EL OTRO NIETO DEL
ÁRBOL DE GUERNICA
En nuestro número
anterior dimos cuenta de la plantación de un retoño del árbol de
Gernica en la plaza del mismo nombre de Montevideo. Completamos hoy dicha
información reproduciendo los discursos que se pronunciaron en el acto.
El doctor Vicente de Amezaga se expresó en los siguientes términos:
"Si plantar un
árbol es siempre un acto de cultura, figuraos cuanto más lo será al
tratarse de uno como el que hoy depositamos en la entraña de esta plaza
de Gernika".
Tiene este sencillo
acto un doble significado: ha creído, de una parte, el Departamento de
Estudios Vascos de la Universidad de Montevideo que me honro en presidir,
que le correspondía auspiciar este acto, inaugurando sus tareas de este
año con el homenaje al árbol que durante siglos dio al mundo lecciones
de libertad; hemos querido significar con ello que no concebimos a la
cultura en su total y verdadero sentido, sino fundada y cimentada en la
libertad; que no comprendemos a la cultura vasca sino recibiendo su savia
y su vida de la libertad vasca que mejor que nada este árbol simboliza.
Y tiene para nosotros
esta sencilla ceremonia de hoy otro aspecto, otro significado entrañable:
el de un testimonio más, patente y viviente, de la fraternidad
vasco-uruguaya que nos inunda a todos en sus gratos efluvios al contemplar
a la tierra oriental, fecunda y generosa, recibiendo en su seno ese
símbolo de nuestra raza.
¡Orientales! Hace
años que los vascos venimos soñando con un día que más pronto o más
tarde ha de ¡legar: el de la liberación de nuestra patria. Y soñamos
también que cuando el sol de la libertad ponga sus brillantes reflejos en
las hojas de nuestro roble sagrado, ese día será de gozo supremo en
nuestra vieja tierra. Jamás nuestros valles se habrán mostrado vestidos
de un verdor tan nuevo; jamás eJ riquísimo manto de nuestro policromado
paisaje se habrá desplegado en un derroche tal de matices y tonalidades,
caricia y regalo de los ojos. Pienso que el murmurar de nuestros arroyos
nunca habrá sido tan sonoro, argentino y jocundo como entonces y hasta el
ronco rugido de nuestro mar bravio se ha de suavizar aquel día en matices
de canción cunera, como arrullando y meciendo a la libertad que vuelve a
nacer... Pero yo os aseguro, amigos uruguayos, que esa universal
exultación de nuestra tierra no podrá ahogar en nosotros ese sentimiento
elemental, ese deber primario en todo pecho bien nacido: la gratitud. Sí,
aquel día de nuestra alegría será también el del buen recuerdo para
los amigos fieles cuya ayuda nos llevó a alcanzarla, los amigos que se
ganaron ese nombre abriéndonos sus brazos cuando nosotras, despojados de
todo, recorríamos la vía de la Amargura. Y cutre ellos, entre los que
primer lugar ocupen, vosotros los del Uruguay, los de todas las horas y
lodas las oportunidades.
Permitidme, pues, que
cierre estas pobres palabras con estos dos gritos que tantas veces ya han
salido hermanados de mi garganta: ¡Viva el Uruguay!, ¡Gora
EuzkadÜ"
El doctor Adolfo Berro
pronunció las siguientes palabras:
"El Departamento
de Estudios vascos de la Universidad de Montevideo decidió aceptar el
ofrecimiento que su digno y entusiasta colaborador Dr. Miguel Báñales
hizo de un roblecillo que desciende del histórico, tradicional y glorioso
árbol de Guernika, para plantarlo aquí, en esta pla/a mon-tevideana que
lleva el nombre ilustre y magnífico del pequeño gran pueblo, sacrificado
cínicamente por la violencia inaudita y vandálica del
totalitarismo".
¡Arbolito de
recordación insigne, une en fraternal corriente tu savia euskara con los
fecundos jugos de esta tierra uruguaya, amante como tu patria lejana por
la distancia, y tan cerca, sin embargo, de nuestro corazón, de los
principios democráticos y de las libertades humanas!
¡Crece lozano,
roblecito de Guernika, en esta fértil tierra nuestra, en esta sonriente
plaza de Montevideo, bajo el dorado y fúlgido sol oriental que
acariciará tus ramas, hoy leves como tiernas avecillas, mañana nudosas y
recias como manos gigantescas de labriego; crece lozano, roblecito de
Guernika, y lleva en tus ramas lejos, muy lejos, bien cubierto de tus
hojas verdeoscuras, para que a la sombra paternal de tu fronda rumorosa,
jueguen los niños montevideanos en fraterna ronda, y aniden los
pajarillos en tu ramaje trémulo, y todos, pájaros y niños, canten a la
vida sana, ahitos de alegría y ebrios de sol!
¡En tu savia se
fundirán los jugos substanciosos de la vieja, homérica tierra éuscara,
con los de esta nación joven y libre del Plata inmenso, y levantarás,
roblecito de Guernika, tu copa desafiante y altiva frente al empuje del
recio pampero y de la salobre sudestada, símbolo de la fraternidad
de dos pueblos cuyo trabajo se ha fundido en
este suelo uruguayo como tu savia misma, en odio a las servidumbres y a
las tiranías y en ansias formidables de libertad!
¡Roblecito de Guernika
en tierra charrúa, serás símbolo y ejemplo de la reciedumbre de la raza
indómita, de la honradez proverbial de sus hombres, de su indeclinable
amor al trabajo, de su constancia y su ardimiento a través de milenios de
historia, de su habla concisa y suave como la dulce serenidad de los
valles pirenaicos, de su respeto profundo e inconmovible a los derechos
sagrados del hombre!
Roblecillo de Guernika,
en tierra uruguaya, hemos de pedirte, con las estrofas de tu himno altivo
y glorioso, que "permanezcas siempre en eterna primavera, cual vieja
flor inmaculada, que te apiades de nuestros corazones y que nos brindes tu
divino fruto por la eternidad".
Euzko Deya, Buenos
Aires, Mayo 20 de 1948.