RAMÓN
MARÍA DE ALDASORO*
Poco más
de dos meses han transcurrido desde que pasó por Montevideo
prometiéndonos un pronto regreso que ya no podrá más
cumplir. Y pasó, como siempre, repartiendo abrazos y dejando
una estela de cuentos y anécdotas que eran las delicias de su
ingenio siempre alegre y cordial.
Porque
Aldasoro se manifestaba siempre así. Temporalmente, sin duda,
pero también por algo más profundo que los que le trataban
poco difícilmente podían ver y lo explicaba aquella vieja
canción vasca que tantas veces le hemos escuchado canturrear:
"Begiak
parrez, parrez, biotza negarrez".
(Los ojos
riendo, riendo y el corazón llorando).
Y es que
cuando se ha sufrido y visto sufrir tanto y se posee la
excepcional emociónalidad de Aldasoro, mal disimulada por su
exuberancia física, la risa se convierte en un arma de pudor
y en una defensa con que la naturaleza ocurre a remediar un
estallido que sin ella se tornaría a veces en inevitable.
Aldasoro
fue político por temperamento y lo fue desde muy joven con la
profunda y total devoción democrática. Ocupó altos puestos
en el Parlamentó y la Administración del Estado Español. Y
cuando la rebelión militar vino a inundar de sangre y dolor
las tierras de la patria y el Gobierno vasco autónomo se
constituyó para defender nuestra tradición de libertades,
pasó de inmediato a ocupar en él un puesio de honor del que
sólo la muerte le ha podido hacer desertar. Durante la guerra
cumplió siempre con un alto sentido de responsabilidad y
eficacia. En el exilio, sus extraordinarias dotes de
inteligencia y simpatía le granjearon muchas y valiosas
amistades que, por su medio, quedaron para siempre vinculadas
a nuestra causa. Y ello muy especialmente aquí en el Uruguay
donde su espíritu vibraba más que en parte alguna al
conjunto de este maravilloso clima de libertad que es el pan
bendito del espíritu que en nuestra tierra nos robaron y cuyo
regusto no podrá ya abandonarnos más.
Nacido en
el corazón de Euzkadi, en aquella Tolosa donde el euskera
sigue teniendo sus más puras resonancias, sintió con los años
cada vez más fuerte el llamado de la tierra a la que supo
honrar en verdadero vasco con una vida privada intachable y a
¡a que se mantuvo fiel en una absoluta consecuencia,
acrecentada, si cabe por el transcurrir del tiempo, pese a
toda la serie de desgraciadas contingencias que parecieran
venir de propósito para acabar con todas nuestras reservas de
perseverancia.
Su muerte
es un golpe más que recio, hondo y repercute en nuestro espíritu,
pero no para quebrantarlo sino para remachar aún más en él
nuestra voluntad de perseverar en la lucha por la libertad y
la dignidad de nuestro pueblo. Ese es su testamento y su
mandato imperativo, como lo fue para nosotros y lo sigue
siendo el de los millares de vascos que le antecedieron en su
inmolación por la libertad.
Hemos
perdido un gran amigo y la democracia vasca un noble campeón.
Pero en nuestro corazón no hay dolor que prevalezca contra la
esperanza ni desgracia capaz de abatir aquella fe que
resplandece, serena e inconmovible, en las sencillas palabras
que en nuestro pueblo suelen dedicarse a los seres queridos
que nos dejan: "Agur ta gero arte": ¡Adiós y
has-La luego!
El Plata,
Montevideo, Febrero 6 de 1952.