EL HOMBRE VASCO HISTÓRICO
Uno de los primeros monumentos de la época histórica vasca lo
constituyen las inscripciones de la época romana felizmente bailadas en
la Aquitania por las cuales queda confirmada la antigüedad del vasco en
dicha región, actualmente francesa, reforzando así también lo que ya
nos dejaba ver la prehistoria sobre la civilización franco-cantábrica
y aquello de Strabon de que "Los Aquítanos son completamente
distintos (de los belgas y celtas) no sólo por su lengua, sino también
por su aspecto físico".
En dichas inscripciones abundan los
nombres, ya de relaciones de parentesco: Andere, Cizon, Sembus, Senarri,
bien de numerales: Laureo, Borsei, ya de animales y plantas: Harai,
Oxson... entre los cuales pueden verse algunos abjetivos como beliz,
garrí, be-m..,
Las más interesantes son, tal vez, las de divinidades con nombres de
plantas como Aríxo Deo, en la que hay que ver a «rite (roble), Arteke
Deo, de arte (encina), Fago Deo, de fago (haya), o de animales como
Idiaté, Áríce, AstoiUunno... y que nos hacen pensar, que los vascos
de esta época practicaban una religión fundada en el culto a la
naturaleza y de carácter politeísta.
Después de la conquista de esta región aquitana y de la extensión de
la dominación romana por el valle del Ebro, a través de las campañas
de Catón, los Gracos y Sertorio, en las que sonarán los nombres (77 y
74); Gracurñs, al parecer la ciudad (urí) de Graco, y Pompaelo=Pamplona
que, a juzgar por un fragmento de Salustio, debe su origen al campamento
de invierno que en sus últimas operaciones (año 75 a. C.) estableció
Pompeyo en el viejo poblado vasco de Iruña, y las guerras cantábricas
de Augusto (19 a. C.), han sido establecidos los pactos con Roma y se
produce la romanización de parte del territorio donde p. ej. en
Calahorra, nacerán escritores latinos como Quintiliano (42-120) y
Prudencio (348 d.C.).
Es indudable que aun a la parte que no
llegó la dominación romana no dejó de alcanzar, en más o menos, la
influencia del latín y su cultura a través de la organización y leyes
de Roma: errege, lege...; el comercio: diru, merke, me/catan...; las
vias de comunicación: galtxada, hale...; la cultura: liburu, eskola, maísu...;
y más tarde, pero con más profundidad que cualquiera otra influencia,
la religión de Cristo: eliza, gurutz, zeru, aingeru...
Pese a ese influjo, es también indudable que, merced a su "modus
vivendi" con Roma, la gran parte del país vasco no ocupado por los
romanos conservó su fisonomía propia, como nos lo declara la
conservación del euskera, y vino a quedar un poco fuera de la historia,
según puede verse por lo poco que los escritores latinos nos dicen de
él. No faltan, a través de Tito Livio, Salustio, Varrón, Silio Itálico,
Juvenal, Plinio el Mayor y otros, referencias ocasionales que reunidas
noa podrían dar por lo menos dos características del hombre vasco, a
juicio de los romanos: la agilidad que podemos ver en el repetido
"Vasco levis", y la gallardía en su desprecio al casco con
que otros pueblos acostumbran resguardarse en el "Vasco insuetus
galeae" o en el "galeae contempto tegmine vasco" de Silio
Itálico. Podría agregarse a estas características el carácter
indomable que testifica el "Cantaber indoctus ferré yuga nostra",
la fidelidad exaltada por la gesta de la cohorte vasca de Sertorio y su
afición y disposición para agüeros y adivinos que les achaca
Lampridio.
En el griego Strabón, filósofo, historiador y geógrafo, nacido en (50
a. C.), y que supo siempre revestir su obra de una amenidad e interés
humano que tanto la recomiendan, encontramos más detallada información.
Así, en una reseña que comprende más bien en general a todos los
pueblos del norte de la Península, dice de ellos. "Son sobrios, no
beben sino agua; duermen en el suelo y llevan cabellos largos. Comen
principalmente carne de cabrón. A Ares [es decir, una divinidad
guerrera suya equivalente a Marte], sacrifican cabrones y también
cautivos y caballos. Suelen hacer hecatombes de cada especie de víctimas.
Practican luchas gimnásticas, hopliticas e hípicas, ejercitándose
para el pugilato, carreras, escaramuzas y batallas campales. Su
principal alimento lo constituyen las bellotas que secas y trituradas se
muelen para hacer pan. Beben cerveza de cebada y el escaso vino lo
consumen en festines familiares. En lugar de aceite usan mateca. Comen
sentados sobre bancos alrededor de las paredes, alineados según la edad
y dignidad. Los alimentos circulan de mano en mano. Mientras beben
danzan los hombres al son de flautas y trompetas soltando en alto y
cayendo en genuflexión [a estilo, al parecer de los bailes rusos]. Los
hombres van vestidos de negro, llevando la mayoría el "sagos"
(mantos especiales de lana) con el cual duermen en sus lechos de paja.
Usan de vasos labrados en madera [que siguen usándose hoy en día en la
zona pirenaica]. Las mujeres llevan vestidos con adornos florales. En el
interior, en lugar de moneda practican el intercambio. A los criminales
se les despeña. A los parricidas se les lapida sacándolos fuera de los
límites de su patria o su ciudad. Se casan al modo griego. Los
enfermos, como se hacía en la antigüedad entre los asi-rios, se
exponen en caminos para ser curados por los que han sufrido la misma
enfermedad. Antes de la expedición de Bruto (en el 138-7), no tenían más
que barcas de cuero para navegar por los estuarios y lagunas del país;
pero hoy usan ya bajeles hechos de un tronco de árbol, aunque su uso aún
es raro. Su sal es púrpura, pero se hace blanca al molerla. Termina
diciendo que su relación comprende tos galaicos, astures y cántabros,
"hasta los vascones y el Pirineo, todos los cuales tienen el mismo
modo de vivir".
No es seguro que ese retrato corresponda a los vascos, aunque la danza
al son del txtstu y otros rasgos bien parecen convenirles. Más
razonable es pensar en el sentido exclusivo de la frase "hasta los
vascones" como opina Campión, fundándose en que de los vascones
habla en el siguiente capítulo. Pero sea de esto lo que habían sido
aquellos con los que pudo tener contacto o noticias directas el geógrafo
griego.
Como escribe el maestro Campión:
"Las escasas noticias de la antigüedad clásica miran por la buena
fama de los vascones. No así las de los cronistas posteriores, nuevos
enemigos suyos, que los representaban ante los ojos de la crédula
historia como gentes tornadizas e inconstantes, rebeldes y feroces,
atropelladas en el sentir y el querer, traidoras y pérfidas".
"Los cronistas godos y francos, cuando narran las guerras de sus
naciones respectivas contra los vascones, sin empacho los califican de
"rebeldes". Este falaz epíteto da por efectiva una soberanía
que no existió nunca, sino, pasajeramente y de continuo contradicha por
la incansable protesta de las armas". Recordemos a este propósito
aquel "Domuit vascones" que se repite como una cantinela en
las crónicas de los reyes visigodos y que, en su reiteración, es la
mayor prueba de la falsedad de lo que afirma.
No hay duda de que, como escribe Campión: "E! vascón de los
documentos godos y francos es personaje repulsivo. El odio, desde los
campamentos subió a la celda de los monjes y el camarín de los obispos
que escribían las crónicas. Sirviéndonos de frase moderna, podríamos
decir que "tuvieron muy mala prensa". Ese odio, como tradición
de raza, duró mucho, y se derramó en una sistemática denigración de
los vascones y sus cosas".
Pocos ejemplos de esa odiosa infamación
habrá mayores que el del tristemente conocido peregrino Aymeric Picaud
quien hizo su camino a Santiago en el siglo xn, a través de Vasconia y
dice de nuestra tierra cosas como éstas: "Este país habla un
lenguaje bárbaro; es selvoso, montañoso; carece de pan, vino
fuera, por similitud de suelo, cielo y estado de civilización, no deja
de ser probable que muchos de los usos descritos fueran comunes a los
vascos con los otros pueblos citados, al menos por lo que se refiere a
los vascos romanizados que proba y demás aumentos materiales... En esta
tierra hay malos alcabaleros.. • salen al encuentro de los peregrinos
con dos o tres dardos por armas, cobrándoles injustos tributos, y si
alguno de los transeúntes se niega a pagar lo que le piden, hiéreme
con los dardos, le quitan el censo, denostándole y hasta le exigen los
femorales. Son feroces y la tierra en que habitan es también feroz,
silvestres y bárbara. La ferocidad de sus rostros y su bárbaro
lenguaje infunden terror a los que los miran...".
"Después de esta región se
encuentra Navarra que abunda en pan, vino, leche y ganados. Los navarros
y los vascos son de una misma semejanza y cualidad en la comida, vestido
y lenguaje: pero los vascos son de cara más blanca que loa navarros.
Los navarros visteóse al uso de los escoceses, de paños negros y
cortos que le bajan solamente hasta las rodillas y usan de un calzado
que llaman "lavarcas", hechas de cuero peludo, esto es, sin
curtir, cubriendo solamente las plantas y dejando desnudas las bases.
Usan de unas capillas negras de lana, largas hasta los codos, en forma
de aletas franjeadas a las que llaman "saias". Ellos visten
feamente y feamente comen y beben; pues toda la familia de la casa del
navarro, tanto el siervo cuanto el señor, tanto la criada cuanto la dueña,
comen todos los manjares revueltos en un plato, tomándolos, no con
cucharas, sino con las propias manos. Si les vieras comer, les equipararías
a los perros cuando comen o a los puercos; y si les oyeras hablar, te
acordarías de los perros ladradores, pues hablan un idioma bárbaro...
"Esta es gente bárbara, sin
parecido con las demás en ritos y naturaleza, llena de malicia, de
color negro, de aspecto repugnante, maligna, perversa, pérfida,
desprovista de buena fe, corrompida, lujuriosa, borracha, diestra en
todo linaje de violencias, feroz y rústica, sin probidad y detestable,
impía y cruel, siniestra y terca, careciente de bienes, instruida en
toda clase de vicios e iniquidades, semejantes a los getas y sarracenos,
en todo malignamente enemiga de nuestra nación francesa. Por una moneda
el navarro o el vasco si pueden, matan a un francés". Sigue con la
diatriba hasta estampar cosas que aquí no podemos copiar. Menos mal que
algo concede cuando añade:
"Sin embargo, en el campo de la
guerra son de buena calidad, y para asaltar el campo o el combate,
atrevidos; escrupulosos en el pago de los diezmos y habituados a
satisfacer las obligaciones del altar. En cualquier dia que el navarro
vaya a la iglesia, hace ofrenda a Dios, de pan o vino, o trigo, o de
algunos de sus bienes. A donde quiera que salga el navarro o el vasco,
pende del cuello un cuerno, a usanza de cazador, y suele llevar en la
diestra dos o tres dardos que llama "auconas". Cuando entra y
sale de casa silba como el milano; cuando sin estrépito quiere.convocar
a sus compañeros en lugares secretos o solitarios con propósito de
rapiña, canta como el buho o aulla como el lobo. Es fama que descienden
del linaje de los escoceses porque son semejantes a ellos en las
costumbres y en todo".
Algunos detalles como estos últimos
que algo ayudan a reconstruir la figura del vasco de esta época así
como la pequeña colección de palabras euskéricas que inserta —entre
las que está la debatida Urtzi—, prestan cierto interés a la relación
de Picaud cuya diatriba fabricada a base de acumulación, sin regla ni
medida, de cuanto vocablo peyorativo encontró a mano, está proclamando
en su misma incontenible exageración la falsedad de sus acusaciones sin
necesidad de acudir a otras pruebas históricas que igualmente lo
desmienten.
Ya en la edad moderna, las literaturas
nacionales de nuestros dos países vecinos, nos ofrecen, la una más
completa que la otra, la imagen del hombre vasco de la época.
El lusitano Camoens, que en este momento viene a mi memoria, dice:
"A gente vizcaína que carece • de polidas razoes, e que as
injurias omito mal dos estranhos compadece".
Hay un texto castellano que no queremos dejar de recordar. Es aquél en
que Tirso de Molina (1584-1648) ("La prudencia en la mujer".
Acto I, escena I) pone en boca de Don Diego, Señor de Vizcaya, los
conocidos versos:
"Infantes, de mi Estado la aspereza conserva limpia la primera
gloria que le dio, en vez del Eey, Naturaleza, sin que sus rayas pase k
victoria. Un nieto de Noé le dio nobleza; que su hidalguía no es de
ejecutoria, ni mezcla con su sangre, lengua o traje mosaica infamia que
la suya ultraje. Cuatro bárbaros tengo por vasallos a quien Boma jamás
conquistar pudo, que sin armas, sin muros, sin caballos, libres
conservan su valor desnudo Montes de hierro habitan que a estimallos,
valiente en obras, y en palabras mudo,
a sus miras guardárades decoro,
pues por su hierro, España goza su oro.
Si su aspereza tosca no cultiva
aranzadas a Baco, hazas a Ceres,
es porque Venus huya; que lasciva,
hipoteca en sus frutos sus placeres.
La encina hercúlea, no la blanda oliva,
teje coronas para sus mujeres,
que aunque diversas en el sexo y nombres.
en guerra y paz se igualan a los hombres.
El árbol de Guernica ha conservado
la antigüedad que ilustra a sus señores,
sin que tiranos lo hayan deshojado,
ni haga sombra a confesos ni a traidores.
En su tronco, no en silla real sentado,
nobles, puesto que -pobres electores,
tan solo un señor juran cuyas leyes
libres conservan de tiranos reyes.
Suyo lo soy ahora y del Bey tío,
leal en defenderle, y pretendiente
de su madre, a quien dar la mano fío,
aunque la deslealtad su ofensa intente.
Infantes, si a la lengua iguala el trío,
intérprete es la espada del valiente;
vizcaíno es el hierro que os encargo,
corto en palabras, pero en obras largo".
Hermosa tirada en que el insigne
mercedario castellano canta a la austera libertad de los vizcaínos; la
pretensión de nobleza originaria, no debida a ningún rey, como tampoco
lo es la de la independencia patria; el "indoctus ferré yuga
nostra" y el "vasco levis" de los escritores latinos; la
condición, de igualdad que en la esfera familiar y en la política
merece la mujer por BU honestidad sin tacha y su puesto constante de
trabajo y lucha, en paz y en guerra, junto al hombre; la cortedad en el
discurso y la efectividad en la acción, y, en fin, su culto a la
libertad y odio al tirano que nunca podrá sentarse como Señor de
Vizcaya a la sombra del árbol de Guernica por la libre voluntad de los
vizcaínos.
En cuanto al concepto del hombre vasco
a través de la literatura francesa, diremos que hace tiempo que aquella
definición de Voltaire, si es que fue él, "Un pueblo que baila en
las crestas del Pirineo", nos hizo pensar que no habiendo tenido
que sepamos, el filósofo de Fernay ocasión de conocernos por vía
directa, la frasecita pudiera ser eco del concepto que en sus tiempos
existía en Francia sobre los vascos. Las notas que empezamos a recoger
en uno y otro autor galo parecían ir dándonos la razón. Como las
perdimos en nuestros últimos azarosos días por tierras francesas,
recurriremos a la memoria para hacer notar que, en primer lugar, creemos
que esta creencia sobre la innata disposición vasca a la danza y al
salto, es fácil que trascendiera a los escritores franceses como
consecuencia del célebre proceso sobre la brujería que, por mandato de
Luis XIV, instruyó en Laburdi, en 1609, Fierre de Lancre. Conocidas son
las duras palabras con que éste consigna su censura a los vascos por su
excesiva afición a los regocijos populares y desmedida pasión por el
baile.
Dos veces, que recordemos, cita Moliere
(1622-1673) a nuestro pueblo. Una en aquella "danse des biscaiens"
que viene, si la memoria no me es infiel, al final de su "Malade
imaginaire"; otra en una de sus comedias cuyo título no recordamos
ahora en la que se dice "courir eomme un basque", frase por
cierto, de corte proverbial, y que hemos visto en algún otro autor.
De Brantóme (1535-1604) recordamos un pasaje de sus "Dames
galantes" en que cita a un vasco. Y se trata precisamente de un
profesor de baile. Aquí ya no podría hablarse de influencias del
proceso de Lancre, puesto que es unos años anterior.
Finalmente, en la lengua francesa hemos
dado nombre a un instrumento musical, el "tambour de basque".
Ignoramos en qué época se incorporó al acervo del francés, pero
desde luego lo vemos ya aparecer en una de las cartas de la célebre Mme.
Sevigné (1626-1696), la cual describe complacida las danzas de los
aldeanos del pais de Auvergne a ks cuales contribuyó con el regalo de
un violón y de un "tambour de basque".
Otras citas podrían traerse a colación para dar testimonio de este
concepto francés del vasco como hombre de danza, salto y carrera.
Recordemos tan solo el "basque bondissant", el rápido del
ferrocarril en que más de una vez hemos viajado de Bayona a París, y
terminemos con aquello de Víctor Hugo: "Quien haya visto una vez
el país vasco desea volver a verlo de nuevo. Aquélla es una tierra
bendita; dos cosechas al año, aldeas rientes en su pobreza altiva.
Llenas de sonidos y de alegría... en los bailes a los que acude la
gente moza a arrullar sus amores". Pensamos a veces que Rubén Darío
quien tanto gustó de abrevar belleza de fuentes francesas, lanzó como
un eco de este concepto galo del vasco aquello de:
"Elásticos vascos,
hechos de antiguas raíces..."
Como todo ello no sea reminiscencia del latino "vasco levis".
Por mi país van pasando ahora, cada ve? en más cantidad y escogida
calidad, los viajeros que dejan en sus memorias reflejos de la impresión
recibida.
Así en 1528 el embajador veneciano
Andrea Nava-ggiero quien, después de describir la industria ballenera
de San Juan de Luz nos dice que: "La gente de este país es muy
alegre y completamente opuesta a la española que nada puede hacer como
no sea gravemente. Los vascos siempre están riendo, bromeando y
bailando, tanto los varones como las mujeres", Por donde otra vez
se confirma lo del vasco danzarín de la literatura francesa con lo de
su aptitud para las cosas del mar señalada por la española del siglo
de Oro por Navaggiero, no sólo en esa cita de Doni-bane Lohitzun sino
al decir expresamente de los vascos que eran "muy buena gente así
por mar como por tierra... salen muchos al mar por tener muchos puertos
y muchas naves construidas con poquísimo gasto por la gran cantidad de
robles y de hierro que poseen". Ofrece muchos otros detalles sobre
el país diciendo que "toda la tierra está muy poblada 'no
habiendo bosque ni montaña que no esté llena de gente...", y hace
referencias a las industrias extractivas, producción de espadas y
lanzas, etc.
Otro viajero veneciano, Federico Badoaro, dice: "lo que les
caracteriza y más que a otros a los vizcaínos es la arrogancia y, en
general, déjanse llevar rápidamente a la injuria y a la cólera".
Unos decenios más tarde (1572) otro
viajero italiano, Venturino, nos dará una impresión más grata al
estampar en su diario de viaje en el que atravesó Álava, Vizcaya, Guipúzcoa
y Laburdi: "La gente nos
44 VICENTE DE AMEZAOA AHESTI
resultó amable y bien educada, especialmente al quitarse el sombrero y
honrar a los forasteros". Nos informa sobre el idioma del país,
cabeza rapada de las mozas —de que ya también nos había hablado
Navaggiero— las gorras de los hombres, gobierno del país y el detalle
de que los vizcaínos hacían jurar sus fueros al rey antes de
reconocerlo. Y al tocar, el tema del mar dice redondamente: "Acá
se construyen más barcos que en todo el resto de España y las gentes
de acá son sumamente peritas en el arte de la navegación, así como
muy endurecidos y expertos en las molestias marítimas y mejores que
todos los restantes navegantes". El elogio no puede ser más
contundente.
Terminaremos con este grupo de viajeros
recordando al parmesano Juan Laglance quien estuvo en Bilbao en 1778 y
no escatima sus elogios a la villa. Presta su contribución a la teoría
del vasco bailarín al decir que al fin de la jornada de trabajo puede
verse a los hombres que se retiran de sus faenas cantando y bailando.
Igualmente notará como a la vuelta de las romerías vuelven los
danzantes por cuadrillas que entonan ruidosas canciones. Fue también
testigo de la actividad en los astilleros de la villa, como correspondía
a su tradición marinera.
Entre los viajeros inglese» tenemos al
caballero Swinburne (1775) para quien todo era bueno y bello en nuestra
tierra y los vascos le parecieron "fornidos, bravos y coléricos"
y los mejores marineros de la península.
Por los mismos años tenemos por tierra de Euzkadi al naturalista Bowles
a quien nuestra gente le pareció amable y "agasajadora" con
los forasteros a quienes "lejos de dar vaya" les obsequian coa
flores y frutos: Admiró en Vizcaya la sencillez del trato de los ricos
con los pobres, "pues aquellos naturales, por temperamento y por
educación, tienen cierta especie de altivez e independencia, lo que no
les permite aquella sumisión a los ricos que se usa en otras
partes", y de los moradores de Bilbao dice que disfrutan de los
cuatro bienes más codiciables como son: "Fuerza y vigor corporal,
pocas enfermedades, larga vida y contento y alegría de ánimo".
Y ya que estamos con los ingleses no dejaremos de citar a George Borrow,
el autor de "La Biblia en España" (1843) de cuyo libro, entre
otras cosas curiosas, copiaremos éstas: "No existe en toda la
tierra pueblo más orgulloso que loa vascos, pero el suyo es una especie
de orgullo republicano... El más miserable carretero es tan orgulloso
como el gobernador de Tolosa...
Son camareros, secretarios, contadores,
etcétera. Es cierto que tuve la fortuna de obtener un doméstico vasco,
pero siempre me trataba más como a un igual que como a dueño, se
sentaba en mi presencia y entablaba conversación conmigo en todo tiempo
y momento. ¿Le reprendí? ¡Desde luego que no! Porque en tal caso me
habría dejado y yo jamás he conocido persona tan leal como él".
No podríamos omitir en esta relación de viajeros a aquel que, por su
conocimiento del país y el afecto que a él demostró, con razón ha
sido llamado entre nosotros "el amigo número uno". Estamos
hablando de Guillermo de Humboldt, el alemán que entró en Euskal Erría
en 1801, es decir, casi por el mismo tiempo que su hermano Alejandro
arriba a Venezuela. Hizo un segundo viaje y fruto de ellos fue un
conocimiento profundo de nuestro idioma con las limitaciones que, entre
otras circunstancias, el estado de la filología entonces imponía al
desarrollo de las teorías que elaboró, y un conocimiento acompañado,
como en el del idioma, de un afecto que nunca sabremos agradecer
bastante, de todas nuestras cosas en general. Escribió en Euzkadi cosas
como éstas:
"El país desgarrado en dos pedazos muy desiguales y subordinados a
naciones poderosas no ha renunciado, de ningún modo, a su propia manera
de ser... Vasconia, a pesar de estar situada entre España y Francia,
tiene un aspecto completamente peculiar y sobre todo, sus habitantes no
presentan en sí el carácter de Francia ni el de España. Costumbres y
fisonomía son distintos, el lenguaje es peculiar en sus palabras, su
formación y su entonación es incomprensible aun en sus palabras más
insignificantes para los extraños a quienes suenan desacostumbradamente
hasta los nombres topográficos, que casi todos derivan del euskera y en
parte de sus más antiguas raíces". Dice de los vascos que
"Constituyen un pueblo dedicada a la labranza, navegación y
comercio, no carecen de bienestar corporal sin el cual es imposible la
prosperidad moral. Tienen una organización libre, deliberaciones públicas
ordinariamente en la lengua del país".
Después de hablar de la laboriosidad
que ha observado, entre otras partes, en Bilbao con su actividad
mercantil y marítima, escribe: "En medio de esta laboriosidad son
los vascos la nación más bonachona y alegre que puede verse, y al día
de labor más fatigoso, sigue a menudo música y baile. A ningún
viajero puede escaparle la diferencia entre su buen humor y la indolente
gravedad del castellano. No viven en la necesidad y la estrechez de éste,
sino en toda la comodidad del bienestar; donde aquí se hallen mendigos,
rara vez son naturales, sino casi siempre forasteros
(observación ésta hecha por varios viajeros a partir del siglo xvi,
que sepamos), alimenta en su pecho un noble patriotismo, un manifiesto
orgullo de las prerrogativas de su país, de la antigüedad y fama de su
nación". Y para terminar con Humboldt, he aquí esto donde resume,
con toda espontaneidad, su opinión sobre el país que ha conocido y
estudiado a fondo:
"Es el único país que he visto jamás en el que la cultura
intelectual y moral sea verdaderamente popular, en el que las primeras y
las últimas clases de la sociedad no estén separadas por una distancia
inmensa por así decirlo, en el que la ilustración y las luces de las
altas han penetrado, al menos hasta un cierto punto, hasta las bajas y
en que la honradez, la f^anque^a, el inocente candor de éstas no ha
llegado a ser extraño a las altas".
Hemos ido espigando acá y allá testimonios extranjeros sobre nuestro
país y nuestros paisanos. Permitidme que termine este rápido viaje a
través de los siglos, ofreciéndoos tres retratos de tres hombres
representativos de nuestra raza en tres momentos históricos de crisis
en Europa y en nuestra patria: la Reforma, la Ilustración y la guerra
carlista. Serán el del Santo, Ignacio de Loyola: el del Caballerito de
Azkoitia, Ignacio Manuel de Altuna y el del genio de la guerra, Tomás
de Zumalacarregui.
Ved el de Ignacio, debido a uno de sus
adversarios, aquel inglés, Houston Charberlan, convertido en campeón
del racismo germano y que considera a nuestro santo como la encarnación
del anti-gennanismo, es decir del genio, nacional alemán que según él
—y otros— se había manifestado como en una de aus más altas
concreciones en la Reforma de Lulero:
"La lucha contra lo germano tomó cuerpo en uno de los hombres más
extraordinarios de la Historia: en esta ocasión, como en tantas otras,
pudo más una sola personalidad por su ejemplo y el conjunto de fuerza
vital que aportara al mundo, que todos los concilios con sus numerosos
miembros y todas las corporaciones con sus solemnes acuerdos. Es
conveniente contemplar al enemigo en forma tal que merezcan respeto,
porque si no, el odio turbará fácilmente el juicio o lo estimará más
pequeño que lo debido. No sabría decir quién estuviera justificado
para negar a Ignacio de Loyola una sincera admiración. Sufre dolores físicos
como un héroe (luego de consolidada su pierna fracturada, la hizo
quebrar violentamente por dos veces, porque era más corta que la otra y
ello le hacía inútil para el servicio militar); moralmente es
igualmente temerario: su voluntad es férrea, su acción consciente del
fin, su pensar no estropeado por la erudición ni por el refinamiento:
es un hombre agudo y práctico que no tropieza en pequeneces y por ello
asegura a su actividad un lejano porvenir, pues toma y utiliza siempre
las necesidades del momento actual como fundamento de su obra; además
desinteresado, enemigo de frases, sin un ápice de comedíante; un
soldado y un noble que más bien utiliza el sacerdocio para su fin, que
pertenece al mismo por ingénito carácter". (V. Eneko Mitxelena:
"Viajeros extranjeros en Vasconia". EKIN, pág. 40).
Han pasado dos siglos. Estamos en el de
la Ilustración que halla su representación en nuestro país en
aquellos amables "Caballerítos de Azcoitia" a quienes
corresponderá siempre el mérito de haber puesto en marcha una magna
empresa cultural —la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País—
al servicio de éste. Aquellos señores de empolvada peluca y casaca
bordada que en sus señoriales mansiones sabían bailar aristocráticos
minués, no desdeñaban acudir a la plaza del pueblo a ejecutar un viril
"aurresku" y supieron, sobre todo, llevar a ese pueblo lo
mejor de aquellas ideas de progreso en las ciencias y en las artes que
fermentaban en Europa y que ellos, después de asimiladas en sus cursos
universitarios en el extranjero y en sus viajes de estudio por Europa,
supieron ofrecer a sus paisanos en ricos frutos de los que no os voy a
hablar aquí, entre otras razones, porque ellos os son bien conocidos:
De las tres figuras más destacadas en la creación de la benemérita
Sociedad, el Conde de Peñaflorida, el Marqués de Narros e Ignacio María
de Altuna, escogemos hoy a éste cuya semblanza nos ofrece Juan Jacobo
Rousseau en sus "Confesiones" y es como sigue:
"Había conocido en Venecia a un
vizcaíno, amigo de mi amigo de Garrió y digno de serlo de todo hombre
de bien. Este amable joven nacido para ser sabio y virtuoso acababa de
dar la vuelta a Italia para aficionarse a las Bellas Artes y habiendo
terminado su misión, quería volver directamente a su patria. Yo le
dije que las artes no eran más que el descanso de un genio como el
suyo, hecho para cultivar las ciencias, y le aconsejé, para tomar afición
a éstas, una estancia de seis meses en París. Me atendió y fue a París.
Allí se encontraba esperándome cuando llegué. Su alojamiento era
demasiado grande para él y acepté el ofrecimiento que me hizo para
compartirlo. Lo encontré en el fervor de los altos conocimientos. Nada
estaba por encima de sus alcances; devoraba y digería todo con
prodigiosa rapidez. ¡Cómo me agradeció el haberle procurado aquel
alimento a su espíritu, atormentado por la necesidad de saber, sin
sospecharlo él mismo! ¡Qué tesoros de luces y virtudes encontré
en aquella alma fuerte! Sentí que era aquél el amigo que necesitaba.
Nos hicimos íntimos, Nuestros gustos no eran los mismos; disputábamos
siempre. Tenaces los dos, nunca estábamos de acuerdo sobre nada. A
pesar de eso no podíamos separarnos, y contrarián-donos sin cesar,
ninguno de los dos hubiera deseado que fuese el otro de distinta manera.
"Ignacio Manuel de Altuna era uno de esos hombre raros que sólo
España produce y de los que produce pocos para su gloria. No tenía
esas violentas pasiones nacionales, comunes en su país. La idea de la
venganza no podía entrar en su espíritu, como tampoco podía entrar el
deseo de ella en su corazón. Era demasiado altivo para ser vengativo, y
con frecuencia le he oído decir con mucha sangre fría, que ningún
mortal podía ofenderle. Era galante sin ser tierno. Jugaba con las
mujeres como si fuesen niños. Se complacía con las queridas de sus
amigos, pero jamás le he conocido ninguna, ni deseo de tenerla. Las
llamas de la virtud que devoraban su corazón, no permitieron nunca
nacer las de sus sentidos. Después de sus viajes se casó y murió
joven, dejando hijos. Estoy persuadido como de mi existencia, que su
mujer fue la primera y la única que le hizo conocer los placeres del
amor. Al exterior era devoto como un español, pero por dentro su piedad
era la de un ángel. Fuera de mí, no he visto otro tan tolerante desde
que existo. Jamás se informó de ningún hombre, cómo pensaba en
materia de religión. Poco le importaba que su amigo fuese judío,
protestante, turco, ateo, beato, siempre que fuese un hombre honrado.
Obstinado, terco para las opiniones indiferentes, en cuanto se trataba
de religión y aún de moral, se recogía, se callaba, o decía
sencillamente: Yo no estoy encargado nías que de mí mismo. Es increíble
cómo puede asociarse tanta elevación de alma con un espíritu de
detalle llevado hasta lo minucioso. Repartía y fijaba de antemano el
tiempo por horas, cuartos de horas y minutos y seguía esa distribución
con tal escrúpulo que si hubiera dado la hora mientras leía una frase,
habría cerrado el libro sin acabarla.
Tenía sus horas para un estudio y para
otro; las tenía para su reflexión, para la conversación, para el
oficio, para Locke, para el rosario, para las visitas, para la música,
para la pintura, y no había placer ni tentación, ni conveniencia que
pudiese invertir aquel orden; sólo un deber que cumplir hubiera sido
causa suficiente para ello. Cuando me hacía la lista de la distribución
del tiempo para que diese mi conformidad, comenzaba yo por reír y
terminaba por llorar de admiración. Jamás molestaba a nadie, ni
soportaba la molestia; era brusco con las gentes que por cortesía querían
molestarlo; era entusiasta sin ser susceptible. lo he visto con
frecuencia en cólera pero no lo he visto jamás enojado. Nada era tan
alegre como su humor; admitía las bromas y le gustaba darlas, brillando
en ese aspecto, pues tenía habilidad para el epigrama. Cuando se le
animaba era ruidoso y alborotador y su voz se oía de lejos, pero
mientras gritaba yo le oia sonreír, y siempre a través de sus
arrebatos encontraba alguna palabra agradable que a todos gustaba. No
era español por el tinte de su piel ni por su flema. Tenía la piel
blanca, las mejillas sonrosadas, el pelo de un castaño casi rubio. Era
alto y bien hecho. Su cuerpo había sido formado para alojar a su alma.
Aquel sabio de corazón lo mismo que de cabeza, conocedor de los
hombres, fue mi amigo.
Esa es. toda mi respuesta a cualquiera
que no lo sea. Intimamos de tal manera que hicimos el proyecto de pasar
juntos nuestra vida. Yo debía pasados algunos años, ir a Azcoitia para
vivir con él en su tierra. Todos Jos detalles del proyecto quedaron
arreglados entre ambos la víspera de su partida. Sólo faltó lo que no
depende de los hombres en los proyectos mejor concertados. Los
acontecimientos posteriores, .mis desastres, su matrimonio, su muerte
por fin, nos separaron para siempre".
Ya desde fines del siglo xvm, los
ataques a las liertades vascas son desatados a instigación de Godoy y
los acontecimientos de principios del siglo xix marcan una línea de
peligro para nuestra vida nacional. De modo que cuando a la muerte de
Fernando VII el conflicto dinástico hace explosión, los vascos creen
tener en el Pretendiente una garantía de la preservación de sus
fueros. En 1833, Tomás de Zumalaca-rregui se define en el campo
carlista y muy pronto su figura de auténtico genio de la guerra, se
impone al frente de los ejércitos de Don Carlos. He aquí el retrato
que del guerrero vasco nos ha dejado su subordinado y amigo, el general
3. Antonio Zaratiegui: "Era de estatura de cinco pies y dos pugadas,
tenía la espalda un poco ancha y algo torcida. De ordinario no llevaba
la cabeza muy erguida, antes por el contrario, cuando caminaba a pie
marchaba con la vista fija en el suelo, como si fuese preocupado en
profunda meditación. Los ojos eran claros y castaños, el mirar
penetrante, profundo como el águila, su tez clara, la nariz regular, el
cabello castaño oscuro y espeso; en sus últimos años principiaba ya a
encanecer y io llevaba por lo común muy corto. La patilla unida al
bigote favorecía en extremo a su fisonomía.
"Se imponía a todos por su porte y conducta, que era altanera con
los soberbios y humilde con los pequeños, de pocas palabras, poco amigo
de la vida de sociedad; trabajador atento hasta el punto que muchas
veces dejaba de comer hasta la noche por oír a los que acudían a él;
aborrecedor del juego y de la mentira, gran aficionado a la caza, fácil
al enojo y a la reconciliación, celoso por la religión de sus abuelos,
sin fanatismo, ni hipocresía..."
Al llegar aquí, uno se siente tentado de intentar exponer, siquiera sea
en grandes líneas, un estudio sobré el carácter deí hombre vasco.
Pero pienso que mejor que todo lo que yo pudiera deciros lo encontraréis
en "El genio de Nabarra" del maestro Cam-pión, en "L'homme
basque" de Etienne Salaberry, o en una preciosa conferencia que
hace unos años diera, en el Centro Vasco de México, Manuel de la Sota
y que a todos recomiendo desde aquí.
Vienen naturalmente a los puntos de mi
pluma características nacionales del vasco que me parecen indudables:
el individualismo y el orgullo, el sentido de la soledad y la actitud
cautelosa; los contrastes de hogareño y aventurero, tradicional y
progresista; grave y alegre; religioso pero tolerante; sincero pero no
ingenuo; antiguo y moderno. Ese su sentido de la adaptación que lo ha
hecho triunfar en América donde ha sabido hacer proverbial, sobre todo
en tierras del Plata, aquello de "palabra de vasco" que tanto
nos honra; en esta América donde nuestros hombres han sabido marchar
siempre, según la sagaz observación de Gregorio Marañón. "Con
esa seguridad que los de su tierra tienen para pisar las tierras
remotas, no como si fueran suyas, sino como si ellos fueran de h tierra
nueva", con ese acervo de virtudes sencillas pero inquebrantables
que en esta generosa tierra de Venezuela nos merecieron de uno de sus más
ilustres hijos, Aristides Rojas, conceptos que, por tan elogiosos, un
elemental sentido del pudor nos impide repetir, pero nos obligará
siempre y en tudas partes calladamente a merecer.
Con el recuerdo de esas palabras del alto hombre de letras caraqueño
cerramos esta charla. Aunque Manu Sota ingeniosamente diga, en su citada
conferencia que los defectos, sobre todo si son defectos
"importantes" caracterizan al hombre mejor que las virtudes,
hoy nos quedaremos con el recuerdo de éstas. Que nos bastan la tristeza
del destierro sin caer en aquella que es la más amarga para el hombre
recto: la consideración de sus propias culpas. Recordamos, como un
espolazo en carne viva aquella sentencia de Elisée Reclús sobre el país
vasco: "Es un pueblo que se va". Pero preferimos hoy aquellas
palabras con que nuestro insigne amigo Hugo Schuchardt supo hace unas décadas
acicatear nuestra voluntad de perdurar: "Vascos, sois antiguos,
pero no viejo. Yo os saludo como- se saluda a la aurora".
Caracas, 1961.