BEGOÑA DE
NAGUANAGUA
"A la Virgen de
Begoña diera mis trenzas de pelo, sino porque me hacen falta para atar a
un marinero".
En esta sencilla copla
condensó nuestro Antón el de los Cantares la popular devoción hacia la
Virgen bonita que desde el siglo XIII, teniendo por trono la colína de
Artagan, reina sobre los corazones de los bizkainos y muy especialmente de
su geme de mar.
Tal vez pensando en
Ella nuestro paisano Juan de Lacosa, compañero de Colón y primer cartógrafo
del Nuevo Mundo, dio el nombre de "Mari Galanta'', es decir,' 'María
la Hermosa'', a su nave que más tarde, capitana del inmortal genovés,
había de quedar bautizada para la Historia como la "Santa María".
Y con ese mismo nombre, bandera de una secular devoción, han cruzado los
mares cantidad de naves vascas desde las que enderezaban su rumbo a los
bancos de Terranova a la pesca del bacalao, hasta aquella "Ama Begoña'koa",
gallardo buque-escuela que nuestros ojos de niño admiraron más de una
vez en el puerto de Bilbao.
Cierto que esta
advocación no aparece en la nómina de "los navios de la Ilustración".
Pero el hecho de que nuestra Patraña sea venerada como tal en el
pintoresco pueblecito de Naguanagua, a pocos kilómetros de Puerto
Cabello, ciudad de la que con razón ha podido decirse que fue toda ella
obra de la Compañía Guipuzcoana, a la que entre otros monumentos debe su
iglesia, nos hace pensar con fundamento que algún compatriota
perteneciente a esa Compañía trajo a Naguanagua la imagen que desde
1783, es decir, en las postrimerías de la empresa vasca, se venera en la
iglesia parroquial. El hecho real es que los archivos de ésta no dan luz
alguna sobre su origen.
Y a visitar a la "Andra
Mari" de Naguanagua nos fuimos los vascos de Caracas en la caravana
de automóviles que parte con el fresco de la mañana del Centro Vasco. Y
la alegría de la gente joven que viaja en nuestro autobús, con la canción
siempre en los labios y el cosquilleo de la danza en los pies, devuelve a
nuestro pecho gratísimos sentires que nos llegan como jubilosos
mensajeros de lejanas regiones ya casi olvidadas. Y sentimos en nosotros
algo así como un glorioso renacer. Y todo se torna hermoso alrededor
nuestro en el milagro de esta mañana a través de la cual nos sentimos
llevados sobre el verde tapiz del campo al que el cielo presta su cúpula
de purísimo azul. Ya estamos en el alto de Los Teques; pasamos La
Victoria; cruzamos Maracay, que nos saluda con su lujuriante vegetación;
y, tras el regalo de serena belleza del lago de Valencia, enfilamos a
Nagua-nagua, donde el tronar de los cohetes y el metal de una banda de música
nos da la amable bienvenida.
Entramos en la iglesia,
cuyo coro se reviste de policromía de las pox-poliñas y cuyas naves se
vuelven resonantes al mágico conjuro de nuestro Pizkunde. Pero pronto lo
olvidamos todo. Ya no tenemos ojos más que para Ella, la Virgen bonita
con el tesoro de su Niño en brazos. Aquí está Ella, la Madre del Amor
hermoso; hermosa y llena de dulzura; bella como la luna, brillante como el
sol. Elevada como el cedro sobre el Libano y cual ciprés sobre el monte
de Sión... Y en nuestro embeleso sentimos que como campanitas de plata,
una y otra vez resuenan en nuestros oídos los diamantinos versos del
inmortal florentino:
"In te
misericordia, in te pietate, in te magnificenza, in te s'aduna quantunque
in creatura é di bontate".
¡Tenemos tanto que
pedirle!... No importa que no se parezca demasiado a la que desde hace
siete siglos reina en la colina de Artagan. Nos vuelve a pasar hoy como
cuando hace años, ¡tantos años!, subíamos las calzadas de Begoña con
el corazón alegre y el alma henchida de fe. Y la miramos, y la miramos
sin apartar los ojos, y he aquí que, como fragancia de cinamomo y mirra
escogida que viniera de Ella, nos sentimos envueltos en una nube de paz y
santa esperanza.
Pero por un momento se
rompe el encanto. Es la banda de música que al atacar las notas del
"¡Abajo cadenas!" nos hace recordar las que a nuestra Patria
asfixian. Y nos acosa la visión de nuestra tierra invadida, sojuzgada, en
trance de total adulteración. Todas las amarguras, todas las angustias de
la hora, quizá la más negra por nuestro milenario pueblo contemplada,
vuelven a nosotros dando aún más tremenda actualidad a los acerbos y
viriles acentos de Arana Goiri."Erri gaixua, yaío nintzan ni zure il
orduan eltzeko? Ama ilgo zara motzen azpian ilgo zara zu betiko?..."
Y tenemos que volver a
clavar nuestros ojos en los de la Virgen bonita para decirle, poniendo en
nuestras palabras toda el alma, con la absoluta rotundidad que cabe
prestar nuestro verbo a la alegría del gran Bernardo:
"Gomuta zadiz, Ama
on-ona, iñoiz bere esan ez dala Zu'ri deituta, laguntza barik iñortxu
laga dozula".
Euzko Gastedi, Caracas,
Setiembre - Octubre de 1956.