PEDRO DE ENBEITIA, EL BARDO DE
EUZKADI"
Jaun-andreak:
En este acto con que preludiamos Aberri Eguna, vengo a hablaros de uno
de los hombres más puros y representativos de la patria nuestra. De uno
de los que más tempranamente la conocieron y más rendidamente la
amaron; de uno de los que más eficazmente difundieron entre las masas
vascas la luz de ese conocimiento y el fuego de ese amor. Vengo a
hablaros de Pedro de Enbeita, el bardo de Euzkadi; y vengo a hacerlo con
un infinito temor. Porque la figura de Enbeita es tan delicada; su
significación tan preciosa dentro del movimiento renacentista vasco,
que yo nunca pudiera perdonarme que los que no lo conocisteis pudierais
formaros de él, a través de mi pobre palabra, una idea no ya errónea,
no ya inexacta, sino que no se acercase lo bastante a aquélla su
exquisita realidad: que los que lo conocisteis no sintáis que se alza
en vosotros vivo el recuerdo; que se remueven y agitan en vuestros
corazones aquellos mil hondos sentires, emociones y añoranzas que
quedaban para siempre prendidos en el pecho del vasco que
una sola vez haya tenido la fortuna de
escuchar al ruiseñor de Euzkadi.
ios BeTtaolaña. Existen en nuestro viejo pueblo una clase de hombres
que son algo de lo más característicamente suyo. Hombres de humilde
extracción; hombres que ejercen, por lo común, rústicos oficios,
hombres sin cultura superior alguna, dotados a lo más de una instrucción
rudimentaria. Pero he ahí que la musa ancestral del Euskera imprime en
la frente de uno de esos hombres el beso de los elegidos, y ese hombre
rompe a cantar: ha nacido un bertsolari.
Me diréis que en otros pueblos también
han existido o existen hombres parecidos a éstos de que os estoy
hablando. Y, en efecto, desde los rapsodas griegos, los bardos
finlandeses, los trovadores provenza-les, los minnensinger alemanes
hasta llegar a los payadores de la Pampa y los contrapunteadores de los
llanos de Venezuela, pudiéramos encontrar hombres con quienes comparar
a los nuestros.
Características del BeTtsolarí. Pero
nuestros bertso-laris con todas las semejanzas que puedan tener con los
citados, reúnen características propias que netamente los distinguen
de cualquiera de ellos y son:
En primer lugar, sus versos son cantados, no recitados ni acompañados
de instrumento músico alguno. Lo frecuente, lo general, es que cada
bertolari dé cauce a su inspiración a través de alguna o algunas
melodías favoritas. El genio del Euskera se adapta maravillosamente al
verso cantado y permite a los bardos, mediante la algunas veces
arbitraria medida de las vocales y, tal vez, a costa de cierta pequeña
modificación melódica, a justar su inspiración a la tonada elegida.
La estrofa más generalmente empleada es la del "zortziko" en
que se aconsonantan o alsonantan los versos 2, 4, 6 y 8, quedando loa
restantes libres.
En segundo lugar, es característica
del bertsolari y quizá la que más fundamentalmente le distingue de
casi todos los otros bardos citados, la improvisación, la
espontaneidad. Improvisación que llega al punto de que muchas veces en
los torneos de bertsolaris, parte principal de ellos está constituida
por los versos que el bardo debe cantar sobre tema y melodía impuestas
y que no se le dan a conocer hasta momentos antes de comenzar el
certamen.
En tercer lugar, es otra característica
la lucha y controversia entre dos o más bardos. Es muy raro que un
bertsolari cante tolo. "Amant alterna camenae", había dicho
el dulce Virgilio, por boca de Palaemon, instituido juez de la contienda
poética entre los pastores Menalcas y Damoetas. Sí, las Musas gustan
de los cantos alternados, y esto lo sabían, seguramente, los vascos
antes de que Virgilio lo dijera. Lo sabían y ío saben. Por eso las
estrofas de nuestros bertsolaris nacen, como quería el clásico que
nazcan todas las cosas en la naturaleza: a modo de batalla. Es frecuente
en los torneos que uno de los bertsolaris, representante ocasional v. g.
del tabernero, haya de cantar laa excelencias del vino, mientras su
antagonista, teniendo quizá que contradecir a sus más íntimos
sentires, haya de constituirse en acérrimo detractor del néctar que Noé
descubrió y al que, según el poeta español, algunos le llaman vino
porque nos vino del cielo. A tal bertsolari oiréis cantar los
tranquilos goces de cierto oficio sedentario. Inmediatamente ha de
alzarse la voz de otro que pondera la alegría y vida de los de puro
movimiento. Y si ois animarse la voz de un bardo que exalta los
atractivos dt la
vida del mar, podéis estar seguros de que otra voz, no menos inspirada,
os va a hacer conocer inmediatamente los mil motivos que tenemos para
amar, por sobre todas las cosas, la segura y tranquila vida de la que
"no es el lloro —de los que desconfían— cuando el cierzo y el
ábrego porfían". Las pullas del adversario —sobre todo, cuando
éste es hábil "zirtola-ri"— los aplausos y las
exclamaciones del auditorio, estimulan el ingenio de los bertsolaris y
lo aguzan hasta límites insospechados en hombres de tan humildes
principios.
Exponente del ingenio popular. El
bertsolari es el más alto exponente del ingenio popular vasco.
Representa en la vida espiritual de nuestro pueblo lo que el pelotari en
su culto a los ejercicios corporales, y, afortunadamente, y esto lo
podemos decir muy alto en honor de nuestra estirpe, no despierta menos
fervor en nuestras masas populares que el encendido por los atletas de
la cancha. Que si cuenta la historia que hubo soldados vascos que
desertaron de las filas de Napoleón, allá por los días de Austerlitz,
para ir a presenciar un partido de pelota que había sido concertado en
el bello pueblo de Baigorri, yo os puedo decir que jamás masa alguna de
público se congregó en tal cantidad en frontón alguno de la vieja
Euskal Erria como la que colmó la plaza de un pueblo de Laburdi para
presenciar el desafío de los dos más célebres bertsolaris de la época.
Hay nombres que un vasco no olvidará
mientras el euskera sigo floreciendo en nuestros labios: Xen-pelar en
Guipuzkoa; Otxalde en Laburdi; Etchaun en Zuberoa; Enbeita en Vizcaya,
Enbeita...
El joven cestero de Muxika. En la pequeña anteiglesia vizcaína de
Muxika, allá a la entrada de aquelia risueña y dilatada vega en que
Guernica la mártir, sigue ofreciendo al mundo, coa el viejo roble de
nuestras libertades, el testimonio de la más antigua democracia, había
nacido por el año de 1880, en uno de sus viejos caseríos, un
bertsolari de aristocrático porte, rostro grave, íino perfil netamente
racial y ojos limpios y brillantes. Estamos evocando su figura juvenil.
Como Vincent, el amante de la inmortal Mi-reia, ganaba su vida con el
humilde oficio de cestero, y, como en Vincent, en su limpio y ardoroso
corazón de adolescente había hecha presa un amor inmortal. No era de
carne el objeto de su amor, como la bella virgen de Provenza. Pero, como
ella, tenía cuerpo.
Cuerpo en el que ponen sus suaves
contornos las verdes colinas y sus enérgicos rasgos los picachos que se
alzan al cíelo entre cendales de niebla; cuerpo lavado por mil arroyos
rumorosos, y codiciado con furia por un mar tormentoso que sabe, sin
embargo, hacer pausa a sus tremendos rugidos, para encontrar acentos
suaves con qué enamorarla y arrullar su sueño. Cuerpo en el que el
hierro marca sus rojizas venas, y el manzanar en flor entona el himno
dionisiaco de la alegría de la tierra. Cuerpo... Pero tenía también
espíritu, un espíritu que era, sin duda, lo que más amaba en ella el
cestero adolescente. Espíritu de aventura que lo lanza el primero a
través de los mares tenebrosos a la caza del monstruo de las aguas y lo
hace, con Sebastián de Elkano, y poner también el primero un cinturón
a la redondez del orbe. Espíritu de firmeza de que se engendró aquel
titán de Loyola que frenó en seco la avalancha arrolladura de la
Reforma. Espíritu de trabajo cantado por la dura laya que fecunda sin
cesar un suelo ingrato, y por los martinetes de las ferreterías que
labran el hierro de su entraña.
Espíritu de justicia que supo
proclamar frente a Papa y Emperador por boca de aquel fraile-cito,
Francisco de Vitoria, el sagrado derecho a la libertad de los indígenas
pobladores de la ésta entonces recién descubierta América. Espíritu
de libertad y dignidad humana hechos carne en aquellos fueros, aquellas
leyes, asombro de los siglos que habían de venir... Tenía cuerpo y tenía
espíritu y tenía un nombre sonoro, mágico, nombre que brotaba con
regusto de silvestres mieles de los labios del joven bert-solari:
Euzkadi.
Y .aquel joven, la amó. La amó y se
dio a ella con esa renuncia total, con esa ilimitada capacidad de
entrega de que sólo los corazones puros y las almas escogidas como la
suya son capaces. Y aquel joven, Pedro de Enbeita, fue su cantor.
"Urretxindorra" le llamaban, ésto es, el ruiseñor. Por la
dulce melodía de su inspirado canto, sin duda; sin duda, también,
porque, como el ruiseñor, cantaba de noche. De noche cantaba, en la
noche oscura de la patria nuestra. Y al conjuro de su voz, aquella noche
oscura se hizo clara mañana, radiante mediodía en las mentes y en los
corazones de millares y millares de vascos. En las mentes y en los
corazones; en éstos aún más que en aquéllas. Porque Enbeita conocía
como pocos, esa senda escondida que lleva a la cámara secreta en que
cada corazón guarda celosamente lo más puro y acendrado de sus
afectos. Sabía él, sin que nadie le hubiese adoctrinado, que a la
persuasión difícilmente se llega por la vía del frío razonamiento.
Sabía bien, sin que nunca la hubiese leído, aquella máxima de eterna
verdad que el viejo Horacio supo tan bien expresar: "Si vis me
flere, dolendum est primura ipsi tibi". Si quieres que yo llore, es
preciso primero me muestres vivo tu dolor. Y Enbeita se lo fue mostrando
a los vasmos todos. Con su llaga de amor, con aquella llaga que le
abrasaba la entraña y asomaba en brillantes reflejos a sus ojos
profundos, Enbeita se fue por todo monte y todo valle de la vieja Euskal
Erria desnudando castamente ante los vascos su alma dolorida.
i Y qué bella era, castamente desnuda,
el alma pura, todo amor y dolor, de Enbeita! En ella, como en agua
cristalina se reflejaba la imagen de la patria nuestra. Llorando su
felicidad perdida; clamando por su arrebatada libertad; llamando a sus
hijos a la unión y al esfuerzo común para recuperarlas. Y cuando los
vascos las veían allí, tan fielmente reflejada en aquel corazón
—bien lo sabían todos— incapaz en absoluto de ficción ni engaño,
disimulo ni doblez, iban sintiendo que el dolor de Enbeita era ya también
el dolor suyo; iban conociendo que aquel gran amor de Enbeita sería ya
también en adelante y para siempre su propio y más grande amor.
Cómo versificaba Enbeita. Enbeita comenzaba, muy frecuentemente, sus
improvisaciones, enmarcándolas en el país que ante sus ojos se extendía:
los valles y los montes, las arboledas y fuentes, las heredades rubias
de trigo o verdes de maíz que durante siglos el sol había ido
sazonando para alimento de la raza:
"Euskal Ernán ikustoguzan aran, baso tan mendiak, zugazti, zelai,
aitz, iturriak, landa ta lorategiak. Solo ederrak, arto ta gari ta beste
gauza guztiak.
bis
zorundu dituz gizaldietan
eguzkiaren argiak".
En alguna de sus estrofas, como la que,
con vuestra benevolencia, voy a cantar igualmente que la anterior, sobre
una de las tonadas predilectas de Enbeita, éste nos hace ver a nuestros
antepasados, libres y felices, en el tranquilo disfrute de sus hogares
que alegran los cantos de los pájaros vecinos. Las voces ono-matopéicas,
la feliz conjugación de "erres" fricativos y "eses"
silbantes, hacen de esta estrofa una buena muestra de armonía imitativa
en lengua vasca, digna de un verdadero poeta:
"Etxe ínguruko zugaztietan,
Txorrotxioka zozuak,
txiruliruli ta urrugurruka
birrigarro ta usoak.
ta beste txori abeslarien
a bes ti alai-gozuak
bis
entzuten pozez bizi zirian
Gure lengo gurasuak".
Pero esta tranquila felicidad se ha
perdido. Y el poeta describe espantado la tormenta que, engendrada en el
sur, descargó sobre nuestra patria despojando sin piedad al Roble
sagrado de sus hojas y frutos y arrancando a los hijos de los brazos de
sus madres para mandarlos a servir en lejanas tierras:
"Ego-aldetik etorri ziran turnio i eta oñaztarriak
kendu eutsezan areitza deunari
ezkurrak eta orriak,
Baita ta ameai be biotz-erdiko
semetxu maitagarriak;
bis
otseín eruan aloger barik
zaindutec gaztelerria".
¿Qué remedio habrá para esta
desgracia que despedaza el corazón del poeta y es su obsesión
constante? Sólo uno: y el mismo ahora que cuando Enbeita lo proclamaba:
la unión de todos los vascos y de todas las regiones vascas, olvidando
rencillas y diferencias indignas de albergarse en un corazón capaz de
sufrir por la patria común. Puesto que todos somos sus hijos, unámonos
todos en un común esfuerzo para salvar a nuestra madre que perece:
"Bizkaya, Araba, Gipuzko, Naparr,
Zubero eta Laburdi,
sei seme dirá ama batenak
ama ori da Euzkadi.
Gorroto andiz etsai deungeak
ezarri euskun buztarri,
bis
kendu daiogun, anai guztiok,
lagun egiñík alkarri".
Un ejemplo del Enbeita, bertsolari de
controversia, lo encontramos en el lindo tomo de Constantino del Esla
titulado "Estampas Vascas". Se cuenta allí como una tarde, en
un pueblito colgado de una montaña cerca de Vergara se hallaba encima
de un tablado Enbeita, junto a otro bertsolari con el que iba a
contender.
Comenzó el torneo con unos versos
ligeros, saludándose ambos bardos. Después hablaron del tiempo. Había
muchas nubes. Empezó a caer la lluvia fina, el siri-miri, y el
contrincante de Enbeita dijo:
—Es una lástima que llueva, pues vamos a tener que interrumpir la
fiesta.
Mejor que no hubiera dicho tal cosa,
pues el ber-tsolari de Muxika hizo pie en estas palabras, y elevándose
en la improvisación, replicó que no era de buen vasco lamentarse de la
lluvia, y que la fiesta no podría ser interrumpida, porque era
entonces, bajo el siri-miri que es el agua bendita que el cielo deja
caer sobre la raza, cuando realmente iba a empezar.
El público abrió los paraguas y gritaba:
—Orí, ori... Gora Enbeita!
Y el bardo, con los ojos puestos en el
cielo, salpicada la cara por el siri-miri, empezó a decir que siempre
había visto nubes en los altares, a los pies de los santos, y que
encima de las nubes estaba Dios, Jaun-goiko, que manda la lluvia a los
pueblos elegidos. ¿Qué hubiera sido de Euzkadi sin la lluvia? Estaríamos
en una tierra reseca, áspera donde no existiría el gozo de vivir,
dijo, añadiendo que el siri-miri encierra al vasco en el caserío haciéndole
amar a la familia. El hombre en otras partes abandona con frecuencia la
casa, agregó, deja a la mujer y a los hijos esperándolo, muy tristes.
La lluvia nos une a todos los vascos, nos hunde un poco en la tierra, y
los que no nos comprenden, porque nosotros queremos a la tierra más que
ellos, tratan de arrancar nuestras raíces y nos golpean en el alma, al
ignorar nuestros sentimientos. Y cuando dijo que la lluvia cala hasta lo
profundo de la tierra, en busca de los huesos de núestros muertos, para
besarlos y purificarlos, el público, aquel público compuesto de gentes
rústicas no pudo contener más tiempo la emoción. Lloraba, gritaba,
aclamaba al bertsolari, que seguía versificando, diciendo! es a las
gentes cosas sencillas, algunas ingenuas, pero que todas tocaban en su
corazón, porque era la voz del País Vasco, el eco de las montañas que
resonaba en la canción de Enbeita, mientras caía, suave y eterno, el
sirimiri..".
Para precisar más la figura de Enbeita hay que decir que, sin dejar de
ser bertsolari al modo clásico, bertsolari de pugna y contradicción,
se vio tan arrastrado, tan sublimado diríamos mejor por aquel ideal
supremo de su vida que no necesitó jamás del estimulo de la
controversia para cantar. Más aún, su espíritu poético era tan
verdadero, su pasión patriótica tan profunda, que más de una vez pudo
llevarlo a momentos tan magníficos como aquél en que, sólo en las peñas
de Urkiola, sin más compañía que un par de amigos, sintiéndose
arrebatado ante la grandiosa vista de país que de allí se descubre,
prorrumpió en un canto de exaltación a la tierra en el que las
estrofas sucedían a las estrofas, embriagado el vate, durante largo
rato, en la música de sus propios versos. No, ciertamente no necesitaba
del acicate de la contradicción ni siquiera del estímulo del aplauso
para cantar. Cantaba espontáneamente, naturalmente: como su hermano el
ruiseñor lo hace en la rama.
Recuerdo* del bardo. Hace treinta y tantos años —exactamente el 1 de
octubre de 1920— Enbeita recibía en Eibar, con lágrimas en los ojos,
pero con su grave sonrisa siempre en los labios, el homenaje popular de
unos treinta mil vascos. Por cierto que, cuando en el frontón Astelena,
repleto hasta los topes, y honrado con la asistencia de lo más granado
del bertso-larismo los Txirrita, Frantxesa, Otaño, etc., etc.—
apareció en el escenario Enbeita, se oyó un sonoro "¡Viva España!".
Sin titubear un segundo, Enbeita improvisó la siguiente estrofa:
¡Viva España! didarka dagoz Nik ere ¡viva! dirautsat. Gorro tor i kan
ez dagolako Nigandik Españarentzat. Katolikoak yakin bearr du Zer diñon
goiko j'uezak: Besterenari bakean utz!, Zaindu bakoitzak beretzat. ¡Viva
España! diñok berriz be, Izan bei españarrentzat; Baiña ba-diot ¡Gora
Euskadi! Guria da ta guretzat".
El provocador había dado, sin
quererlo, a Enbeita la ocasión de mostrarse una vez más como el genial
improvisador que siempre fue. Por aquella época también se le ofreció
en Bilbao, en el frontón Euskalduna un banquete de tres mu cubiertos. Y
al mismo tiempo en Buenos Aires, la sociedad "Laurak Bat" en
una de sus iniciativas más felices —y aquí viene a mi memoria el
recuerdo emocionado de aquel corazón desbordante de vasquía que se
llamó Tomás de Otaegui— la sociedad "Laurak Bat" decía,
en una de sus más felices iniciativas, patrocinó una suscripción
engrosada por los vascos de la Argentina con cuyo producto se regaló al
bardo de Euzkadi un caserío en su pueblo natal. Pero ésto aún no
bastaba; al obsequio material había que acompañarse con algo que lo
superase y lo sublímase. Y fue entonces cuando el máximo vate
argentino Leopoldo Lugones hizo estallar su genio en un saludo a Enbeita
que fue como un abrazo alado en que se confundían los dos vates. Un
poema que es todo un canto a la patria vasca, desde el primer verso:
"Saludo al Bardo Libre Pedro de Enbeita el vasco", en que los
sonoros alejandrinos van cabalgando uno tras otro en luminosa teoría
para terminar con aquel par de dísticos que muchos de vosotros quizá
recordaréis:
"Lo saludo en el pueblo que toda
gloria explica; Lo saludo en el vastago del árbol de Gerniba; Lo saludo
en el Fuero de la honra y la equidad: Pedro de Enbeita el vasco: ¡Viva
la Libertad!" Desgraciadamente, ya muchos años antes de su muerte,
Enbeita había sido atacado por una dolencia que iba quebrando aquella
garganta de la que tan armoniosos sones brotaran. Ya, sólo a costa de
grandes esfuerzos podía cantar. Quizá una de sus últimas
intervenciones públicas fuera en un "Día del Eus-kera" que
el que os habla, junto con otros queridos amigos y entusiastas
euskaltzales, organizamos en nuestro pueblo natal de Getxo el año
anterior al estallido de la guerra.
Tengo bien presente mi visita a su casa
de Muxika, aquella casa donde se albergaba, gracias a la generosidad
vasco-argentina, el bardo de Euzkadi. En una verde loma, no lejos de la
carretera de Muxika a Zugaztieta se alaa el caserío. A sus puertas
fuimos recibidos por Enbeita con el grave cariño que le era habitual.
Mientras paladeábamos el sabroso txakoli con que señorialmente nos
obsequió, conversamos largamente con Kepa a quien sus hijos rodeaban y
le expusimos nuestra pretensión de que concurriera al festival
proyectado. Prometió, en gracia al objeto de la fiesta y a nuestra
amistad, concurrir con sus hijos Sabiu y Balendin que seguían ya
airosamente las huellas de su padre y que cantarían en el certamen; él,
por su parte, improvisaría un par de coplas. Mas no podría; bien
quisiera, pero no podría. Y nos confesó con amargura su tragedia sobre
la que pueden reflexionar los aficionados a estudiar los misteriosos
nexos que entre lo físico y lo espiritual existen: al quebrársele la
voz en la garganta —nos decía—, simultáneamente, el
"etorri", la inspiración quedaba cortada en su cerebro. Tuve
entonces la mala ocurrencia de decirle que podía preparar unas cuantas
estrofas, tomárselas de memoria y recitarlas en el festival. "¿Preparar,
escribir? —me dijo—. Una sola vez lo he intentado, para el Congreso
de Estudios Vascos de Vitoria, en mi empeño de hacerlo mejor. En mala
hora! Se me armó una confusión en la cabeza que no sé cómo pude
salir del paso. No: lo mío tiene que ser lo del momento; sin preparar.
En los temas claro que pienso y mucho; pero la forma de decir, el verso,
eso tiene que ser lo que me sale en el momento".
La guerra vino pronto con sus
violencias y crímenes sorprendiendo a Enbeita lejos de su pueblo, allá
en las tierras templadas de la Rioja Alavesa donde solía acudir los
veranos en busca de salud. Durante un gran tiempo nada supimos de él,
hasta que un día, estando ya en América, nos llegó la noticia lacónica
de que Pedro de Enbeita, aquel vasco que había nacido con un ruiseñor
en el pecho y recibió sobre su frente el beso divino de la musa
euskera, había dejado ya de cantar sobre la tierra... (4- 1942)
Más tarde supimos detalles de su tránsito.
Murió en au ley: en su triple ley de bertsolari, de cristiano y de
patriota. En sus últimos días, su pueblo que lo amaba como a hijo
predilecto y le veneraba como a un santo, porque verdaderamente santa
fue siempre su vida, acudía en masa a visitar el caserio de
"Uz-parritxa-Jauregui" donde se extinguía el bardo. Cuando la
muerte llegó, Enbeita la recibió cantando; cantando con su garganta
rota, pero el rostro más luminoso que nunca, al Señor que venía a
llevarlo consigo a los goces eternos:
Ara Jaungoko maitia nigana nun datorren. Beragaz zerura yuateko al dan
lasterren...
Y sin olvidarse en aquel solemne momento del amor al que desde su
adolescencia había en la tierra consagrado su corazón:
Emen beyan geratzen da laztan Aberria. Zaindu, Jaun o na, zaindu gure
eusko-erria.
Yo he pensado muchas veces que, desde aquel momento, en los prados de
eterna bienandanza donde el Pobrecito de Asís, sin duda, reanuda sin
descanso aquel trovadoresco duelo de alabanzas al Creador que una vez
inició en la tierra con el ruiseñor de Umbría, canta también otro
ruiseñor. En la limpia lengua de los vascos, en esa lengua en que nunca
se oyó manchar el nombre de Dios. Canta al Padre bueno de todas las
creaturas en ese coro inefable en que hallan sus delicias las almas de
los bienaventurados. Y en sus canciones siempre hay un instante en que
su voz se quiebra un poco, como vagamente contagiada de nostalgias de la
tierra. Es cuando ruega a Jaungoikoa por esta patria que en tan terrible
trance dejó, al votar al cielo, aquel patriota ejemplar, aquel artista
de excepción, aquel santo hombre que en la vida de los hombres se llamó
Pedro de Enbeíta.
Buenos Abes, Teatro Presidente Alvear,4 agosto, 1943.