SINFONÍA DE GUECHO
El Mar de Bizkaya, el
Río Gobela, el Caserío, la Iglesia, el Des (errad o.
EL MAR.- Los años van
rodando y son ya muchos desde que mi sordo murmullo no te adormece en tu
lecho de "Iturrieta". Muchos años en que no apareces a
contemplarme cuando golpeo furioso en los acantilados de la Galea o en el
rompeolas de Santurce o me desvanezco en blancas espumas sobre la dorada
arena de Arrigunaga, o Ereaga. En las claras noches estivales,
frecuentabas Satistegui desde donde te gustaba contemplar mis aguas
tranquilas en las que se copia la luna. Y no había día en que desde tu
ventana no pasaras un buen rato mirándome en silencio y pensando en no
sé qué. Tú me amabas, lo sé. ¿Es posible que para siempre me vayas a
olvidar?
EL GOBELA.- Yo he
copiado tu imagen de niño. Cuando la mocedad fue insuflando en ti su
petulencia, te complacías en exhibir tu agilidad cruzándome de un salto
allá por los lugares donde mis márgenes se acercaban más entre sí. Te
burlabas así un poco de mi pobre caudal. Pero nunca te lo tomó a mal
este viejo Gobela que contemplaba tus juegos como un abuelo los de su
nieto. Porque como un abuelo, yo sabía contarte cosas de antaño y en mi
canción de rio pobre y perezoso había un embrujo que, tal vez, ni en el
Sena y el Támesis, ni en el Plata y en el Océano has podido encontrar.
En los remansos donde los nenúfares casi ocultan mis aguas sobre las que
vuela incansable el caballito del diablo con sus grandes alas
transparentes en mi ondulante camino a través de la húmeda Fadura, tan
amada de la brava "mingorra"; en mi paso fecundante por las
ricas huertas de Lexarreta; en tantos sitios, en fin, de mi humilde camino
yo te veía lleno siempre de cariño hacia el viejo río de tu pueblo.
¿Cuándo vuelves? No puedo creer que tu alejamiento sea para siempre.
EL CASERÍO.- Yo
soy un viejo caserío: uno de tantos de los de tu pueblo. Mi nombre, el de
uno de tus abuelos. Porque tú, getxotarra integral, ostentas una cadena
de apellidos que son, casi todos, nombres de nosotros, los viejos lugares
de Getxo. Por eso mirabas siempre a nuestras recias paredes con un cariño
de siglos que los extraños no pueden comprender. Por eso repetías
nuestros nombres como si fueran palabras de una antigua y dulce canción.
Arrigunaga, Arnabar, Sarri, Piñaga, Ibatao... Por eso nosotros te amamos
y esperamos tu vuelta impacientes. Porque sabemos que volverás. Tú no
puedes ser un desertor de los hogares de tu sangre. Y el día que vuelvas,
nuestras anchas portaladas se harán aún más anchas para recibirte;
los amplios aleros de nuestros tejados se harán aún más amplios para
cobijarte. Y por nuestros rústicos caminos el carro de argoma marchará
ufano aquel día, entonando con su voz estridente y campesina el himno de
la alegría de la tierra. ¡Ven pronto, ven!
LA IGLESIA.- En los
años que faltas de mi seno has visto catedrales famosas y artísticos
monasterios, pero ¿verdad que en ninguna has sentido tan hondo como en tu
vieja parroquia? Yo no soy, sin embargo, hermosa; lo sé. Pero estoy
segura de que cuando subías a las torres de Notre Dame y contemplabas la
orgullosa Lutetia, tu gozo no era tan hondo como cuando, después de
trepar las carcomidas escaleras que conducen a lo alto de mi torre en que
se asienta el "repique" y aquellas campanas cuyo sonido no
olvidarás jamás, atalayabas desde allí lu pueblo alzado sobre el mar, y
amado todo el día del sol. Tú no podrás olvidar nunca aquellos
"Corpus" en que la procesión que de mi nacía iba recorriendo
los caminos de Algorta alfombrados de rosas. En el Puerto Viejo, los más
humildes del pueblo sabían recibir como nadie a Aquél que pasó por la
tierra rodeado de humildes pescadores como ellos. Hasta las casas más
pobres se habían revestido para ese día de la limpia albura de la cal.
Allá donde la pobreza no podía allegar colgaduras, pendían de los
balcones y ventanas, sobrecamas tan limpias como jamás pudo ponerlas
más, mano limpia de mujer. Y en el altar improvisado en
"Etxetxu", una exuberancia de flores exhalaba su fragancia,
mientras que Jos jilgueros más cantarines y los canarios de timbre
armonioso, ebrios de sol y aromas, rivalizaban en himnos a la llegada del
Santísimo ante el que se dobla toda rodilla. Pues ¿la Semana Santa? Yo
sé bien que para tí nada había como ella en todo el año. Mis viejas
naves te han visto llorar muchas veces en esos días en que tu alimento
eran los Evangelios y los Salmos. Te perdono los bancos que algunos
Miércoles rompías cuando chico en tu afán de matar a Judas, a quien
tirabas de la barba y hacías otras irreverencias en aquella Cena que se
exibía el Jueves. Pero mirabas con respeto a los demás, sobre todo a
aquel San Pedro tan rudo por fuera como tierno por dentro, a quien siempre
has llevado y llevas en lo más íntimo de tu corazón. Y, ¿la procesión
del Viernes? Es el único día que podías soportar la vista de los
soldados porque iban con las armas a la funerala dando guardia al cuerpo
de Cristo que yacía en aquel hermoso ataúd de cristal. ¡Y aquel San
Juan con cara de tan bueno!; y aquella Madre dolorida que lloraba penas.
Habrás oído coros famosos en las más célebres iglesias, pero, emoción
tan honda como cuando, detenida la procesión frente al Casino, aquellos
modestos cantores del pueblo enconaban el "Stabat Mater", no la
has sentido jamás. ¿Cuándo vas a volver? ¡Tu vieja iglesia te espera!
EL DESTERRADO.-
Inquieto mar, y perezoso río; tú, viejo caserío, parroquia amada, ¡no
me atormentéis más así! Sabéis que desde que la violencia me arrancó
de vuestro seno ni un solo día he dejado de soñar con vosotros; sabéis
que no podría olvidaros jamás. ¡Un poco nada más, y vuelvo a vuestro
lado, como han de volver todos vuestros hijos, a quienes el rodar por el
mundo ha hecho conocer que no hay hermosura comparable a vuestra
hermosura, ni goce semejante al que hace brotar en el corazón el limpio
goce de vuestro amor!
Euzko Gastedi, Caracas,
1959.