EL "DIALOGO DE
LA LENGUA"
El generoso grito de
exaltación de nuestro idioma nacional lanzado en 1545 por Dechepare con
el primer impreso en lengua vasca no fue ciertamente un hecho aislado de
este tipo en el ambiente de la Europa de entonces. Correspondía, por el
contrario, plenamente al espíritu renacentista glorificador de la
naturaleza y que, en el aspecto que aquí nos ocupa, se traducía en la
liberación de las lenguas nacionales del yugo del latín que hasta
entonces reinaba como indiscutido soberano. Bembo, Maquiavelo y Trissino
en Italia; Du Bellay en Francia, Valdés en España, fueron, entre otros,
los portaestandartes de esta lucha por la dignificación de los idiomas
maternos en la primera mitad del siglo XVI.
Habiendo releído estos
días a Valdés, se nos ocurre que no serán inútiles algunos comentarios
a su clásico "Diálogo de la lengua", bien fijando nuestra
atención en diversos pasajes en que directamente se trata de nuestro
idioma, bien en otros en que la similitud de los problemas planteados con
los nuestros de entonces y aun de ahora, hace útil una consideración del
pensamiento de Valdés sobre los mismos.
El principio
renacentista, a que arriba aludimos, es enunciado por Valdés clara y
rotundamente al establecer, en las primeras páginas de su libro, que:
"Todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la
lengua que nos es natural... que no la que nos es pegadiza". Un
compatriota y coetáneo suyo —Cristóbal de Villalón—, escribía
también estas palabras: "La lengua que Dios y naturaleza nos han
dado no nos debe ser menos apacible que la latina, griega y hebrea".
Es el mismo espíritu que inspiraba a Dechepare cuando por aquellos mismos
años exclamaba: "Heus-kaldun den gizon orok altxa beza buruya".
Hay que señalar
asimismo en Valdés el criterio de la naturalidad, apoyado también en una
de las ideas fundamentales del Renacimiento, como enseña Menéndez Pidal:
' 'El estilo que tengo —dice— me es natural, y sin afectación ninguna
escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que
signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente
puedo, porque a mi parecer, en ninguna lengua está bien la
afectación". "Hablar o escribir de suerte que vuestra razón
pueda tener dos entendimientos, en todas lenguas es muy gran falta del que
habla o escribe".
Siguiendo este
criterio, Valdés toma como autoridad del idioma los refranes del vulgo
"los más dellos nacidos y criados entre viejas tras el fuego"
—cómo nos recuerda esto al "Atsotitzak" de Oihenart— y el
habla común y usual. Lo cual no
obsta a que Valdés sepa distinguir muy bien entre lo popular y lo plebeyo
y que se apoye más en el criterio de selección que en el de invención,
limitando la introducción de neologismos con un juicio del que mucho
podríamos aprender los vascos.
Se refiere por primera
vez directamente a nuestra lengua al tratar de cuál fuese la primitiva
española, diciendo que: "Lo que por la mayor parte los que son
curiosos de estas cosas tienen y creen es que la lengua que hoy usan los
vizcaínos es aquella antigua española. Esta opinión confirman con dos
razones harto aparentes. La una es que, assi como las armas de los romanos
quando conquistaron la España no pudieron passar en aquella parte que
llamamos Vizcaya, assi tampoco pudo passar la lengua al tiempo que,
después de haberse hecho señores de Spaña, quisieron que en toda ella
se hablasse la lengua romana. La otra razón es la disconformidad que
tiene la lengua vizcaína con qualquiera de todas las otras lenguas que el
día de oy en España se usan. Por donde se tiene casi por cierto que
aquella nación conservó juntamente con la libertad su primera
lengua". Dice a continuación que fue él de esa opinión en un
tiempo, pero que después se inclinó a pensar que "la lengua, que en
España se hablaba antiguamente, era assi griega como la que agora se
habla es latina", para concluir manifestando que: "... si alguno
querrá dezir que la lengua vizcaína es en España aún más antigua que
la griega, yo tanto no curaré de contender sobre lo contrario". Como
vacilante vasco-iberista lo podemos clasificar, por lo tanto.
Se ocupa luego del
elemento árabe depositado en el castellano por la invasión y los siglos
de convivencia, expresando que: "aunque para muchas cosas de las que
nombramos con vocablos arábigos tenemos vocablos latinos, el uso nos ha
hecho tener por mejores los arábigos que los latinos" y cita entre
otros el caso de azeite que ha prevalecido sobre olio. Bien sabido es que,
en vasco, este último fue, por el contrario, el que tomó carta de
naturaleza.
Examina a continuación
la causa de que en España "se hablassen las otras cuatro maneras de
lenguas que oy se hablan, como son la catalana, la valenciana la
portuguesa y la vizcaína" y, después de explicar esto,
principalmente por la diversidad de señoríos o reinos existentes en la
Península, expresa esto con respecto al euskera: "De la vizcaína
querría saberos dezir algo; pero como no la sé ni la entiendo, no tengo
que dezir della sino solamente esto: que, según he entendido de personas
que entienden esta lengua, también a ella se le han pegado muchos
vocablos latinos, los qua-les no se conocen, assi como por lo que les han
añadido como por la manera con que los pronuncian. Esta lengua es tan
agena de todas las otras de Spaña, que ni los naturales della son
entendidos por ella poco ni mucho de los otros ni los otros dellos".
Es de lamentar que un espíritu tan fino y cultivado como el de este gran
humanista no se hubiera interesado por el estudio de nuestro idioma;
podríamos deberle preciosas noticias. Desgraciadamente, sólo nos toca
constatar una vez más un hecho que sigue repitiéndose casi sin
excepciones; el de la innata incompatibilidad de los compatriotas de
Valdés con nuestra lengua nacional.
Se ocupa éste, más
adelante, del caso del reino de Navarra, —del que poco antes había
dicho que "a su despecho" está bajo la corona de Castilla—
para explicar como "aviendo sido casi siempre reino de por sí, se
habla la lengua castellana". No necesitamos detenernos en su
explicación, pero sí en señalar la exageración manifiesta en que
incurre, pues, por la forma en que se expresa, cualquiera podría deducir
que el castellano era en la época de Valdés el habla natural y general
de Navarra. La verdad es que, ni como lengua advenediza que es en aquel
antiguo reino vascón, se hallaba aún tan extendida; no pasaba, entonces,
afortunadamente, de ser el idioma de una minoría. Puede consultarse con
provecho sobre este interesante tema los trabajos de Ángel Irigaray,
aparecidos en la R.l.E.V. (Octubre-Diciembre de 1935 y Enero-Marzo de
1936), y el de Manuel de Lecuona (R.I.E.V., Julio-Septiembre de 1933), que
por referirse, este último, al euskera en Navarra a fines del siglo XVI,
es decir, unas décadas después de la aparición del libro de Valdés,
viene muy al caso. Resulta de este estudio que de 536 pueblos de Navarra,
451 son "bascongados" contra 58 erdeldimes, lo que nos da un
porcentaje aproximado de 900% de ' 'bascongados" y esto después de
casi 80 años de incorporación a la corona de Castilla. Es indudable que
cuando escribía Valdés, esa minoría castellana era mucho más reducida.
Únicamente el hecho de la vieja erderización de importantes núcleos
poblados del sur, como TUdela, Tafalla, etc., y la superficial de
Pamplona, junto con la oficialidad del romance, podían dar a Navarra una
fisonomía castellana capaz de engañar al que sólo superficialmente
—cuando no parcialmente— veía las cosas. Aquí viene bien citar la
"Gramática de la lengua vulgar en España" (Lovaina, 1559) en
la que se establece que el "vazquense" es "la lengua de la
Biscaia, de la Provincia (quiere decir Guipuzkoa) i de Navarra".
Sobre la observancia de
los artículos escribe Valdés que: "tenemos por averiguado que un
extranjero, especialmente si no sabe latín, por maravilla sabe usar
propiamente dellos, tanto que ay muchos vizcaínos en Castilla que,
después de aver estado en ella quarenta o cinquenta años, y sabiendo
del resto muy bien la lengua, muchas veces
pecan en el uso de los artículos". Falta que suponemos es la misma
en que siguen incurriendo los vascos "erdeldun-berris" de hoy en
día.
A la observación de su
interlocutor, el italiano Marcio, de que "a la u y a la o nunca acabo
de tomarles tino porque unos mesmos vocablos veo escritos unas vezes con
la una letra y otras con la otra" contesta Valdés diciendo que
"la mayor parte desle error nace de los vizcaínos, porque jamás
aciertan quándo an de poner la una letra o quando la otra". Muy
exagerado parece en esto Valdés. No parece que los vascos hayan podido
influir hasta el punto que señala. Que en el vocalismo en general, el
vasco haya seguido más fielmente que el castellano al latín en las voces
tomadas a éste haciendo de portu, bortu (puerto), de computu, kontu
(cuento), de hortu, ortu (huerto), etc., etc., manteniendo la u final
primitiva contra la o adoptada por el castellano y no conformándose
tampoco con éste en la diptongación en ue de la o breve, uno de los
rasgos fonéticos que, como enseña Menéndez Pidal, mejor caracterizan a
los romances españoles, da alguna base, sin embargo, a la observación de
Valdés.
Al ser preguntado éste
más adelante por qué escribe con h casi todos los vocablos grafiados en
latín con/contesta que "de la pronunciación aráviga le viene a la
castellana el convertir la/latina en h". Sabido es que no es ésta la
opinión de los modernos filólogos que suponen raíz vascona en esta
pérdida de la/lo mismo del lado de Castilla que del de Aquitania. No se
olvide que ya nuestro compatriota Quíntiliano manifestaba que la
/"produce un sonido que casi no parece propio de voz humana, o por
mejor decir, absolutamente nada de ello tiene". Sin duda que sus
vascos labios eran tan refractarios a su pronunciación como lo son los de
sus compatriotas de hoy en día. En las voces tomadas del erdera
esa/cuando es inicial desaparece: fum'le = onil, furca = urka, forma =
orma, etc., o se hace bop, que es lo que sucede también cuando es
intervocálica: for-tia = bortia, faba = baba, falso = palso, infernu =
impernu, etc., etc.
Al desechar vocablos
como zaguero, cubil, cobijar, erguir, verter, etc., nos demuestra una vez
más Valdés que no es el gusto particular, por depurado que se le
suponga, el que da patente de vida a las voces cuya existencia y vigor
dependió, depende y dependerá siempre del uso común, único soberano en
esta materia.