INFORMACIÓN
BIBLIOGRÁFICA
Libro de Mario B riten
o Perozo
Cuando aquel día 4 de
septiembre de 1730, don Pedro de Olavarriaga arribó a la vista del Puerto
Cabello a bordo de la fragata "San Ignacio", a la que acompañaban
los otros dos navios que componían la primera expedición con que la
Compañía Guipuzcoana daba inicio a su empresa, tuvo que experimentar el
hondo sentimiento de que se estaba cumpliendo con él un acto de debida
reparación. Porque en aquella tierra a la que llegara, en 1720, como Juez
comisionado por el Virrey de Santa Fe para celar el comercio ilícito,
observar el funcionamiento de las Cajas Reales y levantar un censo de los
tributarios existentes en la misma, había visto a su persona e
investidura atropelladas y había sabido en carne propia lo que era verse
despojado, insultado y encerrado en una cárcel (1721-1722) por quien, más
que nadie, estaba obligado a ayudarle en el cumplimiento de su misión
que, en resumen, no era otra que la de poner ley y decencia donde sólo
reinaban el desorden, el cohecho y la ganancia ilícita. Y él había
tenido que devorar su amargura en aquella tierra a la que, antes y mejor
que nadie, estudió en su situación y recursos y de la que había calado,
como ninguno, la magnitud de las posibilidades que ofrecía a quienes, con
espíritu de dedicación y trabajo y espoleados también, ¿por qué no
decirlo?, del natural interés que mueve a todo hombre, supieran organizar
en forma eficaz y tesonera esa explotación.
Ahora regresaba en
vencedor. Creada a su impulso la empresa en la que tanto soñara y puesto
a su frente, podía desarrollar sus esfuerzos sobre los planes que su
perfecto conocimiento del terreno le permitía trazar. Pero le tocaba
también lo más arduo. Porque ahora era llegado el momento de demostrar
que había visto claro y que, en posesión de los medios que se le
encomendaban, era capaz de llegar en sus realizaciones hasta donde había
prometido. Tras los años de pensar y analizar y ofrecer y solicitar, venían
los de acometer la obra y cumplir. Supo hacerlo en los escasos cinco años
de vida que le quedaban, marcando el camino a una empresa sobre la cual la
razón, el prejuicio o la simpatía podrán decir, en cada caso, su propia
palabra, pero a la cual nadie podrá negar que fue uno de los hechos más
trascendentales de la historia del siglo XVIII venezolano.
Con su reciente libro,
Mario Briceño Perozo ha venido a confirmar ese acto de desagravio que su
vuelta a Venezuela, en 1730, ofreció a Olavarriaga. No contento con el título
de precursor que, un día, el que esto firma le diera, estima Briceflo, y
parece que no le falta razón, que a Olava-rriaga corresponde el nombre de
creador de la Compañía Guipuzcoana y el de guía luminoso de ella
durante su primera y fecunda etapa. A demostrar esto, a exaltar la figura
de este hombre dedica Briceño su libro en el que, desde el primer capítulo,
vemos lucir una copia de documentación que no deja nada que desear y que
es muy propia de quien como él regenta nuestro principal archivo;
documentación que no decae en ningún momento y que en todos los capítulos
va poniendo sólidos cimientos a la obra a través de la cual nos guía la
experta pluma del autor.
Así puede verse en el
primero de ellos, El tumulto de Guanaguanare, en el que, al dar a conocer
el problema que la penetración y extensión del comercio ilícito había
creado en tierras venezolanas, nos pone en vivo contacto con la realidad
de la situación que motivará el que el Virrey Villalon-ga enviara a
Venezuela a Olavarriaga y a su compañero de comisión, el andaluz don
Pedro Martín Beato. Vemos asimismo como, por su parte, el Gobernador y
Capitán General don Marcos de Betancourt y Castro, quien ya, en 1716, había
nombrado a su paisano el canario Don Diego de Matos para encabezar, con
amplias facultades, la batida a los contrabandistas y sus cómplices,
—bien que el Matos careciera de moral necesaria para ello, pues que, al
mismo tiempo que pesquisaba, ejercía el comercio de telas extraídas
precisamente de los comisos efectuados a consecuencia de las pesquisas a
su cargo—, provee en 1718 un auto por el que da plena comisión al Capitán
Don Mateo de Osorio para que investigue todo lo necesario sobre los
excesos en que incurran los funcionarios encargados de vigilar el comercio
de extranjería, recalcando, para evitar una posible colisión con Don
Diego de Matos, que éste no quedaba exceptuado de las obligaciones
impuestas a los demás funcionarios de la Provincia de prestar colaboración
a Osorio. De la forma en que esto viene a complicar las cosas se ocupa el
capítulo II, "La inquisición de Osorio". En el siguiente,
"Visorrey habemus", se da noticia de la creación del Virreinato
de Santa Fe y aparece en escena don Jorge de Villalonga, segundo en ocupar
la recién creada alta magistratura (año 1717), quien, a la vista de las
implicaciones del interminable proceso venezolano, nombra jueces
comisionados a Olavarriaga y a Beato, del alcance de cuya comisión y
actividades en el desempeño de la misma se ocupa el capítulo IV,
"Trueque de magistrados", así como de los conflictos de los
comisionados con el gobernador trata el siguiente capítulo, "La
fricción inevitable", donde se narra el apresamiento de ambos
jueces, de la cual y de las diversas incidencias que ella provoca nos
informa el capítulo VI, "Los magistrados en la cárcel". En el
VII, "El Informe de Olavarriaga", se nos ofrece una síntesis
del trabajo de Olavarriaga "Instrucción General y Particular del
estado presente de la Provincia de Venezuela en los años de 1720 y
1721", que se basta él solo para dar perenne testimonio del afán
constructor y capacidad de Olavarriaga. El siguiente capítulo, "La
querella con García de la Torre", y en el IX, que le sigue y se
titula "Justicia o parcialidad", da cuenta el autor de los
incidentes surgidos cuando ya instalada la Real Compañía Guipuzcoana,
Olavarriaga y el gobernador La Torre, que juntos habían venido, en 1730,
a bordo de la "San Ignacio", aparecen en la pugna que culmina en
el proceso en que el juez sentencia la culpabilidad del gobernador, no
encontrando mérito alguno para proceder contra Olavarriaga, sobre cuyo
período al frente de la Compañía Guipuzcoana escribe así Briceño:
"Esta época (1732-1736) ,que es la misma que orienta
fundamentalmente Olavarriaga, resulta tan provechosa para la Corona, que
como en ningún otro tiempo, se registra el hecho bastante significativo
de que esta colonia no necesite de la ayuda extranjera para satisfacer sus
gastos de gobierno, y que a cambio del déficit tradicional, acuse
musitado superávit".
Esta y otras verdades,
que la sólida base documental de este libro pone en evidencia, han
llevado al autor a presentarnos, en todo momento, la figura de Olavarriaga
a la cálida luz de una simpatía que especialmente se desborda en el último
capítulo, "Con las orejas intactas", en el que, tras reproducir
un párrafo de una carta de Olavarriaga al Virrey Villalonga en que
recuerda a éste la amistosa amenaza que en cierta ocasión le hiciera:
"que si no cumplía con mi obligación me habría de cortar las
orejas; porque V.E. no decrete semejante sentencia en mí, junto con ser
yo de buena tierra para cumplir con mi obligación, he ejecutado lo que
sigue y consta de autos", expone Briceño Perozo, de acuerdo siempre
a testimonios documentales, la obra realizada por Olavarriaga que vemos,
realmente, lo constituye en un alto ejemplo de hombre devoto de su
quehacer que se convierte en la razón misma de su vida, porque en todo
tiempo para cumplir con su obligación supo tener presente que era de
aquella "buena tierra" donde las palabras sólo valen cuando van
rubricadas por los actos.
Un buen libro éste del
Dr. Briceño Perozo que se lo han de saber agradecer los estudiosos
venezolanos y los compatriotas de Olavarriaga.
Revista Archivo General
de la Nación, Caracas, (?).