DIALOGO DE MUERTOS
El
canciller Ayala, Fernán Pérez de Guzmán, el marqués de
Santillana, Gómez Manrique y Jorge Manrique.
EL
CANCILLER AYALA.- Heme aquí felizmente reunido con la que me
place llamar mi "dinastía de sobrinos". Bien
curiosa, por cierto, en los anales de las letras castellanas y
quizás única en las de todos los países. Que si el don poético
rarísimante se hereda de padre a hijo, quisiera yo saber cuándo
ha sido ostentado por cuatro generaciones seguidas de sobrinos
tan ilustres como vosotros. Y permitidme esta pequeña
vanidad, ya que bien sé que nuestro mérito es, propia
naturaleza, en todo independiente de aquel que en mí pudiera
haber.
PÉREZ DE
GUZMÁN.- Creo que restáis importancia a vuestra innegable
influencia en nosotros, ilustre tío. Al menos, por lo que a mí
hace, me parece deber tanto a vuestra sangre como a vuestras
enseñanzas aunque éstas no bastaron a aprovecharme en lo político,
pues, si vos tuvisteis la singular fortuna de privar con
cuatro reyes tan dispares y aún mortales enemigos como D.
Pedro y D. Enrique, mi estrella se eclipsó para siempre en la
corte y hube de buscar alivio en el retiro a la saña de mi
enemigo el Condestable. Historiador como vos fui o lo pretendí,
al menos, en mis Generaciones y Loores; moralista y didáctico,
a vuestra semejanza, en mis Proverbios y Virtudes. El resto de
mi obra se lo llevan las composiciones poéticas en cuya
estructura, como sabéis, di preferencia a los metros cortos
en los que vos primero habíais destacado.
MARQUES DE
SANTILLANA.- En ellos, tío Guzmán, compuse yo lo que fue lo
mejor de mi obra, según veo lo que me ha sobrevivido allá en
la tierra, donde, por cierto, se me acusa mucho de no haber
vacilado jamás en cambiar de partido cuando me pareció
oportuno, adaptando mi conducta a los intereses del momento.
No sé si esto se atribuirá a herencia, con todo respeto sea
dicho, de vos, ilustre canciller.
CANCILLER
AYALA.- Es propio de los que disfrutamos de esta existencia de
beatitud aceptar sin envanecimiento las alabanzas y considerar
con inalterable ecuanimidad los cargos que se nos hacen. En
cuanto a éste que parecéis apuntar, contestaré con haceros
recordar aquel célebre romance que comienza: "Si el
caballo os han muerto...". Vos sabéis con qué ocasión
fue compuesto.
GÓMEZ
MANRIQUE.- Todos lo sabemos y ello basta y sobra para vuestra
honra. La mía anduvo también en canción por los dichosos
pleitos políticos a que, por lo visto, todos los de nuestra
sangre hemos sido tan aficionados. De mi enemigo D. Alvaro no
me pesa ni la que mostré después al Impotente. Me
enorgullezco de figurar entre los primeros propug-nadores de
la Gran Isabel y si de algo pudiera arrepentirme, sería de
haber contribuido tan eficazmente a su boda con el hijo del
rey de Aragón, aquel Fernando que nunca pudo ni podrá
arribar a estas moradas en cuyas puertas vela la Justicia y se
estrellan la maña y la intriga. Por lo demás, no hay que
decir, tío Santillana, lo que os debo, pues, como es bien
sabido, vos me iniciasteis en el arte de trovar.
JORGE
MANRIQUE.- Y vuestras trovas, tío Gómez, tan ricas en enseñanzas
morales, fueron modelo para mí, último de esta "dinastía
de los sobrinos". La muerte quísome joven para sí. Pero
para cuando vino "a llamar a mi puerta" había yo
tenido tiempo para cantar sus triunfos sobre nuestras
vanaglorias en aquellas Coplas que se hicieron famosas. Los
que han descubierto una singular analogía entre el tono
general de ellas y cierto paso de vuestro Rimado de Palacio,
ilustre canciller, debieron haber remontado más en su
razonamiento y haberos buscado a vos en mí, a través de la
cadena con que el parentesco nos une a los cinco que aquí
estamos. Creo que nuestra dinastía representa algo individual
y colectivamente en la vida y las letras de Castilla.
CANCILLER
AYALA.- Esc es mi mayor orgullo, pero también causa, al mismo
tiempo, de remordimiento para mí. Porque sabéis que yo, a
quien habéis honrado proclamándome cabeza de esta gloriosa y
singular dinastía, nací en el año 1332 del Señor. Ahora
bien, en ese mismo año mi patria Alaba, hasta entonces libérrima,
se había incorporado a la corona de Castilla con pacto que,
si bien salvaguardaba sus libertades, había de ser también,
necesariamente, principio y fuente de una influencia que
ininterrumpida y calladamente iba filtrándose en la entraña
de mi pueblo. Yo fui uno de tantos —y quizá de los más
culpables por primeros— que en política, armas y letras me
desnaturé y llevé todo mi caudal a extraño solar y a idioma
extraño a aquel que floreció en mis labios en mi dulce Alaba
natal. Todos los éxitos que tuve en mi carrera al servicio de
un estado extraño, se me aparecen ahora como otros tantos
robados al natural mío que abandoné por parecer pequeño a
mi ambición. Sólo la inconsciencia —general en mi época—
con que obré, podrá hacer ante mis compatriotas excusable mi
pecado.
Euzko
Deya, Buenos Aires, Mayo de 1943.