EL RECUERDO DE
GERNIKA
Hoy, día 26 de abril,
se cumple el noveno aniversario de la destrucción, por la aviación
alemana, de la ciudad santa de los vascos.
No nos detendremos en
detallar el hecho vandálico ya tan bien conocido. No vamos a especular
sobre su especial significación. Ni siquiera nos pararemos en la
condenación del diabólico complot mediante el cual, por cierto tiempo,
los criminales consiguieron que buena parte de la opinión mundial honrada
mirase como culpables a las propias víctimas. Todo esto ha sido más que
suficientemente aclarado. SÍ alguno hay que, a esta fecha, sigue sin
rendirse a la evidencia, ese tal es de la clase de hombres a los que ni
los milagros despiertan a la luz de la verdad. Dejémoslo pues.
Este aniversario nos
encuentra en un momento de particular ansiedad para el mundo. La paz ha
nacido enferma. Junto a su cuna, los sempiternos egoísmos, el
imperialismo incurable, la incomprensión y el odio, acechan. El organismo
creado para tutelarla corre peligro inminente de ser convertido en
instrumento de semivelados apetitos. Para que la paz subsista, es preciso
que la justicia reine soberana en ese organismo y que lo haga desde el
principio y hasta sus últimas proyecciones. Es la única forma de que se
afianze y sea eficaz: sólo así los hombres honrados del mundo llegaremos
a esa fe constructiva que en todos se siente desmayar.
Ante el tribunal de la
O.N.U., se ha presentado por estos días una acusación contra el régimen
de Franco. Para nosotros los vascos se trata de que las naciones que aman
la paz condenen, definitivamente, al régimen que llevó a nuestro pueblo,
pacífico si alguno, todos los horrores y crímenes de guerra; se trata de
que las naciones que lucharon por la democracia, castiguen al régimen
culpable del crimen cometido en Guernika, símbolo del pueblo
democráticamente más viejo del mundo; se trata de que los pueblos que
combatieron contra Hitler y Mussolini no permitan subsistir a esc régimen
que sólo por Hitler y Mussolini pudo nacer y que es su legítimo heredero
y continuador de sus huellas; se trata de que el régimen simbolizado en
Franco sea borrado de la faz de la tierra; no sólo por lo que suponga de
peligro; no, únicamente, por el mal que puede y está presto a hacerse,
sino principal y fundamentalmente por el que hizo; por sus crímenes en
cuya lista interminable destaca con sangrientas letras el nombre de
Guemica.
Sabemos que no hacemos
sino enunciar argumentos bien repetidos en favor de nuestra causa; creemos
conocer también algunos de los que están impidiendo su rápida y justa
resolución. Lo que no comprendemos es como puede llegarse a la suma
candidez o de hipocresía necesarias para invocar el principio de la no
intervención en favor de un régimen que todos saben que a la
intervención alemana e italiana debe su existencia; lo que no podemos
entender es que, por miedo al comunismo —es minoría en nuestra patria y
el último partido numéricamente en el Estado español—, se siga
manteniendo a un régimen, principalmente determinante del crecimiento del
comunismo español, y el único que, a pocos años que las cosas sigan por
este cauce, puede llevar como natural consecuencia al sangriento triunfo
en la península de las doctrinas de Lenin. Tanto más dura el franquismo,
tanto más las posibilidades de triunfo del comunismo se acrecen-tan. Esta
es la pura y limpia verdad que ningún político responsable puede
desconocer.
Está ahora de moda
decir que la democracia y la paz son paralelas e indivisibles. Así es, en
efecto. Pero hace mucho tiempo; desde todos los tiempos, han sabido los
hombres honrados que la justicia es esencialmente indivisible también.
Que es tal su naturaleza que cuando a ella en el más mínimo de sus
miembros se la hiere, todo su cuerpo queda vulnerado. Nosotros los vascos
hemos sabido y practicado siempre esta verdad. Representantes de una
nación pequeña, pero tan grande como la que más en democracia,
honestidad y sentido humano, alzamos hoy el recuerdo del martirio de
Guernica nuestra voz que clama justicia y libertad. Las pedimos para
nuestra patria. Y para todas las patrias del mundo que jamás podrán
descansar en la paz mientras que la justicia por la que claman crímenes
como el de Guernica sea satisfecha.
Euzko Deya, Buenos
Aires, Marzo 30 de 1944. El Plata, Montevideo, Abril 26 de 1944.