JOSÉ ANTONIO DE
AGUIRRE, O LA LEALTAD
Algorta,
1905 - París, 1960
El día 7
de octubre de 1936, un joven abogado, representante de Vizcaya
en el Parlamento de la República en Madrid, prestaba
juramento de su cargo de Presidente del Estado Autónomo
Vasco: "Humillado ante Dios; en pie sobre la tierra
vasca, con el recuerdo de los antepasados, bajo el árbol de
Guernica", según la fórmula rezaba traducida al idioma
español.
Como él
mismo escribiera después: "Cualquier extranjero que
después de presenciar el poder ítalo-alemán de Franco se
hubiera asomado aquella tarde a Guernica y hubiese visto aquel
Gobierno de hombres jóvenes presentándose solemnemente a su
pueblo, y aquellas tropas de voluntarios mal equipados
desfilando con la bandera que hasta entonces había sido
menospreciada, hubiese pensado que se trataba de una
concentración de locos o de niños jugando a mayores. Pero
los vascos comprendíamos plenamente la trascendencia de aquel
momento histórico en el que Euzkadí, la nación que fue
siempre democracia y nunca dejó de serlo, volvía a renacer a
la vida de la libertad, y precisamente en los momentos en que
empezaban a triunfar en Europa doctrinas rail veces más
abyectas que el feudalismo, al cual nuestros antepasados nunca
habían permitido brotar en nuestro suelo".
En esas líneas
está la razón profunda de aquel histórico momento de
Guernica. Pero, ya antes de llegar a él, la vida entera de
Aguírre había sido como un solo momento; tanto se componía
de momentos inspirados todos por e¡ mismo indeclinable espíritu
que le impulsaba en rectilínea trayectoria a través de su
existencia toda: el de la lealtad.
Lo primero
de todo, Aguirre fue leal a su herencia nacional. Entendió
siempre, y con todas sus consecuencias, la perogrullesca
verdad de que los hombres no nacemos por generación espontánea
ni en varios sitios a la vez. Procedemos de raíces que han
bebido por siglos sus jugos vitales de una tierra en que
abrimos los ojos por vez primera y el amor a la cual, por
tanto, es simple cuestión de hombría de bien. Amor de
predilección que no
" Este
articulo es muy significativo pues se escribe inmediatametile
al fallecer el Lendakari Aguirre. Como patriota y amigo íntimo,
Aniezaga se conduele. Escribirá más sobre Aguirre (ver Bio
Bibliografía) pero todo queda resumido en su capítulo del
Hambre Vasco. excluye
otros amores, pero que ha de estar siempre por encima de
ellos; amor que es fuente de los más puros goces y de los más
dolorosos sacrificios, como lo es todo amor que tal nombre
meraca. Hijo de un pueblo que ostenta una historia de libertad
que, sin jactancia alguna, podemos decir que difícilmente es
igualada por otro alguno, y que, después de incontables
siglos de este goce no hacía todavía uno que la había
perdido, la lealtad imponía a Aguirre, como a todos sus
compatriotas conscientes, el luchar por la recuperación de
nuestra específica herencia, arteramente arrebatada. Y si,
con el prurito de universal nobleza que siempre nos aquejó,
el feudalismo nunca pudo entrar en nuestra tierra; y si, con
un catolicismo por todo el país sentido y vivido, la
Inquisición no había podido ser implantada entre nosotros,
libre siempre en su espíritu como materialmente lo fue de los
poderes de Roma, germano y árabe, hubiera sido absurdo
suponer que, al renacer, tras breve ocaso, a la vida de la
libertad, pudiéramos pensar siquiera en sumisiones ni en
pactos ni en componendas con la averiada "doctrina"
que los falangistas españoles venían a imponernos, aunque
apoyados esta vez, simultáneamente, por los representantes de
los tres poderes que, históricamente y por separado, habían
intentado en vano subyugarnos, es decir: los alemanes de
Hitler con sus "Heinkel" y sus "Kun-ker";
los romanos de Mussolini con sus numerosas divisiones de
"voluntarios" escoltados por los "Caproni",
y la morisma empeñada en la fantástica empresa de una
"cruzada" con que, precisamente ellos, iban a
imponer la civilización cristiana al pueblo quizás más
cristiano de Europa. Contra lodo esto teníamos que luchar los
vascos, en enorme inferioridad de condiciones y, sin
alternativa posible porque, para usar palabras de Tho-mas
Paine, se puede pedir a los hombres que pongan en juego vida y
fortuna para mantener sus derechos, pero seria absurdo
pedirles que se pongan a luchar para sostener que no los
tienen.
Y esas
tropas voluntarias mal equipadas de que habla Aguirre, con su
bandera al frente, se batieron gallardamente contra las
potencias de ¡a invasión y la regresión. Y los hombres de
Intxorta y Sabigain, de Peña Le-mona y Sollube, entre otros
muchos, están ahí para decir al mundo la he- i roica epopeya
que los gudaris vascos supieron escribir con su sangre eal
aquellas desiguales luchas. Y si en alguna otra de esas
batallas, como la] memorable de Artxanda, el cuerpo de Aguirre
no quedó tendido para siem-j pre sobre la tierra vasca, no
fue porque dejara de lanzarse a la muerte, con] el mismo
heroico empuje que lo hicieron sus gudaris. Sencillamente, i
que entendió que ello entraba, como tantas otras cosas, en lo
que la lealtad a su cargo demandaba.
Esta
lealtad lo llevó, después de la derrota militar, a
mantenerse en el exilio, en todo momento y circunstancia, como
bandera viva de la unidad de los vascos en el propósito de la
recuperación de la libertad nacional. El Gobierno que en
torno a Aguirre se constituyó en Guernica no ha dejado de
existir un solo momento.SÍ algunos de los hombres han
cambiado por obra de los años, las fuerzas políticas a que
respondían y que representan los varios sectores ideológicos
del país y la abrumadora mayoría de su población, siguen en
sus puestos. Y, junto al católico, se agrupan los Consejeros
del poderoso Partido Socialista de Euzkadi, los de Acción
Vasca, Partido Republicano, etc., con el mismo ejemplar fervor
e inquebrantable espíritu de unidad que el primer día y que
es el que en otro que ahora podemos ver muy cercano, ha de
conducirnos a la recuperación de lo que en estos tristes
veinte años de opresión se nos niega a sangre y fuego.
Si esto ha
sido y es posible; si hombres de tan dispares ideologías han
permanecido y permanecen tan férreamente unidos en los años
de desgracia, dando un ejemplo que bien quisiéramos hubiera
sido en otras partes imitado, no hay duda de que,
fundamentalmente, ello se debe al maduro espíritu de
responsabilidad, de los partidos políticos vascos que siempre
han sabido estar a la altura de la hora. Pero no sería justo
dejar de reconocer que, si la unidad ha sido posible es porque
siempre, a la cabeza y como símbolo de ella, ha estado un
hombre dispuesto a todos los sacrificios para mantenerla. Un
hombre en quien sus compañeros de Gobierno, trocados
invariablemente, todos los que al principio no lo fueron, en
sus cordiales amigos, han podido ver siempre un símbolo vivo
de la lealtad para con todos.
Esta
lealtad a su herencia nacional y a su pueblo; esta lealtad a
sus propias convicciones y a las de sus colaboradores de todos
los colores; esta lealtad a su juramento de Guernica, a sus
compañeros del Gobierno Vasco y a los de la República,
lealtad ejemplar y que resplandece entre otras altas
cualidades del Presidente Aguirre, como una de sus más nobles
prendas, es la que ha de llevarnos, en la unidad y el esfuerzo
común, a la meta codiciada. Aquella meta en que la libertad
es el premio que nunca más nos será arrebatado, porque ella
no ha de ser fruto de la fuerza o del azar, sino natural
producto del esfuerzo consciente de los corazones limpios que,
como el de Aguirre, lo mismo ante los embates de la fuerza,
que ante las seducciones del fácil acomodo, han sabido ser
siempre, humilde pero firmemente, leales a sí mismos.
El
Universal, Caracas, Marzo de 1960.