FRAY JUAN DE ZUMARRAGA
En nuestro estudio referente al Padre Vitoria considerábamos los
problemas que el descubrimiento de América hizo surgir en las cabezas
pensantes del Viejo Mundo, principalmente en lo Que se refiere al
dominio de las tierras recién descubiertas y a la libertad de sus
habitantes. Vimos las respuestas claras e inequívocas que el Padre
Vitoria dio a esas cuestiones al afirmar que ni el Emperador ni el Papa
son dueños de todo el mundo y que a nadie puede arrebatársele sus
libertad ni sus bienes fundándose en motivos de fe, puesto que el creer
es cosa de la voluntad "Quia credere est voluntaíis"; ni por
supuestos pecados contra el derecho natural, pues "acaso son más
grandes los pecados en las costumbres de algunas cristianos que entre
aquellos salvajes", etc.
Bien sabía Vitoria lo que valían esos
y otros pretextos, pues que los vio empleados tras la conquista del
Perú para la cual ningún motivo encontraba sino la que crudamente
ex-ponia en enría particular al Padre Áreos, Provincial de Andalucía,
al decirle que los subditos del Inca "no habían hecho ningún
agravio a los cristianos ni cosa por donde les debieran hacer la
guerra", y que no existió allí "ninguna causa más de
guerra, más de para r o bailo s".
Pues bien, junto a la figura de
Vitoria, vamos a estudiar hoy la de otro hombre vasco de parecidas
dimensiones que viene a vivir por los mismos años (nació 12 antes y
murió 2 después) y a quien le tocó ocuparse de los mismos problemas
que al Maestro alavés, aunque en otro campo. Vitoria fue el hombre de
las teorías generosas, el que, ante los problemas del Nuevo Mundo,
proclamó las soluciones que la Moral, la Teología y el Derecho
imponían. Zumarraga fue el hombre de la acción, el que sobre la misma
tierra de América hubo de vivir al día sus problemas y enfrentarse a
ellos con mente clara y, sobre todo, con corazón abierto. Si Vitoria
dio las grandes respuestas, a Zumarraga le tocó el aplicar soluciones y
remedios. Se complementaron, pues, estos dos vascos que constituyen un
binomio en el que, si cada uno de ellos brilla con luz propia,
considerados en conjunto su unión hace aún más grande la figura de
cada uno de ambos.
Y sin más preámbulo, pasemos hoy a
dedicar nuestra atención a la figura de Juan de Zumarraga cuya vida
hemos de considerar en dos etapas: la primera que podemos llamar europea
y comprende más o menos hasta sus sesenta años de edad y la segunda,
la americana, es decir, desde su llegada a México a la dicha edad hasta
sus fallecimiento.
Primera etapa: Europa. No son muchas
las noticias que tenemos de los primeros años de Zumarraga que aun
aguardan a sus descubridores en los hogares y claustros franciscanos,
desde el santuario de Aranznzu donde profesó en fecha que desconocemos
lo mismo que su vida anterior a la profesión, el de los conventos de
San Esteban (cerca de Burgos) y Ávila donde ejerció la guardiania,
así como el del Abrojo (cerca d eValladolid, por entonces capital del
reino) donde también fue guardián y (1527) lo conoció Carlos V que
allí estaba de retiro de Semana Santa. Parece que este conocimiento fue
decisivo en las futuras actividades de Zumarraga quien, aquel mismo
año, es enviado por el Emperador para entender en el caso de las
supuestas brujas de Navarra.
Capacitado como estaba para
entender e interpretar a los vascos, hubo de ver en aquellas supuestas
brujerías lo mismo, más o menos, que lo que observó más tarde el
insigne extremeño Pedro de Valencia quien, como se sabe expuso en su
famoso "Discurso sobre las brujas y cosas tocantes a magia"
aquello de que "todo lo concerniente al akelarre debía entenderse
entre las cosas que pasan sólo en la imaginación" (de los brujos
y brujas).
Y así había de ser, en efecto, si nos
detenemos un punto a considerar cosas como ésta que se menciona sobre
tales sucesos en la Historia del Emperador Carlos V, de Fray Prudencio
de Sandoval, donde podemos leer que el juez pesquisidor para certificar
la verdad del caso, ofreció el indulto a una bruja "si a su
presencia y en la de todo el pueblo se untaba y ascendía por los aires;
lo cual ella hizo con maravillosa presteza, remaneciendo a los tres
días en un campo inmediato".
Lo cierto es que, de ordinario, la
Inquisición arrancaba por-medio del tormento las confesiones que así
resultan luego de contradictorias y extrañas. No de otra suerte fueron,
sin duda, las del famoso auto de Logroño de 1610 al que fueron
sometidos 29 vecinos de Bera y Zugarramurdi, entre ellos Juan de Goiburu
"Que era el tamborilero de la reunión" y "Juan de Sansin
que solía tañer la flauta" y confesaron horrendos crímenes.1
Apenas sabemos nada de la misión
cumplida por Zumarraga entre sus paisanos, salvo que lo hizo "con
mucha rectitud y madureza". Años después, en un párrafo de su
"Doctrina Breve" vemos que se refiere, muy de paso, a ésa su
experiencia al decir que: ".. .en el mismo pueblo de Durango donde
yo nací... hubo otra herejía que llamaban de Amboto...", Y sobre
la fe que a todo esto prestaba nos dicen bastante aquellas palabras
suyas: "También se reduce a esta especie de idolatría el negocio
de las brujas o sorgui-naa que dicen que hay en nuestra tierra".
En diciembre de ese mismo año de 1527
fue presentado por el Emperador para Obispo de México; en enero del
1528, por cédula dada en Burgos a 10 de ese mes, se le nombra Protector
de los Indios, cargo de limites muy indefinidos, y, por último, a fines
de agosto de ese mismo 1528, obispo electo pero aun sin consagrar,
embarca en Sevilla para México dando fin así a las actividades de su
etapa europea de la que tan poco sabemos, para dar comienzo, más o
menos a los sesenta años de su edad, a su fecunda etapa americana de la
que, para honra y gloria suya, cada día vamos sabiendo más.
Segunda etapa: México (1528-1548).
Efectivamente, según aparecen más cartas y documentos de Zumarraga o a
él referentes, más y mejor se perfila su nítida silueta de prelado
ejemplar, vasco auténtico y enérgico reprobador de las conquistas
sangrientas y las explotaciones de los indios.
1 V. F. IdoMe: "Rincones de la Historia de Navarra", pág.
142. "Lt» brují» de Anocibu".
Para contemplarlo más claramente en estos aspectos, dividiremos los
veinte años de su actuación en México en dos partes: cinco primeros
años, lucha por el Derecho; quince últimos, lucha por la Cultura,
todos ellos, naturalmente, bajo el signo y el imperio de la fe y la
caridad cristianas.
a) 1468-1533: Lucha, por el Derecho.
La Audiencia. Al embarcarse Zumarraga, como dijimos, en 1528 para
México como Obispo electo y Protector de los indios, lo hace en el
mismo navio en que parten para tomar posesión de sus destinos cuatro
Oidores de la Audiencia mexicana, entre ellos aquel con quien había de
reñir en México las peores batallas, el licenciado andaluz Diego
Delgadillo.
En efecto, cuando el 6 de diciembre de
1528 Zumarraga y sus acompañantes arriban al México recientemente
conquistado por Hernán Cortés, el cuadro que se ofrece a los ojos del
flamante Protector no puede ser más triste al ver a los indios marcados
o herrados como bestias y vendidos como esclavos por los encomenderos y
autoridades que no pensaban en otra cosa sino en enriquecerse del modo
más rápido sin reparar en medios, hallándose entre ellos mismos en
estado de continuas luchas y discordias, en los comienzos de una
incipiente organización colonial. Situación que no ignoraba el
Emperador quien, precisamente, para poner fin a ese estado de cosas
había nombrado una Real Audiencia y un obispo Protector de cuyos
combinados esfuerzos esperaba, sin duda, el mejor fruto.
Pero en lugar de esa fecunda
combinación de esfuerzos lo que surgió fue una lucha abierta en la que
aparecían en un bando los Oidores, que en cuanto pone pie en tierra
hacen causa común con los conquístadores y encomenderos, y en el otro
el Obispo que encabeza la defensa de los naturales del país vejado y
explotado.
Recién llegado Zumarraga, indios y colonos acudían a él con sus
quejas de las que él se hace portador ante la Real Audiencia en la
espera de que ésta imponga el remedio necesario. Pero los señores
Oidores se identifican con las ambiciones de los conquistadores y
encomenderos llegando a superar los abusos de éstos.
Al insistir Zumarraga en sus peticiones de justicia lo único que
consigue es que los magistrados le conminen a que deje de intervenir en
asuntos civiles. La respuesta de Zumarraga es concluyente:
"...aunque me costase la vida no pensaba desistirme de ello ni
dejar de amparar y defender y desagraviar los indios. ..". La
réplica que la Audiencia da a estas palabras es dictar un bando en que
se prohibía acudir al Obispo con ningún asunto, so pena de perderlo
los blancos y de ser ahorcados los indios.
Es por entonces cuando se informa a
Zumarraga del atropello que se intenta cometer con los indios de
Huexocingo. Ante ello, recurre una vez más a la Audiencia, y al ver que
ésta hace oídos sordos a sus denuncias e incluso envia sus esbirros a
detener a los indios que han denunciado el atropello, se va en persona a
protegerlos y darles asilo en el convento de los frailes franciscanos. Y
en reunión celebrada allí por los religiosos, bajo la presidencia de
Zumarraga, se acuerda que uno de ellos vaya a México a condenar, desde
el pulpito, la conducta de los magistrados. Cuando el encargado de ello,
Fray Antonio Ortiz, comienza a hacerlo en la misa mayor, el oidor
Delga-dillo da orden de que sea arrojado del pulpito, como se cumple.
Zumarraga, sin vacilar, excomulga a la Audiencia y escribe al Emperador
(27 agosto 1529) pidiéndole integre una nueva, y además, el proceso de
los componentes de la actual, confiscación de sus mal adquiridos
bienes, etc., etc.
Los oidores deciden entonces hacer llegar a la corte su particular
versión de los sucesos; por su parte, Zumarraga lo intenta también,
por medio de su carta de la citada fecha; pero los esbirros de la
Audiencia informados de su propósito, detienen a los frailes a quienes
ha encargado de enviar la carta y se apoderan de ella. En vista de
ésto, Zumarraga se va en persona a Veracruz a pie y simulando ser un
fraile mendicante; pero el barco está vigilado y no hay modo de hacer
entrar en el la carta. Es cuando surge el hombre providencial; un
marinero vizcaíno que se hace cargo de la misiva del Obispo, la oculta
en un trozo de brea y logra de ese modo burlar la vigilancia y hacer que
la carta de marras llegue a su destino en la corte imperial a la que por
ella se impone de todos los sucesos y verdadero estado de la colonia
mexicana.
Mientras tanto, a México llega otra carta en la que la Reina transmite
a Zumarraga quejas que ha recibido de log nuevos canónigos que se dicen
muy mal pagados. De inmediato Zumarraga los reúne (20 octubre de 1580)
y dándoles a conocer el total de los recursos con que cuenta, les
declara: "Aunque el salario me de para mí menos que para cada uno
de vos, y aunque sepa yo andar a pedir con mis alforjas, como solía, no
es mi intención que les falte congrua sustentación...".
Pero la lucha con la audiencia no cesa.
Muño de Guzmán, su Presidente, que había hecho quemar vivo al
inocente rey de Michoacán, Caltzoncin, sale a la conquista de los
chichimecas (pobladores de la provincia de Jalisco). Zumarraga expone
por escrito su opinión de que la guerra era injusta, sin duda con el
mismo espíritu que se puede apreciar en aquella carta que unos años
después (15 febrero 1537) dirige a Suero de Águila en la que se lee:
"Esta cuaresma pienso andar entre los indios y me parece que ando
entre ángeles y cuando entre españoles, entre demonios ...".
Palabras que nos recuerdan la indignada
respuesta que dio a ciertos de estos españoles que le urgían a que
tuviera menos contactos con los indios sucios y mal vestidos:
"Vosotros sois los que despedís mal olor, según mi modo de
pensar, y vosotros los que me repeléis y disgustáis, porque sólo
buscáis vanas frivolidades y os dais blandas vidas, exactamente como si
no fueseis cristianos". (Vid. Lewis Hanke: "Aris-totle and the
americans indians" pág. 24, quien lo refiere a Jerónimo de
Mendieta: "Historia eclesiástica indiana", edición García
Icazbalceta. México, 1870, pp. 631-632).
Todas estas cosas mantienen al vivo la
lucha entre la Audiencia y el Protector y los incidentes se multiplican
y prolongan. Los Oidores (4 de mareo de 1530) violan el asilo de la
iglesia de San Francisco en la que Zumarraga tenía a dos clérigos de
corona y los trasladan a la cárcel pública donde descuartizan a uno y
mutilan al otro. Zumarraga marcha hacia la cárcel encabezando una
procesión de frailes enlutados. Delgadillo les ordena retirarse;
Zumarraga le replica con energía y se traba una refriega entre frailes
y soldados en el curso del cual Delgadillo tira una lan-rada al Obispo.
Zumarraga excomulga entonces, no sólo a la Real Audiencia sino a todo
el municipio por su colaboración. Esta excomunión general es levantada
dias después con motivo de la Semana Santa, pero la individual de los
Oidores no lo fue nunca.
Este es el último choque. Porque la carta de Zu-marraga había ya
surtido sus efectos en la corte de donde llegan las primeras noticias
favorables. Los Magistrados de la Real Audiencia habían sido
destituidos y los nuevos magistrados traían la orden de residenciar a
sus antecesores que son enviados presos a España. Zumárraga recibe
también la orden de comparecer para informar personalmente ante la
corte de su conducta. Su descargo es tan satisfactorio que un año
después regresa, ya consagrado obispo, consagración que, como sabemos,
no había podido realizarse cinco años antes por estar rotas las
relaciones entre Papa y Emperador a consecuencia del saco de Roma por
las tropas imperiales.
Antes de ese viaje de Zumarraga a la
Península tiene lugar la aparición de la Virgen al neófito Juan Diego
en el cerro de Tepeyac y a nuestro compatriota le correspondió
intervenir en el correspondiente proceso canónico y autorizar el culto
después y en la actualidad tan extendido de la Virgen de Guadalupe
entre los fieles mexicanos. Así vemos que consta en el Breviario romano
(invierno de 1531).
b) Lucha, por la cultura (1534-1548).
Durante su estado en España (noviembre
1532-ju-nio 1534) muchas cosas fueron proveídas y resueltas: la
condenación de los Oidores Delgadillo y Matienzo, mortales enemigos del
durangués, la consagración de éste en la capilla mayor del convento
de San Francisco de Valladolid a la que asistió la Emperatriz
Isabel, su exposición de hechos
mediante la cual se descargaba, en una estensa carta de 27 páginas en
cuarto dirigida al Emperador, de las acusaciones que en contra suyo
había formulado Delgadillo ante el Consejo de Indias, etc., etc. Por
otra parte, visitó las universidades de Alcalá, Salamanca y Valladolid
buscando clérigos distinguidos para integrar su cabildo y, sin duda, en
Salamanca se entrevistó con el Padre Vitoria de quién con toda
probabilidad fue amigo o al menos lo conocía bien. Con toda seguridad,
hubo trato entre ellos por los años de 1523 a 1526 en que Vitoria
residía en Valladolid y Zumarraga muy cerca, en el convento del Abrojo,
Vitoria volvió a Vallado-lid para tomar parte en la junta allí reunida
a fin de someter a censura las obras de Erasmo. Lo cierto es que en
carta que, desde México, escribirá más tarde a su buen amigo Suero de
Águila (17 septiembre 1538) le dice: "He enviado a Salamanca por
una docena de buenos clérigos para curas y visitadores, letrados de
buena vida, al Padre Fray Francisco de Vitoria, Catedrático, maestro
famoso, y tengo proveído en Sevilla que les paguen matalotaje y
fletes". Para reforzar esta gestión mediante la cual quería
procurarse por auxiliares suyos en la gran empresa cristianizadora y
civilizadora de América a los mejores discípulos de aquel compatriota
suyo quien como nadie había sabido formular ante el mundo y sus
potestades la doctrina de la libertad del hombre americano, Zumarraga
acudió al Emperador quien le prestó su intercesión mediante la
siguiente carta que dirigió al Padre Vitoria: "Maestro Fray
Francisco de Vitoria, Catedrático de Prima en la Universidad de
Salamanca: sabed que el Obispo de México me ha escrito que en aquella
tierra hay muy gran necesidad de clerígos, personas doctas para que
entiendan en la instrucción y conversión de los naturales de ella. Y
que porque ha sabido que vos tenéis discípulos sacerdotes de buena
vida y ejemplo, nos ha escripto encargándoos cojáis algunos dellos y
procuréis con ellos que quieran ir a aquella tierra; que tiene
proveído en Sevilla que se les dé pasaje y matalotaje. Y porque, como
veis, Dios Nuestro Señor será servido a que aquella tierra pasen
personas tales, por el fruto que en ella harán, por ende yo vos ruego y
encargo que así de los discípulos que vos tenéis como de los otros
que hubiere en esta ciudad, escojáis hasta doce dellos o los que
hobiere hasta ese número..." (Toledo, 18 abril 1539).
Pedía frailes escogidos que tanto necesitaba, entre otras razones,
porque en su segundo viaje a México, por las razones que fuesen, no
había llevado consigo a ninguno. Sí, en cambio, y en plan de
colonizador, muchos artesanos casados y con mujeres e hijos, y entre
ellos a Esteban Martín que parece ser el primer impresor que puso sus
plantas en el Nuevo Mundo. Y con ésto entramos en otra de las más
importantes actividades de Zumarraga.
La primera imprenta del Nuevo Mundo.
La introducción de la imprenta en América constituye uno de los más
brillantes logros de Zumarraga en su incesante empeño de lucha por la
cultura. Y sobre este punto es preciso decir antes de pasar adelante que
no se trata, en ningún modo, de un hecho fortuito o cuyo mérito le
corresponda por el azar de su cargo. Se trata, como puede bien probarse,
de algo cuya idea estaba íntima y reciamente entroncada en el espíritu
de nuestro Obispo y para cuya realización no omitió esfuerzos.
Nos consta, en efecto, que ya para fines de 1538 presentó al Consejo de
Indias un memorial en el que pueden leerse estas reveladoras palabras:
"...porque parece sería muy útil y conveniente haber allá (en la
Nueva España) imprenta y molino de papel, y pues se hallan personas que
holgaran de ir coa que Su Majestad haga alguna merced con que puedan
sustentar el arte, Vuestra Señoría y Mercedes lo manden proveer".
(V. José Toribio Medina "La Imprenta en México", t. 1. pp.
XXXIIMV, Santiago de Chile, 191*).
En 1538 (6 de mayo) escribe al
Emperador: "Poco se puede adelantar en lo de la imprenta por la
carestía del papel,- que esto dificulta las muchas obras que acá
están aparejadas y otras que habrán de nuevo de darse a la estampa,
pues que se carece de las más necesarias y de allá (España) son pocas
las que vienen".
Por fin, en los últimos meses de 1539, de acuerdo con el Virrey
Mendoza, contrata con el impresor alemán residente en Sevilla, Juan
Cromberger, el viaje a México del dependiente de éste, el lombardo
Juan Pablos (Giovanni Pauli) con una imprenta completa y los tipógrafos
necesarios" para imprimir libros de doctrina cristiana y de todas
maneras de ciencias", instalándolos en la casa llamada "de
las campanas" inmediata a su residencia episcopal. Esta promisoria
carga cultural, la primera de su naturaleza que arribaba a América,
gracias al esfuerzo perseverante de Zumarraga, llegó en el navio de su
compatriota Miguel de Jáuregui.
Ya con esta instalación de la imprenta junto a su residencia, hacía
ver el Pastor de México la importancia que atribuía a la empresa y el
profundo interés con que la miraba. En sus palabras al Virrey, en sus
gestiones cerca de la Corte, pueden verse ideas y frases concretas por
las que hemos podido darnos cuenta de cómo Zumarraga admiraba a Vitoria
y amaba a los indios por éste defendidos. Defensa que, por su parte,
vio claro Zumarraga que mejor que en nada estribaba en su instrucción.
Comprendió bien que necesitaban de la gran arma que el Renacimiento
hacía proliferar en Europa.
Y comprendió también que aquellos
libros que los naturales de México necesitaban no eran tanto los que
venían de España, no muy abundantes por otra parte, sino los que
estuviesen escritos en el idioma de los indígenas: "No sabemos
qué pasto puede dar a sus ovejas el pastor que no las entiende ni le
entienden", decía lamentándose de ignorar el azteca que, por su
avanzada edad, no estaba ya en condiciones de aprender. Y repetidamente
expresó su deseo de que las Sagradas Escrituras se tradujesen a todas
las lenguas y estuviesen en manos de todos. Lo que en esto pudiera haber
de influencia renacentista o de simpatías erasmistas, según Marcel
Bataillon lo quiere, no vamos a debatirlo aquí. Nos complace más ver
en estas directrices de Zumarraga el resultado del conocimiento en
propia carne del problema; el recuerdo sin duda en él nunca borrado de
la dificultad de la adquisición de una doctrina y una cultura a través
de un vehículo lingüístico que tan extraño era para él, hombre de
habla vasca, en su infancia y juventud, sobre todo, como lo podía ser
para los aztecas.
No podemos extendernos más aquí en detalles sobre este punto. Diremos
brevemente que en vida de
Zunaarraga es editaron cuando menos 13 libros, todos ellos a su costa,
dos al menos redactados por él "Doctrina Breve" (1643) y
"Regla Cristiana Breve" (1547) y cinco publicados en idioma
indígena.
Tocó, pues, a México, a través de
Zumarraga, el set la primera nación editora del libro del Continente,
como más tarde le correspondería el tener en su seno al primer
periodista de América latina, el sacerdote zacatecano, chantre de la
catedral de México, y más tarde obispo de Yucatán, doctor Juan
Ignacio Castoreña Urzúa y Goyeneche, editor de la "Gazeta de
México" en 1772, cuyos apellidos lo están diciendo todo sobre su
estirpe.
Otro de los más fuertes anhelos de Zumarraga fue el de la Universidad
en solicitud de la cual escribió al Emperador, allá por febrero de
1537. Poco antes, en 1536, había inaugurado el famoso Colegio Superior
de Tlatelolco donde, además de religión y moral, se enseñaba lectura,
escritura, gramática latina, retórica, filosofía, música y medicina
mejicana, mereciendo por ello célula de la Reina en que se felicitaba
al incansable obispo reconociendo su iniciativa en el asunto.
Su preocupación cultural se revela
también en la biblioteca particular que formó y que al morir legó al
monasterio de San Francisco en la ciudad de México, salvo algunos
libros que apartó para la hospedería que había fundado en su pueblo
natal de Du-rango. Y no dejaremos de citar aquí otra empresa suya: la
construcción de la iglesia catedral. Las ambiciosas miras que sobre
ella alentaba Zumarraga pueden verse en la carta que dirige a Suero de
Águila (17 septiembre 1538): "Agora quiero entender en comenzar
esta iglesia no menor que la de Sevilla: yo tengo ojo al trascoro de
Ávila...".
Otra de las más brillantes
realizaciones y que mejor revela por qué caminos marchaban sus
preocupaciones culturales la tenemos en su fundación del colegio de
Santiago Tlatelolco al que hace poco nos hemos referido y sobre el que
merece la pena de volver. Porque Zumarraga no fundó este colegio, como
bien hace notar Leizaola,1 para aspirantes al sacerdocio sino para
muchachos indígenas bien dotados, en general, para que armados de una
cultura universitaria, pudiesen participar en la constitución de su
patria sobre las bases de una prosperidad general. Se trataba, en primer
término, de hacerles aprender latín, lengua entonces de toda la alta
cultura europea que quedaba así al alcance de los indios mejicanos, sin
diferencia de castas entre ellos y los blancos. Pero los esfuerzos de
Zumarraga fueron ahogados por los preconcebidos juicios de tendencia
racista y anti-in-dígena contra los que Vitoria luchaba igualmente en
Salamanca. A pesar de su fracaso, su iniciativa revolucionaria
permanecerá siempre como un noble ejemplo. No ha de olvidarse, por lo
demás, que uno de los reproches lanzados contra las actividades de ese
colegio era el de que los mexicanos aprendían demasiado bien el latín.
Esta lucha por la cultura no le hacía
ciertamente olvidar los esfuerzos que a la causa de la justicia había
siempre consagrado. Un testimonio de ésto lo hallamos en aquella carta
(4 de abril de 1537) dirigida a un clérigo cuyo nombre no se conoce y
en la que, tras hablarle de un Padre Fray Marcos, custodio de los
Franciscanos en el Perú, "gran religioso, digno de fe", el
que "como testigo de vista" refiere
1 "Le genie basque el le monde de la Culture". "Euíko
Dey«". P«m, 30 Avril 1947.
"desafueros y crueldades", cuyo relato envió el Virrey
Mendoza a Carlos V, le pide entregue otra relación en su mano al
Emperador "que persuadirá harto su corazón católico para que se
quiten esas conquistas que son oprobiosas injurias de nuestra
cristiandad y fe católica y en toda esta tierra no han sido sino
carnicerías cuantas conquistas se han hecho...".
Concordaba en ésto, como en tantas otras cosas con su compatriota el
Padre Vitoria, cuando éste, en su carta al Padre Arcos (8 noviembre
1534) refiriéndose a la conquista del Perú escribía: "Lo primero
de todo, yo no entiendo la justicia de aquella guerra... Ni sé por
dónde puedan robar y despojar a los tristes de los vencidos de cuanto
tienen y no tienen... Si los indios son hombres y prójimos... no veo
cómo excusar a estos conquistadores de su última impiedad y
tiranía...".
El espíritu de justicia que en los
citados párrafos de ambos religiosos vascos resplandece es,
concretamente en el caso de Zumarraga de quien ahora nos estamos
ocupando gemelo del de caridad que le impulsa a fundar el hospital de
"El Amor de Dios" para enfermos contagiosos, y aquellos otros
tres entre Ve-racruz y México para inmigrantes, lo mismo que aquel otro
instituyó especialmente dedicado a las jóvenes indias.
Finalmente, y con relación a su constante preocupación por la justicia
y los derechos de los indios no dejaremos de mencionar aquella asamblea
de obispos del Virreinato (fines de octubre de 1946) que adopta, a favor
de los indios, conclusiones idénticas a las postuladas por el Padre
Vitoria en sus (elecciones "De Indis" y "De Jure
Belli".
En cuanto al problema de los
inmigrantes, para los que, como acabamos de decir, construyó tres
hospitales, supo encararlo con una amplia visión de auténtico
colonizador. Comprendió que los inmigrantes que se necesitaban no eran
aquéllos cuya única preocupación era la de "henchir e ir allá a
vaciar", sino que se precisaban colonos estables con el ánimo de
trabajar e iniciar nuevos cultivos y explotaciones industriales; hombres
casados con sus mujeres e hijos que acudieran allí a fundar una patria
nueva. Por ésto fomentó también Zumarraga la introducción de nuevas
formas de cultivo, la siembra de árboles frutales europeos y la crianza
de animales desde la de ovejas y burros hasta la del gusano de seda,
dando muestras en todo ello de una actividad tan prudente como
incansable.
No le faltaron a su lado algunos
hombres que eficazmente colaboraran con él. Citaremos aquí a su
sobrino político Martín de Aranguren, rico mercader que se constituyó
en el financiador de sus empresas y a quién nombró su albacea. De él
solía decir Zumarraga que no había conocido sosiego sino hasta que
Aranguren se encargó de su casa y negocios. Él era su prestamista y le
adelantaba cuanto necesitaba para sus gastos y limosnas. Enfermo
Zumarraga, al otorgar su testamento escribía que: "Nada le
inquietaba sino el quedar adeudado con su buen mayordomo Martín de
Aranguren".
El hombre Zumarraga.
De Zumarraga sabemos que era grave en
su aspecto exterior, pero al mismo tiempo, sencillo y humilde y que
vestía y se trataba con mucho aseo. "Un clérigo debe andar
siempre limpio", solía decir y de ello procuraba dar ejemplo,
aunque naturalmente fuese al mismo tiempo, enemigo de adornos superfluos
lo mismo en su persona que en su residencia episcopal. Andaba siempre
entre indios y lo hacía constantemente a pie, lo mismo en el campo que
en la ciudad. Su aspecto reflejaba la condición del hombre interior, de
tal modo que originó esta espontánea exclamación de parte de un
caballero recién venido del Perú que habiéndolo visto en la calle,
preguntó quién era: "Dichosa ciudad que tal obispo ha
merecido".
Ni los años ni la enfermedad pudieron doblegarle y siguió hasta el
último momento, entregado a sus múltiples empresas. Cuando sintió que
su fin se acercaba, escribió, con total serenidad, dos cartas de
despedida al mundo. Una de ellas al Emperador, con fecha 30 de mayo de
1548, la otra a Fray Bartolomé de las Casas, el 2 de junio de ese mismo
año, víspera de su muerte que fue fiel reflejo de su vida. Como bien
escribió Jesús de Galíndez, "No muere Zuma-rraga en un éxtasis
místico ni en la insensibilidad de un coma: muere en plena lucidez y
muere sufriendo". Asi se lo dice a sus frailes poco antes:
"Oh, padres, cuan diferente cosa es verse et hombre en el artículo
de la muerte, a hablar de eila". Para reaccionar con la serenidad
de los hombres fuertes y expirar diciendo: "In manus tuas, Domine,
commendo spiritum meum". Sus restos yacen sepultados en la capilla
de San Pedro en la catedral de México.
El vasco Zumarraga.
Lo fue por nacimiento y por linaje y, como fiel herencia de ellos, por
carácter y condición.
Sabemos por él mismo que nació en Durango (Vizcaya) pueblo al que no
olvidó, pues que con sus propíos recursos y limosnas recogidas entre
sus paisanos reunió lo necesario para fundar allí una hospedería con
su capilla y pequeño beaterio para albergue de frailes pobres que alli
arribasen. Y dejó, al morir, con destino a dicha casa, varios de los
libros de su biblioteca.
Su linaje era de los Muncharaz y Larrazábal que son apellidos de
familias arraigadas en Abadiano, pue-blecito a dos kilómetros de
Durango.
El euskera fue el idioma que mamó y
habló en su infancia y seguramente nunca olvidó. A esta condición de
euskaldún se refiere más de una vez, como en aquella carta al
canónigo sevillano Francisco Tello de Sandoval, cuando le escribe:
"Y porque mi ignorancia y el lenguaje que no mamé no había de
tener atrevimiento de escribir tan largo a S. A...." (2 noviembre
1547). En otra, dirigida al Príncipe Don Felipe (luego Felipe JJ)
leemos: "...Mas como no mamé este romance no me supe declarar en
lo que escribí..." añadiendo líneas después: "Y porque
más me declaré en mi estilo vizcaíno...". (12 noviembre 1547).
Fácil es de observar, por lo demás,
que se complacía en declarar su condición de vasco. Así en carta al
Consejo de Indias, fechada en México (88 marzo 1531) leemos:
"...en ésta no me alargaré, para perder algo de mis costumbres
vizcaína...". Y en otra dirigida a su particular amigo Suero de
Águila (13 junio 1534): "Como yo no me crié como Vm. entre ellos
(los cortesanos) sino entre manzanos...".
Recordemos también el episodio del
marinero vizcaíno con quien, sin duda, en el idioma nacional de ambos
se entendió para preparar el envío de aquella carta de tan capital
interés para él y que el futuro demostró de tanta consecuencia. Y nos
consta que sus servidores más allegados fueron vizcaínos. Así lo
vemos en carta que escribe a Suero de Águila (17 septiembre 1538) en la
que, refiriéndose a sus prepara^ tivos para la edificación de la
catedral, escribe: ".. .y yendo yo antes a buscar cantera con mis
vizcaínos canteros que tengo en casa, que son mis maestresalas y
camareros...".
Y volvamos a recordar a Martín de
Aranguren quien fue su mano derecha en tantas empresas, sobre todo en lo
referente al aspecto financiero de las mismas.
Sí, fue un hombre vasco por la sangre
y por el nacimiento, jure sanguinis y jure soli, pero lo fue además y
sobre todo por su pensamiento y por su acción. Por su pensamiento
parejo al de Vitoria en todo cuanto se refiere a la dignidad del hombre
y al problema de su libertad que parece mamado, como lo vimos al tratar
de Vitoria, de aquellas leyes que estampadas en los Fueros Vascos y
nunca como letra muerta, constituyen uno de los mayores títulos de
gloria de nuestra estirpe. Y en cuanto a la acción, en la que
resplandece la rectitud en la conducta siempre clara y la inquebrantable
firmeza en el obrar, en aquél su espíritu de empresa que se manifiesta
en libros, escuelas, asüos, hospitales, erección de catedral y
universidad; en todo el magnifico ejemplo de su vida que fue luz y calor
de caridad para los despojados indios y de justicia para todos.
Conjugado todo ello en un vivir en el que se puede ver que el fraile que
pasó la mayor parte de su existencia en el claustro, es también el
hombre de estado que maneja con mano experta y firme los negocios del
mundo. Derramando la luz con las obras que fueron saliendo de su
imprenta y en las enseñanzas impartidas en las aulas de los colegios
por él fundados y arriesgando en su lucha contra la injusticia y por la
libertad de los indios. Su vivir fue, en suma, el de un varón de Dios y
el de un hombre vasco que nos honra y a quien debemos honrar.
Montevideo, 27 mayo 1954