JESÚS DE GALINDEZ
Yaun-andreak, agtirr:
Gaurr, bi urte dirala, Galíndez, gain-gaiñeko aber-tzale ura, yoan
zitzaígun; ez dakigu nondik, ez dakigu ñora...
Biltzen gera emen arratsalde ontan, aren oroia gure gogora ekartzeko;
aren bizitza ta egintzak begi au-rrean yartzeko; aren eredua aren
erakusburua, gugan ongi ta sendoki sartzeko...
Parkatu bearr dtdazute, euskaldunok, erderaz egin bearr ba'dut; errezago
niretzat, noski, baiña, bestalde, emen diranetako geienentzat uler-bide
bakarra, da-murik.
Compatriotas:
Allá por febrero de 1956, es decir,
unas semanas antes de su desaparición, escribió Galíndez un artículo
titulado "Dos Gobiernos tuvieron vergüenza" en el que hacía
un examen de la actuación absurda de los países democráticos en la
asamblea de las Naciones Unidas que se acababa de celebrar. Un refugiado
español que para entonces ya era, como continúa, siéndolo,
representante de prensa de un país titulado demócrata, que
naturalmente votó a favor de Franco, calificó de insensato a Galíndez
a raíz de ese artículo. Nuestro compatriota le replicó con otro al
que pertenecen esos párrafos que podéis leer al píe de ese óleo de
Galíndez colgado en el salón principal de este CENTRO VASCO. Siguiendo
el orden de los varios conceptos en esos párrafos expuestos,
desarrollaremos nuestras ideas para hablar hoy, brevemente, en este acto
de homenaje y recuerdo a nuestro desaparecido amigo: "Mientras mi
Patria Euzkadi siga ocupada y sojuzgada, seguiré luchando contra el
invasor", he ahí a Galíndez el hombre de la Patria.
"Mientras no haya libertad, seguiré pidiéndola a gritos", ahí
tenéis a Galíndez, el hombre de la Libertad. "Dios me de fuerzas
para seguir siendo insensato hasta el día de mi muerte", he ahí a
Galíndez, el hombre del destino.
Y primeramente, una ligera síntesis biográfica de Galíndez,
simplemente del hombre Galindez.
Sintesis biográfica.
Hay una parte de la región vasca de Álava que se interna como una cuña
en tierra de Vizcaya de la que, sin duda, formó parte en otros tiempos.
Es aquella comarca que limitada por los montes de Altube y la Sierra
Salvada, está constituida por una serie de valles chicos y risueños y
es conocida con el nombre de tierra de Ayala. Tierra con personalidad
legendaria; tierra que ha sido regida libremente por sus propios
moradores desde tiempo inmemorial. Dos grandes monumentos atraen
inmediatamente nuestro interés en esa pequeña tierra. En primer lugar,
la sede de las Juntas de Ayala, el recinto de Saraobe donde los ayaleses
se reunían para darse democráticamente sus propias leyes que, en lo
civil todavía conservan su vigencia. Y, muy cerca de ese recinto, el
monasterio de Quejana donde duerme su eterno sueño aquel hombre que tan
poco dormido debió de ser en vida, pues, aparte de sus notabilísimas
realizaciones literarias, diplomáticas y guerreras, ostenta el
extraordinario y difícilmente igualable record de haber sido
consecutivamente consejero de cuatro reyes, dos de ellos por cierto,
mortalmente enemigos entre sí. Tal fue el canciller Pedro López de
Ayala.
Pues bien, cerca de esos monumentos, a
cien metros del campo de Saraobe, se halla la quinta de Larraobe,
propiedad de los padres de Galíndez, en la cual vino al mundo nuestro
amigo en el año 1915, el día 12 de octubre; el mismo en que nació América.
La familia de Galíndez era antigua en
el Valle de Ayala. Su apellido es evidentemente un patronímico español,
pero no es menos evidente que su antigüedad bien conocida en la comarca
y el hecho de que todavía la casa en que nació el padre de Jesús de
Galíndez sea conocida con ese nombre, testifican su clara oriundez
vasca. Probablemente se trata, caso nada infrecuente en la región
alavesa, de la pérdida del verdadero apellido toponímico
correspondiente.
El abuelo de Galíndez era médico-veterinario
del Valle; su padre —el de Jesús— médico-oculista que, cuando tuvo
la desgracia de perder a su esposa —tenía nuestro amigo entonces sólo
ocho años—, se fue a vivir a Madrid. Allí comenzó Jesús el estudio
del Bachillerato con los Padres Jesuítas, y allí continuó después
estudiando en la Facultad de Derecho, pero sin dejar nunca de regresar
en vacaciones, los veranos, a aquella tierra que siempre poseyó su
corazón. Una prueba de ésto es su primera publicación constituida por
una nonografía del Valle de Ayala, escrita a los 18 años. Su vocación
de escritor da su segunda fruto al año siguiente con otra monografía
sobre "La Legislación Penal Vizcaína". A los 20 años da su
primera conferencia que, pronunciada en el "Hogar Vasco" de
Madrid, tuvo por tema "Las Juntas Vascas". Era ya evidente su
gusto y aptitud por los temas históricos y jurídicos entroncados en su
raza. Termina sus estudios universitarios graduándose en Derecho en
junio de 1936. Al mes siguiente, estalla la sublevación franquista y
con ella comienzan las actividades políticas de nuestro amigo que ha de
actuar en Madrid en el directorio del Partido Nacionalista Vasco
primero, y después como Delegado del Gobierno Vasco, y Asesor Jurídico
de la Sección de Presos y Desaparecidos, finalmente.
Se mueve en todas esas actividades que nos describe en esos libros episódico-biográficos
que se llaman: "Los vascos en el Madrid sitiado" y
"Estampas de la guerra". Para después cambiar su vida, un
poco de retaguardia, aunque Madrid siempre siga siendo frente, por la
que llevará en aquella Brigada Vasco-Pirenaica del frente de Aragón.
Pasa a la sección jurídica en 1938 y poco después, con el desastre
definitivo, es su huida a Francia, como tantos miles y miles de sus
compatriotas. Y, como durante su estancia en Madrid sus actividades de
tipo gubernamental le habían hecho establecer contacto frecuente con
varias Embajadas, las amistades que había contraído con la de Santo
Domingo, le impulsan, allá en Burdeos a preparar su viaje para dicha
república del Caribe.
Seis años permaneció en Santo
Domingo. Cinco de ellos como Delegado del Gobierno Vasco. Lo vemos también
allí como catedrático de Ciencias Jurídicas en el Colegio de Derecho
Diplomático. Lo vemos colaborando en la "Revista dominicana de
Jurisprudencia" y moviéndose en una serie de actividades, casi
todas enfocadas hacia los estudios jurídicos.
En Santo Domingo publica la mayor parte de sus libros, bien sean éstos
los de carácter episódico-biográ-fico, bien de índole estrictamente
jurídica como "Conflicto de leyes en la América actual",
bien aquéllos en que lo jurídico se conjuga con lo patriótico, como
en esos tomos que hacen honor a la colección EKIN y que se llaman
"Los vascos en el Derecho internacional" y "El Derecho
vasco". Allí lo vemos también contendiendo en los concursos
literarios como en aquél que obtiene el primer premio exaltando la
figura de Enti-quillo, primer héroe de la independencia dominicana. Allí,
finalmente, en plena dictadura trujillana, ve, oye, calla y se documenta
para lo que luego se verá.
La tercera etapa de su vida se
desarrolla en los Es-tndos Unidos. Diez años: de 1946 a 1956. Lo vemos
allí, de inmediato, al servicio de la Delegación de Euzkadi,
trabajando en cuanto aspecto de actividad vasca se presente. Acude a
Francia al Congreso de Estudios Vascos de Biarritz, con brillantes
aportaciones. Algo más tarde, el año 1950, ingresa como profesor
auxiliar en la cátedra de Derecho Público Hispano-Americano e Historia
de la Civilización Ibero Americana. Este año de 1950, precisamente,
concurre a Caracas a los actos de inauguración de este CENTRO VASCO;
poco antes había conseguido un premio, en el concurso que la revista
"Euzkadi" de aquí había organizado, con un trabajo en el que
se estudia la influencia de la Revolución francesa sobre los vascos.
Poco después obtenía otro en los Juegos Florales catalanes, estudiando
la figura del Príncipe de Viana en quien, por un momento, vinieron a
converger las vidas de Cataluña y de Euzkadi.
El ano 54, mientras continúa
infatigablemente con sus actividades literarias, haciendo un poco de
alumno y otro poco de profesor, va preparándose para conseguir su cátedra.
Es entonces cuando publica su libro "Ibero-América", quizá
el mejor de los suyos, aunque no tan conocido como debiera. Y ya en el año
1956, prepara su tesis doctoral que se titulará "La era de
Trujillo" que es, en febrero de ese año, aprobada por la
Universidad de Columbia. Pero, cuando el 12 de marzo, sale Galíndez de
explicar su clase y se dirige a una estación del ferrocarril subterráneo
de New York, he aquí que perdemos su presencia física para nunca saber
más de él.
Esta es, esquemáticamente trazada, la
vida de Galíndez cuyas obras nos revelan al investigador de raza, al
historiador, al jurista, al literato, al profesor y al periodista que en
esos últimos años se había convertido en un asiduo colaborador, no sólo
de todas las revistas de signo patriótico vasco, sino también de
varios de los periódicos y revistas más leídos a lo largo de toda la
América.
El hombre de la Patria.
En el artículo citado al comienzo de esta disertación, vimos que había
escrito Galíndez: 'Mientras mi patria Euzkadi siga sojuzgada, seguiré
luchando contra el invasor". Este es Galíndez, el hombre de la
Patria. Es decir, un hombre que constituye en centro de su vivir aquella,
noble actividad que se pone total e incondi-cionalmente al servicio del
resurgir de su patria. Es un hombre cuya razón de vivir no es otra que
un fluir constante del anhelo de dar vida a la patria cuya muerte el
enemigo tiene decretada. Para Galíndez se trataba de una patria que de
niño él no conocía. patriotismo hubo de comenzar por un sentimiento
que él mismo no podía explicarse y que nosotros creemos poder
sorprender en sus gérmenes al recordar la fruición que experimentaba
al acompañar, muy niño aún, a su abuelo en las andanzas profesionales
de éste por todos los rincones del Valle de Ayala.
Alli, sin duda, empieza a sentir, con
la amorosa contemplación del paisaje, esa sagrada comunión con la
tierra natal; con la tierra que e! vivir, el sufrir, el gozar y el morir
de tantos antepasados nuestros han consagrado. Sabemos por él de esas
correrías acompañando a su abuelo; sabemos también que al volver a la
Patria, todas las vacaciones, le acuciaba el ansia de repetir aquellas
correrías infantiles, y sabemos cómo le gustaba situarse en muda
contemplación frente a aquel pico de Iturri-gorri, roqueña cima que
fija por aquel lado la frontera entre Euzkadi y Castilla. Yo me imagino
por un momento a Galíndez abstraído en esa contemplación, empapándose
en esos invisibles efluvios que surgen de la tierra amada en los que
gusta al patriota sumergir su alma.
Lo veo contemplando con acariciadora
mirada de enamorado esa tierra que incontables generaciones de
antepasados le dejaron como una santa herencia. Lo veo mirándola con
esos ojos con que sólo los verdaderos patriotas son capaces de mirar.
Porque es que cuando el amor se enciende en llamaradas de patriotismo
pone en las cosas más simples y vulgares de nuestro suelo, perfección
de líneas que deslumhra, colores que el iris no conoce, y nos hace
percibir en el rumoreo del más humilde de nuestros arroyuelos,
soberanas armonías como sólo los magos de la música pueden escuchar
en esos momentos de divina fiebre en que golpea en sus sienes el genio
de la inspiración. Estoy viendo a Galíndez frente al pico de
Iturrigorri; su mirada es soñadora; quizá en este momento ve cómo se
ciernen sobre él los buitres, y la alarma asoma a sus ojos, pues ve en
ellos el símbolo de las invasiones castellanas que por allí buscaban
su cauce. Pero pronto el sosiego vuelve a él con sólo poner la vista
en el fluir del arroyo que allí nace, constante e ininterrumpido y que
se le antoja el símbolo del perpetuo manar de la raza que, en el Valle
de Ayala, como en todo rincón de nuestra vieja tierra, se hace
sustancia de eternidad. Así se va formando el embrionario patriotismo
de Galíndez; algo que aun es sólo calor de sentimiento, pero que
pronto llegará a convertirse en luz de conciencia nacional.
Llega un día en que, según nos cuenta, ponen en sus manos una
banderita diciéndole: "Toma, es una banderita vasca; pero guárdala
bien, que si te ven, te pegarán". Y tan bien la guardó, según
nos dice, que no la pudo encontrar más.
Pero pasan unos años más y viene la revelación definitiva. Es cuando
cae en sus manos ese libro que yo quisiera, jóvenes que me escucháis,
verlo en las vuestras: "Bizkaya por su independencia". Ese
libro vigoroso y revelador del maestro Sabino de Arana Goiri en el que
sobriamente nos cuenta las gestas de los vizcaínos; ya cuando allá en
Arrigorriaga derrotan al ejército leonés y aquella varonil mujer vizcaína
corta la cabeza de su jefe Ordoño; ya en aquella frustradas invasiones
como la que resuelve la batalla de Munguía en la que Oñacinos y Ganboínos,
Muxika y Abendaño, patrióticamente unidos, ponen en fuga a las tropas
de Enrique IV el Impotente, revalidándole el apodo; ya en los intentos
de Pedro el Cruel fracasados, primero en el valle de Gordejuela, y luego
en las alturas de Otxandiano, en aquella batalla de la que al regresar
los vizcaínos vencedores a contar el suceso a uno de sus jefes que por
su ancianidad no había podido concurrir y cuyos hijos habían perecido
todos en la contienda, escuchan aquella respuesta que parece arrancada
de las hojas de una crónica espartana: "Amandarro'k ez dauko
semerik, baiña Bizkaya'k ez dauko buztarrik" (Araandarro ya no
tiene hijos, pero Vizcaya no tiene yugo). Este y otros recios episodios
revestidos de la clara prosa sabiniana y palpitantes en su emoción fué-ronse
haciendo carne en el alma de Galíndez quien desde entonces fue ya para
siempre sin treguas ni titubeos, un hombre de la Patria.
Fue hombre de la Patria, hombre de la patria nuestra. Esa patria de la
que se nos dice que es muy pcquefiita; ese patriotismo del que se nos
dice que es estrecho, porque se opone al internacionalismo, porque no
sirve a lo universal. Pequeña es, sí, nuestra patria, pequeña como un
niño caliente, como un corazón que, sin parar miras en su tamaño, ha
latido siempre ejemplarmente por la libertad. Pequeña nuestra patria!
Para los que así nos motejan las patrias ideales han de ser el Sahara
con sus arenales, la Siberia con sus estepas o la Antártida con la
inmensidad de sus hielos y no son, por lo visto, patria ni son países
dignos de su propia soberanía esos modelos de colectividades humanas
que se llaman, por ejemplo, Suiza en Europa y Uruguay en América.
Como si el valor de una persona, de una
patria, de un organismo se determinase en función de su tamaño y no en
la perfección de su estructura y concertada acción entre sus partes;
como si nosotros en nuestra pequeña patria vasca no tuviéramos una
unidad perfecta, no ya sólo de raza, lengua, cultura, etc., sino
incluso económica en la que las regiones industriales de Vizcaya y Guipúzcoa
conjugan perfectamente con las agrícolas de Álava y Navarra, con la
pastoril de Zuberoa e incluso con la turística de Laburdi. iQue no
somos universales! Seguramente que Galíndez sabía muy bien aquello que
escribió un día nuestro desarraigado Unamuno: "Que si el Quijote
es universal es porque se compuso en un rincón de la Mancha". Y es
que, para ser del universo,
hay que empezar por ser del propio
hogar. Es que, para ser internacional, en el más noble sentido que este
vocablo debe tener, es preciso que cada uno sea de su propia nación.
Porque no puede llegarse a ningún internacionalismo ni universalismo
que valga la pena si comenzamos por aniquilar las unidades naturales,
las naciones que son su base. La existencia indudable de las naciones se
opone y se opondrá siempre a la uniformidad, pero la unidad puede
alcanzarse siempre que se parta de los hechos diferenciales que la
naturaleza nos ofrece y se avance hasta armonizarlos en una organización
superior que a todos comprenda, respetándolos a todos. ¿Es que la
naturaleza no nos dio el ejemplo al poner en cada flor un aroma, en cada
pájaro un canto y en cada nación uu idioma de lo que resulta ese coro
de la universal armonía en que encuentran sus delicias los espíritus
superiores?
El hombre de la Libertad.
Todas esas cosas las sentía en lo
hondo nuestro Galíndez porque él era un verdadero hombre de la patria.
Pero, por serlo, era también algo más: un hombre de la Libertad.
"Mientras no haya libertad, seguiré pidiéndola a gritos",
decía. Porque sentía dentro de sí que, como hombre integral, había
nacido para la libertad; porque era por naturaleza un hombre libre. Un
hombre libre! Qué sencillo parece ésto y qué difícil suele ser, sin
embargo. Para mí siempre ha sido algo de lo más grandioso que he leído
en los Libros Santos aquel pasaje que dice: "Creó Dios al hombre y
lo dejó en manos de su consejo" (Eclesiástico, 15).
Porque esto quiere decir que el mismo Dios que creó a millones esos
resplandecientes astros y los lanzó a los espacios infinitos, les fijó
una órbita, un camino del que, con toda su enorme mole, no tienen poder
para apartarse; el mismo Dios que quiso separar a los continentes por un
mar inmenso puso a las arrebatadas iras de éste un dique de arena o
roca del que nunca podría pasar. Pero al hombre, desde que le constituyó
en la suprema dignidad de Rey del universo, ni le puso camino fijo ni le
señaló infranqueables barreras. El hombre puede caminar todos los
caminos, el hombre puede franquear todas Is barreras; él es el único
arbitro de su propio destino que será el de llegar un día K la
participación del soberano Bien, alabando bienaventurado al Creador o
el de abatirse para siempre en el abismo donde la desesperación presta
su ronca voz n la blasfemia. En sus manos está la tremenda elección
porque, al crearlo, Dios lo constituyó en libertad y esto es lo que
hace la grandeza del hombre y su nobleza. Por ésto, precisamente, las
dictaduras son esencialmente antit-TÍstianas y no entendemos ni
podremos nunca entender los que, ante todo, somos hombres de Cristo, la
posición de la Jerarquía que apoya y da fuerza y vida a regímenes que
son la negación misma de la libertad: de todas las libertades.
Galíndez, como hombre de la libertad,
empezaba por ser un defensor de la libertad vasca. Sabía bien que los
vascos no podemos enorgullecemos de haber dejado a la humanidad un
legado como las Pirámides de los egipcios, los mármoles de Grecia o
lai vías y monumentos romanos. Pero sabia bien que nuestro pueblo ea
titular de una herencia de libertad como difícilmente pueblo alguno de
la tierra puede ostentar. Un pasado en el que en medio de una Europa
feudal, edificada sobre la esclavitud y la desigualdad de los hombres,
nuestro pueblo, constituido por una raza limpia, duefio de un idioma no
emparentado con ninguno de los conocidos, establece como su dogma político
fundamental la nobleza de todos sus hijos y la igualdad de todos ellos
ante la república.
Son esos siglos de libertad y pureza
democrática de nuestra patria que más de una vea nos han hecho repetir
aquellas palabras del Cantar de los Cantares: "Eres toda hermosa,
amada mía, y en ti no hay mancha".
Galíndez amaba así a la libertad vasca. Pero, fijaos que en el páriafo
que de él hemos citado sólo habla de libertad, sin especificación
alguna. Y es que, en rigor, no la necesita. Porque el que de verdad es
hombre de la libertad, lo es de la propia y de la ajena; lo es de la de
su patria y de las patrias todas. Porque no es hombre libre el que se
contenta con serlo el sólo y no sufre, como en propia carne, cuando se
viola la libertad de los demás. Porque no es pueblo libre el que vive
satisfecho viendo a su alrededor a otros pueblos sumidos en la opresión;
porque la libertad constituye entre los hombres como un cuerpo al que no
se puede herir en ninguna de sus partes sin que los demás miembros se
sientan vulnerados; porque la libertad es un patrimonio común a la
humanidad; ella ennoblece al hombre, pero también marca a fuego al que
elude participar en su defensa.
Si no perdemos de vista este concepto
de que la libertad resplandece en los hombres dignos como herencia
recibida en mancomún, podremos responder muy bien que, cuando se dice,
como alguna vez hemos ña-cuchado, que Galíndez no murió por la
libertad vasca, se está diciendo una cosa que no es cierta. Galindez,
como patriota vasco, trabajó y sufrió mucho específicamente por la
libertad vasca, pero podemos decir también que murió por ella al
ofrecerse en holocausto por la libertad de los pueblos oprimidos de América.
Hay en el mundo hoy día dos frentes bien definidos: el de la libertad y
el de la anti-libertad. Quedaron ya superadas aquellas divisiones de
derechas e izquierdas por este mis hondo signo de nuestros días. En
todos los países que hemos recorrido nos ha tocado ver hombres y
partidos que por educación, por instinto o por interés se agrupan al
lado de los dictadores; como hemos visto otros hombres y otros partidos
que con éste o aquel nombre, estén donde estén, se hallan siempre al
lado de la libertad. En ese frente estuvo siempre Galindez, entendiendo
noblemente que donde quiera que defendía la libertad de un pueblo
cualquiera estaba defendiendo la de su propia patria. Sentía esa
comunidad en la libertad que nos hace amarla en todas partes, como ahora
la amamos en Venezuela, porque, en definitiva, algo nos dice en lo más
hondo que al llegar aquí la libertad se está acercando a nuestra
tierra, no importa los miles de kilómetros que de ella nos separan.
El hombre del destino,
Galindez era, finalmente, el hombre del destino. "Dios me de fuerza
para seguir siendo insensato hasta el día de mi muerte", había
escrito y pocas semanas más tarde, un 12 de marzo, hoy hace exactamente
dos años desaparecía misteriosamente, sin que nada pudiera saberse de
su paradero. actividades que en un tiempo desarrolló en el Ministerio
de Justicia de la República, sin darse cuenta de que cuando Galíndez
ingresó en esas actividades los citados asesinatos habían sido ya
perpetrados. Y siguieron otras especies con las que se daba actualidad a
aquello que el gran escritor francés Francois Mauriac pudo escribir
después del bombardeo de Gernika: "Los vascos, como Jesucristo,
están siendo calumniados en la misma cruz en que se les tortura".
Pero los crímenes no se borran con calumnias. Y cuando tras unos meses
de silencio sobre el caso, apareció asesinado el aviador norteamericano
Murphy, tomó el asunto nueva actualidad. Y ésta aumentó cuando a ese
nuevo asesinato siguió el "suicidio" del oficial dominicano
Octavio de la Maza, presunto matador de Murphy. Y signe creciendo esta
serie de muertes violentas o extrañas que ya para el día de hoy forman
una procesión de ocho cadáveres que están reclamando justicia.
Sabemos que esta justicia se hará y nosotros estamos y estaremos
siempre en pie para reclamarla. Estamos aquí para decir que no pedimos
venganza, porque eso no entra en nuestro estilo; que ni siquiera
acusamos a nadie, pofque ese no es nuestro oficio. Pero sí exigimos y
lograremos que el caso se aclare y la justicia se haga, caiga quien
caiga y responda quien deba responder. Nos ayudan en esta empresa el
aliento de aquellos 6.158 alumnos de la Universidad de Columbia ante
quienes, en junio de 1956, Jesús Galíndez fue declarado "in
absentia" Doctor en Filosofía. Nos ayudan en los mismos Estados
Unidos hombres como eí íntegro parlamentario Charles O. Por-ter; nos
ayudan pueblos como el ejemplar Uruguay que ha decidido presentar el
caso ante el Consejo de las Naciones Unidas; nos ayuda el espíritu
insobornable de todos los hombres libres del mundo a quienes la
iniquidad subleva porque sus corazones saben latir por la causa de la
dignidad del hombre y por la justicia. En este momento está ya
funcionando en los Estados Unidos el Gran Jurado que, no importa la
lentitud con que opere, ha de llegar al esclarecimiento del caso, porque
este crimen no puede quedar impune sin que quede empañado el honor de
América y burlada la conciencia mundial. Porque no hay conveniencias
políticas posibles, ni oscuras fuerzas que puedan impedir que una vez más,
salga bueno aquello que escribió un gran norteamericano: "En este
bajo mundo sólo hay una cosa fuerte: la que es justa".
Por eso seguimos esperando que la
justicia llegue. Mientras tanto, no podemos hacer boy otra cosa que
traer ante nosotros, una vez más, el recuerdo de Ga-líndez para
decirle: "Tu sacrificio no será en vano. Porque con él has
tensado la voluntad de los patriotas vascos que sienten que ya el día
decisivo se aproxima. Nos lo anuncian las sucesivas caídas de esas
dictaduras contra las que tú luchaste, nacidas & imagen y semejanza
de la que a nuestra Patria aherroja-Necesitaremos de todo el espíritu
que siempre animó tt tu vivir porque la empresa es muy dura. No se
trata para nosotros los vascos de elegir entre éste o aquel régimen.
Nuestro tremendo problema es el de ser o no ser. Porque la invasión en
masa que nuestra patria sufre y con la cual quieren aniquilarla en su
propia sustancia, no admite espera ni soluciones a medias.
"Insensato" Galíndez! es preciso que nos comuniques tu
locura. Porque ella es de la estirpe santa de la que anunciaba el Apóstol
que había de triunfar sobre la sabiduría del mundo. Ella es de la raza
noble de la que inflamó en rebeldía los pechos de los estudiantes de
Caracas y los lanzó a la calle en marcha abierta contra la tiranía,
cuando todos callábamos aquí ante la omnipotencia del dictador. Ella
es de la casta heroica de la que armó de piedras y botellas las manos
duras de los hombres de la Charneca. A ella nos convida el poeta antiguo
con sus recios versos:
"Libertad, libertad! ¿La quieres, Roma? Pues eso no se pida, eso
se toma!".
Caracas, Centro Vasco, 12 marzo 1958