EL DOCTOR COUTURE EN LA
ACADEMIA DE LETRAS DEL URUGUAY
Para los
que arrancados de la paz de nuestros hogares por el vendaval
de la injusticia, caminamos por el mundo a un forzado ritmo
espiritual, la recepción del doctor Eduardo Couture en la
Academia Nacional de Letras, uno de los actos de más alta
jerarquía intelectual que estos años hemos podido
presenciar, ha sido como una restitución momentánea a los
tiempos perdidos y de los cuales ya hasta el sabor habíamos
olvidado; baño de serenidad en los manantiales más puros del
espíritu, que obró en nosotros como un bálsamo de mágica
virtud. Con estas pobres líneas —única moneda que podemos
ofrecer—, queremos pagar, en algún modo, ei verdadero
regalo espiritual que recibimos.
La jerarquía
del acto la determinaron sus tres actores principales que en
bello y armónico juego pusieron cada uno lo mejor de sí
mismo en el cuadro y límite de sus propias funciones..
Porque el
Presidente señor Raúl Montero Bustamante fue, ante todo y
por todo eso, el Presidente: la figura señorial decorada y
embellecida por los años "Fortúnate senex...", que
con sus palabras de apertura dio el tono adecuado al acto, un
tono del que desde ya se comprendía que éste no podía
salir. Palabra reposada, palabra segura, intérprete siempre
fiel del concepto y plegándose a éste con la gracia y la
severidad de una túnica clásica. "¿De dónde diablos
ha sacado usted ese lenguaje?", preguntaban a Ma-caulay
unos amigos por los tiempos en que el eximio hombre de letras
británico comenzó a asombrar a su país y pronto al mundo,
con la seducción de su prosa incomparable. De donde lo sacó
ya lo sabemos, y, del mismo modo cuando escuchábamos al autor
de La Ciudad de ¡os Libros, una de las plumas mejor cortadas
del Uruguay contemporáneo, sentíamos bien de dónde nos venía
aquel fluir sabio y reposado de sus conceptos que resonaban en
el Salón de Actos con ecos de pórtico helénico.
Tocóle el
turno a continuación al presentante doctor Dardo Regules. El
"orador por antonomasia" le había llamado el
Presidente y así es, en efecto, ya que en Regules la definición
clásica se cumple por maravillosa manera. Por que sus
conceptos claros, precisos, agudos; porque sus enumeraciones
con las que, sabio arquitecto del discurso, va colocando a
cada parte de éste en su propio lugar y proporción debida,
para mayor solidez y gracia del conjunto; porque sus síntesis
deslumbrantes, verdaderas luces focales con las que de un
golpe nos hace ver la totalidad del edificio levantado por su
mente y su palabra, el "dicendi peritus", en una
palabra, no valdría demasiado si no llevase la firma, la rúbrica
y el sello autenticador y valorizante del "vir
bonus" que es, ante todo y por encima de todo, este gran
señor de la palabra, "Integer vitae scelerisque
purus".
Y liego la
vez del recipiendario que ya, en sus primeras palabras, el
recoger el temblor de emoción puesto por Regules en sus
conceptos de bienvenida hizo vibrar los pechos de todos los
circunstantes en su mismo tono emocional. Y luego, con
palabras aladas, fue desgranando una de las hermosas piezas
oratorias que en esos años hayamos tenido ocasión de
escuchar. Los párrafos sucedían a los párrafos preñados de
enjundia y vestidos de claridad y de hermosura como diamantes
purísimos tallados por un magistral artífice. Tras cada párrafo
el orador se replegaba unos segundos en las entrañas mismas
de su mente de las que enseguida volvían a salir las palabras
raudas y armoniosas como una bandada de palomas mensajeras.
El doctor
Couture, que sucedía en su sillón al extinto maestro Irureta
Goyena, comenzó con ejemplar modestia diciendo que al artista
sucedía el artesano. Y nosotros pensamos en seguida que si se
ha dicho con verdad que el obrero del oficio más humilde se
convierte en un verdadero artista cuando pone en cada momento
de su trabajo todo su afán de superación, el nuevo académico,
consagrado con la fuerza de una vocación irreprimible a una
disciplina de la que el representante había confesado que,
contra su antigua opinión, no era algo meramente adjetivo
sino pleno de sustantividad; formalmente una técnica, pero
fundamentalmente una filosofía, una moral y una política; un
hombre así con una mente poderosa, capaz de adivinaciones
fundamentales, un espíritu así hábil para razonar tan
bellamente sobre lo justo y tan justamente sobre lo bello, había
de ser necesariamente un artista y un maestro digno sucesor de
aquél cuyo hueco venía a llenar. Las armas de Aquiles serían
llevadas dignamente por este otro gran campeón de la causa
del Derecho.
En su
acabada semblanza de Irureta Goyena puso el doctor Couture
todo el afecto y el respeto de un discípulo y todo el arte de
un maestro del saber y el exponer. Y nosotros asistíamos con
emoción apenas contenida a este acto académico de suprema
jerarquía que era glorificación de un uruguayo hijo de
nuestra raza por otro de cuyas venas corre también la sangre
de nuestra estirpe. Y en aquel ambiente de alteza intelectual
y de serenidad insuperable, en aquel caminar, a impulsos de la
palabra del nuevo académico, por las cumbres mismas de lo
Bello y de lo Justo donde los aires son puros y bañan todo
nuestro ser y lo impregnan de nobles anhelos de perfección en
el Bien, en la Verdad y en la Belleza, nos sentíamos por
momentos sacudidos por dos dulces emociones: la del vasco, legítimamente
orgulloso de que de nuestra estirpe brotaran en tierra
oriental estos magníficos retoños y la del sincero amigo de
este pueblo vinculado ya para siempre a la entraña misma de
nuestro corazón, que, pequeño físicamente, es ejemplarmente
grande en las dimensiones del espíritu y lo ha de ser cada día
más por hombres como el doctor Couture que con su hondo
saber, su brillante exponer y su acción esclarecida muestran
a sus conciudadanos y al mundo entero que es en la realización
del derecho, la justicia, la libertad y la paz donde los
hombres y los pueblos pueden encontrar únicamente los caminos
de la verdadera grandeza.
Euzko Deya,
Buenos Aires, Julio 10 de 1948.