EL HOMBRE VASCO PREHISTÓRICO
Sabios de todas las nacionalidades y, concretamente, varios nuestros de
categoría internacional, se han ocupado de este tema en el que fueron
precursores Iturralde y Ansoíeaga en Navarra, Apraiz y Baraibar en Álava,
etc., hasta llegar en 1916 a constituirse aquella trinidad de antropólogos
que tan brillante y eficazmente han estudiado al hombre vasco prehistórico
y que fueron Aranzadi, Barandkran y Eguren que, trabajando en equipo muy
frecuentemente, obtuvieron tan felices resultados, los cuales nos
atendremos aquí.
La Edad Cuaternaria, aquella en que el
hombre aparece sobre la tierra, se divide científicamente en varias épocas1
constituidas por el Paleolítico Inferior, el Medio y el Superior, el
Mesolítico y el Neolítico. Después vienen las edades de los Metales.
La palabra Paleolítico quiere decir la de la piedra vieja, aquella en
que el hombre no sabía aún pulimentarla; en que sólo trabajaba con
piedras toscamente talladas. Pues bien, dentro del Paleolítico, en su
primera etapa constituida por el Inferior, sabemos que la geografía, el
aspecto físico del País Vasco era muy parecido al de la época actual.
Hubo en casi todo el litoral del Golfo de Vizcaya grandes
desplazamientos, según nos lo indican las antiguas terrazas de loa ríos.
Las montañas eran algo más altas; los valles no tan surcados como
ahora. Muchas de las colinas que hoy vemos no existían, pues ellas no
son sino restos de montañas lentamente desgastadas a través de los
siglos innumerables por el trabajo de la erosión.
Vive en esa época en Europa un hombre
que la caracteriza principalmente: el llamado hombre de Hei-delberg.
Pues bien, se han hallado en nuestra tierra de Euzkadi restos de
representantes de ese hombre. Es decir, que sabemos, positivamente, que
desde la primera época de la aparición del hombre sobre la tierra, en
nuestras montañas vivía un ser humano de tipo análogo al que
caracteriza esos tiempos. Esto lo sabemos por el hacha que se encontró
en Biarritz y que está ahora en el Museo de Saint Genuain de París;
esto se certifica por otros testimonios conservados hoy día en
distintos museos como los de Vitoria y Bayona.
El hombre en aquella época llevaba una
existencia muy dura. Estamos en el período de la humanidad en que laa
especies animales entonces existentes en el País Vasco eran de las
mayores, es decir, elefantes, rinocerontes, hipopótamos y osos. Y,
naturalmente, el hombre carecía de armas adecuadas para cazar estos
grandes animales. Las hachas, lanzas y flechas, más o menos toscamente
confeccionadas de entonces no eran suficientes. Por ello, esta caza se
hacía, generalmente, por medio de trampas, a estilo de las que hoy
todavía emplean los pastores vascos para los lobos: los "otsa-lekus"
o "loberas", como se las llama en cierta parte de Álava donde
ahora se habla castellano. Sabemos también, dentro de lo poco que se
puede saber de esta época, que quienes habitaban entonces los Pirineos
vascos, como los otros de Europa, tenían principios de adoración de un
ser supremo y de una religión primitiva que se manifiesta, sobre todo,
en la actividad venatoria por la forma en que colocaban los cráneos y
huesos de los osos, cuidadosamente dispuestos y protegidos.
Al llegar el Paleolítico Medio aparece
el "Homo primigenius" llamado de Neandertal cuya existencia en
el País Vasvo se prueba por una mandíbula de esa raza hallada en la
caverna de Isturitz. Las armas se han hecho un poco más modernas, vamos
a llamarlas así. Se confeccionaban de ofita, cuarzo y cuarcita y se
trabajaba mejor el pedernal negro y gris. Se ven aún más indicios de
la práctica de la caza y apreciamos la frecuencia de la trashumancia a
la que obligaba la necesidad de perseguir a los animales, pues cuando en
un valle se agotaba la caza, se veían precisados a trasladarse a otro,
lo que determinaba pequeños movimientos de población la que entonces,
como se comprende, tenía que ser muy reducida.
Sigue su ciclo el período paleolítico
y llegamos al Superior, al que se le hace comenzar hace unos 30.000 años
y que duró unos 5O.QOO. El hombre de Cro-Mag-non, uno de loa tipos que
mejor caracterizan a ese tiempo, está presente en el País Vasco y para
entonces, es decir, hará unos 20.000 años, se inicia ya el tipo vasco
actual en nuestras montañas. En la cueva de Urtiaga se encontró un
tipo muy perfecto de esta época.
Para entonces, y aun antes, se distinguen en la Península Ibérica, y
este dato es fundamental, dos tipos de cultura: los llamados Capsiense y
Franco-Cantábrico. La cultura Capsiense abarca el sur de España,
Andalucía, sube por Levante hasta el sur de Cataluña y se introduce
por el sur del Ebro hasta llegar casi a los límites del País Vasco,
pero no entra en él donde existe ya, en esta época antiquísima, la
llamada cultura Franco-Cantábrica que se extendía desde el Oeste de
Asturias por toda la cadena Pirenaica, introduciéndose en la actual
Francia basta la Dordofia y Ariege. La cultura Franco-Cantábrica se
caracteriza porque las expresiones de su arte se encuentran en los
sitios más ocultos de las cavernas, y está integrada por
representaciones de animales de dimensiones regulares y de estilo
naturalista. Parece también traducir una cul-cultura totémíca en la
que abunda la magia. Desde la época más remota, el cazador que era el
hombre primitivo, dominado por las creencias mágicas, suponía que si
pintaba, por ejemplo, un ciervo atravesado por una flecha, iba a cazar
al primer ciervo que verla, y asi por este estilo.
Pues bien, en la cultura Franco-Cantábrica
abundan estas representaciones, mientras que en el arte Capsiense del
Este y Sur de España las producciones se ofrecen al aire libre o en
cavernas a nivel del suelo, como para ser contemplados por todos. En la
cultura Capsiense, al lado de los animales aparecen representados
hombres, cosa que no se ve en la Franco-Cantábrica; y se dan, en fin,
otras diferenciaciones de menor entidad como el hecho de que los
Capsienses comieran caracoles crudos, cosa que no era del gusto de los
franco-cantábricos.
En esta época se ve al hombre
progresando en sus concepciones; así en las religiosas. Existe entre
los vascos la creencia en una divinidad que domina la tierra y habita en
las montañas; es la misma a la que modernamente conocemos con el nombre
de "Mari", el genio que tiene sus moradas en las cavernas de
las más altas montañas y del cual hizo un estudio muy documentado,
como suyo, el maestro Barandiaran
(J. M.) a quien estoy siguiendo a grandes rasgos, en la exposición de
estas materias en las que soy profano. Se inician también por esta, época
otras concepciones culturales, p. ej. de derecho y vida social, puesto
que era natural que cazándose todavía principalmente animales grandes,
esto constituía un esfuerzo que no lo podía realizar una familia sola.
Y así surge, naturalmente, la sociedad humana. Vive el hombre
primeramente con su mujer y sus hijos, como puede hacerlo el león con
la leona y sus crías en una caverna.
Pero al paso que el león seguirá
viviendo siempre así, el hombre movido de la chispa divina que es su
herencia, acuciado por esa gran forjadora de civilizaciones que es la
necesidad, va avanzando en sucesivas etapas. El hombre solo o con sola
su familia no puede dedicarse a la caza de grandes especies. Es entonces
cuando surge una organización suprafamiliar, porque es preciso que se
asocien varias familias para, con el esfuerzo conjunto de todas,
alcanzar los fines que para cada una, aisladamente, resultan imposibles.
Y nace el derecho en algunas de sus más elementales manifestaciones
como son las de las marcas de caza. En esa época los cazadores ponen
determinadas señales en sus armas, p. ej. en las puntas de sus flechas,
como si pusieran en ellas sus firmas, de suerte que aquel reno, o aquel
oso herido por un cazador y que fue a morir lejos, aparece allí con una
punta de flecha en la que está impreso un título de propiedad. Se
aprecian, pues, principios de derecho, como principios de religión en
esta época antigua de la que nos hablan nombres como el de
"azti" = adivino, literalmente el que usa o maneja piedras,
que serían los símbolos usados por los hechiceros de entonces, como
los pueden usar los brujos de hoy en una tribu primitiva.
Llegamos con esto al Me solí tico en
el que se dan varios fenómenos; el clima se ha hecho más benigno, y,
con este mejoramiento del clima, los animales polares se fugan del país
cuya temperatura ha dejado de convenirles; es la época en que el reno
desaparece de la tierra vasca. La alimentación cambia; empiezan a
comerse pescados y mariscos. En la cueva de Santima-mifie (Vizcaya) el
94 % de los residuos de alimentos encontrados está constituido por
mariscos. También puede apreciarse ya ia recolección de frutas y
plantas y sabemos, así mismo, que con el clima más benigno, hacen su
aparición especies de animales antes apenas conocidos como palomas,
perdices, etc., de todos los cuales quedan restos, como ya de la época
anterior. Se ha recogido en la cueva de Isturitz un hueso de ave con
varios orificios que es tenido por el txistu más antiguo que se conoce
con sus tres o cuatro mil años de existencia.
Y llegarnos al Neolítico, la edad de
la piedra pulimentada en la que se dan grandes transformaciones. El
hombre se dedica, no a matar como antes, indiscriminadamente, a los
animales, los caballos, p. ej. a los que primeramente cazaba para
comerlos. Ahora Ips acorrala llevándolos a los precipicios mediante
armas parecidas a las que aún usan los pastores vascos como
"bizto", especie de lazo, o la "malota", suerte de
honda, y se dedica a domesticar los caballos y bueyes que empiezan a
ingresar en la comunidad doméstica en la que tan gran papel siguen
desempeñando en nuestros caseríos. Es también cuando aparecen Jas
ovejas, gansos y otras especies volátiles; es cuando se nos dan los
primeros indicios del cultivo de los cereales. En la cueva de Lumentxa
en Lekeitio, se descubrió una especie de molino primitivo constituido
por dos piedras de asperón; una cóncava y la otra a modo de bola con
la que seguramente se molían los granos que entonces se cosechaban en
nuestro país. La vida social también se va incrementando.
Con la caza y con el pastoreo van
estableciéndose comunidades de hombres que cazan y apacientan juntos y
que juntos también se inician en la pesca y en el cultivo y siembra de
la tierra, todo lo cual va estructurando a la sociedad vasca de modo
que, cuando llegamos al eneolítico, o sea 1a edad del cobre, unos 2000
años a. de Jesucristo, el hombre vasco aparece ya perfectamente
diferenciado.
Según Bosch Gimpera, rector que fue de
la Universidad de Barcelona y uno de los antropólogos más
sobresalientes de hoy, ésta fue la época en que el tipo vasco se
muestra definido, diferente de los capsienses, es decir, de lo que pudiéramos
llamar el tipo básico peninsular. Por otra parte, se acentúan las
diferencias incluso dentro de la propia zona Franco-Cantábrica donde
parecen diluirse los extremos, de modo que la parte más consistentes,
la parte que mejor va conservando la tradición antigua, va quedando en
el centro constituido por el área vasca. Es la época de los dólmenes,
monumentos funerarios formados por varias piedras grandes sin labrar,
colocadas verticalmente, sobre las que reposa una o varias horizontales
que las cubren.
Generalmente, la entrada se establece
siempre en dirección a Oriente; el eje va de Oriente a Occidente, y allí
se entierran los cadáveres y allí, junto al enterramiento de cadáveres,
se pueden apreciar restos de la religión entonces dominante, pues que
junto a los restos humanos se pueden ver vasijas votivas, amuletos,
trozos de concha, de cristales, etc., objetos que los vascos usaban, al
igual de otros pueblos primitivos, como símbolos religiosos o de culto;
impulsados de esa creencia en el más allá que siempre ha tenido el
hombre en todos los pueblos, razas y edades. Así colocaban, junto al
muerto, una serie de ofrendas que creen le han de servir para el viaje
sin retorno, como ponían los egipcios junto a sus momias las
provisiones para el último peregrinaje. Es cuando la cerámica, de la
que vemos ya ejemplares en la época anterior, intensifica su producción
y la va afinando y estilizando. Tenemos ejemplares de cerámica tosca,
muy simple, sin adorno ninguno; tenemos los vasos de perfil en S que son
los que abundan más en el País Vasco; los hay con varias talladuras,
con diferentes dibujos, y algunas veces se dan los vasos campaniformes.
Es también la época en que progresa la agricultura, según nos lo
testimonia la azadilla de Bidarte, aunque sus funciones no parecen aún
muy importantes.
Lo de la azadilla nos lleva, naturalmente, a hablar de ciertos
instrumentos que revelan la antigüedad del euskera y que son: aiskora,
el hacha; aitzur, la azada; aizto, el cuchillo; zulakaítK, el cincel;
azpil, el plato, es decir, una serie de instrumentos y utensilios,
principalmente de agricultura, en cuyos nombres entra el elemento aitx,
peña o piedra. Lo que quiere decir que, cuando estos instrumentos
recibieron su nombre en lengua vasca, estaban hechos de piedra, lo que
significa que, necesariamente, la lengua que así los bautizó se
remonta a miles de años, vale decir, a una época prehistórica que no
ha conocido ninguna de las lenguas hoy existentes en Europa. Quedan
también de esa edad nombres de fenómenos atmosféricos como: arme,
rayo; ozmiñarñ, oñeztarñ, tximistarñ en los que también tenemos el
elemento arrí, piedra, denotando el culto al meteorito, la piedra que
había caído del cielo y a la que se reverencia entonces, como una
ofrenda de la divinidad. Esto que se da en muchos pueblos primitivos, ha
sucedido en el vasco también.
Llegamos a la edad del bronce con la que salimos de la época de las
conjeturas y entonces —unos 1.200 a 600 años antes de Cristo— el
vasco va entrando poco a poco en la historia en esos núcleos a los que
los romanos, que ya pronto van a llegar, denominarán vascones, várdulos,
caristios y autrigones, y es cuando nos vamos encontrando con esos
nombres como ortze, cíelo, y t/ríít. Dios, divinidad seguramente
personificada en el firmamento y es cuando de ahí se derivan nombres de
nuestro calendario como ortzirala, viernes, y QTtzegun, jueves, que es
exactamente el diem Jovis, el día de Júpiter, supremo dios de la
mitología latina y es cuando florecen los cultos del sol al cual el
vasco llama femeninamente "eguzki amandrea", la abuela sol, y
surgen, en fin, otra serie de indicios que nos revelan la vida de
nuestros antepasados y su religión, en lo muy poco que puede saberse de
esa época. Con esto viene la invasión de los celtas y estamos ya en la
historia. De los celtas nos quedan algunos restos, como los de la necrópolis
de Etxauri (Navarra) que son de los mejor conservados, y otros no
muchos, pero sf ya adentrados en el pais vasco.
Lo que hemos dicho sobre el hombre
vasco primitivo nos trae, como de la mano, a hablar de un tema que ha
sido tan debatido y tanta tinta y tanta saliva ha hecho gastar: el de
los orígenes vascos. No hay dislate, por grande que sea, que no se haya
dicho al respecto y sería tarea de fácil erudición exponer aquí la
cantidad de teorías que se han elaborado alrededor de ese tópico.
Recogiendo algunas de las más importantes, diremos que ni la cultura
capsiense, ni la del hombre de
Almería, que es de donde arranca la civilización ibera, tienen que ver
con la llamada cultura franco-cantábrica que es donde está centrado el
vasco. Los celtas, con los que también se ha pretendido emparentamos,
históricamente se demuestra que, en absoluto, tienen que ver con la
gente vasca. Hoy otros pueblos antiguos como los "ligures"
entre los cuales, en un tiempo, estaba de moda incluir a los vascos;
pero de los ligures la verdad es que se sabe muy poco; lo cierto es que
el nombre de ligures parece más que nada responder a un concepto geográfico.
Hablar de ligures es como si hoy habláramos de hombres nórdicos; pero
ello nada nos dice respecto al verdadero origen o al entronque que los
vascos pudieron tener con ellos. Hay otro pueblo muy antiguo, de los más
antiguos de Italia que dejó un rasgo cultural muy grande y lo integran
los "etruscos".
Sabino Arana, que tantas intuiciones
geniales tuvo, pretendió encontrar el elemento "euzko" en la
voz "etrusco" y recuerdo en estos momentos a un gran amigo
nuestro, un obispo argentino descendiente de vascos, monseñor Esandi,
autor de un grueso tomo en el cual plasmó su esfuerzo para traducir por
el cuskera cantidad de inscripciones etruscas, que todavía no se pueden
verter a ningún otro idioma. Esto no deja de ser una teoría, más o
menos ingeniosa, más o menos estimable, pero que de ninguna manera
prueba el enlronque de los vascos con los etruscos, como tampoco hay
manera de entroncarlos con los habitantes del Cáucaso, con los indígenas
de América, con tantos y tantos pueblos con los que se nos ha
pretendido emparentar. Lo único que se puede decir con seguridad, sobre
el hombre prehistórico, es que el pueblo vasco es un pueblo antiquísimo,
que es un pueblo pre-indo-europeo que hablaba y habla un idioma que,
quizás, se extendió por casi toda Europa y que dejó rastro en muchas
partes, aunque luego hubo de recogerse y concentrarse en el país vasco;
que la prehistoria vasca es en realidad la prehistoria de Europa entera;
que el misterio vasco es el misterio de los hombres de la cavernas que,
hoy por hoy, no puede resolverse y que no sabemos si alguna vez lograrán
alumbrarlo los sabios con la ayuda de esfuerzos pacientes, y laboriosos;
a fuerza de investigaciones, a fuerza de clasificaciones, a fuerza de
comparaciones que harán ver, quizás, cosas en que antes no se pensaba,
cosas nías claras y más definitivas de las que hasta ahora se saben.
Esto de los orígenes vascos y esto del hablar del vasco prehistórico
nos trae, como de la mano, a tocar hoy otro problema el de la "raza
vasca". ¿Existe una raza vasca? Este es el título de una de las
primeras conferencias del gran maestro en antropología que fue don
Telesforo de Aranzadi quien la dio el año 1907, en San Sebastián. Según
sus conclusiones, ella indudablemente existe. No con el carácter que
hoy se da a la raza —Hitler avillanó esta palabra como tantas otras
cosas— pero esto no quiere decir que ella esté mal empleada; y, en
todo caso, si no se quiere mentar la raza, hablaremos de la gran familia
vasca, expresión de gusto más sabroso para nosotros.
Aranzadi después de estudiar y
comparar cientos y cientos de cráneos y tallar y medir y estudiar y
comparar a docenas y docenas de jóvenes vascos en los cuarteles en que
hacían el servicio militar y, junto a ellos, a mozos de otras regiones
de España y Francia, llegó a la conclusión de que el vasco se
distingue por una serie de aspectos que son: las sienes abultadas, la
estrechez de la quijada, la postura de la cabeza determinada por el
orificio occipital coa borde anterior muy hundido que hace que, al
erguir el pescuezo, la barbilla quede encogida, postura, decía
Aranzadi, la menos animal, la menos descarada que existe.
Habla también de otras características que confirman lo que nos dice
el simple conocimiento de la prehistoria, es decir, que si, como hemos
visto, el vasco existió sobre su actual territorio en todas las épocas
de la Edad Cuaternaria, es indudable que su tipo ha tenido que ir
reuniendo un conjunto de rasgos somáticos y de rasgos psíquicos, sobre
todo, que lo distinga de otras razas cualesquiera.
Hace pocos años apareció escrito por un eminente antropólogo francés,
Henry Vallois, director del Musée de l'Homme y del Instituí de Paléontologie
Hu-maine y publicado en la revista "Larousse Mensuel" (febrero
de 1951) lo siguiente: "El problema antropológico de los vascos.
Pequeño grupo que no alcanza a 500.000 almas, y que se distinguen,
netamente, de las poblaciones vecinas, tanto al norte como al sur de los
Pirineos, por su lengua, sus costumbres y su extremo particularismo.
"Forman, pues, un grupo étnico indiscutible, pero desde el punto
de vista de la antropología propiamente dicha, se diferencian también
por los caracteres físicos, en otros términos constituyen una raza. La
cuestión ha quedado desde hace tiempo en suspenso. Hallazgos recientes
vienen a resolverla.
"Los estudios sobre los grupos sanguíneos han puesto en evidencia
la existencia, en la sangre de muchos hombres, de sustancias
aglutinantes especiales, de las cuales las más importantes son las
llamadas A, B, O y Bh. El número de los individuos que poseen una o
varias de estas sustancias difiere con las razas, y su conocimiento
aporta a la antropología preciosos informes. En Francia como en España,
la sustancia B se da en un 8 a un 12 % de individuos; es más común aun
en el resto de Europa.
"Ahora bien, entre los vascos, está prácticamente ausente,
mientras que el número de individuos llamados del grupo O, alcanza el
60 %, proporción muy superior a la de todos los otros europeos.
"Desde tal punto de vista, esta
constatación tiene un resultado curioso: la sangre de los individuos
del grupo O, puede ser inyectada impunemente a los otros hombres: estas
personas son donantes universales de la transfusión sanguínea. El pais
vasco es por excelencia un país de donadores universales.
"Resultados paralelos se observan
en cuanto a la sustancia recientemente descubierta, llamada factor
Rhesus, o más brevemente Rh (V. Larousse Mensuel N' 414, febrero 1949,
p. 215). Constante en las razas de color, esta sustancia falta entre
.los europeos en una proporción de 12 a 15 % de los individuos. Su
ausencia entre los vascos alcanza cifras excepcionales, de SO a 40 %.
Esto confirma la posición muy especial de los vascos, desde el punto de
vista antropológico; forman verdaderamente una raza. Quizá son los últimos
vestigios de una población prehistórica de Europa, rechazada a esta
región fronteriza por los portadores de las lenguas
indo-europeas."
El señor Vallois, en su obra
"L'anthropologie de la población francesa", publicada en París
en 1948, no veía en los vascos caracteres bastante destacados para
considerarlos como raza especial. "Los caracteres antropológicos
de los vascos, decía, no son, sin embargo, bastante marcados para que
pueda hacerse de ellos una raza especial; es un tipo secundario, cuyas
relaciones están aun por precisar"
Los estudios posteriores le han inducido a juzgar el tipo vasco como
raza que ocupa una posición muy especial en la antropología europea,
según nos lo asegura en el texto de "Larousse Mensuel" que
hemos extractado.
Citaremos también aquí el informe
publicado hacia 1950 por la Asociación Americana para el progreso de la
ciencia y cuyo autor es el doctor William C. Boyd, de la escuela de
Medicina de Boston. En ese informe se hace una nueva clasificación de
la humanidad en seis razas principales. Esta clasificación se basa en
los grupos sanguíneos que pueden clasificarse bastante estrictamente
por la herencia y descarta caracteres que se supone superficiales y
cambiables, como son el color de la piel y otros.
La clasificación generalizada anteriormente, agrupaba a las razas en
tres grandes, según el color: blanca, amarilla y negra, a las que a
veces se agregan la cobriza y la malaya.
La clasificación del Dr. Boyd, basada
en los caracteres de la sangre, es la siguiente:
1. Europea primitiva, representada totalmente en la actualidad por los
vascos.
2. Europea que comprende el resto de la raza blanca.
3. Africana o negroide.
4. Asiática o mongoloide, incluyendo a la mayor parte de la raza
amarilla.
5. Indígena americana que comprende todos los pueblos aborígenes del
norte y sur de América.
6. Australoide, que comprende todas las tribus negras de Australia e
islas adyacentes y probablemente los ainos del Japón.
Tenemos, pues, y es conveniente hablar de esto con toda claridad, que
está científicamente demostrada la existencia de la raza vasca que no
es otra que la que hemos ido viendo que, desde los albores de la
prehistoria, ha habitado siempre nuestras montañas.
Viene aquí a mi memoria un trabajo de
José María de Salaverría, el escritor guipuzcoano de origen, pero a
quien muy poco pareció preocupar nuestro problema patrio, quien políticamente
estuvo siempre al otro extremo de nosotros y cuyo testimonio por eso es
más valioso. José María Salaverría escribió un libro sobre
Iparraguirre "el último bardo" como él le llama y en ese
libro inserta un capítulo titulado "Una raza en peligro". Y
dice ahí que la raza vasca se halla en un difícil trance y que merece
la pena de hacer lo que sea para salvarla. Escribe que los vascos
constituyen un pueblo orgulloso que estampó en sus fueros aquello de la
limpieza de sangre, no sólo, como allí se dice, para que no se
introdujeran en el país moros ni judíos, sino para que no entrara
ninguna otra casta de gente a la que consideraba inferior.
Dice Salaverría que el pueblo vasco
está situado en lugar muy peligroso, muy difícil para conservarse como
raza pura porque, en rigor, habita un cruce de caminos; y dice también
que esto de culpar a los extraños del aluvión que está cubriendo
aquella tierra es muchas veces injustificado, pues la culpa, con harta
frecuencia, suele radicar en los propios vascos en los que se dan
demasiadas veces la codicia y lo que, siendo en principio una virtud,
perjudica en este sentido a nuestra tierra; es decir, esa característica
tan vasca de empresario que para llevar adelante sus grandes obras con
sus pingües ganancias, necesita de abundante mano de obra que,
naturalmente, es atraída al país por la sedución de un nivel de vida
mejor que el que en sus tierras natales pueden alcanzar. Por esas u
otras razones, el hecho es que el país vasco se está convirtiendo,
desde principios de este siglo, en tierra de inmigración, lo cual pone
en peligro a la integridad y pureza de la raza nativa y entonces a
Salaverría, no por razones de patriotismo como las que a nosotros nos
urgen, sino por simple sentimentalismo, porque se trata, dice él, de
una raza hermosa que merece la pena de que prosiga su continuidad histórica
mul-tísecular, porque incluso científicamente, es un testimonio tan
precioso como lo puede ser el mejor de Ia escultura, la pintura u otra
expresión artística, propone que, sin pretender cerrar la inmigración,
sin llegar a medidas extremistas, se constituya en la parte más pura
hasta hoy del territorio vasco una especie de reserva donde, por lo
menos unos cuantos miles de vascos sigan viviendo conforme a sus
características y transmitiéndolas, como hasta ahora lo han hecho a
través de miles de años. Esto podrá ser mirado, como él mismo lo
reconoce, como una idea un poco o un mucho extravagante y rara.
Pero, esto que decía uno que nada de
afín tenía con nosotros en patriotismo vasco, uno que no era sino un
galano escritor y un hombre quizá tocado, a pesar de todo, en ese
momento, por el llamado de su sangre, esto nos puede enseñar algo sobre
lo que es nuestro primordial deber de hoy. Porque es necesario hablar
sobre ésto fuerte y claro, sin miedo de creer que estamos sosteniendo
algo que va contra elementales principios de fraternidad humana ni que
atenta a la caridad cristiana en sus mismos principios, como por algunos
en estos tiempos se ha llegado a decir. Demasiado sabemos todos que sería
inhumano el cerrar la inmigración a cal y canto.
Es indudable que la mezcla con otros
pueblos es algo que se debe aceptar hasta cierto punto. No bay duda de
que mestizos y aun extraños bien adaptados que nada tienen de sangre
vasca pueden darnos lecciones de devoción a nuestra tierra, de
verdadero patriotismo. Pero es incuestionable también que el primero de
nuestros derechos y deberes, lo mismo como hombres que como pueblos, es
el de vivir y, en tanto vivirá Euzkadi en cuanto nuestra raza viva. De
modo que aceptando, hasta donde la razón y el instinto vital nos
permitan, la corriente de inmigración, hay que luchar, por todos los
medios, contra esa inundación que amenaza destruirnos; hay que
combatir, por todos los medios a nuestro alcance, por la supervivencia
de esa raza milenaria, proclamando la gran verdad de su existencia sin
desmayos ni remilgos. Para que, sobre la tierra que a nadie arrebató y
supo por siglos y siglos libremente conservar, florezca la gran familia
vasca en un estado soberano que, en sus modernas realizaciones, nunca
deje de ser un legítimo heredero y un eslabón bien trabado de aquella
cadena de generaciones cuyos primeros anillos se pierden en la bruma de
la prehistoria.
17 mayo 1951.