EN EL DÉCIMO
ANIVERSARIO DE LA DESTRUCCIÓN DE GUERNIKA
Difícilmente nación
alguna puede presentar un record semejante al de nuestra patria en la
historia de la libertad. Libertad nacional que sirvió a maravilla para
que dentro de ella florecieran, fuertes y lozanas, todas aquellas
libertades que hacen la dignidad del hombre.
Si nos colocamos en los
tiempos en que Roma señorea casi todo el orbe conocido imponiendo a
varias de las que luego habrían de ser grandes naciones su lengua y sus
instituciones jurídicas, mirad y ved a nuestro pequeño pueblo libre en
sus montañas y valles, y salvando en ellos, juntamente con su
independencia, el tesoro de su idioma y leyes propias. Es como una isla
roqueña que resiste victoriosa los embates del mar de la romanización en
que todo aparece sumergido.
Pasan unos siglos y he
aquí que se presentan los bárbaros a recoger la herencia de Roma
moribunda. Sus carros de guerra recorren triunfantes las Galias y se
adueñan de la Península. Pero entre las Galias y España, en su rincón
del Pirineo, no más inaccesible que el Guadarrama o los Vos-gos, los
vascos resisten siempre. Y el "Domuit vascones" que se repite
como un "leit motiv" en las crónicas de los reyes visigodos
proclama, con su reiteración misma, la inquebrantable independencia de la
nación vasca.
Una nueva raza
conquistadora aparece en la escena de la historia. Son los musulmanes que
en una rapidísima campaña hacen botín de toda la monarquía visigoda.
Pero sus caballos piafadores, que desde Gibraltar van recorriendo
victoriosos todos los campos de España, han de morder el freno y
retroceder al llegar a las fronteras vascas. Allí los veremos durante
siglos sin que apenas logren poner pie en territorio de nuestra patria.
La marea musulmana va
cediendo. En una lucha de siglos, los reyes cristianos van empujando a su
tierra de origen a las huestes africanas dominadoras de España. Al ir
creciendo en poder, estos reyes intentan repetidas veces conquistar
nuestra libre tierra; pero sus intentos se estrellan siempre. Es Ordoño
cuyas tropas invasoras son destrozadas en Arrigorria-ga, o Pedro el Cruel
que sufre dos tremendos descalabros en Gordexola y Otxandiano o Enrique IV
que ve perecer la flor de su ejército en los campos de Munguia...
Y así, a través de
los siglos, en una impresionante historia de no interrumpida libertad
hasta hace poco más de cien años en que los vascos "jamás
vencidos" dejan las armas en los campos de Bergara engañados por
promesas solemnes que se habían de cumplir; promesas de respeto a esa
libertad gloriosa, madre de libertades ejemplarizantes simbolizadas en el
Árbol de Gernika.
Si después de esta
rapidísima recapitulación histórica concentramos nuestra atención en
la guerra que ensangrienta a nuestra patria a partir del 18 de Julio de
1936, podríamos decir que asistimos a una lucha en que nuestro suelo se
ve amenazado, al mismo tiempo, por todos nuestros enemigos tradicionales;
latinos, germanos y moros los tres enemigos históricos de nuestra raza
concurren esta vez en la lucha que sucesivamente y durante siglos movieron
en vano contra nuestro pueblo. Y esta vez conseguirán lo que jamás
habían logrado: abatir la libertad vasca. Y para que su venganza sea
perfecta, para que esa libertad que fue un perenne desafío a su innata
soberbia de conquistadores no renazca más, darán a la vieja Euskal Erria
el golpe de gracia hiriéndola en el centro mismo de su alma; aniquilando
a la ciudad que es santa para los vascos por ser el relicario del símbolo
de su libertad. ¿Qué otra explicación puede hallarse a la salvaje
destrucción de una pequeña población carente en absoluto de todo valor
militar?
Pero entre lo muy poco
que se salva de la destrucción y el incendio que todo lo devora, está el
Árbol venerado. Y él sigue alzándose como un símbolo sobre las ruinas
y los escombros, proclamando, contra la victoria pasajera de las armas, el
triunfo eterno de la libertad.
No importa que para
vergüenza del mundo, de ese mundo atormentado que no encuentra su camino,
sigan teniendo actualidad dolorosa aquellas palabras que Lloyd George
escribiera a nuestro Presidente Aguirre:' 'Del mismo modo que a Ud. me
extraña la manera como las naciones demócratas del mundo permiten que
los dictadores europeos aplasten las libertades de un antiguo y venerado
pueblo sin un gesto o una palabra de protesta".
A pesar de todo esto,
nuestra esperanza es cada día más fuerte. "Gernika ganará la
guerra" decía nuestro Presidente. Gernika, —añadimos nosotros—
ganará nuestra libertad. Porque su sacrificio removió hasta el fondo las
conciencias de los vascos que aún dormían y porque ese sacrificio ha
hecho conocer entre los hombres dignos del mundo entero la inmaculada
justicia de nuestra causa. Y porque, a pesar de todo, seguimos
fervorosamente creyendo en aquello que se ha escrito; "En este mundo
de miserias, de egoísmos y traiciones sólo una cosa hay fuerte: la que
es justa".
Montevideo, 1947.