SABINO DE ABANA GOIRI
Hubo en un tiempo en la ciudad de Asís un joven, hijo de un rico
mercader, que llegó a ser señalado como organizador de francachelas y
ganoso de vanidad. Esforzábase en sobrepujar a los demás en el fausto
de la gloria mundana, llegando a ser la admiración de todos. Sobresalía
en los juegos, en los pasatiempos, en las risas y palabras vanas, en los
cantares, en los vestidos muelles y lujosos...1. Pero he aquí que un día
el espíritu de ese joven sufre un vuelco total. Es que sin que él lo
supiera, había llegado eí momento en que había de servir de
instrumento a una de las más grandes renovaciones de las cristiandad.
Como lo diría el Dante:
"Quando lo imperador che sempre regna provide alia milizia, ch'era
in forse, per sola grazia, non per esser degna; e comnie e detto, a sua
sposa soccorse con due campioni.. .a
1 Tomás de Celano: "Vida de San Francisco de Asía". Lib. 1,
cap. 1.
2 "Divina Conunedia". Pwsdi». Canto XJI, 40-44.
Y uno de esos campeones sería aquel joven, flor de gentileza y cortesía,
a quien las gentes de Asís ven de pronto pasar por sus calles despojado
de sus galas y primores, macilento por la mortificación, vestido de
harapos y convertido en el ludibrio del pueblo que grita a su paso:
"Loco está el hijo de Pietro Bernar-done, loco está el hijo de
Pietro Bernardone!". Y así podria parecer quizá, pero lo que
aquella locura llegó * realizar en su lucha contra la sabiduría del
mundo lo saben bien todos los que conocen la vida de San Francisco de Asís.
Algo parecido, como nos recordaba Alberto de At-xika-AIlende, en una
confeerncia que allá en nuestra mocedad leímos, sucedió por los últimos
lustros del siglo xnc, en la pequeña república vizcaína de Aban-do,
cuando el hijo menor de un acaudalado industrial de allí, abandonando
la cómoda posición que su nacimiento le ofrecía, se lanzó a predicar
con todo el fuego de quien apenas si acaba, de salir de la pubertad,
cosas que sonaban muy extrañamente en los oídos de los reposados
vecinos de la anteiglesia y sus alrededores que no salían de su asombro
para repetir, como en un eco de lo que hacía siete siglos se había
dicho en las calles de Asís: "Loco está el hijo de don Santiago
de Arana, loco está el hijo de don Santiago de Arana!".
Porque, en efecto, la empresa que aquel
joven de espíritu seráfico acometía tenía mucho de insensata a los oídos
y a las mentes de la gente común.
Porque después que tos vascos,
confiados en la palabra del "ayacucho" Espartero quien, allá
en los campos de Vergara comprometió su palabra y su espada en la
defensa de los Fueros, vieron que al dejar las armas, la promesa no era
mantenida y que por obra de la ley de 25 de octubre de 1839 promulgada
por las Cortes de Madrid, se asestaba un golpe mortal a sus seculares
libertades, el país cayó en una profunda crisis de desaliento y de
desorientación.
Habían luchado, en la primera guerra carlista que acaba de terminar,
por sus libertades, ciertamente, pero comprometiendo la santidad de su
causa al vincularla a la del Pretendiente al trono español. Cierto que
su caudillo militar, el gran Zumalacarregui, había declarado que él no
iría con sus victoriosos batallones a Madrid a sentar en el trono a Bou
Carlos, sino que montaría la guardia en el Ebro, es decir en la
frontera vasca con el Estado español. Pero, aparte de lo que para la
causa significó la fatal desaparición del Genio vasco de la guerra,
que hizo tomar a ésta rumbos de desgracia, el hecho era que las
libertades vascas quedaban de tal modo ligadas a la fortuna del
Pretendiente que estaba claro que la derrota de éste traería
necesariamente aparejada la ruina de aquéllas, como efectivamente vino
a suceder.
La segunda guerra carlista no hizo sino
remachar la cadena que ya la primera había venido & colocar sobre
nuestro pueblo, que pasaba así a convertirse de nación libre, con una
ininterrumpida libertad a través de todos los siglos de que la Historia
puede dar testimonio, en una provincia más del decrépito Estado español.
Las aduanas establecidas a lo largo del Ebro pasaron a la línea del
Bidasoa; nos fue impuesto el servicio militar y la prestación de
impuestos; se instalaron en nuestra tierra las audiencias y los
gobernadores civiles con toda la destartalada maquinaria administrativa
correspondiente; los maestros españoles nos fueron enviados a fin de
matar cuanto antea nuestro idioma nacional y hacernos adoptar el de la
ley de 25 de octubre de 1839 promulgada por las Cortes de Madrid, se
asestaba un golpe mortal a sus seculares libertades, el país cayó en
una profunda crisis de desaliento y de desorientación.
Habían luchado, en la primera guerra carlista que acaba de terminar,
por sus libertades, ciertamente, pero comprometiendo la santidad de su
causa al vincularla a la del Pretendiente al trono español. Cierto que
su caudillo militar, el gran Zumalacarregui, había declarado que él no
iría con sus victoriosos batallones a Madrid a sentar en el trono a Bou
Carlos, sino que montaría la guardia en el Ebro, es decir en la
frontera vasca con el Estado español. Pero, aparte de lo que para la
causa significó la fatal desaparición del Genio vasco de la guerra,
que hizo tomar a ésta rumbos de desgracia, el hecho era que las
libertades vascas quedaban de tal modo ligadas a la fortuna del
Pretendiente que estaba claro que la derrota de éste traería
necesariamente aparejada la ruina de aquéllas, como efectivamente vino
a suceder.
La segunda guerra carlista no hizo sino
remachar la cadena que ya la primera había venido & colocar sobre
nuestro pueblo, que pasaba así a convertirse de nación libre, con una
ininterrumpida libertad a través de todos los siglos de que la Historia
puede dar testimonio, en una provincia más del decrépito Estado español.
Las aduanas establecidas a lo largo del Ebro pasaron a la línea del
Bidasoa; nos fue impuesto el servicio militar y la prestación de
impuestos; se instalaron en nuestra tierra las audiencias y los
gobernadores civiles con toda la destartalada maquinaria administrativa
correspondiente; los maestros españoles nos fueron enviados a fin de
matar cuanto antea nuestro idioma nacional y hacernos adoptar el del
invasor, y tuvimos que sufrir, en fin, todo lo que sufre un pueblo al
que la fortuna de la guerra deja a merced del vencedor.
La desorientación y el desaliento eran cada vez mayores en el país que
no acertaba a ver su camino y, por tanto, a resolverse a marchar por él
con la determinación que la gravedad del momento requería. Cierto que
por toda la vieja tierra se extendía un clima de disgusto y protesta
que a veces se manifestaba en magnificas explosiones sentimentales como
las de aquellas muchedumbres que caían de rodillas y con lágrimas
ardientes juraban morir por sus perdidas libertades cuando el bardo
Iparraguirre les arrebataba a los sones del "Gernika'ko
Arbola". Hubo otras muchas manifestaciones llamadas entonces
"fueristas" y no faltaron destacadas personalidades que
salieron a la palestra para luchar, a su modo, por las libertades
conculcadas. Pero el mal era muy hondo y nadie acertaba a señalarlo en
sus verdaderas raíces, hasta que, con los alientos de un profeta y la
total dedicación de tin mártir, hizo su aparición en la escena vasca,
en las postrimerías del siglo, aquel iluminado joven de Abando a quien
al principio pocos, muy pocos, podían comprender.
Él vio lo que, lo que con estar tan
claro, nadie, sin embargo, veía. £1 comprendió que la desgracia vasca
no nacía sólo del resultado de las recientes guerras, sino que era
fundamentalmente el efecto de un mortal desvio de la conciencia nacional
que venía, durante siglos, marchando por sendas que no eran laa suyas
propias. Gozando legalmente los vascos de las facultades de cualquier
estado independiente, sin más vínculos jurídicos con el Estado español
que el que establecía la comunidad de Soberanos, se fueron dejando
arrastrar por la seducción que del brillo y poderío de éstos
dimanaba, y buscaron en la corte real cebo para sus ambiciones que loa
llevaban, como a loa suizos o alemanes de la época, a enrolarse en
ajenas empresas que los campos de Italia y Flandes y las tierras vírgenes
de América hacían brillar ante sus ojos. Descuidaron el cultivo del
idioma propio, tesoro de nuestros tesoros, fueron olvidando su misma
historia y genuinas leyes, y, de tumbo en tumbo, fueron a dar en una
decadencia espiritual que colocaba la existencia misma de la nación al
azar de la primera circunstancia que se ofreciese en su camino.
En un país postrado por dos guerras desgraciadas el ambiente, por la
reacción natural que en estos casos suele darse, era de olvido del
pasado y estructuración de un futuro cuyas condiciones básicas eran la
ganancia y el disfrute; en un pueblo que había perdido su memoria, como
diría Schopenhauer, es decir que casi había olvidado su historia, había
nacido, también por reacción natural, la necesidad de sustituirla con
otra falsedad; al desdeñar su idioma se aferraba cada vez con más
fuerza al que el invasor le ofrecía y la cultura, privada del
instrumento natural que cada idioma propio constituye, decaía cada vez
más rápidamente hasta sus formas más elementales.
La labor que se ofrecía ante Arana
Goiri era enorme. Según sus propias palabras "había que
galvanizar un cuerpo muerto". Había que detener en su carrera
hacia el abismo a un pueblo lanzado inconscientemente al suicidio, había
que detenerlo y, con un esfuerzo titánico, había que hacerlo remontar
hasta las olvidadas fuentes de su propia vida.
La empresa era de gigantes, pero Arana
Goiri era de la raza de ellos. Su grito patriótico resonó con la
fuerza de una trompeta de resurrección y, desde que por primera vez lo
dio públicamente en su célebre "Juramento de Larrazábal",
su vida entera fue solo eso: un grito incesante como solamente el amor y
el dolor vibrando en conjunto pueden darlo; un grito que sacudía la
letal modorra de sus compatriotas y a uno tras otro los iba encaminando
por la senda de la salvación. Era un grito que resonaba en cada uno de
los periódicos y revistas que sucesivamente fundaba, dirigía y en su
mayor parte escribía, según cada uno de ellos era clausurado por el
poder oficial; era un grito de salvación que en su angustia modulaba y
cuya entrañable energía no podía ser apagada por las multas que de
continuo llovían, ni por los destierros y encarcelamientos que con
heroica constancia hubo de sufrir; era un grito que tenía restallido de
látigo en sus manifiestos políticos; resplandores de aurora en sus
estudios históricos, acentos de enamorado en sus agudas investigaciones
filológicas y que en sus poemas parecía brotar de la misma entraña
herida de la Patria.
Y la locura de Sabino hizo el milagro. Con ternura de enamorado se acercó
a la lengua patria, la gran desdeñada. La "lingua navarrorum"
como la llamó Sancho el Sabio, pero sin que ese monarca ni ninguno de
los que lo siguieron en el trono hicieran nada por colocarla en el que
la correspondía como genuina expresión que era del espíritu de la
raza. Se acercó a la gran proscripta —de los altos círculos
sociales, de los textos legales, del pulpito de la catedral, de las
aulas universitarias...— y puso en conocerla toda la claridad de su
inteligencia y, aún más, todo el sagrado entusiasmo de su corazón.
Tenía entonces 17 años y para los 22 (1887) salían ya a luz sus
"Etímologíai euskéricas" a las que inmediatamente siguieron
otros trabajos como "Pliegos euskeráfilos" (1888), "Gramática
elemental del Euskera Bizkaíno" (hoy desaparecida) (1888),
"Pliegos euskeralógicos" (1892), "Tratado etimológico
de los apellidos euskéricos" (1895), "Lecciones de ortografía
del Euskera Bizcaí-no" (1896), "Egutegi Bizkaitarra"
(calendario de bolsillo, 1897), "TJmiaren lenengo aizkidia"
(1897), "Le-nengo egutegi bizkailarra" (calendario de pared,
1898), "EUZKO", "Análisis y reforma de la numera-,ción
euskérica" y "Análisis y reforma del Pater Noster
usual", trabajos estos tres últimos que aparecieron en la revista
"Euzkadi" (1901). Y junto a estos trabajos, otros
desperdigados en artículos en euskera o sobre euskera publicados en sus
periódicos "Bizkaitarra", Baserritarra", "El Correo
Vasco" y "La Patria". Y con todo ello la expresión alada
de la poesía traduciendo los hondos sentires de un corazón que, ya se
abre al esperanzador entusiasmo en los acentos del
"Itxarkundia", ya en los graves del "Lenago il" nos
va entregando en cada estrofa su visión atormentada ante la tragedia de
la Patria.
No fue un lingüista, ciertamente, en
el amplio significado que hoy esta palabra tiene. No podía serlo en
aquellos años en que esa ciencia estaba aún en sus principios. Ni, por
otra parte, la corta y agitada vida de Sabido pudo ofrecerle el tiempo y
el sosiego necesario para llegar a adquirir los sólidos principios en
que esa disciplina del saber se funda ni los vastos conocimientos que su
ejercicio conlleva. Pero si ésto es verdad, si también es verdad que
hoy nadie —y él el primero si viviera— puede defender aquellas teorías
de la significación de las letras, los prejuicios etimológicos y
puristas y otras cosas que en sus tratados pueden hallarse, es decir,
algunas de esas cosas que estaban entonces en el ambiente de los
estudios de la época o que a Sabino llegaron como herencia de Astarloa
y otros, no es menos cierto que, en primer lugar demostró estar
extraordinariamente bien dotado para estos estudios; en segundo lugar,
que en el campo de la ortografía y otros dejó realizaciones que
perdurarán, y, finalmente, y por encima de todo, que para valorar con
justeza su obra pro euskera, hay que atender no sólo a lo que
directamente él hizo sino a todo lo que hizo hacer. Para ello, pocas
palabras podríamos encontrar más nobles, más justicieras y de más
autoridad revestidas que las que en cierta ocasión pronunciara quién
tantas veces fue su rival y adversario en el campo de los estudios
vascos, muchas de ellas en agrias polémicas; aquél inigualado labrador
del agro euskérico quien fuera nuestro muy querido amigo y maestro, don
Resurrección María de Azkue: "A quién, después de Dios, se debe
el renacimiento vasco en todas sus simpáticas manifestaciones?
Fundamentalmente, principalísim amenté
a Sabino de Arana Goiri. Honremos dignamente su memoria. Si tenemos
conciencia de lo que el deber nos impone, no pase un quinquenio sin que
surja una estatua al gran Patriota, principal factor de este
Renacimiento".1
Él mismo fue el problema de Sabino en
el campo de la historia patria donde, para empezar y pese a algunas más
o menos estimables obras, no había una sola que con espíritu nacional
se refiriese al pasado de todo el país como un cuerpo esencial y
naturalmente distinto de las naciones vecinas. No se trataba
1 Conferencia pronunciada en la Sociedad Filarmónica de Bilbao el 18 de
marzo de 1918. de que escribiese una historia cuyas páginas, como las
magistrales de un Tucídides, por ej. no nos cansamos de repasar entre
los antiguos, ni, como en la hora presente, llevase adelante una
investigación exhaustiva en campo tan inculto y que necesita del
esfuerzo no de un solo hombre sino de un cuerpo de estudiosos. Pero, lo
que no pudo hacer en cantidad y en detalle lo suplió con la profundidad
de su mirada que vio lo que hasta entonces nadie había visto y enseñó
a ver a las generaciones futuras.
En su obra "Bizkaya por su
independencia" puso ante los ojos de sus compatriotas el ejemplo de
cuatro luchas victoriosas sostenidas por los vizcaínos en defensa de su
originaria libertad. En "El Partido Carlista y Los Fueros
Vascos" y en docenas de artículos periodísticos enseñó verdades
fundamentales de acuerdo a las cuales habría de orientarse en adelante
el estudio de nuestra verdadera historia. Clara y concisamente definió
los Fueros vascos, excluyendo de su concepto toda acepción de
privilegio como la equívoca palabra de Fuero puede a algunos dar a
entender, manifestando que se trata de "Leyes propias de estos
pueblos libres con libertad originaria, creadas libremente y con
soberana potestad por ellos mismos para sí mismos, sin ingerencia de
ningún poder extraño". Definición que arroja torrentes de luz y
que por sí sola bastó para dar un vuelco total a la filosofía de
nuestra historia. En este concepto y en otros como en el de las llamadas
"uniones" a Castilla, etc., etc., puso cimientos nuevos a Ja
historia patria. Y en esta faceta de su personalidad, como en la
anteriormente examinada, hay que atender no sólo a lo que hizo, sino a
lo que ha ensenado a los vascos a hacer. SÍ recordamos la moderna tesis
de Toynbee sobre el nacimiento y desarrollo de las civilizaciones y
sobre el modo que en ellas opera la fuerza creadora del hombre y la de
los "individuos creadores", hemos de mirar a Sabino como a uno
de éstos, vale decir, mucho más que como a un escritor de historia
vasca, como al más insigne creador de ella.
Pero esa labor histórica, filológica, de cultura vasca integral, en
fin, necesitaba estar apoyada o ir al menos acompañada por una
organización de tipo político que fuera como el motor del incipiente
renacimiento. Y a esto se consagró, con alma y vida Arana Goiri,
especialmente a partir de aquel 3 de junio de 1898 en que, reunido con
un grupo de amigos en el caserío "Larrazábal" de Begoña,
les leyó el discuso que contenía los fundamentos de la nueva doctrina.
Fundamentos indestructibles como son la evidente realidad dé la Nación
vasca con su inconfundible personalidad manifestada en su propia y
original lengua y demás características étnicas y patente en el hecho
innegable de la independencia histórica de los Estados vascos:
"Pronto comencé a conocer a mi
Patria en su historia y en sus leyes; pero no debe el hombre tomar una
resolución grave sin antes esclarecer el asunto y convencerse de la
justicia de la causa y la conveniencia de sus efectos.
"Mas al cabo de un año de
transición, disipáronse de mi inteligencia todas las sombras con que
la oscurecía el desconocimiento de mi Patria y, levantando el corazón
a Dios, de Bizkaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto soy y tengo en
apoyo de la restauración, y juré, y hoy ratifico mi juramento,
trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas, arrostrando
cuantos obstáculos se me pusieran de frente y disponiéndome, en caso
necesario, al sacrificio de todos mis afectos, desde el de familia y
amistad hasta las conveniencias sociales, de hacienda y la misma vida. Y
el lema "Jaun Goikoa eta Lagi Zarra" iluminó mí mente y
absorbió toda mi atención. Y "Jaun Goikoa eta Lagi Zarra" se
grabó en mi corazón para nunca más borrarse...".
A todos los que aquí, en esta generosa
tierra de Venezuela habéis bailado una segunda Patria, ese juramento os
ha de hacer recordar de inmediato, aquel otro que un día decisivo para
la historia de América se pronunció allá en Roma, en el Monte Sacro.
Y si Bolívar cumplió su palabra al precio de todos los sacrificios, no
menos la hizo buena Arana Goiri quien rico ofrendó su hacienda y fuerte
entregó su salud & la causa que abrazó con tal limpieza de
conducta y rectitud de vida que lo hacen inmune a los ataques de los más
enconados de sus adversarios.
En efecto, la palestra política lo vio
a los pocos días de la reunión de Larrazábal —que por cierto fue
piedra de escándalo para la mayoría de los amigos, que allí con él
se congregaron— cuando el primer número de su inolvidable
"Bizkaitarra" se voceó en las calles de Bilbao, iniciando con
este periódico la serie de los varios que fue publicando, cada uno en
sustitución del que la autoridad de los ocupantes de nuestro suelo iba
haciendo desaparecer, tras denuncias y condenas.
Poco más de un año había
transcurrido desde la aparición de "Bizkaitarra", cuando, en
julio de 1894, creaba la primera Sociedad patriótica vasca
"Euskal-dun Batzokia" que no tardó en ser clausurada, por
orden judicial.
Y al año siguiente, 1895, también en julio, quedaba constituida la
organización política sabiniana, el Partido Nacionalista Vasco, y al año
siguiente, 1898, tras una de sus salidas de la cárcel, fundaba la
editorial "Bizkayaren Edestija eta Izkerea Pizkundia". Y el
1897 fue señalado entre sus actividades políticas por la publicación
de "El Partido Carlista y los Fueros Vascos que constituyó uno de
sus mayores éxitos pro-selitistas.
En 1898, al tiempo en que se daban los movimientos separatistas de las
colonias españolas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y estallaba la
guerra entre Estados Unidos y España, arreció la persecución contra
el nacionalismo vasco. Aquel mismo año se convocaron, por el Gobierno
español, elecciones a Diputados provinciales y Sabino, presentado por
el Partido Nacionalista Vasco fue elegido para ese cargo que había de
desempeñar durante cuatro años.
Fue al término de éstos, en mayo de
190Í, cuando envió a la oficina de Telégrafos un texto dirigido al
Presidente de los Estados Unidos, Theodore Roose-velt, felicitándole
por la concesión de la independencia a Cuba. El telegrama no se cursó
y Arana Goiri fue encarcelado el 30 de mayo. Cuando la causa se vio, el
jurado popular reunido en la Audiencia de Bilbao, el 8 de noviembre, dio
veredicto de inculpabilidad, pero ante la amenaza de un nuevo
encarcelamiento, Sabino hubo de refugiarse en Donibane Loitzun de donde
regresó a su casa de Sukarrieta en enero de 1903. Pero ya su salud
estaba destrozada y aunque siguió colaborando en "La Patria"
y "Patria" y tuvo aun fuerzas para escribir el melodrama histórico
"Libe", inspirado en la batalla de Munguia, poco más pudo
hacer ya sino prepararse para entregar a Jaun-goikoa su puro y fervoroso
espíritu el 25 de noviembre de ese mismo año.
Tenía sólo 38 años y había
cumplido, sobre todo en los últimos, una labor de titán en medio de
enfermedades, persecuciones y contrariedades de toda clase. Se entregó
por entero a su Patria y entera y luminosa se la legó, en preciosa
herencia, a sus compatriotas que sólo fragmentaria y borrosamente la
conocían. Bandera en la que los símbolos de la tierra, la sangre y la
fe se unen; himno nacional en que solemnemente a la Patria se proclama,
hasta el precioso nombre de ella, Euzkadi, hecho para siempre sagrado
por los gudaris que con él en los labios supieron morir en los frentes
de batalla y por todos los patriotas que lo invocaron ante el pelotón
de fusilamiento, todo nos lo dio aquel hombre a quien si pueden
encontrarse precursores en distintos momentos y circunstancias de
nuestra historia, ninguno puede comparársele, por su visión clara y
exacta del problema, por su vida inmaculada, por su dedicación total y
sacrificio completo en las aras de la causa que una vez abrazó.
Circunstancias todas que en él reunidas, hacen que eclipse a todos y
deba recibir con plena justicia los títulos de Libertador y Padre de la
Patria.
Así ha quedado para siempre en el
recuerdo y en la veneración de los vascos entre quienes su figura no
hace sino cobrar actualidad con el pasar de los años. Como lo vieron en
España lo podemos entender por estas líneas de Miguel de Unamuno:
"En Madrid, en ese hórrido Madrid
en cuyas clases voceras se cifra y compendia toda la incomprensión española,
se le tomó a broma o a rabia —a aquél hombre singular, todo poeta,
que se llamó Sabino de Arana— y para el cual no ha llegado aún la
hora del completo reconocimiento; se le desdeñó sin oírle o se le
insultó. Ninguno de loa desdichados folicularios que sobre él
escribieron algo conocía su obra y meóos su espíritu".1
En los rostros de algunos de los que me
escucháis, sobre todo de los jóvenes, me parece ver al llegar aquí
como un mudo reproche. Quizá como si por dentro estuvierais diciendo:
"¡El pasado, siempre el pasado!, achaque de viejos y más si el
viejo, corno ahora, está doblado de historiador. Bien está todo eso,
pero lo que ahora necesitarnos son palabras preñadas de presente, de
angustia de la hora, de pasión del porvenir. Para empezar lo que quisiéramos
saber es ¿que haría hoy Sabin?".
Lo que haría hoy no lo sé. Pero si
creo saber lo que no haría; estarse de brazos cruzados, criticar al que
mal o bien algo hace y en resumen, no hacer nada. Eso ya sé que nunca
lo haría Sabin porque él era de los que habían nacido para una idea
"con dientes para morder, con uñas para arañar..." como diría
Víctor Hugo. En su tiempo, cuando ante la hora crítica que la Patria
vivía, su alma se revolvía en agónica lucha, escribió aquellos
versos en los que estaba todo el trepidar de su angustia:
"Erri gaixua, jaio, nintzan ni
zure il orduan eltzeko? Ama, ilgo zara motzen azpian, ilgo zara zu
betiko?".
¿Qué creéis que diría el que escribió éso, el que lanzó aquel
desgarrador grito que hay en "Peligros de la invasión; mortal
contagio", ante el espectáculo
1 En el prólogo 3 la obra de W. E.
Relana, "Vida y escrito* de José Rizal". Madrid, 1907.
de una tierra en la que el torrente de la invasión amenaza convertir a
los vascos en una minoría de extraños en sus propios bogares?
Pero ante todo Joven, qué es Sabin
para ti? Porque si en él no ves otra cosa que el retrato que preside
nuestros salones como un motivo decorativo más, o el relámpago que
después de iluminar por unos momentos la noche oscura de la patria
nuestra se esfumó en las tinieblas, o el hombre eminente sí, pero de
un tiempo que ya pasó, en verdad te digo que no sabes lo que fue, que
no sabes lo que es Sabin, es decir: una realidad permanente' y fecunda,
una presencia actuante, un ejemplo vivo.
Él transitó heroicamente por dos
caminos a la vez: el del heroísmo y el de la obra silenciosa. Cada uno
de nosotros puede escoger ahora uno de los dos: el de la acción directa
como el de esos patriotas anónimos que acaban de dinamitar en Navarra
un monumento erigido por los ocupantes de nuestro sue!o o el de los que
han bautizado a una calle de Bilbao con el nombre de Comandante
Agirregoitía o como esos otros que llenan de consignas y símbolos de
la Patria los lugares más innacesibles para dar testimonio de un pueblo
que sufre, pero que no se doblega, o el de esos otros que siguen el
sendero escondido de la obra callada, pero fecunda: los que aprenden y
hacen aprender el euskera, los que estudian y hacen estudiar nuestra
historia, los que cantan y hacen cantar nuestras canciones; los que
bailan y enseñan a bailar nuestras danzas...
Los caminos son muchos y todos buenos
si llevan al debido fin. Que cada uno siga el que mejor cuadre a sus
aptitudes; que cada uno haga lo que mejor sepa o pueda hacer y que nadie
se preocupe porque su labor sea o parezca humilde. Ya conocéis la
hermosa leyenda del juglar de Nuestra Señora. Aquel pobre volatinero
que sintiendo en lo hondo de la entraña la llamada a la vida religiosa,
ingresó en un monasterio donde al poco, un buen día los superiores le
sorprendieron haciendo las cabriolas de su antiguo oficio ante el altar
de la Virgen. Y cuando el furor de los Reverendos Padres que estaban
viendo el inusitado espectáculo desde un escondite iba a estallar y a
anonadar al pobre lego, he aquí que los detiene en seco la sonrisa que
milagrosamente se enciende en los ojos y en los labios de la Imagen que
ha comprendido bien el significado de la acción del juglar: él no era
capaz de escribir aquellos tomos de ascética y de mística que
adornaban la biblioteca del convento, él no podía pronunciar aquellos
sermones que decían tantas cosas que le gustaba escuchar; pero él podía
ofrecer a la Señora lo que mejor que nadie sabía hacer: sus saltos y
volteretas de juglar y eso es lo que él le ofrendaba en la total
simplicidad y pureza de su corazón.
Así debe ser entre nosotros. Que a nadie se desprecie por lo que haga
con tal de que ello sea lo que mejor puede hacer por la Patria. Que el
que escriba bellas poesías o componga hermosas obras, ni siquiera ef
que exponga su tranquilidad, su situación ni aun su vida misma,
desprecie al que no hace sino empaquetar propaganda o al que
calladamente la hace llegar a su destino. La hora necesita de todos. Lo
importante ea que cada uno no deje de hacer lo que pueda y deba.
Pero que haga. Y que deje hacer. Corto
en palabras se ha dicho que es el vasco. Nunca más que ahora
necesitamos tanto de hombres de esta clase: "Corto en palabras pero
en obras largo".
Con los ojos de la memoria estoy en
este momento viendo una fotografía de Sabin de aquellas que, desde la cárcel
de Larrinaga, dedicaba a sus amigos. Es aquella que durante tantos años
presidió el escritorio de mi padre. En ella Sabin había escrito:
"Abertzalia ezautuko dozu egipenetan, es itzetan", es decir,
Al patriota lo conocerás en los hechos no en los dichos.
Fuera pues,, con las palabras estériles
y que hacen malgastar el tiempo del quehacer fecundo; fuera con las críticas
sembradoras de discordia, los dichos que separan al hermano del hermano
y hacen el gozo del enemigo común. La consigna del momento no pueda ser
otra que la de hacer, hacer, hacer...
Porque como dice el viejo refrán nuestro "Asiak egiña dirudi ta
eginak ederr".
Caracas, Centro Vasco, 88 enero 1965