DE NUESTRA ESTIRPE. JOSÉ DE
CADALSO
Nacido en
1741 y muerto en 1782 es Cadalso —según Azorín—
"uno de los más simpáticos ingenios del siglo XVIII;
resúmese en su obra — acaso mejor que en otra alguna—
todo el espíritu de aquella centuria... Cadalso viajó por
Francia, Alemania, Inglaterra; conocía las lenguas de esos países;
admiraba sus literaturas. Fue poeta y costumbrista. Entre sus
poesías hay algunas muy delicadas —como las que titula
Letrillas pueriles—; la crítica social la hizo en Eruditos
a la violeta, en las Cartas marruecas y en los Anales de cinco
días. De todos esos libros, el más importante es el segundo.
Originario
de una noble familia vizcaína, nació, sin embargo, fuera de
Euzkadi muriendo a consecuencia de la explosión de una
granada ante la sitiada plaza de Gibraltar. La firmeza e
independencia de su genio vasco, unidas al conocimiento de las
culturas nacionales que sus viajes le proporcionaron, hicieron
de él un crítico duro, pero justiciero, de los valores históricos
y sociales de la España en que le tocó vivir. Son en España,
dice, "muchos millares de hombres los que se levantan muy
tarde; toman chocolate muy caliente y agua fría; se visten;
salen a la plaza; ajustan un par de pollos; oyen misa; vuelven
a la plaza, dan cuatro paseos; se informan en qué estado se
hallan los chismes y hablillas del lugar; vuelven a casa;
comen muy despacio; duermen la siesta; se levantan; dan un
paseo al campo; vuelven a casa; refrescan; van a tertulia;
juegan a la malilla; vuelven a su casa; cenan y se meten en la
cama".
Esta crítica,
como advierte Azorín, es precursora de la más honda de Fígaro,
de Mariano José de Larra, otro retoño de nuestra estirpe que
dentro ya de la revolución romántica afirma su personalidad
de modo aún más definido y bravio. Los vascos con Cadalso en
el siglo XVIII, Larra en el XIX y Unamuno en nuestros días,
muestran en la España moderna las figuras sucesivas de los
grandes descontentos. Quisiéramos, en otra ocasión,
ocuparnos de este sugestivo tema.
Ciñéndonos
a Cadalso, diremos que, a pesar de haber nacido y vivido lejos
de la tierra de sus padres, guardaba para ella un especial
cariño como puede apreciarse a través de diversos pasajes de
las Cartas marruecas, la más importante de sus obras, como
dijimos. Así dice en la XXVI: "... los cántabros
—entiendo por este nombre todos los que hablan e! idioma
vizcaíno— son unos pueblos sencillos y de notoria probidad.
Fueron los primeros marineros de Europa y han mantenido
siempre la fama de excelentes hombres de mar. Su país, aunque
sumamente áspero, tiene una población numerosísima, que no
parece disminuirse con las continuas colonias que envía a América.
Aunque un vizcaíno se ausente de su patria, siempre se halla
en ella como se encuentre un paisano suyo. Tienen entre sí
tal unión, que la mayor recomendación que puede uno tener
para con otro es el nuevo hecho de ser vizcaíno, sin más
diferencia entre varios de ellos para alcanzar el favor de
poderoso que la mayor o menor inmediación de los lugares
respectivos. El señorío de Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y el
reino de Navarra tienen tal pacto entre sí que algunos llaman
a estos países las provincias unidas de España".
De la
originalidad y peculiaridad de la nación vasca da testimonio
rotundo en su carta LXVII: "Desde tu llegada a Bilbao no
he tenido carta tuya y la espero con impaciencia, para ver qué
concepto formas de esos pueblos en nada parecidos a otro
alguno. Aunque en ia capital la gente se parezca a la de otras
capitales, los habitantes de las provincias y del campo son
verdaderamente originales. Idioma, costumbres, traje, son
totalmente peculiares sin la menor conexión con otros".
A la
antigua y jamás domeñada independencia de los vascos rinde
tributo en su carta III: "...la fortuna de Roma, superior
al valor humano, la hizo señora de España como de lo
restante del mundo, menos algunos montes de Cantabria, cuya
total conquista no consta de la historia de modo que no pueda
dudarse".
En la carta
IV se refiere a la pericia náutica de los vascos:
"Cuatro pescadores vizcaínos en unas malas barcas hacían
antiguamente viajes que no se hacen ahora sino rara vez y con
tantas y tales precauciones que son capaces de espantar a
quien los emprende".
En la LVII
hace una referencia a lo mismo: "...Pilotos holandeses,
vizcaínos, portugueses, que navegaron con tanta osadía como
pericia y, por consiguiente, tan beneméritos de la sociedad,
quedan cubiertos con igual velo".
En la II
habla de la variedad y diversidad de gentes que pueblan la Península:
"Un andaluz en nada se parece a un vizcaíno; un catalán
es totalmente distinto de un gallego; y lo mismo sucede entre
un valenciano y un montañés".
¡ Lástima
grande que no hubiera conocido mejor a su patria! Tres años
antes de que Cadalso escribiera sus Cartas había sido fundada
la sociedad vasca de Amigos del País (1765); para él, tan
ardiente enamorado del progreso y de prosapia vasca, había en
las filas de esa sociedad un puesto de honor. Porque esta
sociedad laboraba con el mismo espíritu que hacía escribir a
Cadalso aquellas frases: "Trabajemos en las ciencias
positivas para que no nos llamen bárbaros los
extranjeros". "Haga nuestra juventud los progresos
que pueda: Procure dar obras al público sobre materias útiles.
Deje morir a los viejos como han vivido".