MARTIN DE UGALDE
Unamuno y
e! Vascuence, Con traen sayo. Editorial Vasca EKIN. Buenos
Aires, 1966.
Recuerdo
bien el gesto, entre de asombro y disgusto, con que el buen
amigo y eminente profesor de Derecho y por entonces Decano de
la Facultad de Humanidades de la Universidad de Montevideo,
doctor Justino Jiménez de Aréchaga, me manifestaba un día
haber leído ciertas páginas de Unamuno: "¿Cómo un
vasco ha podido escribir eso?" me preguntaba, al
referirse al deseo reiteradamente expresado por don Miguel en
La cuestión del vascuence, de que éste muera y lo haga
cuanto antes, porque se pierde sin remedio y porque conviene
que se pierda, puesto que no podría servir de medio de
expresión a un pueblo que quiera entrar de Heno en la vida
cultural moderna.
Para tratar
de hallar explicación a esto que tan extraño parecía al
jurisconsulto uruguayo, hay que comenzar por fijarse en que
Unamuno nace en 1864, entre las dos guerras carlistas, y que
cuando, en 1876, el término de la segunda señala también el
de las libertades vascas, es aún un muchacho de aquella
generación que vive el estado de confusión típico de un
pueblo en derrota. Existe en éste una minoría rápida en
adaptarse al nuevo estado de cosas que se impone al país;
otra que, con Sabino de Arana a la eabeza, emprenderá la
penosa ruta del resurgimiento integral, y entre ambas gira la
desorientada masa de los que aún no saben bien lo que han
perdido porque, por una u otra razón, nunca lo conocieron. Se
mueven éstos buscando entre nieblas el rayo de luz y sueñan
algunos con héroes nacionales como los legendarios Altor y
Lekobide; hay para quienes la lengua vasca es un "patois",
mientras que no faltan otros que ven en ella el idioma prístino,
sin tacha ni mancha, que hablaron Adán y Eva en el paraíso
terrenal; de música nacional apenas si conocen masque "zorlzikos"
dulzarrones, y así en todo.
Unamuno fue
de éstos. No tuvo al cuskera por su primera lengua y aunque
sabemos que en su juventud "estudiaba con todo ahínco el
vascuence", nunca llegó a dominarlo. Su fracaso como
profesor del mismo a que aspiró, junto con otras
circunstancias, lo alejó del país en el conocimiento de cuya
historia jamás, por otra parte, se esforzó en adentrarse. En
vano se buscará su nombre entre los de los sabios nacionales
y extranjeros que, a partir de 1918, cada cuatro años, y
hasta poco antes de la guerra, se reunían en aquellos magnos
congresos culturales promovidos por la Sociedad de Estudios
Vascos. Se planteaban y debatían en ellos problemas vitales
para el país, desde los de lengua e historia a los de
ciencias sociales, puras y aplicadas, desde los de enseñanza,
orientación profesional y enseñanzas especiales hasta los de
organización de la siempre pedida y eternamente negada
Universidad vasca; desde los de sanidad y medicina hasta los
artísticos en sus varias manifestaciones... Pero Unamuno,
pese a sus grandes talentos de ensayista, de poeta y de
novelista y otros que Dios quiso darle, no podía hacer figura
allí donde se reunían, para hablar p.ej. de la lengua de su
pueblo, hombres de otras tierras como el príncipe de los lingüistas
europeos Hugo Schuchardt, como Menéndez Pida!, Davies, Meyer-Lubke,
Navarro Tomás, Uhlenbeck, Urtel, etc. Porque la verdad es
que, a pesar de su cátedra de griego y de su conocimiento de
varios idiomas, Unamuno nunca fue ni pretendió ser un lingüista.
Esto, unido a su defectuoso conocimiento del euskera, resta
mucha autoridad a sus categóricas manifestaciones sobre el
problema del idioma vasco. Y algo más triste que todo eso será
siempre el pensar que quien decreta sentencia de muerte contra
un idioma sea, precisamente, un hijo eminente del pueblo que
lo habla.
Sobre estas
cosas y muchas otras más relativas al tema se extiende en su
libro Martín de Ugalde, en un documento estudio cuyas notas
dominantes son la serenidad en el enjuiciamiento y la pena
ante el extravío, en esta materia, de un compatriota al que
todos respetamos y admiramos. Escribe Ugalde en esa prosa
clara y ajustada a la que nos tiene acostumbrados en sus
laureadas producciones narrativas. Prosa, por cierto, pareja a
la que en lengua vasca emplea en sus libros como Sorgiñaren
urrea (El oro de la bruja) que acaba de aparecer y con lo cual
dobla el valor de su réplica a Unamuno. Porque es el ejemplo
vivo y actuante de un vasco que no se resigna ni resignará
nunca sino ante lo inevitable y nos da, con sus obras, una
noble lección de la voluntad de vivir.
¡Qué
lejos estamos de aquel Unamuno que —comentando
"Alma" de Manuel Machado— después de escribir
aquello de "Yo, hijo de la raza vasca, amiga de la montaña
que hay que trepar y del océano que hay que domar con los
remos, amiga del cielo gris y de la acción enérgica, releo
lo que dice este hombre de "la raza mora vieja amiga del
sol", ese hombre de los que todo lo ganaron y todo lo
perdieron, ese hombre cuya voluntad se ha muerto una noche de
luna...".
¡Qué
lejos de aquel Unamuno quien, después de esta exaltación de
la voluntad de su raza y de la constante de la suya propia de
no morir, alza la voz
para pedir que sus compatriotas, en lugar de luchar hasta el
último minuto, decreten ellos mismos la muerte de lo que él
más de una vez llamó la "sangre del alma".
El
Universal. Suplemento Literario, Caracas, Abril 23 de 1967.