A UN JOVEN VASCO
Me dices que se va el
1965: "Un año más en la opresión; un año más vivido en vano. Es
el del Centenario de Sabín y se nos ha ido como los anteriores, sin ver
que el Askatasun Eguzkia comience a brillar..."
Un año más, sí.
Es un precio caro el que estamos pagando. ¿Pero sabemos nosotros ni nadie
lo que vale cada año de dolor? Lo tuvieron que pagar todos los pueblos
que de veras quisieron ser libres y lo pagó Sabín con toda una vida
hecha de esfuerzo y sacrificio. Y, sin embargo, al despedirse de ella, el
panorama que a su vista se ofrecía no podía ser más deprimente:
persecución y burlas, incomprensión y calumnias, odio de los extraños y
en los compatriotas una indiferencia mil veces peor que el odio mismo. Así
fue la vida de aquél a quien más que a nadie deberá la suya la Patria.
Cierto que tuvo algunos predecesores. Lo fueron los bízkainos vencedores
en Munguía y los heroicos navarros del castillo de Amayur y los mártires
de la Rebelión de la Sal. Lo fue el gran Larramendi a quien algún día
habrá que rehabilitar en este aspecto y lo fueron hasta cierto punto Chao
y Moguel y otros. Pero ellos, como Olano, como Egaña, como Mo-raza, como
tantos de aquellos que, ante el parlamento español o, guitarra en mano,
como el errabundo Iparraguirre, o como los ingenuos fueristas, al cantar a
las libertades vascas con elocuencia y con sinceridad, pretendían amar y
servir en imposible simbiosis a dos patrias —Euzkadi y España— a la
vez. Varios siglos de desviación nacional habían hecho posible que en
los cerebros más claros y aun en los más puros corazones pudiera darse
esta deformada visión. Las uniones de las diversas regiones vascas a
Castilla en su corona y el que ésta en^los tiempos que siguieron llegara
al zenit de su grandeza brindaron a los vascos de ambición y de empresa
campo ancho donde colmar los deseos de los nacidos para consejeros de
reyes, como Ayala o Idiakez o Gaztelu, etc., etc., o para grandes
almirantes como Okendo y Gaztañeta, Rekalde, Bertendona, Churruca y
tantos otros. Al servicio de los reyes, entonces los más poderosos del
mundo, podían encabezar !a empresa de rodear el orbe, como Elkano o de
colonizar las lejanas Filipinas, como Urdaneta y Legazpi... Y todo iba
bien mientras el sol no se ponía en los dominios de aquellos reyes y el
país gozaba de privilegiada situación interior. Fue preciso que, con las
guerras carlistas, con el dolor y el desgarrón que ellas causaron en el
cuerpo de la Patria, tras siglos de sopor, resonara el clarinazo de Sabín,
el hombre joven de la patria vieja y olvidada. Y hubo de ser la suya la
voz agria que estigmatiza al traidor, despierta al dormido, excita al
despierto, enfervoriza al vasco y encoleriza al extranjero. Fue como el
relámpago que cruza de un extremo al otro del cíelo
y hace verlo todo de una vez. No importa cuan rápido se apague. Lo que él
iluminó ya no puede ser olvidado y queda como viviente signo de
contradicción al que se puede amar u odiar, pero es imposible ignorar.
Fue su obra la de un joven generoso y heroico y por eso la juventud que
ama lo heroico y lo generoso ama a Sabín en cuanto lo conoce y ve en él
un paradigma a cuya imitación bien merece consagrar la vida. El dardo
hecho de amor y dolor que él dejó clavado en el corazón de la Patria ha
quedado vibrando y hay en su vibrar algo como una canción y un mensaje
que todos los jóvenes vascos van escuchando y recogiendo de un extremo a
otro de la vieja Patria. Y en esa juventud, querido amigo, en ti y en los
otros millares de jóvenes se concentra toda nuestra esperanza. Habría
que ser más que hombre para hacer más que lo que Sabín hizo. Pero no
somos mesianistas sino hijos de una patria que, como escribió Guiozot,
mientras todo se trastocaba en Europa, supo permanecer pueblo. Y creemos,
por eso, que ai pueblo que Sabín despertó sólo lo podrá salvar el
pueblo mismo, Y lo mejor de ese pueblo sois vosotros, jóvenes de la
actual generación, y por eso de vosotros espera la Patria la salud. Sabéis
bien que buenas son las armas cuando son necesarias para ello, pero que en
nuestros días y circunstancias hay cosas que valen mucho más y son
siempre mejores que ellas. A la obra, pues, a la forja de la libertad que
necesitamos para que Euzkadi sea la más bella de las patrias, libertad
que sólo podrá ser conquistada por una superación constante en el
trabajo y en el esfuerzo. A la hora, pues, joven amigo, que sólo cuando
se acabe la jornada, será tiempo de reposar. Y a la obra con la voluntad
bien tensa, la que sólo se conforma con lo más y lo mejor. No podemos
aceptar medianías. Somos pequeños y por ello tenemos que trabajar como
gigantes si queremos ser dignos de nuestro ideal. Que ese ideal mueva
todos vuestros actos. Que la joven emakume, cuando da su más primorosa
puntada, haga decir a su aguja por Euzkadi y que el recio langille en el
taller haga su trabajo más perfecto por una Euzkadi mejor para todos sus
hijos; que el arrantzale robe al mar sus mejores tesoros por Euzkadi, y
que el baserritarra labre su tierra para que verdaderamente sea suya en
una Euzkadi mejor, y que vosotros los ikas-les, quizá la mejor esperanza
hoy día de la Patria nuestra, apretéis de firme los codos contra la mesa
de estudio para asimilar la sustancia mejor de vuestros libros y la más
alta enseñanza de vuestros profesores y la última experiencia de
vuestros laboratorios para ofrecernos una rica cosecha: desde secretarios
de ayuntamiento hasta diplomáticos, desde directores de empresa hasta
lingüistas, matemáticos y físicos, diplomados en ciencia nuclear.
Adelante todos, al compás vibrante de canciones nuevas —las que el
viejo Hornero decía que suelen ser las mejores—, canciones nuevas que
hablan de libertad y esperanza, de limpieza y dignidad, de trabajo y de
saber, de respetar y de amar, de una patria en que los vascos puedan dar
la medida más alta de lo humano. Porque todo eso y más, con un porvenir
glorioso, aguarda a la joven generación vasca de hoy que sabe lo que
significan las palabras: "Gu gara Euzkadí'ko gaztedi berria,.."'.
Euzko Gastedi, Caracas,
1965.