LOS VASCOS
CANTAN Y DANZAN..*
El "Comité
Pro Ayuda a los Vascos en Francia", que viene desarrollando en
el Uruguay tan entusiasta y eficiente labor, ha organizado últimamente,
a beneficio de los fines perseguidos por dicha institución, un
concierto y dos romerías vascas. Instintivamente, el Comité ha
buscado sus más eficaces colaboraciones en aquellos aspectos más típicos
del espíritu vasco: el canto y la danza.
Porque el vasco
canta siempre; en la alegría y en el dolor, en los banquetes y en
la iglesia, junto a la cuna en que se mece el niñito reacio al sueño
o en la triste "gau-illa" en que se velaba el cuerpo
muerto del familiar o amigo que se fue, el canto brota del pecho
vasco como algo que está en lo más profundo de su naturaleza. Los
alegres murmullos de los arroyos que pasan brincando sobre sus
lechos de piedra; los rugidos de su mar bravio, el ronco acento de
los torrentes que bajan de las cumbres pirenaicas y los silbidos del
viento que sopla a través de los bosques centenarios, parece le
prestan esas notas dispares que el vasco sabe concordar en su pecho
creando una música popular particularmente rica y original,
admiración de propios y extraños: ella es tan propiamente nuestra
y nos distingue de todas las naciones del mundo, como nuestro idioma
alófilo nos cataloga aparte de todas ellas.
Uno de los
aspectos más característicos de la música vasca es el ritmo
llamado de "zortziko" o de cinco por ocho. Se trata de un
compás de los llamados de amalgama, porque entran en una parte del
valor de tres corcheas y dos en la otra. De aquí la gran dificultad
de su medida para los extraños. El zortziko "Miramar" del
gran violinista navarro Sarasate no lo miden bien jamás los extraños,
aunque se trate de los mejores artistas'".
Claro que el 5/8
"no es exclusivamente nuestro, pues lo compartimos con griegos,
lapones, lituanos, fineses, etc.", pero "ello no resta
originalidad a nuestros zortzikos cantados o danzados, ya que no es
la medida del 5/8, sino la forma peculiar de emplearla lo que
determina la singularidad de nuestros aires típicos"^.
La primera
recopilación de melodías populares vascas es la hecha por Pedro de
Albéniz en 1824 para el libro de danzas vascas de Iztueta, libro éste
que, según Charles Bordes, constituye un documento "peut-étre
un¡-que dans la bibliographie du Folk-Lore". Después, las
colecciones se han sucedido a través de Michel, Mme. Villehelio,
Salaberri, Santesteban, Az-kue, P. Donostia, Guridi, Usandizaga,
Almandoz, P. Madina, Uruñuela, Mokoroa, P. Olazaran, Sorozabal,
Busca Sagastízabal, etc.
Los que
asistieron al reciente concierto del Club Uruguay pudieron escuchar
algunas de estas melodías a través de las magníficas voces de la
soprano Erauskin y el bajo Algorta. Sus motivos son de lo más
variado: ya se trata, en "Urrundik", de la nostalgia del
pastor que solitario en la cumbre contempla el monte lejano que le
hurta la vista de su pueblo natal, de cuyas campanas cree ya oír el
eco; ya en "Lo..." es la dulce invitación al sueño que
la madre hace al hijito que mece en la cuna; lo mismo es la romántica
puesta del sol que se hunde en el mar convertido en un globo de oro,
que la sátira contra aquellas tres señoritas de San Sebastián que
sabían coser bien pero beber mejor...; ya narra un sucedido como en
el "Ne-re amak ba'leki!" de Iparraguírre, o su tema es el
sentimiento amoroso que bate dulcemente sus alas en el "Goizeko
izarra"... Sobre todos los sentimientos, sobre todas las
circunstancias; en la contemplación de la naturaleza o en el
recuerdo de cosas, más o menos dignas de memoria, el vasco concibe
una canción.
Pero si el vasco
canta siempre, hay otra modalidad que por igual le distingue: su
natural entusiasmo por la danza. Ya el P. Larramendi nos hacía ver
a los chiquilines danzando en brazos de sus madres o nodrizas al
escuchar el son del tamboril. Antes que él, Voltaire nos había
clasificado como "un pequeño pueblo que brinca y baila en lo
alto del Pirineo". La letra de una de nuestras más lindas y típicas
melodías, aquélla que nos hace conocer al "pajarito que canta
en la misma punta de la rama del manzano del caserío Aldape",
termina con esta interrogación: "¿nork dantzatuko ote du soñutxo
orí?", esto es, "¿quién bailará al son de esa música?",
porque al vasco le parece natural que no se desaproveche la ocasión
de trenzar unos ágiles pasos que brinda con su tocata el simpático
pajarito.
Hay danzas de
todas clases: unas para bailarines sueltos, otras para coros;
alegres las unas, tristes las otras; las hay solemnes, hieráticas;
satíricas y grotescas también. Pero, en general, puede decirse que
una feliz combinación de dignidad y alegría preside a la mayor
parte. Cuando Víctor Hugo, por el año de 1843, se detiene en la
plaza guipuzcoana de Pasajes, contempla
con admiración al pueblo que baila. Son ellas, entre otras, las
humildes bateleras Pepa y Pepita, "dos bellas hermanas que
tienen algo de puro y noble. La mayor posee un aire casto, la pequeña
virginal. Se creería ver bailar a una madona, frente a frente de
una diana''. Los muchachos que con ellas danzan son pescadores y
labradores; sin embargo, Hugo al pintarlos "fuertes, hermosos,
curtidos del sol", no deja de advertir que son respetuosos y
tiernos en sus gestos con estas muchachas púdicas. Es la natural
dignidad de la raza que rechaza desde lo más íntimo de su ser las
contorsiones simiescas y los pasos lúbricos de ciertos bailes
modernos. Porque el vasco siente bien que la danza no es solamente
agilidad y belleza sino que, como escribía Platón, "imita las
palabras de la Musa". De ahí que el respeto y la dignidad se
impongan; pero, ¿es que ellos espantarán a la alegría? Nunca han
pensado tal cosa los vascos. Cuando Jovellanos visitó nuestro país
a fines del siglo XVIII pudo escribir: "allí es de ver un
pueblo entero, sin distinción de sexos y edades, correr y saltar
alegremente en pos del tamboril".
Este es nuestro
pueblo, nuestro verdadero pueblo; aquél en que sus autoridades,
vestidas de su indumento más solemne, dan el ejemplo en las fiestas
danzando las primeras los ágiles pasos del "aurresku".
Este es nuestro pueblo, tal como lo habéis podido ver, hermanos
uruguayos, en las romerías de los pasados días 6 y 7 en el campo
del Euskaro Español, danzando incansablemente a los sones de
tamboriles, dulzainas y acordeones, con esa alegría que en el vasco
nunca se agota, porque él sabía, mucho antes de que el pensador lo
expresara, que sólo hay dos cosas por las que el hombre deba estar
triste: el remordimiento y la enfermedad. Y nuestro pueblo, pese a
sus desgracias presentes, sigue, en general, siendo sano y dueño de
una conducta que no sabe engendrar remordimientos.
El Día,
Montevideo, 1947.