DOS HOMBRES Y UN PUEBLO
Hemos
acudido estos días a diversos actos de los organizados en
honor a dos ilustres hijos del país: el maestro Vaz Ferreira,
y el escritor Montero Bustamante. Acabamos de leer bellos y
medulares estudios a ellos consagrados, y hemos escuchado de
labios autorizados y de los de los propios homenajeados altas
lecciones de ésas que se posan en el corazón, como el pájaro
cantor sobre la rama, para deleitarnos y elevarnos, fuera y
por encima de la realidad cotidiana, con la irresistible
seducción de sus acentos inspirados.
Sobre lo
que sabíamos de Vaz Ferreira hemos aprendido muchas cosas más.
No es ocasión de repetirlas en estas columnas honradas, hace
pocos días, por las más prestigiosas plumas del país en
homenaje al maestro. Nuestro propósito es más modesto y
concreto. Admiramos en Vaz Ferreira la armoniosa fusión del
filósofo con el hombre, del pensamiento con la acción, de la
verdad creída y predicada con la conducta vivida, su unidad
de actuación pública y privada. Y cuando consideramos su
fundamental devoción democrática que le ha hecho no rehuir n¡
soslayar jamás sus responsabilidades cívicas, nos podemos
explicar muy bien el no encontrarnos ante un filósofo cerrado
y. sistemático, el vernos ante un pensador que necesariamente
hubo de preferir al positivismo de Spencer, el intuicionismo
de Bergson que predica que la vida ha de ser vivida; un filósofo
naturalmente apasionado por las formas más dignas de esa vida
necesariamente buscadas por los caminos de la libertad; un filósofo
con cuyas lecciones en esa esfera vamos aprendiendo a conocer
cuanto debe este magnífico Uruguay democrático de nuestros días.
Y junto al filósofo, el "sentidor", el ser
profundamente humano capaz de todas las formas más nobles y
sutiles de simpatía, ubérrimo en tesoros de ternuras,
propugnador de las "soluciones de piedad", Por lejos
que pueda estarse a veces de la luz y dirección de su
pensamiento como nosotros en aspectos fundamentales lo
estamos, jamás puede uno sentirse ajeno al entrañable calor
humano que lo informa y vivifica.
La ciudad
de los libros fue uno de los que primero cayeron en nuestras
manos recién llegados al Uruguay; de los primeros y de los
mejores en su clase también. Con él tomamos contacto
espiritual con Montero Bustamante, de quien apenas sabíamos
nada. Desconocíamos por entonces su hermoso canto de
Lavalleja, pero pronto pudimos percatarnos de que así como a
éste ios dioses le acordaron el "faceré scribenda",
el "scribere legenda" era la parte de Montero que no
le seria quitada ya más. E! escribir fue siempre para él no
sólo oficio sino servicio y en la sublimación de éste,
su natural señorío fue
acrecentándose hasta convertirlo en ese gran señor de las
letras que admiramos. Pocos habrán cuidado tanto del decoro
de su pluma, pocos de revestir sus pensares y sentirse con
ropaje más rico y austero a la vez; pocos habrá que empleen
un castellano tan límpido y correcto sin alardes académicos
ni juegos de pirotecnia. Humanista nato, la tersura y
serenidad de los mejores modelos ha estado siempre ante sus
ojos e inspirado sus mejores páginas.
Pero éstas
derivan también de otra fuente; que no es el suyo señorío
de letras solamente, ni, desde luego, tan sólo el físico que
a primera vista se descubre en su noble continente y
transparentes manos, sino aquél que, en definitiva, es el único
que cuenta: el de la conducta, el que nos manda —para vivir
como señores— obedecer con los actos a la norma interior
libre pero irrevocablemente aceptada. La pureza de su vida
armoniza por modo maravilloso con la nitidez de su estilo y es
consuelo y estímulo para los que comulgamos con él en una
misma fe que los años y los sinsabores no hacen sino acrecer.
Pero nos vamos alejando demasiado del objeto que nos
propusimos al comenzar a redactar esta nota que no era,
ciertamente, decir de Vaz Ferreira y Montero Bustamantc cosas
que otros han dicho y dirán mil veces mejor que nosotros pudiéramos.
Nuestro fin no era sino el de señalar que, además de esas
dos esclarecidas figuras, ha habido otra, estos días, que se
ha ganado una vez más el respeto y el cariño del observador:
el pueblo oriental. Porque como ya lo señaló una voz
elocuente en la sesión de la Academia de Letras, alrededor de
estos dos hombres, agnóstico el uno, creyendo el otro, se ha
congregado estos días lo más selecto de la intelectualidad
uruguaya, sin distinción de matices filosóficos, ni
religiosos, con una espontaneidad ejemplar. Cierto que ellos
cosechan lo que sembraron: cariño y comprensión. Pero no ha
sido esto sólo y la madurez cívica del Uruguay ha brillado
una vez más de modo glorioso. No hablemos de tolerancia, que
se ha vuelto ya vocablo para uso casi exclusivo de los
intolerantes. Lo que yo he visto en todas esas reuniones era
mucho más que eso: adhesión cordial, vibración fraterna,
respeto y estimación leal del valer de aque! con quien, sin
duda, se discrepa en puntos fundamentales, pero en el que se
ve, ante todo, un alto valor humano y un hijo meritorio de la
patria común.
Para los
que arribamos a estas playas lanzados por el vendaval de la
intolerancia más cerril que el mundo ha conocido, los actos
de estos días han constituido un espectáculo sobre el que
ciertamente muchas veces volverá nuestro recuerdo, ávido de
estas emociones por las que el hombre encuentra en sí mismo
lo más puro y mejor de su propio ser.
El Plata,
Montevideo, Octubre 23 de 1952.