individual de cada vasco consciente juega un papel
decisivo. Es preciso, pues, un llamado profundo a esa responsabilidad.
En cuanto a la defensa
del idioma, creemos no es preciso insistir. Lo que corresponde subrayar es
que el negocio es tan urgente como grave y que el llamado a la conciencia
vasca debe ser hecho sin cesar medíante un organismo eficientemente
constituido que coordine y centralice todos los esfuerzos ahora dispersos
y haga ver a los vascos inconscientes o abúlicos toda su tremenda
responsabilidad; porque hay que decirlo y repetirlo; si ei euskera muere,
dos serán los autores de este crimen: desde luego, el poder extraño que
hoy impera sobre nuestra tierra y hace todo lo posible para que la extinción
de nuestro verbo sea un hecho consumado, pero, al lado de él, y con una
mayor culpa, la indolencia de los vascos que no hacen por su salvación lo
que están obligados y lo que, en la mayoría de los casos, no hay poder
humano que les pueda impedir que hagan.
Aquí, como en el caso
anterior, se trata de la responsabilidad individual, de esa
responsabilidad que, cuando es reciamente asumida, crea pronto una
conciencia colectiva que multiplica su fuerza y su inflexible voluntad de
sobrevivir contra la que, en definitiva, no ha habido nunca ni habrá
potestad de déspota alguno que pueda prevalecer.
Euzko Deya, Buenos
Aires, Marzo 30 de 1955.