EUSKERA Y PATRIA
La primera entre
nuestras características por su singularidad y hermosura; la primera en
el derecho a nuestro afecto porque ella ha preservado como ninguna a
nuestra nacionalidad de la corrupción y disolución con que de fuera era
constantemente amenazada, ha sido también la lengua la que en la
jerarquía de los valores espirituales ordenados por el instinto popular
ha ocupado siempre el puesto de honor. Euskal Erria es el nombre con que
secularmente el pueblo vasco viene denominándose a sí mismo: Euskalduna
es el nombre con que los vascos se reconocen entre sí. "El pueblo
del vascuence" significa el primero, "el que posee el
vascuence" quiere decir el segundo. Está claro que los vascos no
supieron encontrar para distinguirse del resto de los hombres y los
pueblos una mejor característica; está claro que al no existir en lengua
vasca más que un nombre para designar a los nacionales: "euskaldun",
esto es, el que posee el vascuence, no se les ocurrió siquiera pensar a
nuestros antepasados que pudiera llegar un día en que se dieran en
desoladora proporción los hijos desheredados del signo esencial de la
estirpe.
Y sin embargo, ese día
ha llegado. Días que parecen de plenitud en e! resurgimiento de nuestra
vieja patria muestran en desolador contraste a nuestro verbo, en constante
declinación que, si pronto no es contenida, significará su muerte y la
ruina inevitable de nuestra nacionalidad. Porque, es triste decirlo, pero
estamos en la época de la exaltación de lo "vasco" y del
olvido de lo euskaldun". Y no hay razones con que esto pueda
abonarse, porque no las hay para justificar el suicidio. La culpa es
nuestra, de cada uno de nosotros que, agotándonos quizá con todo empeño
en lo secundario, estamos dejando que lo sustancial se nos vaya de entre
las manos en irremediable pérdida. Y no hablemos de situaciones de
violencia y de la acción de agentes externos y enemigos, lodo eso no
tiene sino un relativo valor porque muy bien ha podido escribir Karl
Vossler que: "Una palabra, una forma lingüística, una lengua
fenecen sólo porque el interés espiritual del hablante se aparta de
ellas, no porque otras palabras hermanas u otras lenguas enemigas las
derriban en tierra, ni porque las aprieten en un rincón del mapa
lingüístico, ni porque las hundan en el tufo de la catagíose o las
levanten a la zona glacial de la anaglose".
Estampamos las
anteriores mal hilvanadas reflexiones a la vista de una carta que en la
sección "Asteko Berriak" de Euzko Deya último aparece. No que
la carta en sí sea una fuente de amargura; todo lo contrario; esta carta,
que el señor Mix, polaco residente en Nueva York escribe a núestro
meritísimo amigo López Mendizábal en correcto y hasta jugoso euske-ra
aprendido en muy breve espacio de tiempo, sólo alegría puede causarnos y
sólo felicitaciones para este nuevo euskaldun del que, por lo que puede
verse, nuestro idioma tiene derecho a esperar mucho. Pero es el contraste
que inevitablemente se presenta a nuestro espíritu el que hace que éste
se llene de amargura. Porque el señor Mix da la razón de su interés por
el vasco y del esfuerzo que ha hecho para poseerlo: una de sus abuelas era
vasca. Y nosotros inevitablemente tenemos que pensar en los miles y miles
de vascos que portan con orgullo sus apellidos sonoros y proclaman
dondequiera a su patria y pareciera que no se hubieran parado nunca un
momento a considerarlo.