"LOS VASCOS: GENIO Y
FIGURA"
La primera vez que me llegué a esta exposición que la pericia y
dinamismo de este gran promotor de toda obra artística, José Pedro Argüí
Arrangoitü, ha hecho posible, tras una primera gratísima impresión,
de una intensidad que en este aspecto hacía mucho tiempo no
experimentaba, tuve mis reservas para con el admirado pintor Cabanas
Oteiza.
¿Por qué limitarla a una presentación
de nuestros tipos más humildes y quizá también más conocidos? ¿Dónde
se dejó al palankari, ese titán de nuestra tierra, hecho, a la vez,
del más duro de los robles y del más flexible de los mimbres, que
plantado en medio de la pradera, arroja la férrea barra con la fuerza y
la gracia de un antiguo atleta de aquellos cuyas hazañas hicieron
vibrar la lira de Píndaro? ¿Dónde nuestro aizkolari que asentando sus
pies desnudos sobre el tronco poderoso hace voltear, una y mil veces, el
acero de su hacha al impulso de sus brazos incansables hasta triunfar en
su empeño contra la terca reciedumbre de la fibrosa madera? ¿Dónde
nuestros remeros cuya increíble vigor convierte a la pesada trainera en
grácil golondrina que vuela rozando apenas las aguas del mar? ¿Dónde
el pelotari, esbelto y poderoso, que se lanza por los aires en inverosímiles
saltos a la caza de la pelota convertida en pájaro esquivo? ¿Dónde
nuestros barrenadores de piedras o los forzudos que se reían de su peso
en alardes increíbles? Y los segadores, los korrikalaris, etcétera,
etcétera...
O, puesto que en realidad se trata de una embajada artística vasca a
tierras de América, ¿porqué no haber intentado una representación
del Padre Vitoria, ilustre paladín de los habitantes de estas tierras
entonces recién descubiertas, o de Ercilla, el primer épico de la
conquista o de Bolívar, padre de naciones libres, o de Zumarraga el que
primero trajo a la América las luces de la imprenta, o a Zabala el
fundador de esta entrañable Montevideo, o de Garay el de Buenos Aires o
de Irala el de La Asunción, de tantos y tantas vascos preclaros en la
historia americana?
Pero una segunda reflexión me convenció
de que Cabanas Oteiza había acertado plenamente, acaso sin proponérselo.
"Est Deus in nobis" pueden decir, sin duda, los pintores lo
mismo que los poetas. "Hay un numen en nosotros", Y ese numen
lo guió.
Cuando el que os habla llegó a tierra
de América venía con la cabeza resonante de nombres de nuestros
descubridores, nuestros colonizadores, nuestros misioneros, nuestros
fundadores; venía también con el recuerdo de nuestros atletas
representativos que, sin embargo, comprendo se prestan más a la
escultura que a la pintura, a la forma que al color...
Pero pronto fui aprendiendo que ni a
unos ni a otros se les conocía aquí. Y que, desde luego, cuando en
todas partes se nos recibía con un afecto, con una consideración que
difícilmente ninguna otra colectividad alcanza en América, para nada
se pensaba en nuestras grandes figuras históricas o actuales. Nuestro
inigualado prestigio en estas tierras nos lo habían ganado otros
hombres. Unos hombres que llegaron aquí con muy poco bagaje de ciencia
o de riqueza y cuyos nombres individualmente no quedaron para el
recuerdo de la gloria. Eran unos hombres sencillos, sí. Pero se trataba
de una clase de hombres que supo dar un ¡si! rotundo a todos los
deberes; que supieron oponer un ¡nol inquebrantable a todas las
indignidades. Incansables en el trabajo, alegres en el descanso, leales
en la amistad, dueños de una palabra forjada de hierro, con una
conducta diafana como el cristal. Ellos consiguieron que, entre todas
las de América, fuese nuestra gente la única a la que el bravo gaucho
nunca llamó gringo; & ellos se debe esa expresión tan frecuente en
los nobles labios de los criollos: "vasco hermano"; ellos
hicieron acuñar aquí ese dicho ya proverbial que es uno de nuestros
mayores títulos de gloria: "palabra de vasco". Eran ellos la
parte más sencilla y humilde, pero quizá también la mejor de nuestro
pueblo, hermanos de esos hombres de nuestras aldeas que con tanta
realidad como arte ha trasladado al Henzo y nos ha traído aquí Cabanas
Oteiza y ante cuyas figuras me inclino con una emocionada gratitud.
Ellos, por otra parte, son los que mejor convienen a éste su intérprete
de hoy, como ellos humilde, y cuyo único posible mérito es el de una
total sinceridad.
¿Cómo son estos hombres física y espiritual mente? Todos sabéis que
allá en la gigantesca muralla alzada por Dios entre España y Francia,
a partir del pico de Ame, el Pirineo pierde su aspecto de barrera; ya no
separa dos mundos, dos civilizaciones, casi pudiéramos decir con
Michelet, a la Europa del África. No, la cordillera que desde el
soberbio pico de Orí se encamina en busca de las olas de Fuenterrabía
con sus valles paralelos y confluentes, es el lazo de unión de una
misma familia, es el asiento de la raza vasca.
¿Desde cuándo? Cuéntase que un Montmorency, con el orgullo natural de
las razas feudales, dijo en cierta ocasión a un vasco: "¿Sabe
usted que datamos de mil años?". "Pues nosotros, —respondió
sosegadamente el vasco ya no datamos".
En efecto, la raza vasca, con las mismas características que hoy, vive
sobre nuestro suelo, según los cálculos de los antropólogos más
autorizados, por lo menos desde el neolítico inferior, es decir, desde
hace catorce o quince mil años.
Ya sabemos que el concepto de raza
suscita hoy en día muchas discrepancias e incluso muchas negociaciones.
Hemos de aclarar este concepto, pues, estableciendo que pata nosotros
raza quiere decir simplemente "un conjunto de individuos que se
parecen entre sí más que a otros por rasgos distintivos fisiológicamente
hereditarios". Creo que así definida será empresa difícil la
negación de la raza vasca.
¿Cuáles son esos rasgos? Rápidamente, pues ya nuestros amigos de los
cuadros nos esperan un poco impacientes, los definiremos según el
antropólogo de aldea y el científico.
El primero de ellos dice:
"Euskaldun j atorra izateko bearr dirán set gauza: pelotan jakin,
sagardozalea, ¡biliaria izan, anka aundia,
bizkarr zabala ta sudurrluzea".
Es decir: "Para ser vasco castizo se precisan seis cosas: saber
jugar a la pelota, gustar de la sidra, ser andarín, y tener piernas
grandes, espalda ancha y nariz larga".
Los científicos, por su parte, resumen nuestras características
raciales de este modo:
'Estatura, buena.
Constitución, fuerte.
Color, tez clara, cabellos y ojos castaños o más exactamente, cabello
en que no se da ni el albino ni el de ala de cuervo, y ojos en que rarísimamente
se verán los de "pescado" o los de azabache.
Cabeza, raesocéfala, ovalada relativamente baja.
Nariz, aguileña o recta.
Dentadura, mala.
Completa don Telesforo de Aranzadi estas características con estas
otras dos con las que redondea la configuración del tipo: - Mentón
recogido y
Sienes abultadas por detrás de la frente.
Creo que, más o menos, podréis apreciar estos rasgos en Jas figuras de
Cabanas Oteiza que nos circundan.
Pero aún más importante que los físicos
son los rasgos de espíritu o de carácter. ¿Cuáles son éstos?
Se me ha ocurrido, para ofreceros una orientación en tan vasta materia,
acogerme a un estudio publicado en la "Revista Internacional de
Estudios Vascos" (afio 1927) por el señor Miguel Herrero García
en el que este autor, después de un amplio recorrido a través de los
escritores españoles del Siglo de Oro,
llega a la conclusión de que las notas morales que surgen como
constitutivas del tipo vasco, según se desprende de las abundantes
citas de Cervantes, Lope, Gracíán, Que vedo, Alarcón, Solís, Polo de
Medina, Villalón, Salas Barbadillo, Castillo Solorzano, etc., etc. son
las siguientes:
1. Nobleza de linaje.
í. Sencillez de espíritu.
3. Cortedad de carácter.
4. Aptitud profesional para secretarios.
5. Aptitud para la marinería.
6. Afición exagerada al vino.
7. Humor colérico.
En cuanto al primero de esos temas, o
sea eí de la nobleza, el tiempo lo ha hecho decaer. Vivimos en una época
en la que no se concibe la distinción en castas. Pero ya sabéis que no
siempre fue así. En la vieja Europa la gente de todos los países
estaba dividida en noble y plebeya, como antes lo había estado en señores
y esclavos. Pero en nuestra Euskal Erria jamás se dieron esas
diferenciaciones que ultrajan a la dignidad del hombre. Se ha dicho que
los vascos hábilmente supieron escamotear el dilema: nobles o plebeyos,
proclamándose todos nobles. Para dentro de casa importaba poco la
definición. ¿Quién iba a pensar dentro de Euzkadi que un vasco era más
ni menos que otro? Pero fuera de la tierra era muy útil. Así, por
ejemplo, veamos lo que sucedía con la pena de azotes que la legislación
castellana reservaba para los plebeyos. En la construcción del
monasterio del Escorial se dio una de las primeras huelgas que se
recuerdan en la historia de la Península. La promovieron unos cuantos
canteros vascos que labraban La
cortedad de los vascos.
Ya conocéis los versos que Tirso de
Molina puso en boca de Don Diego Señor de Vizcaya y pretendiente a la
mano de dona María, la reina viuda de Castilla:
"Vizcaíno es el hierro que aquí os encarga, corto en palabras
pero en obras largo".
Por su parte, Pedro de Medina escribe: "Son de poco hablar y no muy
propio ni muy concertado, que muchas veces sienten dificultad en poderse
dar a entender y declarar sus conceptos".
Cosa que el continuador de la "Vida de Guzmán de Alfarache"
explica muy bien así:
"La razón por que a los vizcaínos
les llaman burros es porque cuando salen de su tierra, como son gente
noble e hidalga, salen sin doblez ni malicia, muy llanos, benignos,
simples y pacíficos que son cualidades del pecho noble. Y porque la
lengua vizcaína no se puede trocar fácilmente por ser intrincada, y
suelen tropezar y hablar cortamente en la castellana, paréceles que no
alcanzan más que lo que dicen; y engáfianse, porque más ingenio
arguye el darse a entender aun en la lengua ajena con menos palabras; y
en sabiéndola no hay vizcaíno que no pruebe muy bien en toda
cosa" (Lujan de Saavedra).
Aptitud profesional para secretarios.
Fueron también muy conocidos en este aspecto los vizcaínos, nombre con
que, por entonces, se conocía a los vascos en general. Carlos V y
Felipe II y los Austrias y Borbones que le siguieron tuvieron muchos
secretarios vascos, así como los nobles y señores más encumbrados. Más
seguramente que por la fama de buenos calígrafos, a fuer de paisanos de
Juan de Iziar, el maravilloso calígrafo durangués a quien más tarde
emularía José Francisco de Iturzaeta, el gran profesor de caligrafía
de Guetaria, eran buscados como hombres de fiar, de poder confiar en
ellos los secretos, que ésto es en suma etimológicamente el
secretario. Todos recordaréis aquella escena en la que Sancho Panza,
recién tomada posesión de su supuesta ínsula, pregunta a los que lo
rodean:
"¿Quién es aquí mi secretario?".
"Y uno de los que presentes estaban respondió":
"Yo, señor, porque sé leer y escribir y soy vizcaíno".
"Con esa añadidura, dijo Sancho, bien podríais serlo del mismo
Emperador".
Aptitud para la marinería.
Pero bueno, ya es hora de dejar de lado citas ajenas y hacer que nos
digan algo de sí misinos los hombres y mujeres de Cabanas Oteiza.
Ahí tenéis, frente a vosotros, vestido con la típica "txamarra"
roja, calada la boina y la pipa de barro colgando de su boca, a Shanti,
el viejo patrón de pesca. Sus brazos se apoyan en el pretil del muelle
y su mirada, como siempre, se posa sobre el mar. De la taberna de al
lado podéis oír llegar las voces un tanto roncas de los pescadores que
entre vaso y vaso entonan una canción banal. Tal vez, es la de la
lancha de Joxe Miguel que no pescaba otra cosa que berdel y chicharro:
"Koxe Miguel en bátela txitxarrua ta berdela (bis) Koxe Migel,
Migel Koxe..."
Pero las claras pupilas de Shanti
siguen fijas en el mar, su obsesión, su vida toda como lo fue la de
aquellos legendarios balleneros, marinos heroicos de Vizcaya, Guipúzcoa
y Laburdi que se lanzaban a la caza del Leviatán de los mares sobre una
verdadera cascara de nuez y armados con su arpón, con el que daban
buena cuenta del monstruo —cuando éste de un terrible coletazo no
daba cuenta de ellos—. Sus hazañas ahí están para siempre
consignadas en los escudos de Gaminiz (Plencia), Bermeo y Lekeitio en
Vizcaya; de Fuenterrabía y Guetaria en Guipúzcoa; de Guetari y
Biarritz en Laburdi...
Fue el mar también toda la vida de
aquellos navegantes que con Juan de Etxaide llegaron los primeros a
Terranova en cuyos bancos se dedicaron por mucho tiempo a la pesca del
bacalao. Allí están todavía en Terranova tumbas del siglo xvi que dan
testimonio con los nombres vascos de los que en ellas yacen; allí los
nombres de Portu, Portutxu y tantos otros herencia de la lengua vasca
que allí hace siglos floreció.
El mar, siempre el mar. Un hijo de Guetaria, Juan Sebastián de Elkano,
la surcó toda rubricando la verdad de la redondez de la tierra, y
"Mari Galanía" era el nombre vasco de la que fue después la
gloriosa "Santa María" de Colón. Y Urdaneta y Legazpi, los
bravos navegantes y colonizadores de Filipinas. Y toda esa magnífica
teoría de almirantes: Okendo, Chu-rruca, Gaztañeta, Recalde,
Bertendona, Jaureguibe-rry... Nuestro Shanti sabe mucho de esas cosas
porque le han hablado muchas veces de ellas Don Juan Antonio el cura y
Don Simón el boticario. Y una vez le mostró este un libro grande, muy
viejo donde se decía que los vascos eran por aquellos tiempos "más
instructos que cualquiera otra nación del mundo en cosas de navegación".
Y tuvimos también, verdad Shanti? nuestros corsarios famosos como aquel
Pellot el de Douibane Loit-zun o como aquel lobo de mar, Suhigaraychipi,
y hasta pirata como aquel terrible Miguel el Vasco... •& todos los
cuales ahora evocan un poco inconscientemente los de la taberna con la
vieja canción:
"Ni naiz kapitan ptllotu, Zu zera kapitan pillotu, Niri bearr zait
obeditu, Obeditu..."
Ahora las cosas han cambiado con los tiempos, pero Shanti sabe bien,
entre otras cosas, que aun están por nacer los que en las regatas de
traineras puedan competir con los vascos. Aquella muñeca sin igual de
los de Ondarroa; las paladas seguidas y briosas de Santurce, la tremenda
fuerza de Orio...
Por lo demás, la vida de Shanti ha
sido siempre sencilla aunque heroica con el heroísmo, sin alardes, del
esfuerzo y el peligro contidiano. Para los doce años ya andaba de
"txo" y saltaba descalzo entre laa lanchas, desde entonces...
siempre sobre el mar a la anchoa, la sardina, al atún, al besugo, a la
merluza.,.
Bien pudo Shanti ser el patrón de la trainera "Arantza"
aquella cuyos hombres inspiraron a Baroja su maravilloso "Ángelus":
"Eran trece los hombres, trece los hombres, trece
valientes curtidos en el peligro y avezados a las
luchas del mar. Con ellos iba una mujer, la del
patrón.
Los trece, hombres de la costa, tenían el sello característico de ja
raza vasca; cabeza ancha, perfil aguileno, la pupila muerta por la
constante contemplación del mar; la gran devoradora de hombres.
El Cantábrico les conocía; ellos conocían las olas y el viento.
La trainera larga, estrecha, pintada de negro, se llamaba "Arantza"
que en vascuence significa "espina". Tenía un palo corto,
plantado junto a la proa, con una vela pequeña... Habían salido de
Motrico y marchaban a la pesca con las redes preparadas, a reunirse con
otras lanchas para el día de Santa Catalina. En aquel momento pasaban
delante de Deba.
Los trece hombres, serios e impasibles, hablaban poco; la mujer vieja,
hacía media con gruesas agujas y un ovillo de lana azul. El patrón
grave, con la boina calada hasta los ojos, la mano derecha en el remo
que hacia de timón, mirable impasible al mar.
Un perro de aguas, sentado en un banco de popa junto al patrón, miraba
también al mar, tan .indiferente como los hombres.
La trainera se encontraba frente a
Iziar. El viento era de tierra, lleno de olores de monte; la costa se
dibujaba con todos sus riscos y peñas.
De repente, en la agonía de la tarde,
sonaron las horas en el reloj de la iglesia de Iziar y luego las
campanadas del Ángelus se extendieron por el mar como voces lentas,
majestuosas y sublimes.
El patrón se quitó la boina y todos hicieron lo mismo. La mujer
abandonó su trabajo y todos rezaron, graves, serios, mirando al mar
tranquilo y de redondeadas olas.
Cuando empezó a hacerse de noche, el viento sopió ya con fuerza, la
vela se redondeó con las ráfagas de aire y la trainera se hundió en
la sombra, dejando una estela de plata sobre la negruzca superficie del
agua...
Eran trece los hombres, trece
valientes, curtidos en los peligros y avezados a las luchas del
mar".
Afición al vino.
Nuestro viaje es ahora tierra adentro y
ahí con el fondo de un típico paisaje de nuestras montañas, podéis
ver a Txomin y Patxi, los dos viejos amigos, sentados ambos a una buena
mesa que adornan los alimentos simples, sustanciales: pan y vino. Son
los alimentos eucarísticos ante los cuales el vasco se coloca en ritual
actitud.
Claro está que al pan había que acompañarlo con un poco de queso y,
como nueces con queso sabeo a beso, habrán de estar también presentes
las nueces. Llega la sabrosa cazuelita y así se van encadenando las
cosas en este ágape que no hace más que empezar. Y sabido es qué"él
vasco no se sienta a la mesa para festejar algo con uno o varios amigos,
para estar menos de tres o cuatro horas entregado a la dulce tarea del
masticar reposado.
Dice Lia Yutang, creo que en la
"La importancia de vivir", que si, al levantarnos de la cama
nos ponemos a pensar en cuál es la cosa más importante del mundo,
pronto vendremos a averiguar que esa cosa es el comer. Y mucho antes que
el chino los vascos habían descubierto tan importante verdad. Y no es
que seamos paganos, no. Hasta nuestro gran santo Ignacio de Loyola se
vio en este aspecto, como en caai todos loa de su potente personalidad,
empujado por el genio de la estirpe cuando aconsejaba a su frailes que
se alimentaran bien.
Txomin y Patxi piensan, pues, que deben cumplir con lo que manda el
genio de la raza al disponerse a una buena refacción. ¿Pero, y lo
otro, el beber? Porque esa fama de mosquito de cuba que nos colgaban los
escritores españoles del siglo xvn y basta aquel epigrama latino:
"Felices vascones cujum vivere est bibere".,.
Claro que la sidra es suave y ¿a quién podría hacerle daño? y ¿quién
podría despreciar al alegre y un sí es no es agrio txakoli? Tal vez
sea más peligroso este vinillo navarro. Por ello Patxi prudentemente
aconseja a su compañero que mire bien lo que hace porque como dice la
canción:
"Ez da pillosoporik ez teologorik / ardoari neurria
artuko dionik; / gizon aundiak ere ikusi ditut n¡k /
beren mozkorra ezin disimulaturik".
(No hay filósofo ni teólogo capaz de tomar la medida al vino. Hombres
bien grandes he visto yo
que no podían disimular su borrachera.)
Txomin, empero, sabe replicar sabiamente, y también con una canción,
que si es cierto que el vino puede echar a perder al hombre, no es menos
verdad que tomado con mesura es capaz de resucitar a un muerto. ¿Cuándo
has visto, Patxi, boda ni función alguna sin vino? Ni la santa misa
puede celebrarse sin él:
"Ardo gabe, ez da mezarik, ez funtziorík ez
eztairik / Izan eta gauza ona ondatzen daki gizona /
Baifia edaezkero neurriz / illak piztuko ditu berriz".
Y que conste que estos versos de tan
popular sabor tienen sin embargo, autor conocido: el Padre Meagher que
pese a su exótico apellido, (era de origen iríandes) fue un jesuíta
donostiarra, a quien su probado saber y altas virtudes no le privaron de
ser, en sus estrofas euskéricas, un panegirista del vino.
Pero estamos ya en el "ioitium
temptationis"; al borde de los resbaladizos senderos de la tentación.
El hombre es débil, ¿no es así, Txomin? Y el vino es sabroso, ¿no es
verdad, Patxi? Aunque no sepáis latín ni hayáis leído nunca al viejo
Horacio, estoy seguro de que para ahora ya estáis a punto de aprobar su
peligrosa sentencia: "Insanire juvat", esto es, conviene
enloquecerse un poco, o quizá la del vate galo: "Embriagaos...
Y siguen las canciones de circunstancias como aquella que dice que —¿quién
escapará a las calumnias?— ayer murieron diez viejas y que si el vino
no se abarata han de morir muchas más:
"Atzo, alzo, atzo, atzo il ziraní
amarr atso. Ardaoa merkatzen ez ba'da, ilgo dirá beste asko".
¿Y por qué no levantarse de la mesa e ir a recorrer el pueblo, calle
por calle, armados de una damajuana y una trompeta para pregonar a todos
las inigualables virtudes del rico licor? Txomin tocará la trompeta y
PatJtí hará de escanciador:
(bis)
"Gabiltzan kalez kal<; umore onean
Txomin, yo zak trompeta,
Patxi, nun da konketa?
Edari baldin ba'dago
ekarri beteta.
Jajai, jajai, jajai, jajai, jajai".
Pero estamos en terreno peligroso. ¿Qué
podrían pensar de vosotros, Txomin y Patxi, ai os vieran ofreciendo tal
espectáculo? Es preciso que demostréis que aquí no ha pasado nada;
que se pueden beber unos cuantos vasos de vino, una botella quizá, y
cantar algremente siu que la cosa pase de ahí y sin que los pies ni la
cabeza fallen. A demostrarlo, pues.
Y las "makillas" de Txomin y Patxi forman una cruz sobre el
suelo. Y sobre esta cruz es preciso bailar, al ágil ritmo del
"Txakolin", sin tocar los palos. Es la prueba definitiva de
que pese al vino y aun pese a los años, el buen vasco es siempre dueño
de unas piernas de montañés y de una cabeza firme. A bailar, pues:
"Txakolin, txakolin, txakoliñak on egin, guztiok edaigun
alkarrekin..."
¡Bravo mis buenos amigos, mis viejos
amigos, Txomin y Patxi! Vosotros sois el auténtico exponente de la
alegría dionísíaca de mi tierra, de nuestra santa alegría, diría
quizá mejor. Con unos alimentos simples, rociados generosamente con
unos cuantos vasos de buen vino —el número de ellos entra en la
categoría de los secretos que no se deben revelar jamás—, con esa
cazuelita, ese pan, ese queso, esas nueces y al son de unas viejas
canciones habéis pasado unas horas de alegría tan simple como total.
Si los millonarios, si los poderosos de la tierra pudieran siquiera
sospecharla, estad seguros que palidecerían de envidia,
La mujer vasca.
Pero no todo es alegría en la vida. No lo fue al menos en la tuya,
abuela Joxepa Antoni, nacida, sin
embargo, con un alma más viva, más pura y bulliciosa que loa arroyos
que bajan
de las crestas de nuestras montañas. Pero el mar es cruel en la costa
vasca;
las galernas, sobre todo en tu tiempo, raramente dejaban pasar año sin
sembrar
de huérfanos y viudas nuestros puertos. Y viuda quedaste tú con varios
pequeñuelos
en plena juventud. Y fuiste, desde el primer día, para ellos padre y
madre a la vez.
Más madre que nunca porque el tesoro de ternura de tu limpio corazón
se volcó
entero sobre tus hijos que eran para ti más que nunca la verdadera
imagen de aquel
compañero que la desdicha te arrebató. Tus días eran de continua
brega la casa,
la comida, la venta de la pesca...; de noche apenas si te quedaban unas
horas
para el descanso; había que repasar y coser y lavar las ropas de los
chicos que nunca
fueron a la calle menos limpios que los demás. Tus brazos no
descansaban nunca.
Yo se bien la única causa que te los hacía cruzar como en ese retrato.
Conocedora de la desgracia fuiste
siempre la primera en compadecer a los desgraciados.
Por eso, Joxepa Antoni, cuando yo te veía subir del Puerto viejo, por
la cuesta de
Aretxondo que pasa junto a mi casa, llevando de compañeras a Leoncia la
de Aresti o
a Dominga Lopategui, buenas buenas como tú, yo desde niño sabía lo
que eso significaba:
había algún desdichado urgentemente necesitado de socorro. Y allí
llegaba la pareja
de santas mujeres, limpias, serias, con sus toquillas negras cruzadas y
amarradas
a la cintura y con los brazos cruzados como en ese retrato los tienes tú:
"X. X. el de tal casa está enfermo y su familia en necesidad, ¿qué
nos dará usted
para ayudar?". Porque claro, había que dar algo a aquellas santas
mujeres que pedían
para otros lo que nunca hubieran pedido para sí. Porque ya sabréis que
en el País Vasco ha podido decirse que no ha habido mendigos que fueran
naturales del país. Y parece que hasta los que piden para otros como
Joxepa Antoni sienten que un resto de extraño pudor les hace cruzar los
brazos y esconder las manos entre los pliegues de la toquilla.
Mujeres humildes, santas mujeres de mi tierra. Yo podría cantar a la
gracia de clásicas canéforas de las doncellas de nuestras montañas, y
a la majestad de nuestras etxekoandres, verdaderas reinas de nuestros
hogares, a las reinas que gloriosas se asentaron sobre un trono con la
majestad de una doña Toda de Navarra o a las heroicas amazonas que
cubrieron con sus cuerpos los destruidos muros de Fuenterrabía; podría
deciros cosas bellas de la mitad más hermosa y mejor de nuestra raza, a
la que debemos los vascos lo mejor de lo que somos, a nuestras mujeres
de las que Tirso de Molina pudo decir:
"Que aunque distintas en el sexo y nombres, en guerra y paz se
igualan a los hombres".
Pero he preferido recordaros a vosotras, Joxepa Antoni, Leoncia,
Dominga... las más humildes, las más sacrificadas, IB más heroicas, a
vosotras cuyo atavío, como el de la Mujer Fuerte de la Escritura, es la
Fortaleza y el Decoro por lo cual estaréis alegres los últimos días.
Yo os recuerdo mujeres humildes, mujeres santas de mi raza y de mi
pueblo con toda reverencia, con todo amor, con el alma recogida y de
rodillas, como dicen que Fra Angélico pintaba las figuras de sus Vírgenes
incomparables.
La tradición.
Ahí tenéis al viejo Joxe Martín con su nieto Xabiertxo, el pequeño
Xabier, Fácilmente podéis ver que éste es todo el orgullo de su
abuelo, aunque no lo diga, aunque seguramente nunca lo dirá.
Pero Joxe Martín sabe que no ha vivido en vano y sabe, con tanta
certeza que el viejo Horacio, que ya no morirá del todo; la antorcha
que él ha llevado con toda dignidad durante tantos años no será
llevada con menos por las manos de Xabiertxo.
Joxe Martín y Xabiertxo: tradición y
porvenir, o si lo queréis sólo tradición. Porque ésta en la vieja
Euskal Erria no es, como muchos han creído, un terco aferrarse a viejas
cosas caducas que ya perdieron su savia, que ya no tienen razón de ser.
No, entre nosotros la tradición es nuestra civilización misma, es la
sensatez histórica adquirida en una experiencia de siglos; en un vivir
milenario que ha visto como a su alrededor nacían los grandes imperios
y se abrían después sus sepulturas cavadas por su ambición y sus
vicios.
La tradición, la civilización vasca
es de un tipo original. Se basa sobre todo, en el gusto por las cosas
simples y esenciales. Con esta vida de suprema sencillez es como los
vascos han pasado inconmovibles a través de los siglos mientras todo se
derrumbaba en derredor suyo; con ella encaran también un futuro
milenario porque la tradición así entendida no envejece sino que
otorga prestancia y personalidad propia a los pueblos. Es, en suma, el
secreto y la verdadera clave de su continuidad, porque no se puede vivir
agotando los jugos vitales ni se puede edificar sobre arena, como el
insensato de que nos habla el Evangelio.
En el progreso material ha demostrado
cumplidamente todo esto el vasco. Las viejas armerías que en Eibar
fabricaban picas o arcabuces se han convertido, en natural proceso, en
modernas factorías de donde salen pistolas automáticas o
ametralladoras o, lo que es mucho más simpático, veloces bicicletas y
modernísimas máquinas de coser. Las viejas y típicas ferre-rías son
hoy día colosales Altos Hornos; y en lugar de las antiguas carabelas,
las anchas urcas o los esbeltos quechemarines construidos con los robles
de nuestras montañas, se botan eiftuestros astilleros cargueros y
transatláticos hechos del hierro del país. El servicio telefónico de
Guipúzcoa marcaba, antes de la guerra, un record tanto por su eficacia
como por la densidad relativa del trabajo prestado. Nuestra marina
integraba también antes de la reciente guerra más del 60 % del
tonelaje total de la que navega con la bandera del estado español.
Cuando hubo que hacer en Madrid las obras del ferrocarril subterráneo
fue una empresa vasca la que se encargó de la construcción, como han
sido empresas vascas e ingenieros vascos en su inmensa mayoría loa
constructores de las obras de aprovechamiento eléctrico de los grandes
ríos peninsulares. Y así pudiéramos continuar.
En lo espiritual cambia un poco el
panorama. El vasco sabe que en este plano no siempre lo más nuevo es
necesariamente lo mejor. Se ha dicho que Euskal Erria fue una de las
partes de la Península donde más tardó en entrar la religión de
Cristo. Esto me parece muy verosímil. Se trataba de algo muy serio. No
era un mero cambio de ritos, de fórmulas y posturas que en definitiva
no sirven sino de mero disfraz espiritual. No, aquello que el
Cristianismo les presentaba con sus diez mandamientos era algo que
abarcaba la vida entera y una nueva modalidad de vivir. El vasco se echó
atrás la boina y se debió de rascar mucho la cabeza antes de decidirse
a aceptar las nuevas verdades. Cuando lo hizo, fue porque llegó a la
honrada conclusión de que era lo mejor que podía hacer. Y aceptó esas
verdades para siempre, no como manto de hipocresía o pretexto para la
rapiña o excusa para conquistas, sino como norma práctica de vida;
como espejo moral en que tiene que mirarse todos los días nuestra
conducta y reflejarse nuestras costumbres porque, en resumen, en tanto
valdremos como cristianos y como hombres, en cuanto nuestras costumbres
valgan. Decid a este bueno de Joxe Martín que ayune y se flagele y tal
vez se reirá; que dé fuego a la pira de leña en que ha de arder un
hereje y se indignará; pero estad seguros de que a su rostro grave jamás
arrancará una sonrisa una comedia o una película de esas cuyo liviano
argumento es por ej. el adulterio, crimen tan nefando que ni nombre
tiene en el idioma nacional de los vascos.
Os invito a ver el cuadro de una verdadera civilización. Podéis
escuchar al poeta español Alberto Lista quien, por el año 1838, es
decir, uno antes de que se nos arrancaran nuestras libertades, escribía:
"He vivido en Vizcaya más de año y medio y en todo este tiempo no
se cometió en todo el Señorío un delito que mereciese pena
aflictiva". Pocos años después, en 1857, otro español, don
Antonio Cavanillas decía: "Cuando visité Marquina, cabeza de
partido judicial de más de 16.000 almas, sólo había un preso en la cárcel".
Poco después también, don Antonio Trueba el poeta y cronista del Señorío,
podía testimoniar que en la cárcel de Guernica, cuyo juzgado comprendía
cerca de 50.000 almas, sólo existía un preso "el cual, por
cierto, no era vasco". Estas son muestras y testimonios de la
tradición, del vivir, de la civilización vasca. ¿No creéis que con uñas
y dientes debemos defender y evitar la contaminación de ese tesoro
sobre todos nuestros tesoros, hecho de limpieza y basado
fundamentalmente en un sentido eminente de la dignidad del hombre y en
una sensibilidad exquisita para todos los problemas de la libertad?
Porque ao es una casualidad que hayan sido vascos o hijos de vascos un
Padre Vitoria, creador del Derecho Internacional, un Bolívar, padre de
naciones libres, un Lavigerie, figura ingente en la abolición de la
esclavitud... Ellos eran hijos o descendientes de una raza en que todos
fueron iguales, en que todos tenían —¡en aquellos tiempos!— la
misma parte en la gobernación de la cosa pública, eran hombres de una
tierra en que no se conocieron esclavos, en que no existió la prisión
por deuda, en que no podía aplicarse a los presos el tormento, en que
la casa de cada uno era "tuto refugio", asilo inviolable...
Cuando el insigne poeta argentino
Leopoldo Lugones dirigió a nuestro gran bardo Pedro de Enbeita una
hermosa salutación en que sonoros alejandrinos iban tejiendo
maravillosamente el elogio de nuestra raza, terminaba, como compendiándolo
todo con éstos:
"Lo saludo en la Patria que toda gloria explica.
"Lo saludo en el vastago del árbol de Guernica.
Lo saludo en el Fuero de la honra y la equidad:
Pedro de Enbeita el vasco, ¡Viva la Libertad!".
El culto a la libertad es, en resumen, aquello que mejor compendia el
genio y la figura de los vascos.