DIALOGO DE EMIGRADOS
BETILLUN- Sí, amigo
Ortzargi; tenía toda la razón José de Maistre cuando escribía aquello:
"Los emigrados no son nada; los emigrados no pueden hacer nada".
Es decir, aplicándonos el cuento: no somos nada, no podemos hacer nada.
ORTZARGI.- Demasiado
rotunda la frase para que sea enteramente cierta. La verdad es, Betillun,
que poseemos la más formidable de las armas: el amor. Porque creo que
amamos a la patria con un amor que difícilmente pueden igualar los que en
ella viven.
BETILLUN.- Presunción
y engaño, Ortzargi. Presunción en lo de creer que somos algo así como
los caballeros andantes de la Patria. Y engaño profundo, de otra parte,
porque si es verdad que amamos a la Patria en lo que ésta tiene de eterno
—y no te negaré que esto sea lo más importante—, hay engaño en
nuestro pensar porque la patria que dejamos hace veinte años, amigo
Ortzargi, no es la misma de hoy. Los que están allí la pueden amar mejor
porque la ven y palpan todos los días, mientras que nosotros al pensar en
la patria, y qué triste es esto, amigo Ortzargi, ponemos nuestro corazón
en muchas cosas que ya dejaron de ser para siempre.
ORTZARGI.- Eso,
Betillun...
BETILLUN.- Sí,
Ortzargi. "Panta reí", que decía el viejo Heráclíto. Tbdos
los días mueren cosas que una vez nos parecieron connaturales con la
Patria, y todos los días nacen otras que con el tiempo se van
convirtiendo en sustancia suya. Y es preciso estar presente, allá en la
tierra para tomar el pulso de unas y otras y poder valorarlas bien. Cada
generación se sitúa frente a la vida: hereda mucho de la que le procedió
y lega otro tanto a la que ha de seguirle. No hablemos nada del movimiento
de las ideas: son como vestiduras del espíritu que pasan de moda como las
del cuerpo. Hasta lo que parece más inmutable cambia. ¡Qué cosas más
interesantes leía el día pasado sobre la transformación del paisaje en
Guipúzcoa!
ORTZARGf.- Pero son
cambios que no alteran la sustancia. Que un bosque de pinos ocupe el lugar
de uno de robles o hayas podrá parecemos una usurpación y hasta una
profanación si quieres. Pero, bajo los robles o los pinos, allá está la
tierra nuestra; tan nuestra, para mí, con unos o con otros árboles, tan
nuestra con un sembrado de maíz como con una pradera de trébol.
BETILLUN.- Podrías
decir lo mismo hasta de los caseríos, no tan antiguos como muchos creen
sobre nuestra tierra; del juego de la pelota...
ORTZARGJ.- Y, ¿por qué
no? Cuando se piensa para caracterizar a una raza milenaria como la
nuestra se recurre a la boina que apenas se remonta a lo tiempos de
Zumalacárregui...
BETILLUN.- Vas viniendo
a mi terreno, Ortzargi. Hay en la patria mucho que cambia. ¿Y sabes la
ventaja que nos llevan los que viven en ella? Pues que viven esos cambios,
los asimilan naturalmente y están, por tanto, siempre en disposición de
actuar a tono. Nosotros, en cambio, empezamos por no darnos cuenta de lo
que nos hemos despatriado a fuerza de vivir en climas extraños, y, encima
de eso, tampoco nos apercibimos de lo que allí los años han ido
imponiendo con su curso implacable. Te aseguro que si no tomas en cuenta
estas cosas el choque con la realidad te hará perder tu eterna sonrisa.
ORTZARGI.- Pero no todo
cambia. Tú mismo declarabas que hay en la patria valores perdurables.
BETILLUN.- Claro que
los hay. ¿Por qué crees que se me van los días embebecido en el
recuerdo de la tierra?
ORTZARGI.- Me lo
figuro...
BETILLUN.- Por que ella
nos hizo, Ortzargi. La tierra, aquella tierra, y el mar —no olvidemos
nunca aquel mar— hicieron al vasco. Nos fueron moldeando durante siglos,
y allí siguen, siempre iguales, comunicándonos perdurabilidad con la
suya que no falla. Somos de allí y sólo allí somos plenamente lo que
somos.
ORTZARGI.- Pero con ser
eso algo tan entrañable hay otros valores aún más preeiosos.
BETILLUN.- La
lengua, por ejemplo. Porque ella en todos los casos es algo que si empieza
por ser producto del pueblo que la habla, se convierte a la postre en
cauce y molde del pensar y sentir de ese mismo pueblo. En ella encontrarás
los trazos más salientes de su espíritu junto a mil reminiscencias de
sucesos grandes y pequeños que determinaron su vivir.
ORTZARGL- Eso en todos
los casos. Y en eí nuestro aún más, si cabe. Porque al ser idioma tan
peculiar y distinto, claro está que se trata de un tesoro no compartido
que nos define como ninguna otra característica.
BETILLUN.- Me haces
recordar lo que una vez oí al gran artista Te-llaetxe que acaba de írsenos
a gozar de la luz que nunca se extingue: que él, como pintor, había
procurado aprender bien el euzkera, porque no concebía que ignorándolo
se pudiera dar genuina expresión al rostro de un auténtico vasco.
ORTZARGL- A eso llamaría
yo saber conjugar el arte con la patria.
BETILLUN.- Así es.
Pero no olvidemos el otro elemento de perennidad nuestra; la sustancia
racial.
ORTZARGL- Cuidado,
Betillun que estoy viendo asomar a Hitler.
BETILLUN.- El, como
todos los grandes extraviados, tanto o más que un propalador de mentiras,
era uno que sacaba de quicio grandes verdades. Y ésta de la sangre es una
de ellas. Bien que un expósito se empeñe en no dar importancia a la
genealogía, pero para un bien nacido ello será siempre algo fundamental.
Más que suicidas seríamos los vascos si adoptáramos el criterio de los
expósitos.
ORTZARGL- Cierto,
Betillun. Y estamos en momentos en que será poco todo lo que hagamos en
defensa de la estirpe.
BETILLUN.- De ella y de
su expresión espiritual que es el idioma. ORTZARGL- Y de ambos sobre la
tierra.
BETILLUN.- Si, Ortzargi,
en todas partes, pero ante todo sobre aquella tierra. La que dio sustancia
de eternidad a nuestra raza y ecos de perennidad a nuestro verbo. Porque
una y otro verán truncados su limpia carrera de siglos si seguimos
consintiendo en esa profanación del patrio suelo que nos va convirtiendo
a los vascos de hoy en día en huéspedes molestos en nuestra propia casa.
Euzko Gastedi, Caracas,
Febrero de 1958.