LITERATURA VASCA
A pesar de poseer la
lengua más antigua de las habladas en Europa, no contamos,
desgraciadamente, los vascos con ningún "Kalevala" o poema
similar. El "Altobizkar'ko Kantua", que pudo pasar algunos años
por algo asi como nuestra pequeña "Chanson de Roland", resultó
apócrifo y los primeros monumentos literarios en lengua vasca no aparecen
hasta los siglos XIV y XV. Su tema es, casi exclusivamente, la lucha de
banderizos que por entonces asolaban el país.
En el siglo XVI cuando
la corriente literaria se inicia. Corriente cuyo caudal nunca es muy
abundoso y cuyo sonido peca, sin duda, de monótono, pero que es, de todos
modos, más digno de estudio de lo que por parte de los mismos vascos ha
sido hasta hace poco en que no sólo se ha comenzado a concederle la
estima que merece, sino a engrosar ese caudal con aportaciones que de día
en día aumentan en riqueza y calidad.
Ciñéndonos a hechos y
nombres señeros, vemos que en el siglo XVI, el Renacimiento, exaltador de
la naturaleza y por ende de las lenguas nacionales, encuentra indudable
eco en el clérigo bajo-navarro Bernardo De-chepare que en 1545 publica su
Linguae Vasconum Primitiae, colección de poesías en que predominan los
temas religiosos y los amorosos, sin que De-chepare, como vasco
auténtico, dejara de cantar a la libertad: "Libertada ñola baita
gauzetakohobena - gathibutan egoitia hala pena gaitzena" (Como la
libertad es la mejor de las cosas, así hallarse cautivo es la más recia
de las penas). Hay en Dechepare mucha expresividad y colorismo y nunca
olvidaremos el generoso impulso que le llevó a escribir su libro: "Heuskal-dun
den gizon orok altza beza buruya" (Que todo el que habla vasco
levante la cabeza).
El segundo poderoso
movimiento de este siglo, la Reforma, da origen a otro de nuestros
primeros libros. Juana de Albert, la reina calvinista de Navarra, hace que
Juan de Lizarraga, ministro de esa secta, publique en 1571 la traducción
vasca del Nuevo Testamento en una versión en la que, si el léxico es, en
general, poco aceptable, ofrece, en cambio, un verdadero tesoro de formas
verbales.
El tercer hecho es la
Contrarreforma, que inspira otro género de literatura; son los catecismos
que, siguiendo las prescripciones del Concilio de Trento, van apareciendo
en las imprentas vascas desde Bilbao a Bayona. Así el de Sancho Elio
(1561), el de Betolaza (1596), etc., etc.
Al entrar en el siglo
XVII prosigue la publicación de catecismos (Ma-terre, 1617, etc., etc.);
aparecen libros de devoción como el de Argainaratz (1641) y otros, todo
lo cual va preparando la aparición del Cero, obra cumbre de nuestra
literatura, que ve la luz en el año 1643. Su autor, Pedro de Axutar, es
un magnífico escritor en cuya pluma el verbo racial adquiere vida intensa
y maravillosas resonancias. Su manejo del euskera es magistral y en sus
imágenes, comparaciones y proverbios hay una intensa filtración de la
vida de la campiña vasca que presta su aroma a los pensamientos
filosóficos y moralistas de la antigüedad con que Axular esmalta
profusamente su obra. La poderosa personalidad literaria de Axular se
patentiza en la pléyade de escritores que, de más o menos cerca, siguen
sus huellas, ya en su mismo siglo como Pouvreau (1656), Harizmendi (1658),
Gaztelu-zar (1686), Mongongo Dassanza (1692); ya en el siglo XVIII,
Joannes Et-xeberri (1712) el más fervoroso de sus seguidores y escritor
muy altamente dotado, Xurio (1718), Haraneder (1749), Larregui (1775),
Mihura (1778), Baratziart (1874)... y así en el dialecto laburdino hasta
nuestros días con Joamalegui, Arbelbide, etc., etc.
La segunda gran figura
del siglo XVII es Arnaldo de Ohienart que en 1657 dio a la estampa
"Atsotitzak", hermosa colección de refranes muy rica en formas
verbales sintéticas, colección que viene a aumentar nuestro caudal
paremiológico al cual habían ya contribuido Garibay (1592), Ja edición
anónima de Amberes (1596) verdadero tesoro de léxico, la de Voltaire
(1620), la de Isasti (1625) y otras como la Salguiz, etc., etc. Pero donde
resplandece el genio de Ohienart es en sus "NeurtHzak",
colección de poesías en las que se muestra como maestro difícilmente
superado por nadie en el género ligero.
El siglo XVIII se
nos ofrece con tres grandes figuras: Larramendi, el impulsor; Kardaberaz,
el difusor; Mendiburu, el artista. Larramendi es autor de la primera
gramática, El imposible vencido o arte de la lengua vasca, (1729) y el
primer diccionario. Diccionario Trilingüe (1745). Kardaberaz es el gran
difusor con sus manuales de piedad de que inunda a toda Guipúzcoa;
lástima que en él la corrección no esté a la altura de la fecundidad.
Pero el verdadero artista, el literato de esta benemérita triada de
jesuítas guipuzcoanos es el Padre Sebastián de Mendiburu, llamado el
Cicerón vasco por su elocuencia y que en sus tratados, p.ej.
"Jesus'en amore nekei dagoz-ten zenbait otoitz-gai" (Pamplona,
1759), por la fluidez y la pureza de su léxico, juntamente con la riqueza
de sus formas verbales, se coloca muy cerca de Axular en el puesto de
honor de las letras vascas. Otros escritores se dan en esta época entre
los cuales no dejaremos de citar a Juan Bautista de
Aguirre, el de Asteasu, cuyo Emkusaidiak puede citarse como una de las
hermosas obras escritas en lengua vasca.
El siglo XIX lo
consideramos en tres tercios. En el primero se da el florecimiento de la
prosa vizcaína. La visita de Guillermo de Humboldt a nuestra tierra y los
contactos que principalmente en Durango y Marqui-na establece con los
Astarloas y Moguel, respectivamente, dan impulso a un movimiento
euskerista que en el aspecto literario se manifiesta, sobre todo, en don
Juan Antonio de Moguel y Urkiza que, entre otras cosas, nos ha legado su
Perú Abarca en el que se manifiesta como maestro y señor del dialecto
vizcaíno, a través de los rústicos interlocutores de sus diálogos. Su
sobrina Vicenta publicó sus Ipuin onak, colección de cincuenta fábulas.
No podemos dejar de citar aquí a Pedro de Astarloa (Urteco dome-ca...),
Fr. Bartolomé de Santa Teresa, autor de Icasiquizunac y Olgueta, y cumple
recordar a Fray Pedro Antonio de Añibarro, que con su Esku-üburua nos
dio una joya clásica de la modalidad vizcaína.
Por el segundo tercio
del siglo, a la terminación de la primera guerra carlista, se crea un
ambiente sentimental que da origen a un florecimiento poético en el que
descuellan Echegaray, Egaña, Artola, Otaegui, Serafín Baroja,
Iparraguirre y Vilinch. Por esta misma época en el norte del Bida-soa se
instituyen Juegos Florales y surgen poetas como Mendibil, Diba-rrart,
Larralde y otros entre los que descuella Elizanburu. Y al tiempo que esto
sucede en Laburdi, en las montañas de Zuberoa el formidable Etchaun, que
ha sido llamado el Villon vasco, va convirtiendo en ardiente flor de
poesía su vida desgarrada.
En el último
tercio del siglo XIX, a la terminación de la segunda guerra carlista,
otro movimiento vasquista se manifiesta con más ímpetu y consecuencias
que el anterior. Ya no es sólo cosa sentimental que, desde luego, vuelve
a manifestarse en la obra de José Manterola, impulsor de Juegos Florales
y editor del Cancionero de su nombre; hay que citar la labor de gran
interés realizada por la revista "Euskal Erna" que agrupa a
poetas y prosistas; hay que destacar que del dominio casi exclusivo hasta
entonces de la poesía épica y lírica, se pasa al cultivo de la
dramática, de la que en nuestra lengua apenas se había hecho nada fuera
de las "Pastorales" que desde el siglo XVI venían
representándose, casi con exclusividad, en la región de Zuberoa, y en la
que a los saínetes de Marcelino Soroa sigue la fecunda producción de
Toribio Alzaga, formándose así una escuela de dramaturgos entre los que
corresponde citar a Barrióla, Inzagaray, etc. Y, sobre todo, hay que
saludar la aparición, en los últimos años del siglo XIX, de
Sabino Arana, el hombre a quien más debe el renacimiento del euskera,
notable filólogo y poeta, pero, sobre todo, el que al atacar con inmortal
aliento la empresa del Renacimiento vasco, dio al estudio de nuestras
letras un sentido trascendental del que hasta entonces había carecido.
Coetáneo de él, aunque trabajando en otra dirección, aparece el gran
obrero de la euskeralogía don Resurrección María de Azkue con sus
numerosos y fundamentales trabajos científicos y literarios. Con ellos el
gran Campíón y otros ilustres cultores de nuestra lengua que en el año
1918 ve la fundación de su Academia o "Euskaltzaindi".
Esta época es
altamente promisora. Aparecen las novelas de Domingo de Aguirre Kresala,
vivida pintura de nuestros pueblos del litoral, y Garoa, en que el sabor
del monte vasco impregna el alma del lector. Tenemos a Evaristo de
Bustinza, chispeante cuentista y periodista inigualado hasta la fecha. La
prensa vasca acoge a nutridas secciones en lengua patria y salen a luz
revistas como "Jaungoiko Zale", "Zeruko Argia", etc.,
etc. o semanarios como "Argia", íntegramente redactados en
vascuence, mientras, por su parte, el periódico "Heuskalduna"
seguía en su fecunda labor al norte del Bidasoa.
La floración de poetas
es espléndida: Aizkibel, Manterola, Jáuregui, Arrese, Sagarzazu, P.
Rentería, etc., etc. Se hacen importantes traducciones como la magistral
que del Nuevo Testamento nos da el Padre Olabide, la bellísima que de
"Mireia" de Mistral debemos a Nicolás Ormaetxea, el gran
maestro contemporáneo de nuestras letras que traduce también El
Lazarillo de Tbrmes, mientras que Zinkunegui pone en vasco El Criterio, de
Balmes; José Arregui traduce el Intermezzo de Heine, etc.
Y así llegamos al
período 1930-36, llamado "la generación de Aitzol", el
pseudónimo del sacerdote don José de Ariztimuño, gran promotor de las
letras vascas, y en que éstas llegan a su punto culminante en los
llamados "Días de la poesía vasca" en los que sucesivamente
fueron alcanzando el símbolo ramo de plata poetas como Esteban de
Urkiaga, Joaquín de Zai-tegui, Francisco de Echeberría, Xabier de
Lizardi, Joaquín de Bedoña, Luis de Jáuregui... De esta época es
también el tomito de poesías Barne-Muinetan con el cual Orixe se coloca
en el plano de los grandes poetas místicos.
La rebelión
militar del año 36 vino a ahogar ese florecimiento y hemos debido pasar
negros lustros en los que parecía que la suerte del euskera y de sus
letras estaba sellada para siempre. Pero ha venido la reacción, poco
a poco al principio y de modo esporádico; cada vez más fuerte luego y en
forma más organizada. Si algunos poetas de la generación del 36 como
Bedofla, Lauaxeta y Lizardi —el más grande de todos— han
desaparecido, ahí tenemos a Orixe que, con su hermosísimo poema
"Euskaldunak", se ha alzado con el cetro de nuestra épica.
Numerosas poesías sueltas ha publicado estos años marcando nuevos
rumbos, especialmente en la métrica. Y junto a su magistral traducción
del Misal, nos acaba de dar una versión de las Confesiones de San
Agustín, que es una nueva contribución de oro que hace al idioma
nacional vasco. No podemos dejar de citar en este rápido bosquejo a
Telesforo Monzón-Olaso, el finísimo vate de "Urrun-dik", y
Salvador Mitxelena, el autor de "Arantzazu", hermoso poema
religioso de honda raíz popular. Y que no quede sin mención la hermosa
antología Milla euskal olerki eder, en que el P. Onaindia nos ofrece las
flores de cinco siglos de poesía vasca.
Los escritores
euskéricos aparecen cada vez más perfectos y abundantes. Nunca se ha
escrito tanto sobre tal variedad de temas y con tal corrección. Se siente
el idioma que cada día se va haciendo más dúctü en las plumas de sus
cultores que se agrupan hoy, en su inmensa mayoría, en las columnas de
las dos grandes revistas "Eusko Gogoa" y "Egan": la
primera con más preocupación por los problemas de alta cultura; la
segunda, sin desdeñar dichos temas, se propone empresas de orden más
práctico. Es mucho el bien que ambas están haciendo y la trascendencia
de su esfuerzo ha de verse antes de mucho. Que Dios bendiga a las dos y a
otras que como "Ze-ruko Argia", "Arantzazu", etc.,
cumplen una labor muy encomiable.
AI calor de estas
revistas y de otros focos de euskerismo como el monasterio de Arantzazu y
el de los benedictinos de Belloc; de editoriales como Itxaropena y Ekin,
etc., toman vuelo los poemas del fino Iratzeder, del inquieto Mirande, del
fecundo Etxaniz, de Aresti, Erkiaga, Aurraitz, tantos y tantos otros de
igual mérito que harían interminable esta relación. Brotan novelas de
guerra como Ekaitzpean, de Eizaguirre; psicológicas como Joainixio, de
Irazusta; biográficas como Joanak Joan, de Etxaide, o policíacas como
Amabost egun Urgain'en, de Loidi; ensayos filosóficos como los de Zaitegi
o Lafitte, o literarios como los de P. Villasante, Kortabi-tarte, Arrue,
Lecuona, Lojendio; sesudas críticas como las de Luis Michelena, crónicas
como las de Andima de Ibinagabeítia... Con la pena de omitir muchos
nombres dignos de ser citados —spatüs exclusus iniquis—, hemos de
terminar este trabajo, gozosos en la esperanza de que los días gloriosos
de las letras vascas han llegado a un punto que, como el germinar de las
fuerzas naturales, nada podrá ya detener.
Así tendrá que ser
para corregir esa desviación de siglos en los que abandonando el cultivo
de los campos patrios, nuestros hombres más dotados acudieron a fecundar
extrañas lenguas con la energía de sus potencias creadoras y la gracia
de su estilo. No hablemos de Quintíliano y Prudencio, pero ¿quién de
nosotros no ha lamentado el que la obra de un Gonzalo de Berceo no haya
sido plasmada en el idioma que todavía se hablaba en el pueblo donde vio
la luz el primer poeta de nombre conocido en lengua castellana? Algo
parecido podíamos decir del canciller Ayala del que arranca aquella
curiosa dinastía de sobrinos constituida por Pérez de Guzmán, el
Marqués de Santillana, Gómez Manrique y Jorge Manrique, aunque, desde
luego, ninguno de ellos fuese euskaldun. Vasco de estirpe fue también
Fray Antonio de Guevara, el heraldo dei barroquismo literario, e
igualmente Alonso de Ercilla, el más excelente de los épicos en lengua
castellana. Vascos y escritores contemporáneos de él, los eximios
místicos Malón de Chaide, Diego de Estella y Alonso de Orozco.
Igualmente el famoso Juan de Huarte, autor del Examen de Ingenios, y de
estirpe vasca tenemos en el siglo XVII a Sor María de Agreda y Arana y a
la "décima musa" Sor Juana Inés de la Cruz. Y en el XVIII
brillan los dos máximos fabulistas en lengua castellana Samaniego e
Iriarte. De nuestra estirpe proceden Espronceda y Larra, Echegaray y
Caldos. Y pasando por el poeta TVueba y el grupo de románticos vascos
constituidos por Navarro Villosla-da, Araquistain, Goizueta, Vicente
Arana, llegamos a Campión, Iturralde, Olóriz, Iturribarria, Arzadun,
Maeztu, Salaverría, Bueno, Bengoechea, Grandmontagne, etc., hasta
terminar con las dos grandes figuras de Miguel de Unamuno y Pío Baroja.
Ellos y otros del norte
del Bidasoa como Duvergier de Hauranne, Garat, Chaho, Lande, etc., hablan
bien de la contribución que nuestros compatriotas han sabido prestar a la
gloria de extrañas lenguas. Reconozcamos que mucho de ello era inevitable
y pongamos todo nuestro esfuerzo para que no tenga por qué volver a
suceder. Y el camino no es otro que el del patriotismo que, sin desestimar
nada de lo foráneo, nos haga comprender que en nuestro propio verbo, tan
apto como el que más para la expresión de todos los matices del
pensamiento, tenemos los vascos el vehículo cultural que más nos cuadra
y el único que nuestro pleno desarrollo nacional reclama.
Revista Aniversario del
Centro Vasco de Caracas, 1957.