GUERNICA EN EL
13." ANIVERSARIO
En junio de 1808,
Napoleón I hacía reunir en Bayona a la asamblea constituyente que, a su
imperial dictado, habría de dar a la monarquía española su primer texto
constitucional. La gran novedad que, con respecto a los vascos, esa
asamblea ofrecía era la de estar incluidos en su convocatoria, cuando
nunca hasta entonces habían asistido a las Cortes del Reino, y el peligro
que la misma entrañaba para su libertad no pudo menos de alarmar
seriamente a la Junta General vizcaína reunida en Guernica que instaba a
su representante en Bayona Juan José María de Yandiola a hacer todo
cuanto a su alcance estuviera por la conservación de defensa de nuestros
mal llamados "fueros".
No defraudó Yandiola
al pueblo en cuya representación actuaba y en su firme y elocuente
defensa de la patria amenazada por la omnipotente voluntad del Capitán
del siglo, dijo, entre otras cosas memorables, éstas que a continuación
transcribimos:
"Desde la más
remota antigüedad, o más bien desde su primitivo origen ha existido
Vizcaya separada del gobierno general de España, con constitución y
leyes propias..."
"Había necesidad
en España de una constitución, y V. M. I. y R. ha tenido a bien dársela;
pero Bizcaya tiene una que ha hecho felices a sus naturales por espacio de
varios siglos y sin la cual no podrán existir... Si por una fatalidad
desgraciada, que no es de esperar, quedase ésta suprimida, y comprendida
Vizcaya en la Constitución general del Reino, ¿cómo podría, olvidándose
de sí misma, de su independencia y soberanía, reducirse a un Estado casi
nulo?..."
En esta memorable ocasión,
como en tantas otras que pudieran citarse, la pequeña república vizcaína
se alzaba ante los poderes del mundo para proclamar su soberanía
milenaria y para recordar que el disfrute de la misma durante muchos
siglos había hecho la felicidad de sus naturales. ¿Con qué derecho o en
virtud de qué sombra de justicia se podía atentar contra esa libertad
que a los vascos hacía felices y a nadie podía dañar? "Pro libértate
Patria gens libera sit", esto es, la patria libre para el hombre
libre era la gloriosa divisa que los vascos, ya en el siglo XII, podían
fieramente tremolar en aquellas edades de feudalismo e intolerancia. Y el
nombre ue simboliza todas esas gloriosas libertades que son nuestro mejor
patri-nio es aquél que todos llevamos, en las entrañas de nuestro corazón:
Guernica.
Por eso cuando en
octubre de 1936 la comprensión de la República española dio un grande y
justiciero paso en la restauración de nuestro orden jurídico conculcado,
hacía ya casi un siglo, por las desaforadas ansias niveladoras de la
Monarquía, el gobierno vasco que se constituyó acudió de inmediato a
Guernica para prestar juramento renovando una tradición secular. Allí, a
pocos kilómetros del frente de batalla, nuestro Presidente José Antonio
de Aguirre, "humillado ante Dios, en pie sobre la tierra vasca, con
el recuerdo de los antepasados", juró bajo el árbol de Guernica
cumplir fielmente su mandato, en cuyo ejercicio de derecho sigue y seguirá
en el corazón de los vascos hasta que su pueblo, devuelto al uso de su
soberanía, decida libre y democráticamente otra cosa.
Sin duda que todos esos
títulos, que hacen el nombre de Guernica sagrado para todos los hombres
libres, son los que cabalmente concitaron el odio de los totalitarios.
Porque no puede darse otro motivo para que una población, que no ofrecía
el menor pretexto estratégico para ello, fuera bárbaramente bombardeada
y criminalmente destruida como lo fue Guernica.
Se cumple ahora un
nuevo aniversario de su destrucción y nuestro recuerdo va una vez más
hacia la cuna de nuestras libertades convertida, como ellas, en ruinas
humeantes. No hay en esta recordación deseos de avivar ansias de venganza
que maldecimos en nuestro corazón antes de que puedan siquiera nacer.
Nuestro recuerdo de Guernica es de meditación de nuestra felicidad pasada
y nuestra miseria presente. Nuestro recuerdo es de renovación del
juramento que nos hemos hecho lodos los vascos honrados de dedicar cuanto
somos y cuanto podemos, sin descanso y sin desmayo, sin odio y sin miedo,
sobre el suelo de la patria o fuera de ella, para que olvidados estos años
de pesadilla, en días que no pueden dejar de venir, renovemos, a la
sombra del Roble, nuestra tradición de libertades que es nuestra más
gloriosa herencia. En nuestro recuerdo de Guernica, nuestro pensamiento
vuela agradecido a pueblos como el uruguayo que sintió y sigue sintiendo
fraternalmente nuestra tragedia, y se dirige también a los poderosos de
la tierra para preguntarles si creen que puede ser posible seguir hablando
de Justicia, Libertad y Democracia, cuando se permite que uno de los
pueblos más antiguos y auténticamente libres y demócratas del mundo;
uno de los pueblos más tradición almente amantes de la justicia y la
paz, siga clavado en la cruz por el único delito de no haber querido
sacrificar en el altar de Tartufo.
El Plata, Montevideo,
Abril 29 de 1950.