CONGRESO DE ESTUDIOS
VASCOS*
Ante la brevedad y
fragilidad de la vida; frente a la serie de calamidades y desastres de
toda índole y que de todas partes nos amenazan y estrechan, los hombres
se han movido siempre en tres direcciones fundamentales: la del placer
fácil e inmediato en cuyo seno buscamos el olvido de los cuidados
torturantes:
"Dum loquimur,
fugerit invido actas: carpe diem..."
como escribió el más
seductor apologista de esta secta filosófica: la de la desesperación que
tanto puede ser pasiva como activa, nihilismo o aniquilamiento y,
finalmente, la cristiana, la que acepta la lucha por dura que sea,
tomándola en un sentido trascendental de etapa preliminar a una
existencia definitiva. O apegarse a la tierra o hundirse en el abismo o
elevarse a los cielos; esas son, en definitiva, nuestras tres actitudes
posihles.
Como en los hombres,
así en los pueblos. Porque hay en la historia de estos momentos terribles
en que el infortunio y la catástrofe se presentan de tal manera,
dominándolo todo, saturándolo todo, que la sociedad sacudida hasta sus
cimientos mismos ha de hacer, en uno u otro sentido, una elección que no
por, en apariencia, inconsciente es en definitiva cierta y decisiva.
Ejemplos para ilustrar lo enunciado nos ofrecen en abundancia las páginas
de la historia.
Pocos tan dramáticos
como el que en estos años la vieja Euskal Erria nos brinda. Todas las
calamidades físicas y morales se diría que han llovido sobre ella en
estos dos tremendos lustros. Para que esas calamidades tan terribles en
sí mismas se hagan sentir con redoblada fuerza, he aquí que el recuerdo
del bien perdido —que es como la esencia misma del dolor—, aparece
como obligado acompañante de cada uno de sus presentes males, como la
atmósfera propia en que todos ellos se mueven y le acosan. Y para que
termine de sentirlos en manera más acerba, la conciencia de sufrirlos
contra toda justicia. Que algo nos ayuda a soportar nuestras desgracias,
el sabernos, en alguna manera, culpables de ellas.
Pero no nos falta entre
ese cúmulo de males algo que, en cierto modo, nos consuela de ellos. Es
la resolución inquebrantable del pueblo vasco de no abandonarse a la
banalidad ni a la desesperación; de dar el pecho a todos los desastres y
acudir varonilmente a la entraña misma de la llaga con el único remedio
que nos resta porque nadie puede arrebatárnoslo. La fe. Nuestra
tradición y antecedentes no nos permiten otra solución y a ella acudimos
con una esperanza que desborda todos los límites de nuestro infortunio.
Hace años que en el
cielo de nuestra cultura no han brillado otras luces que las de las
grandes fogatas alimentadas con miles y miles de libros cuyo único delito
era el de estar escritos en lengua vasca o versar sobre temas vascos. La
persecución a nuestra cultura ha sido tenaz e implacable. ¿Es que
habíamos de renunciar para siempre a toda esperanza de resurrección?
Los vascos, envueltos
en las ruinas de la actual catástrofe patria y sintiendo que quizá nos
hallemos al borde de otra guerra aún más catastrófica, han resuelto que
no; que no se puede en ninguna cincunstancia renunciar a la lucha en
cobarde suicidio colectivo. Y han organizado como en los días felices,
con la fe robusta y la esperanza sin fisuras de los días felices, un
Congreso de Estudios Vascos que celebrará sus sesiones de alta cultura en
la semana del 12 al 19 de setiembre en Villa de Biarritz.
Sí, con el recuerdo de
la patria en duelo y la sensación de un mundo que cruje sobre nuestras
cabezas, nos reuniremos en Biarritz para estudiar amorosamente,
empeñosamente, con el pensamiento puesto en el renacimiento de nuestra
tierra. Mil veces nuestra tarea sería desbaratada, otras tantas
volveríamos con el mismo celo a reunir los materiales dispersos de
nuestra casa solar derrumbada por el huracán de la injusticia, porque es
el nuestro un empeño mil veces santo.
Nos acompañarán en
ese Congreso muchos hombres de ciencia, muchos hombres de buena voluntad
de todas las nacionalidades que aman a nuestro pueblo y que sienten como
propia su tragedia. Destacarán en ese Congreso muchos hijos y
descendientes de vascos que son honra de la cultura en estas sus patrias
americanas.
Y desde esta orilla del
Plata, nos acompañará lo mejor del Uruguay, los intelectuales que ya han
enviado sus trabajos al Congreso: las personalidades e instituciones
culturales de mayor jerarquía que han hecho o han
de hacer presente al
mismo su fervorosa adhesión. Y estará allí con nosotros en espíritu el
pueblo oriental entero, tan ilustrado como valiente, nacido para vibrar
ante toda lucha de justicia y toda empresa de cultura; para tender su mano
de gaucho noble a quien limpiamente como el vasco combate por la más pura
de las causas: la libertad de su espíritu que nadie podrá sojuzgar
jamás.