CANTEMOS EN VASCO
Entre las primeras
manifestaciones del genio nacional, juntamente con el idioma y el derecho
privados, aparece la música propia como característica inconfundible de
cada grupo étnico separado.
No había de ser
excepción en todo el pueblo vasco. Raza dotada de una honda sensibilidad
espiritual; saturada de profundo sentido religioso; mecida en su cuna por
los misteriosos ecos de la montaña y los arrullos y rugidos del mar, su
alma ha sido modelada por los siglos para la expresión de sus inquietudes
y tristezas, de sus amores y alegrías, de sus desconsuelos y esperanzas
en una modalidad auténtica y exclusivamente propia, sin que esto excluya
las influencias y préstamos inevitables nacidos del comercio y
connivencia con otros pueblos.
Así lo establece esa
pura gloria de nuestra música que se llama el P. Donostia al afirmar que,
aparte de ligerísimas concomitancias con la música popular burgalesa, no
hay relación entre la música popular vasca y la de los pueblos que nos
rodean, recordando a este propósito el juicio de Enrique Goma: "la
música vasca es completa y normalmente europea, y como tal incompatible
con Andalucía o Castilla". Como, añadimos por nuestra cuenta, la
cultura vasca originariamente franco-cantábrica, auténticamente europea,
difiere radicalmente de la capsiense de raíces africanas.
Y es bella, muy bella,
nuestra música popular. Había de serlo como eco del alma de raza tan
antigua, misteriosa y original; había de serlo, y con diversidad y
riqueza, al traducir, desde las bravas costas de Bizkaya hasta los altos
valles de la dulce Zuberoa, la infinita polifonía de la montaña y el mar
en esa tierra bendita de nuestra sangre en que en cada recodo del camino
canta las bellezas de un paisaje diferente la voz clara y cristalina de un
riachuelo distinto.
Y las palabras de sus
canciones son siempre sencillas y limpias como el agua que corre. Motivos
del campo y el monte, la naturaleza y el mar como en "Goiko mendian"1,
"Itsasoan laño dago", "Orízeko izarr ede-rrak",
"Txori urretxindorra", "Uso zuña", etc., etc. Simples
onomatopeyas y temas de oficio como en "Arrankan-írinkum-trinkum mai/luareti
ol-sa", etcétera. Otras conmemoran acontecimientos de relieve local
o general como "Alostorrea", una de las joyas más preciosas de
nuestra literatura, o el no menos hermoso cantar de Bereterrexe.
Y en todas ellas, desde
las amorosas hasta las báquicas en que restalla la alegría del vasco
ante los presentes de Dionysos, como regla general rarísima vez
inobservada, el buen gusto natural y la corrección más exquisita dando
la mano y vistiendo con su noble ropaje a las más tiernas y efusivas
manifestaciones del sentimiento o los espontáneos brotes del ingenio
agudo y festivo. Así en "Nik bai dut maiteño bat"2, "Ene
maiteak begiak d¡-fu", etc., etc.; así en
"Ezdafilosoforik", "Goizianon", "Txakotin",
etcétera. Gemelos son los frutos del espíritu nacional limpio y noble: y
si en euskera no se blasfema y las danzas vascas son altos exponentes de
virilidad y decencia tanto como de gusto artístico y culto a la sana
alegría, las canciones vascas rarísima vez podrán ofender los oídos
con los acentos del mal gusto y la grosería: que es más fino que todo
eso el espíritu del vasco y nunca pudo pensar que enturbiando sus aguas
había de dar sonido más grato a la fuente.
Desde nuestra llegada a
América, hemos asistido a varias fiestas y reuniones vascas y —lo
decimos sin la más remota intención de ofender a nadie en particular y
solamente llevados del afán de contribuir en la medida de nuestras
fuerzas al remedio de un mal que estamos viendo que por desdicha es casi
común a todos —rara ha sido la vez que no hayamos salido de ellas con
una íntima sensación de tristeza al comprobar el decaimiento a que
nuestras canciones han llegado aquí. Corriendo parejas con la decadencia
de nuestra lengua, signo el más triste y cierto del abatimiento de
nuestra personalidad nacional, la canción vasca va desapareciendo de los
labios de los vascos de América desplazada por la extraña, que a menudo
aparece en su forma más peligrosa, esto es, disfrazada con tintes
localistas con los que pretende nada menos que tomar carta de naturaleza
vasca. Por esto es que la tristeza que nos ha atacado muchas veces al
comprobar la ausencia en labios vascos de nuestras típicas y hermosas
canciones haya sucedido frecuentemente, el estupor y la indignación
después, al ver anunciadas como vascas y vibrando como tales en las
gargantas de nuestros hermanos, canciones que ni por su música exótica
ni por su letra en idioma extraño y
el mal gusto de ésta, cuando no su manifiesta grosería, pueden ser
tomadas, en modo alguno, como canciones vascas, esto es, como ge-nuinas y
típicas manifestaciones de nuestro espíritu nacional.
Nada más lejos de
nuestro ánimo que el pretender que quien quiera que sea, compatriota o
no, deje de entonar las canciones que le plazcan. Pero contra la
mixtificación de nuestro espíritu; contra esta falsificación de uno de
nuestros valores más íntimamente estimados y más significativamente
nuestros, hemos de alzarnos siempre con indignación. Como vascos por
dignidad y patriotismo, simplemente como hombres por aquello de Horacio
Mann: "Dondequiera que encuentres una mentira, acaba con ella".
Abandonar lo propio por
lo extraño, signo es generalmente de degeneración. Pero cuando lo propio
que se abandona es mil veces más precioso que lo extraño que se adopta
¿cómo calificar ese proceder?
Al resurgimiento de
nuestras canciones hemos de dedicar nuestros mejores esfuerzos. Es ésta
una de nuestras labores más interesantes y de más eficacia después de
la del resurgimiento del idioma nacional. Y no exige, como éste, tiempo,
perseverancia y circunstancias que a todos es difícil exigir. ¿Quién no
puede, y en muy poco tiempo, familiarizarse con un centenar de cantos
vascos escogidos? Que ellos florezcan siempre en nuestros labios, seguros
de que, al hacerlo, contribuimos de modo eficacísimo al per-filamiento de
nuestra verdadera personalidad nacional, hoy tan frecuentemente
desdibujada. Que ellos perfumen nuestras reuniones y fiestas, y acompañen
nuestros ratos de soledad y el ritmo de nuestro trabajo.
A esta labor de
resurgimiento de nuestras canciones invitamos a todos los vascos.
Muévanos a ella el patriotismo; el sentido de dignidad de nuestra
estirpe; el simple buen gusto en último término.
Euzko Deya, México,
1953.